Raquel y Javier (3): trio en una noche de verano
Raquel y Javier se montan un trío con un amigo bisexual... Dándose la vuelta, apoyó la cabeza en la almohada y levantando el trasero me ofreció su coño, extraordinaria y deliciosamente abierto tras recibir los embates de la polla de Jaime.
Puedes leer aquí mis relatos anteriores sobre esta pareja:
Raquel y Javier (1): Todo en un día
https://www.todorelatos.com/relato/168092/
Raquel y Javier (2): Cenar.. y a la cama
https://www.todorelatos.com/relato/168238/
Raquel y Javier (3): Trío vereaniego
El verano estaba llegando a su fin, aunque en aquellos primeros días de septiembre el calor todavía de dejaba notar. A las doce del mediodía de aquel sábado Raquel y yo avanzábamos por la autovía de Extremadura, bastante cargada de tráfico, con el aire acondicionado a tope camino de Boadilla del Monte. Ella me había recogido en casa unos minutos antes e íbamos a pasar el día al chalé de su amigo Jaime. Sí, el mismo, aquel “gay” que había conocido en el crucero por las islas griegas.
- Así que os habéis seguido viendo durante el verano -afirmé más que preguntar.
- ¿Cómo?
- Me estaba refiriendo a tu amigo al que vamos a ver. Que os habéis seguido viendo este verano, en plan pareja, quiero decir, ¿no?
- Eh, para, para, no te pases. Nos hemos visto un par de veces y punto. Pero nada de parejita, no jodas. Si así fuera tu no estarías sentado en este coche.
- Bien, pues entonces cuéntamelo con detalles, que con esto de las vacaciones y tal hace mucho que no tenemos una conversación.
- No hay mucho que contar, sólo que una semana después de que tú y yo quedáramos para cenar me llamó, salimos, hablamos…
- Y acabasteis en la cama, como si lo viera.
- Pues no, listo, no acabamos en ningún sitio, bueno sí, yo en mi cama y el en la suya… supongo, no se lo he preguntado.
- ¿Pero Jaime no tenía pareja?
- Tú lo has dicho, tenía. Parece ser que después del viaje duraron poco.
- Ja, ja, ja, no me extraña, si con otras mujeres se comportó como contigo… algo acabaría sospechando el bueno de Pablo. Se llamaba Pablo, ¿no?
- Sí, sí, se llamaba Pablo. Pero nunca he querido sacar ese tema cuando hemos hablado. Sólo sé que no llevaban mucho tiempo juntos. Ahora, puedes pregúntaselo tú hoy, si hay… eso.
- Bueno, ya veremos, dependerá del nivel de copas que lleve encima… y del nivel de confianza que se cree, digo yo. Pero no te me vayas por la tangente, después de ese primer día, ¿qué pasó?
- Pues después de ese día no mucho, volvimos a quedar para cenar y hemos hablado un par de veces por teléfono, nada más. Y sí, antes de que me lo preguntes, ese segundo día sí hubo algo, aunque no mucho. Un poco de magreo en su coche y un polvo apresurado e incómodo en el asiento de atrás. Nada destacable, me propuso ir a su casa, pero me dio pereza que estuviera tan lejos y un poco de miedo también, no creas. El mismo que tuve de invitarle a la mía, que estaba más cerca. Así que el calentón lo sofocamos de aquella manera.
- Ya, de aquella manera. Y todo quedó pendiente para mejor ocasión, es decir, hoy.
- Sí, quedó un poco implícito.
- Pero entonces, ¿qué pinto yo en todo esto?, ¿acaso te propuso hacer un trío?
- Pues sí y no.
- Me lo explique, porfa.
- Pues en nuestras conversaciones hablamos de muchas cosas y, teniendo en cuenta la forma en que nos conocimos, también hablamos de sexo, de lo que hacemos, de lo que nos gustaría hacer, de ser homosexual, hetero o bisexual, a él le gusta más hablar de poliamor, pero yo no entiendo bien la diferencia. Y en esas conversaciones, lógicamente, tú saliste varias veces. Después de todo tú y yo arrastramos una larga historia juntos.
- Eso es verdad.
- Entonces, en nuestra última conversación, hace algo más de una semana, me invitó… bueno, nos invitó a ambos a pasar el día en su casa... a comer, beber algo, bañarnos en la piscina… esas cosas que se hacen en verano.
- Y todo lo demás queda implícito.
- Efectivamente, de lo demás ya veremos.
La conversación terminó ahí, y mientras enfilábamos la entrada principal de la urbanización donde estaba la casa de Jaime, me entretuve en observar a Raquel, que como siempre estaba espectacular. Llevaba un vestido amarillo corto y algo ceñido que, con las tareas de la conducción, se le había subido muslo arriba mostrando unas piernas bien bronceadas en este final del verano. Supongo que llevaría tanga, aunque no se le notaba, pero los finos tirantes que lo sujetaban al cuello dejaban claro que había olvidado el sujetador en casa. El pelo recogido en una cola de caballo le daba un aspecto alegre y juvenil a pesar de su madurez.
La casa resultó ser un chalé individual rodeado de un muro de piedra coronado por un estrecho enrejado metálico que dejaba ver tras él un seto de arizónicas. Raquel aparcó el coche a la sombra de un enorme pino, casi en la puerta de entrada puesto que, disponiendo cada casa de su propio garaje, el número de vehículos aparcados en la calle era escaso.
Al bajarnos una bofetada de calor nos envolvió. Ella tiró del vestido hacia abajo, pero aun así este no le pasó de medio muslo. Sacó del maletero una gran bolsa de playa en la que supongo llevaría todo su arsenal de cremas, peines y bañadores tan habitual en ella. Yo por mi parte llevaba una pequeña mochila para poco más que mi bañador, el teléfono móvil y una botella de vino que había comprado para regalar a nuestro anfitrión. Como siempre ella llevaba sandalias a juego con el vestido mientras que yo calzaba unas simples chancletas sin preocuparme de si combinaban con mis bermudas y mi camisa de manga corta.
Llamamos al timbre y no tardo en oírse el chirrido que abría la puerta, sin que ninguna voz se oyera a través del interfono. Raquel empujó la hoja metálica y avanzamos unos pasos por un camino enlosado, por el que vimos avanzar hacia nosotros al que debía ser Jaime.
- Hola Raquel, que gusto verte de nuevo.
Y le plantó dos besos en las mejillas a la vez que la abrazaba.
- Y tú debes ser Javier. Encantado de conocerte.
Estrechó reciamente mi mano con su mano derecha mientras la izquierda me agarraba el antebrazo. Jaime era un tipo grande, al menos cinco centímetros más alto que yo, de aspecto macizo, fuerte, aparentemente bien trabajado en el gimnasio, simpático, con aspecto saludable y don de gentes. En resumen, la primera impresión fue muy positiva. Parecía relajado y muy “casual” con el bañador, la camiseta y las chanclas de estar por casa.
- Pasad, pasad, que os enseño donde os podéis cambiar. Porque supongo que habéis traído bañadores, tal como está el día.
- Por supuesto -dijo Raquel-, aunque en esta casa no creo que nadie te vea, aunque te bañes en pelotas, ¿no?
- Efectivamente, las vallas son altas y las casas están bastante separadas, así que la intimidad es total. Puedes hacer lo que quieras sin que nadie te moleste.
Al rodear la casa la piscina apareció ante nosotros. Era bastante grande, quizá de diez por cuatro o cinco metros, y estaba rodeada de una buena superficie de césped. Varias tumbonas, una mesa grande con seis sillas, un par de muebles auxiliares y una barbacoa salpicaban la pradera aquí y allá, mientras dos grandes árboles sombreaban en ese momento una amplia zona, aunque sin llegar a tocar el agua.
Por un gran ventanal que daba a un porche entramos a lo que parecía el salón principal, amueblado y decorado con gusto… y dinero. Al salón daba un pasillo que llevaba a la cocina y en el que se encontraban dos puertas correspondientes a un baño y un dormitorio que podría ser de servicio o de invitados. Raquel se metió en éste para cambiarse y yo hice lo propio en el baño.
- Os espero en el jardín -dijo Jaime en voz alta desde la cocina-, voy preparando unas cervezas, seguro que estaréis sedientos.
Cuando salí al jardín Jaime ya estaba sentado a la mesa donde había dispuesto varios cuencos de aperitivos y un cubo con hielo lleno de botellines. No había terminado de sentarme y abrir el primero cuando apareció Raquel luciendo palmito. Vestía un bañador completo de un bonito color azul pálido y un tejido tan tenue que hubiera dejado ver las marcas de bronceado… si ella las hubiera tenido. El profundo escote llegaba prácticamente hasta el ombligo. Pero lo mejor fue cuando, al rodear la mesa para sentarse frente a nosotros, nos dio brevemente la espalda. En ella, apenas unas finas cuerdas complementaban y permitían mantener en su sitio la parte delantera. De entre sus nalgas salía una que se engarzaba con las dos que rodeaban sus caderas, otra iba atada con lazo a la altura del pecho y una tercera rodeaba su cuello. Al menos yo me quedé un momento con la boca abierta, nunca había visto un bañador como aquel y nunca la había visto a ella tan desinhibida.
- ¿De dónde has sacado esa maravilla? -le pregunté-, nunca había visto una cosa así.
- ¿Os gusta?, lo he comprado en una web australiana. Tienen unos modelos increíbles, siempre que no te importe enseñar algo de carne -dijo, esbozando una amplia y pícara sonrisa-, pensé que hoy era el día más indicado para lucirlo. No es algo te puedas poner en cualquier playa, pero aquí, en la intimidad, es distinto.
- Puedes estar segura de que aquí tan solo lo admiraremos nosotros. Tanto a el como a quien va dentro, claro -dijo Jaime guiñándonos un ojo-
Mi imaginación voló unos instantes alrededor del cuerpo de Raquel y de las miradas curiosas de Jaime.
- Bueno, yo ya he terminado mi cerveza, así que ya toca el primer chapuzón. ¿Alguien me acompaña?
Y Raquel saltó de la silla sin esperar una respuesta, caminando hacia la piscina segura de su capacidad de convocatoria. Jaime y yo, como hipnotizados, admiramos su espalda desnuda alejándose con un suave contoneo en sus caderas. Llegando al borde, sin pensárselo dos veces, se lanzó de cabeza al agua en una explosión de espuma. Jaime fue el primero en reaccionar y, arrancándose la camiseta de un solo gesto, en dos zancadas estaba ya bajo el agua haciendo compañía a Raquel. Yo, menos proclive a sumergirme en agua fría, incluso en plena canícula, me acerqué con cierta parsimonia a la piscina, me senté en el borde y sumergí únicamente los pies hasta que el agua me llegó por encima de los tobillos.
Dentro de la piscina Raquel flotaba boca arriba haciéndonos participes de la segunda sorpresa de su traje de baño. Cuando este se mojaba se tornaba enteramente transparente, dejando su cuerpo a la vista, casi como si no llevara nada encima. Por debajo de la tela, que ahora semejaba una especie de finísimo pergamino, las formas y detalles de su cuerpo se revelaban con todo detalle. Sus pechos rotundos se mostraban llenos y turgentes. Pezones y areolas, inhiestos por el frio, parecían de mármol presionando la tela como queriendo romperla. Más abajo el ombligo era un cráter lleno de agua y su pubis un delicioso montículo suave y lampiño que mostraba la línea de su abertura sin dejar ver nada de lo que dentro escondía. Indudablemente el atuendo elegido parecía dejar claras las intenciones de aquella reunión.
Antes de que mi incipiente erección me delatara me dejé caer al agua y me sumergí por completo, dejando que mi cuerpo y mis ideas se refrescaran al unísono. Tras unos minutos de brazadas, salpicaduras y ahogadillas, Raquel decidió que era hora de dejarnos para tomar el sol. Sin esperar contestación por nuestra parte subió por la escalerilla y se dirigió hacia las tumbonas sacudiéndose el agua de la cabeza. Jaime y yo, para no perder detalle, nos sentamos en el borde opuesto de la piscina, con los pies nuevamente en remojo. Sin prisa llegó donde estaban las toallas, se quitó la goma que sujetaba la coleta y se secó enérgicamente el pelo dándonos la espalda. Después, volviéndose, se secó los brazos y las piernas mientras nos dedicaba una amplia sonrisa. Nosotros, en aquella privilegiada posición, parecíamos dos adolescentes embobados ante nuestra primera experiencia como “voyeurs”. Jaime fue el primero en reaccionar.
- ¿Te ha comentado Raquel cuales eran nuestros planes para hoy?
- Sólo me lo ha insinuado. Esperaba que alguien me diera más detalles, aunque creo que después del numerito del bañador, parece estar algo más claro.
- Jajaja, si te soy sincero no me esperaba esto, aún estoy un poco en shock. Bueno, de lo que si estoy seguro es de que te ha contado que hemos salido, y también lo de nuestros breves y escasos encuentros sexuales. Soy consciente de que tú eres para ella algo más que un amigo y un amante. Y sí, ella también me ha contado eso.
- Vaya, parece que tú conoces bastante más de mí que al contrario. No sé si preocuparme.
- No, no te preocupes, ya me irás conociendo. El caso es que después del encuentro que tuvimos en el coche yo, por aquello de terminar bien lo que había empezado regular, la invité a pasar un día en mi casa.
- Pero eso no me aclara porque estoy yo aquí, es como si estuviera de carabina.
- Pues eso lo sabrá mejor ella, pero si quieres mi opinión, creo que los tiros van un poco por ahí.
- Explícate, por favor.
- Raquel dudó bastante hasta aceptar mi oferta. De hecho, más que aceptarla, lo que me propuso fue hacer un trío en el tú estuvieras incluido. Yo creo que le daba algo de miedo estar a solas conmigo, aquí, en un lugar apartado, no sé. Ah, y también me dijo que tu tenías ciertas fantasías de hacerlo alguna vez con otro hombre y que, siendo yo bisexual, quizás te animaras. Que así podríamos matar varios pájaros de un tiro.
- Fantasías, fantasías… supongo que muchos hombres las tienen, pero de ahí a llevarlas a la realidad hay mucho trecho. Ya veremos.
- Claro, estamos aquí solo para pasarlo bien, y lo que suceda estará bien si todos estamos de acuerdo. Vamos a quitarnos la presión.
- Claro, nada de presiones.
- Bueno yo, por lo pronto, y en vista de que tenemos una mujer prácticamente desnuda frente a nosotros, voy a imitarla para no desentonar.
Y, dándose impulso, se puso en pie, tiró de su bañador y se quedo con el en la mano, junto a mí, mostrando una considerable erección. Se miró y me miró como disculpándose, aunque sin dejar de sonreír.
- Que quieres, uno no es de piedra. Y si encima tenemos estas conversaciones. En fin, voy a ver qué hace Raquel.
Me quedé en silencio mientras Jaime rodeaba desnudo la piscina, con el bañador en la mano. Realmente se cuidaba bien, e intentando mirarle con ojos de hombre al que le gustan otros hombres, no le encontré desagradable, más bien todo lo contrario. Moreno, depilado, de aspecto atlético, parecía más joven que yo, aunque sabía que en realidad me sacaba algunos años. Tenía una polla grande que, en erección, formaba un ángulo de 90 grados con su vientre. Cuando llegó hasta la hamaca en una zona entre sol y sombra, donde Raquel parecía dormitar boca abajo con los ojos cerrados, se arrodilló en el césped junto a ella y con un dedo recorrió su columna vertebral desde la nuca hasta el coxis, para subir después por el mismo camino. Yo ya sabía de la sensibilidad que tenía en esa zona y, efectivamente, ella giró la cabeza hacia donde él estaba, abrió los ojos y sacó ligeramente la lengua entre sus labios, mordiéndola con afectada lujuria.
Habiendo tomado este gesto como una aprobación, Jaime deshizo con parsimonia los lazos que sujetaban el bañador a la altura del cuello y del pecho y, una vez despejada la espalda, comenzó a recorrerla con pequeños besos arriba y abajo alternando con golpecitos aquí y allá con la punta de la lengua. Raquel se retorcía en leves espasmos entre el placer y las cosquillas y, cuando ya no pudo más, se giró sobre si misma en el momento en que sus cabezas quedaban enfrentadas. Así, sin mediar palabra, comenzaron a besarse apasionadamente. Jaime sujetaba con la mano derecha la cabeza de Raquel, mientras la izquierda acariciaba el pecho aún mojado, pero ya libre del velo que lo cubría.
Yo contemplaba la escena desde el otro lado del agua en un estado de expectante excitación. En realidad yo ya estaba excitado desde hacía más de media hora, desde el momento en que Raquel apareció en el jardín con tan provocativo atuendo, acrecentado después por la visión de su cuerpo a través de la tela mojada y rematado por la conversación con Jaime y la contemplación de su desnudez. Contemplar aquello sólo fue la gota que colmó el vaso. De modo que yo también me levanté y, sin prisa, me dirigí a la zona de las tumbonas, me deshice del bañador mojado liberando mi patente erección y, en la primera butaca que vi, me senté a contemplar de cerca a la pareja que, ajena a mi presencia, seguía enfrascada en su lucha de besos y caricias.
Jaime, sin dejar de besarla, aunque a ratos cambiaba los carnosos labios por los endurecidos pezones, bajó su mano izquierda hasta la zona del pubis y lo acarició por debajo de la tela. Raquel abrió un poco más las piernas para facilitar su tarea, lo que permitió que la mano pudiera recorrer toda la longitud de su abertura sin encontrar obstáculos. Pocos segundos después arqueó la espalda al sentir uno de los fuertes dedos de Jaime sobre su clítoris y suspiró cuando otro se unió al anterior para profundizar camino de su encharcada vagina.
Comenzó a masturbarla despacio, sin sacar los dedos de su intimidad ni la lengua de su boca, pero aquello no duró mucho tiempo. Se separó de ella y, situándose a sus pies, tiró del mojado bañador y lo sacó dejándolo arrugado sobre la hierba. En esa misma posición, la agarró por los muslos y, abriéndolos un poco más, introdujo su cabeza entre ellos. Ella volvió a dar un respingo al sentir la lengua abrirse camino entre sus labios vaginales, lo repitió cuando la punta de ésta resbaló sobre su inflamado clítoris y gritó cuando éste se vio absorbido entre los labios de Jaime en una especie de diminuta felación. Aferrado a sus caderas siguió torturando su sexo durante no más de un par de minutos, lo justo para que Raquel exhalara un profundo suspiro y se corriera en un dulce y prolongado orgasmo.
Desde mi privilegiada posición podía observar como el pene de Jaime mostraba una brillante gota de presemen en la punta y una poderosa erección que parecía a punto de explotar. Incorporándose, avanzó con una pierna a cada lado de la tumbona hasta que, sin necesidad de agacharse, su hinchado capullo, favorecido por la posición natural de este con respecto a su cuerpo, se colocó a escasos milímetros de los labios de Raquel. Ella, sin hacerle esperar, sacó la lengua y recorrió, en un pausado movimiento, la zona del frenillo con una expresión golosa. Inmediatamente, adelantando la cabeza, abrió la boca y engulló una buena parte del pene que Jaime le ofrecía. Después, agarrándole por los glúteos, lo atrajo hacia ella volviendo a reposar la cabeza en la tumbona. Él, apoyándose con ambas manos en el respaldo, comenzó un acompasado mete-saca, lento pero persistente. Las miradas de ambos se cruzaban con lujuria, se podía ver en el rostro contraído de Jaime la urgencia y la proximidad de su corrida que, efectivamente, se produjo entre jadeos segundos después.
El abundante semen derramado rebosó de la boca de Raquel que, sin hacer ninguna intención de tragarlo, lo dejó resbalar por la comisura de sus labios hasta alcanzar su pecho, cubriéndolo de espesos goterones.
Yo, a poco más de dos metros de ellos, asistía atónito a esta exhibición de sexo impúdico y gozoso sin saber muy bien como actuar. Si bien mi polla estaba literalmente petrificada y mis sienes latían de excitación, mi cerebro no era capaz de decidir cual era mi papel en aquella representación. Aun así, acuciado por mi propia urgencia y, aprovechando que Jaime abandonaba su posición para dejarse caer sobre otra silla cercana, ocupé su lugar para, cara a cara con Raquel, masturbarme con rabia, salpicándola casi inmediatamente con varias andanadas de leche que se mezclaron sobre su pecho con las de Jaime. Ella, con parsimonia, se masajeó pecho y vientre con el resultado de ambas eyaculaciones mientras sonreía con actitud complacida.
- Me encanta el tacto del semen sobre mi piel -dijo al fin-. A veces sueño con que muchos hombres se corren sobre mi y me dejan completamente embadurnada. Os aseguro que en esas ocasiones me despierto muy muy caliente.
Ninguno de los dos contestó a esa afirmación, pero creo que ambos nos imaginamos a un numeroso grupo de hombres eyaculando sobre su cuerpo desnudo y dejándola totalmente cubierta de lefa, mientras ella se masturbaba furiosamente.
Los tres parecíamos ahora tan agotados como después de un gran esfuerzo, cada uno intentado relajarse en su butaca. Flotaba en el ambiente la sensación de habernos liberado de una tensión acumulada desde casi el momento en que nos reunimos. Ahora, una vez roto el hielo, estábamos ya preparados para cualquier cosa. Estaba enfrascado en esos pensamientos cuando Raquel fue la primera en reaccionar.
- Voy a lavarme antes de que todo esto se seque -dijo, poniéndose en pie y enfilando hacia la ducha de la piscina.
- Yo creo que voy a acercarme un momento al baño -replicó Jaime.
- Pues yo directamente me voy a dar un baño -aclaré por mi parte.
Sin pensarlo demasiado me arrojé de pie al agua. Raquel seguía bajo la ducha desprendiéndose de los últimos restos de semen. Al terminar se reunió conmigo y, nada más entrar al agua, se abrazó a mí besándome tiernamente. Noté como el calor de su cuerpo contrastaba con el frescor del agua.
- ¿Estás bien?, ¿Te gusta cómo ha empezado esto?
- Bueno, aún estoy un poco descolocado, pero creo que lo vamos a pasar muy bien. La situación es muy excitante, aunque está claro que vosotros erais mas conscientes de lo que iba a suceder.
- Sí, tienes razón, Jaime y yo habíamos hablado de esto. Pero además es que ambos nos teníamos ganas y supongo que por eso él ha sido el que ha roto el hielo.
- Ya, pero si hablamos de romper hielos, tu también has contribuido lo tuyo con ese bañador tan… como diría… ¿espectacular?
- Sí, era la baza que tenía para dejar claro a qué habíamos venido. Y veo que ha tenido un gran éxito, ¿no es cierto?
- Cierto, cierto. Y por cierto, valga la redundancia, me comentaba antes Jaime que lo de organizar el trío y lo de que yo esté aquí hoy había sido una idea tuya y que, a él le parecía que la razón última era que te daba miedo estar a solas con él. ¿Es verdad?
- Pues sí, que quieres que te diga, me dio un poco de reparo el que me llevara a esta casa tan apartada siendo la primera vez. Si me hubiera propuesto un hotel seguro que hubiera aceptado sin dudarlo, no sé, quizá me pasé de precaución. Además, en ese momento se me cruzó la idea del trio, como ni tu ni yo lo habíamos hecho nunca...
- Y de paso querías ver si yo también me enrollaba con él, seguro.
- Exacto, me pareció una excelente oportunidad para que experimentaras. Porque sé que estás deseando hacerlo.
En ese momento Jaime apareció en el borde de la piscina, vestido solo con un pantalón corto.
- Eh, chicos, creo que es mejor que os vistáis. Me acaban de llamar del restaurante de la urbanización. La paella que encargué acaba de salir y estará aquí en unos minutos. ¿No tenéis hambre? Ah, Javier, te he dejado una camiseta en el baño, por si no quieres ponerte la camisa que traías.
- Gracias, realmente no había pensado en la logística cuando salí de casa esta mañana.
Ambos enfilamos la escalera y salimos del agua casi a la vez. El culo de Raquel rozó intencionadamente mi cara mientras subía. Mi respuesta fue un descarado lametón entre sus mojados carrillos. Cogimos las toallas y entramos en la casa mientras nos secábamos. Yo estuve fuera en un par de minutos con la camiseta que me había prestado Jaime y los calzoncillos por debajo. Él se había puesto una igual a la mía, aunque más grande, de una conocida marca de carburantes. Tal vez trabajara en esa compañía, pero no le pregunté.
Al rato salió Raquel y, en línea con su anterior traje de baño, llevaba una especie de vestido sin mangas, como de punto, pero muy calado, con lo que todo su cuerpo era fácilmente adivinable. Además, tenia la particularidad de que, estando abierto por delante, se abrochaba con un solo botón a la altura del pecho. Así, era como tener dos escotes, uno normal enseñando su precioso canalillo y otro infinito, que se iba abriendo paulatinamente hasta las rodillas y que hasta ellas no dejaba nada a la imaginación. Ah, y por supuesto, no llevaba bragas. Mientras estaba de pie la visión de sus encantos era limitada, pero al sentarse, el propio peso del tejido la desnudaba de cintura para abajo.
Esta vez fui yo el que habló, aparentando indignación.
- Pues si ella no lleva bragas, yo tampoco llevaré calzoncillos.
Y levantándome, me los quité, arrojándolos a una de las tumbonas. Siendo la camiseta larga, no enseñaba nada mientras estuve en pie, pero al sentarme, Igual que le ocurría a ella, mis atributos quedaron expuestos a la vista de todos. Todos nos reímos con ganas.
- Tienes toda la razón, Javier, viva la igualdad. En cuanto atienda al repartidor, os imitaré. He dicho.
Y todos volvimos a reír. En eso sonó el timbre de la puerta -ya está aquí la nuestra comida, dijo Javier- y corrió a abrir la puerta, rodeando la casa. Al cabo de un par de minutos apareció sonriente con una espectacular paella de marisco, que depositó en el centro de la mesa del jardín.
- Ya está aquí, pero antes, lo prometido es deuda.
Y bajándose los pantalones, los arrojó junto a los míos en la tumbona. La punta de la polla, algo más larga que la mía en reposo, asomaba por debajo de la línea de la camiseta.
- ¡Y ahora, a comer!
Entre todos preparamos la mesa. Ya eran más de las dos y media, así que el hambre apretaba y el menú parecía realmente apetitoso. Dimos cuenta de la paella en menos de media hora, así como de casi dos botellas de vino blanco que Javier sacó del refrigerador. Ya saciados, mientras saboreábamos unos cafés con hielo, volvimos a la conversación que durante la comida había sido escasa y fragmentada.
- Y tú, Jaime, ¿tenías experiencia en esto de los tríos?
- Lo he hecho alguna vez, pero sólo con hombres. Es la primera vez que participo en un trío que incluya a una mujer.
- Sobre eso quería hablar. Cuando Raquel me habló de ti al volver del crucero por las islas griegas, lo primero que me dijo es que tú estabas allí con otro hombre, vamos que erais una pareja gay. Bueno, también me contó lo demás, así que estoy un poco confuso acerca de cual es tu verdadera orientación sexual.
- Ya.
- Pero vamos, si es un tema del que no quieres hablar…
- Para nada, no me avergüenzo de lo que hago ni de como soy. Pero vayamos por partes…
- …dijo Jack el destripador -Intervino Raquel en la conversación para relajar un poco la tensión que se adivinaba.
- Efectivamente. En primer lugar, Pablo era mi pareja en aquellos momentos. Llevábamos más de un año viviendo juntos y habíamos ido de vacaciones como cualquier pareja. El problema es que se acabó enterando de mis escarceos con Raquel y mis explicaciones no le acabaron de convencer, así que me dejó al poco de volver.
- Lo cual no carece de lógica, -tercié yo.
- Y en segundo lugar -continuó como si no hubiera oído nada- lo que preguntabas sobre mi orientación sexual, yo me considero bisexual, aunque recientemente se ha acuñado un término que me parece más adecuado, poliamoroso.
- Vamos, que haces a todo. Y digo esto sin ánimo de ofenderte, perdona si es así.
- No, no me ofendes, visto de forma superficial es así, pero en realidad es algo más. Yo quería mucho a Pablo, y en su momento estaba enamorado de él, pero puedo recordar ocasiones en que también he estado enamorado de alguna mujer. Esto me produjo traumas en algún momento, pero ahora ya me entiendo y lo tengo superado.
- Pues ahora quien se ha quedado sin entenderlo he sido yo, perdona.
- Sí, desde mi punto de vista, una persona bisexual puede tener sexo y disfrutarlo tanto con hombres como con mujeres, pero solo se enamora se personas de un sexo. El poliamoroso es equivalente al bisexual en cuanto a la práctica, pero a la hora de enamorarse puede hacerlo de cualquiera de los dos sexos.
- Dicho así parece la situación perfecta, ¿no?
- Si, pero no es tan fácil como parece, hace falta tiempo y reflexión para aceptarse uno tal como es, sin pensar que es una especia de bicho raro y no acabar traumatizado.
- Vaya, pues te felicito por ello.
- Gracias, Javier. Y ya que estamos con estos temas, Raquel me ha comentado que tú también tienes algún tipo de fantasía que incluye a hombres, ¿cierto?
- Pues sí, tampoco te lo voy a ocultar. Pero no creo que sea nada raro, he leído en algún sitio que la mayoría de los hombres tienen ese tipo de fantasías, aunque pocos lo dicen, ya sabes, para que no se dude de su masculinidad.
- Te aseguro que nadie va a dudar de la tuya, pase lo que pase aquí -terció Raquel. Tengo demasiadas pruebas de lo que eres como para dudar ahora. Y hablando de otra cosa, estoy empezando a sentir un poco de calor, creo que sería mejor que entráramos en casa a echar la siesta… o lo que sea.
- Buena idea -remató Jaime- vamos dentro, el aire acondicionado nos espera.
Él fue el primero que se levantó seguido de Raquel. Casi en formación los tres entramos en la casa. El contraste del frescor con el bochorno exterior hizo que los pezones de todos nosotros se erizaran, pero sobre todo los de Raquel que, de forma notoria, atravesaron el tejido de punto, mostrándose en todo su esplendor. No pude resistirme a abrazarla por detrás y pellizcárselos. Todo su cuerpo emanaba un calor delicioso. Raquel giró y atrapó mis labios con los suyos en un beso profundo. Con mis manos en sus nalgas, donde se apreciaban las huellas dejadas por la red de su vestido, la atraje hacia mi haciendo que nuestros sexos desnudos se rozaran. Jaime, desde la escalera, rompió el hechizo de lo que parecía a punto de suceder.
- Eh, chicos, ¿no os parece que estaríamos mejor en una cama? Así, además, podríamos participar todos.
Raquel y yo agachamos la cabeza como dos adolescentes pillados in fraganti. Por un momento nos habíamos sentido solos en la casa. Con una gran sonrisa en los labios seguimos a Jaime por la escalera, yo acariciando las marcas en el culo de Raquel, ella agarrada a mi polla en erección que asomaba por debajo de la camiseta. Aunque no podía verla, estaba seguro de que la de Jaime estaba en el mismo estado que la mía.
- Perdonad si me he adelantado -dijo Raquel- pero la conversación que teníais fuera me ha calentado. Y bueno, el aperitivo -he hizo el universal signo de las comillas con las manos- anterior a la comida me ha encantado, aunque ahora estoy deseando que me folléis los dos.
- Descuida -dijo Jaime dándose la vuelta ya en pasillo del piso superior y confirmando mis sospechas sobre su estado de excitación- haremos todo lo posible para que quedes plenamente satisfecha.
La habitación era bastante grande. La presidía una cama que debía ser como de 1,80 metros. A sus pies, dos amplios sillones la escoltaban. Un enorme armario empotrado ocupaba casi totalmente una de las paredes, con sus puertas de espejo. Jaime entró primero y apartando la colcha se tumbó en el centro, apoyando su espalda en el cabecero. Raquel y yo entramos agarrados por la cintura, como si fuéramos un matrimonio en su noche de bodas o una parejita adúltera entrando en la habitación de un hotel.
Nada más entrar, apenas echado un vistazo a la disposición de los muebles, proseguimos con lo que habíamos empezado en el piso de abajo. Volví a rodearla con mis brazos y regresamos al apasionado beso que dejamos en suspenso. La postura de ambos, de perfil con respecto a Jaime, facilitaba que tuviera una visión perfecta de nuestros manoseos. Deseaba sentir el contacto de su piel tibia sobre mí, así que, subiendo mis manos hasta sus hombros, deslicé el único botón fuera de su ojal y dejé caer el vestido al suelo. Casi sin separarme de ella, tiré de mi camiseta hacia arriba y la arrojé lejos de mí, sin reparar donde.
Jaime nos miraba desde la cama con expresión complacida. Nosotros, sin prestarle atención, continuamos recorriendo nuestros cuerpos en un frenesí de manos, lenguas, dedos y saliva. Raquel, sabiendo que me gusta, pellizcaba mis tetillas sin compasión, haciéndome gritar de placer y dolor combinados. Yo por mi parte torturaba sus endurecidos pezones con más cariño que saña o los chupaba o sorbía junto con el resto de sus preciosas tetas. Tras unos instantes enfrascados en esa lujuriosa lucha, me susurró al oído “por favor, cómeme el coño” y, separándose de mí, se tumbó de espaldas en la cama, junto a una de las mesillas, con el culo a pocos centímetros del borde y los pies en el suelo. Abrió las piernas, separó los labios vaginales con ambas manos y cerró los ojos dispuesta a disfrutar.
Aterrizó mi boca en un charco de fluidos viscosos y calientes. Mi lengua se introdujo en su interior haciendo que soltara un gemido. Entretanto Jaime se deshizo de su camiseta y comenzó a acariciar sus genitales sin llegar a la masturbación, mientras con la otra mano amasaba los pechos de Raquel. Ella abrió los ojos y le dedicó una lasciva sonrisa de aceptación mezclada con los espasmos y gemidos que le producían mis embates a su vagina y mis lametones a su clítoris. Su cabeza estaba casi a la altura de la ingle de Jaime, así que ella podía contemplar la espléndida erección que mostraba. La voz de Raquel sonó como de otro mundo, como si alguien que no fuera ella hablara por su boca.
- Estoy deseando que me empales con tu polla –dijo, mirándole a los ojos.
- Yo también estoy que reviento de ganas, deja que me ponga un condón.
Y alargando la mano, sacó del primer cajón de la mesilla de noche un preservativo cuya envoltura rasgó ayudándose de los dientes.
- Aún no, deja que te la coma un poquito.
Y dándose la vuelta se separó de mí un instante, acomodándose sobre la cama con las rodillas en el borde. En esta posición con las piernas ligeramente abiertas, me dejaba una fantástica visión de su sexo brillante y entreabierto. Engulló la tranca de Jaime hasta la mitad de un solo golpe. Su boca parecía no poder abarcar el grosor que esta había alcanzado. Fue sacándola lentamente hasta quedarse solo con el amoratado capullo entre sus labios. Después, con la lengua, le aplicó un masaje circular con atención especial al frenillo que le hizo suspirar largamente. Entretanto yo había continuado aplicando mi boca a su vagina y, en esta particular posición, alternaba esta con el rosado esfínter de su ano. La calentura de Raquel parecía haber alcanzado una altura próxima al clímax, porque sus palabras no albergaban duda.
- No aguanto más, ¿estás listo para follarme?
- Dame un segundo, princesa.
En un santiamén el pene de Jaime estaba perfectamente forrado de látex y dispuesto a entrar en acción. Raquel se acuclilló sobre Jaime y con la mano dirigió la polla a la entrada de su bien lubricada vagina. Tras restregarla a lo largo de su raja unos instantes, se dejó caer lentamente hasta que toda su longitud estuvo enterrada en su carne. Un grito de pura satisfacción salió de su garganta. En un alarde de flexibilidad pasó las piernas por detrás de la espalda de Jaime y ambos se mantuvieron pegados, besándose con desesperación, incrustados el uno en el otro sin más movimiento que el de sus lenguas. Así estuvieron durante un par de minutos hasta que Raquel apoyando las manos en la cama por detrás de su espalda comenzó a mover la pelvis arriba y abajo en pequeñas elevaciones y desplazamientos, aprovechado la facilidad de Jaime para mantener su polla en cualquier ángulo con respecto a su cuerpo.
Ambos jadeaban ostensiblemente aun cuando los recorridos de entrada y salida eran muy cortos. Por ello Raquel acabó tumbándose totalmente de espaldas mientras que Jaime la agarraba por la cintura, moviéndola hacia fuera hasta que prácticamente solo el glande quedaba encerrado en su gruta y después tirando de ella hasta que sus huevos chocaban con sus nalgas.
Yo alucinaba con aquella postura que sin ser demasiado acrobática parecía salida del Kama Sutra y, decidido a participar, acerqué mi polla a la boca de Raquel dándole a entender que yo también tenia mis necesidades. Ella, mientras se dejaba hacer al compás de los fuertes brazos de Jaime, giró la cabeza, me la agarró con una mano y empezó a envolverla en una gran cantidad de saliva. Mas aquella postura era bastante incomoda, por lo que con voz entrecortada me pidió, casi como un ruego, que siguiera comiéndole el coño mientras el otro la follaba.
Veía entrar y salir la hinchada polla de Jaime en un mar de fluidos, arrastrando los labios menores como hojas movidas por el viento y tras un segundo de indecisión acoplé mi boca al pubis de Raquel dejando que mis dientes agarraran su clítoris encendido, mientras mi lengua lo hacía vibrar a un ritmo cada vez más fuerte. Desde mi privilegiada posición, notaba las vibraciones del cuerpo de Raquel y la fuerza de penetración de la barra de carne que a intervalos regulares percutía en sus entrañas. Desplace mi lengua hasta la abertura de su coño y deje que aquella enorme polla me la acariciara en cada acometida.
Raquel, ahora con su boca libre, lanzaba ahogados gritos de placer cada vez que el pene de Jaime llegaba hasta el fondo de su vagina y chocaba con su útero, mientras Jaime jadeaba ostensiblemente camino de su más que próxima corrida. Durante un segundo un pensamiento contradictorio atravesó mi mente como una centella: ojalá esa polla estuviera ahora dentro de mi boca. Los gritos de placer que entonces salieron de la garganta de Jaime me devolvieron a la realidad.
- Siiiiiiiii, siiiiiiii… ooooohhhh…, me corrooooo…
Y por debajo del condón pude notar los espasmos que acompañaban a cada descarga de semen junto con un temblor que le recorrió todo el cuerpo.
Ella sin embargo aún no había acabado y notando que la polla de Jaime perdía ritmo y entereza me suplicó que continuara. Dándose la vuelta, apoyó la cabeza en la almohada y levantando el trasero me ofreció su coño, extraordinaria y deliciosamente abierto tras recibir los embates de la polla de Jaime. Sabía que esa era su postura favorita, así que no perdí el tiempo en contemplaciones y la metí de un solo golpe, hasta que mi pubis impactó con su trasero. Sin esperar ninguna reacción comencé a bombear sin pausa, sabiendo que su orgasmo y el mío estaban próximos. La sentía respirar entrecortadamente, a la vez que un pequeño siiiii salía de su garganta cada vez yo llegaba al fondo de su lubricada cueva.
- Sii, sii, no pares ahora, siii, me corro, me estoy corriendo muchíiiiiisimo…
Aquellos gritos de placer fueron demasiado para mi que me vacié en sus entrañas en silencio, dejándole a ella todo el protagonismo del momento. Jaime, de costado y con la cabeza apoyada en el brazo izquierdo flexionado, nos miraba relajado desde el otro lado de la cama, con el pene ya fláccido reposando sobre su muslo. Raquel y yo nos dejamos caer bocarriba intentando recuperar el resuello, con todos los músculos ahora relajados tras el subidón de adrenalina de hacía unos instantes.
- ¿Qué tal chicos? -se interesó él.
- Ha sido tremendo -contestó Raquel- no estoy segura de si me he corrido varias veces o si ha sido una vez pero muy larga. Pero ha sido maravilloso.
- Una gran experiencia -dije yo con los ojos ya medio cerrados. Creo que nos merecemos una pequeña siesta.
- Sí, eso nos vendrá bien a los tres.
Debían ser por entonces alrededor de la cinco de la tarde. Con el corazón ya en sus pulsaciones normales todos nos preparamos para dormir, arrullados por el runrún del aire acondicionado. Yo ocupaba el centro de la cama y tenía a Jaime a mi derecha y a Raquel a mi izquierda. Antes de dormirme me coloqué de lado, mirándola, y situé mi mano sobre su entrepierna, que destilaba una mezcla de jugos íntimos y semen sobre la sábana. En un par de minutos todos respirábamos pesadamente
Cuando abrí un ojo pude ver en el despertador de la mesilla que eran las siete menos cuarto. Ahora estaba vuelto hacia Jaime y podía ver que, aunque parecía dormido, lucía una completa erección. Ya he dicho antes que su pene era algo más grande que el mío, pero sobre todo más grueso. Además, el hecho de que estuviera totalmente depilado le daba un plus especial que resultaba muy atractivo. No puede evitar pensar en cómo sería tocarlo. Estaba dando vueltas a todo eso cuando Jaime abrió los ojos y me descubrió con la vista fija en su miembro. Con una leve sonrisa en su cara, me dijo en un susurro casi inaudible.
- Veo que tienes curiosidad. ¿Te gustaría tocarla?
- Justamente estaba pensando en eso cuando has despertado. Nunca me he visto en una situación como esta, tan morbosa y, sí, me gustaría hacerlo.
- Puedes hacerlo, no te cortes. Pero antes me gustaría pedirte algo. Me gustaría besarte.
- Pero…
- Te parecerá una tontería, pero si entre nosotros dos va a haber sexo, y parece que lo habrá, me gustaría empezar por ahí… si no tienes inconveniente.
- Bueno, nunca he besado a un hombre, no sé si…
- No te preocupes, como puedes suponer es básicamente lo mismo, tan solo una cuestión de apartar tabús.
Algo en mi decidió dejarse llevar porque, sin que yo dijera ni que sí ni que no, Jaime se acercó y posó sus labios sobre los míos, y yo no hice nada para rechazarlos. De entrada sólo fue un roce, pero enseguida el sacó su lengua y comenzó a humedecer mis labios con lentos movimientos de un lado a otro, como pidiendo permiso para entrar. Llegados aquí todas mis barreras se derrumbaron y puestos en la tesitura de experimentar, decidí hacerlo sin ninguna limitación. Abrí la boca para recibir su lengua húmeda y caliente y en reciprocidad introduje la mía en su cavidad moviéndola en todas direcciones. Entonces no lo pensé pero, en realidad, no hay ninguna diferencia entre besar a una mujer y besar a un hombre, produce la misma sensación agradable y el mismo placer íntimo y liviano. Imposible evitar que mi pene se alegrara de aquel encuentro y empezara a crecer, mostrando una jubilosa erección en pocos segundos.
Jaime pasó una de sus fuertes manos tras mi nuca mientras la otra se deslizaba espalda abajo hasta llegar hasta el mismo borde de mis nalgas, ascendiendo después hasta mis omoplatos en una caricia continua. Yo, que había mantenido una cierta rigidez inicial, me relajé completamente y, aunque no podía hacer nada con mi mano derecha atrapada bajo mi propio cuerpo, alcancé a abrazarle con la izquierda hasta que nuestros cuerpos quedaron totalmente pegados. Sentía su erección refregarse con la mía como una barra caliente sobre mi estómago. Mi mano acariciaba su espalda y bajaba hasta internarse entre sus glúteos y la parte interna de sus muslos. El hecho que tuviera todo el cuerpo depilado facilitaba la tarea mental de asumir que estaba acariciando a un hombre, algo que nunca había pensado hacer.
La posición comenzaba a resultarme incomoda debido a la presión que mi propio cuerpo ejercía sobre mi brazo, de modo que le empujé ligeramente para que se pusiera bocarriba y pasando mi brazo bajo su cuello volví a besarle. Acaricié su pecho y amasé sus tetillas como si fueran adolescentes protuberancias femeninas. Me puse totalmente sobre él, como si se tratara de la postura del misionero. Su pene se clavó de nuevo en mi vientre y el mío en el suyo como dos cilindros palpitantes.
Volví a ponerme de perfil junto a él sin sacar el brazo derecho de su posición bajo su cabeza. Su polla, con el capullo amoratado y brillante parecía estar llamándome. La abarqué por el centro con mi mano. Era gruesa y tenía las venas muy marcadas. Desplacé la mano hacia arriba arrastrando la piel hasta llegar al glande, que acaricié sutilmente para no hacerle daño. La ventaja de estar con otro hombre es que no tienes que pensar en como le gusta ser tocado, basta con hacer lo que a ti te gustaría que te hicieran. Con eso seguramente acertarás. Bajé hasta los testículos y los moví entre mis dedos como si fueran bolas de relax. Eran también más voluminosos que los míos y tenían el plus de suavidad que les daba la depilación. Descendí tras ellos hasta alcanzar la grieta entre sus nalgas, exploración que Jaime facilitó abriendo un poco las piernas.
Llegados a este punto no pude soportar la tentación de meterme en la boca aquella masa de carne que parecía llamarme. Liberé mi brazo derecho y bajé mi cabeza hasta su vientre. Con la boca inundada de saliva introduje su capullo entre mis labios. Tenía un regusto a su propio semen derramado en el polvo con Raquel, pero a esas alturas aquello no me importó. Agarrando el tronco con una mano comencé haciendo pequeños círculos con la lengua alrededor del frenillo, después mi lengua giró alrededor de su glande intentando pulsar todos los puntos de placer, para terminar en el agujero de la uretra donde con la punta le di pequeños toques, como si quisiera follarme ese orificio. Por último, succioné aquel bálano como si quisiera hacerlo crecer dentro de mi boca.
Repetí todo desde el principio unas cuantas veces hasta que poco a poco, en pequeños vaivenes fui introduciendo cada vez un poquito más de su polla dentro de mi boca, procurando a la vez embadurnarla convenientemente de saliva. Cuando chocó con mi campanilla traté de introducirla un poco más hasta alcanzar mi garganta, pero una pequeña arcada me hizo recapacitar. Para ser la primera vez no podía ir tan lejos. Así que perseveré en lo que podríamos llamar una mamada clásica, arriba y abajo, con una mano sujetando y acariciando el tronco y con la otra masajeando suavemente los huevos. Jaime parecía estar de acuerdo con esto porque le oía jadear y cuando levanté la cabeza me miraba con expresión placentera.
Una de esas veces descubrí que, a mi alcance sobre la mesilla, había un tubo de lubricante. Alargué la mano y sin descuidar mi tarea primordial, deposité en ella una buena cantidad que fue a parar, podéis imaginar, entre las nalgas de Jaime y una vez allí, presionando con la yema de mi dedo corazón sobre su ano se lo introduje hasta la segunda falange buscando estimular su próstata. Él no se sorprendió, estaba claro que no era la primera vez que le hacían aquello, pero dio un pequeño respingo que no podía ser más que de placer y dejó caer la cabeza hacia atrás en actitud de abandono. Empecé a mover rítmicamente el dedo procurando sintonizarlo con los movimientos de mis labios sobre su polla y con estos gestos combinados el cuerpo de Jaime comenzó a agitarse en pequeños espasmos que parecían anunciar la proximidad de su orgasmo. Deseaba sentir como era recibir una descarga de semen en la boca así que aumenté ligeramente el ritmo y esperé que la tensión llegara a su clímax.
En pocos segundos entre jadeos cada vez mas intensos, dos pequeñas descargas de semen espeso y caliente llenaron mi boca. Fue muy excitante sentir como se corría, el sabor algo dulce de su esperma y la temperatura que parecía quemarme entre los labios hizo que mi miembro, ya de por si duro, pareciera querer reventar de calentura. Saqué el dedo de su ano y fui bajando el ritmo de mis embestidas mientras dejaba resbalar el semen por la comisura de mis labios hasta que lo escupí completamente, mientras notaba como la dureza de su pene menguaba poco a poco.
Miré hacia donde Raquel debía estar dormida, pero para mi sorpresa nos estaba observando con cara alucinada mientras, con las piernas muy abiertas, se masturbaba furiosamente metiéndose hasta tres dedos en el interior de su coño, visiblemente empapado. Pocas veces la había visto tan caliente como entonces porque, haciendo una seña con su mano libre me invitó a unirme a ella.
Me tiré literalmente en plancha sobre su cuerpo e inserté de un solo envión mi polla dentro de su intimidad como un desesperado. Tanta tensión había acumulado hasta entonces que en no más de tres empujones me corrí en su interior entre estentóreos jadeos y bufidos mientras la abrazaba con una energía desproporcionada. No sé si ella se había corrido ya o si lo hizo durante o después de mi clímax, pero en ese momento no pude atender más que a mi propia necesidad de descargar la calentura que me había generado el contacto con Jaime.
- Lo siento, creo que me he corrido demasiado pronto -me disculpé.
- No pasa nada, espero que hayas disfrutado de ambas cosas.
- Uf, no te haces idea, ha sido una experiencia increíble. Y a ti, Jaime, ¿te ha gustado?
- Mucho, para no tener experiencia no se te da nada mal, y lo del dedo por el culo ha sido genial, da muchísimo gusto.
- Me alegro, de verdad, espero mejorar para el futuro, si es que hay otras ocasiones.
- Claro que las habrá -terció Raquel-, yo me lo estoy pasando de maravilla.
Y los tres nos reímos complacidos por el fantástico despertar de la siesta que habíamos compartido.
Llegados a este punto todos teníamos más que buenas razones para necesitar un reparadora y caliente ducha, así que nos repartimos por la casa con ese objetivo. Jaime se quedó en su habitación y Raquel y yo nos alternamos en la del cuarto de invitados en la planta baja. En el reparto de turnos a mi me tocó el primero y salí en menos de cinco minutos. Mientras yo me secaba, Raquel ocupó rápidamente mi lugar sin llegar a cerrar el grifo. Era un placer ver como el agua hacía brillar su cuerpo bajo los chorros y como al enjabonarse sus manos resbalaban sobre sus partes más íntimas.
Tuve que contenerme para no entrar con ella y para evitarlo salí al jardín completamente desnudo, secándome la cabeza con la toalla. Me puse el bañador que había abandonado sobre la tumbona antes de comer y que ahora, tras el fuerte calor del mediodía estaba seco y caliente. El contacto con mi entrepierna húmeda me produjo una especie de pequeña descarga eléctrica y un principio de dolorosa erección. Me senté en un sillón a esperar la llegada de mis dos amantes.
Raquel apareció al cabo de unos minutos. Llevaba el mismo vestido que durante la comida, ese que solo tenía un botón a la altura del pecho, aunque ahora, en un arranque de pudor, se había puesto unas pequeñas braguitas. En realidad se trataba de un tanga minúsculo que, si bien llevaba una cenefa de flores blancas en la parte superior, más abajo era de un tejido transparente que dejaba ver con toda nitidez la forma de su perfecta y vertical rajita. Estaba deliciosa con aquel atuendo, como recién salida de una revista erótica. Era increíble como a su edad seguía siendo la mujer más atractiva y sexi de todas cuantas había conocido.
Vino hacia mí y me besó en los labios. Yo aproveché para meter las manos bajo el vestido y pellizcar cariñosamente ambos pezones. Se sentó a mi lado y me dedicó una amplia sonrisa, sincera y relajada.
- ¿Cómo estás? -preguntó sin cambiar el semblante.
- Bien, aunque tengo la polla un tanto dolorida.
- Jajaja, si, te entiendo, yo también tengo el chichi un poco escocido.
- Eh, chicos -Nos cortó la voz de Jaime desde la cocina- estoy preparando algo para picar. Qué tal si limpiáis la mesa y cenamos.
Raquel y yo recogimos y limpiamos la mesa mientras él iba colocando embutidos, quesos y otras delicias en platos a la medida. Una vez todo colocado en el jardín, abrió la botella de vino que yo había llevado por la mañana y escanció tres copas.
- Brindo por nosotros, porque no se la última vez que nos veamos ni la última vez que nos demos una alegría como esta.
- Chin, chin, - dijimos todos a coro-
La noche caía sobre Madrid y la sombra de los árboles hacia más patente la creciente oscuridad. Jaime prendió la luz que iluminaba suavemente la mesa y sus alrededores. El entorno empezó a desvanecerse según pasaban los minutos. Era como si el mundo se hubiera reducido a una esfera luminosa en un universo de oscuridad.
Aunque nuestros instintos parecían apaciguados, todos observábamos de reojo a intervalos regulares tanto el sugerente atavío de Raquel como los pechos desnudos de los hombres y, sin decirlo, nos regodeábamos en el recuerdo de lo vivido durante el día. Ya que las fuerzas para un nuevo asalto parecían habernos abandonado, nos quedaba el morbo de revivir en nuestras cabezas algunas de las escenas de las que habíamos sido protagonistas. Allí, sentados a la mesa, cenando y bebiendo vino, parecíamos simplemente tres amigos hablado de la vida en una noche cualquiera de verano. Quien nos viera no imaginaría que habíamos pasado todo el día follando sin tabúes.
Cuando eran algo más de las once dimos por terminada la velada. Todos teníamos compromisos para el día siguiente, o eso adujimos, así que, tras llevar los restos de la cena a la cocina, entramos a recoger nuestras pertenencias y nos despedimos efusivamente. Raquel y Jaime se dieron un profundo beso de tornillo. Por mi parte, solo un abrazo, aunque cordial. Me había gustado lo que él y yo habíamos hecho, pero fuera de la cama prefería guardar las distancias, y pienso que él también.
Yo había vuelto a ponerme en pantalón corto y la camisa de la mañana, pero Raquel no se había cambiado y continuaba con su espectacular vestido y sus braguitas transparentes, aunque para resultar más decente de cara a salir a la calle, se había colocado un broche a la altura del ombligo y anudado un pañuelo alrededor de las caderas. Estaba claro que había pensado en todos los detalles. Era una mujer genial y estaba realmente atractiva así vestida.
Ya dentro del coche, cuando se sentó, el peso del tejido le dejaba las piernas desnudas. Qué digo las piernas, sin esforzarse demasiado podía verse con total claridad su escueta ropa interior. Afortunadamente ella conducía, si hubiera sido al revés no estoy seguro de haberme llevado algún susto por quitar demasiado tiempo la vista de la carretera.
Paró en la puerta de mi casa. Ambos estábamos bastante cansados y no me pareció una buena idea proponerle que subiera conmigo. Me acerqué para besarla y nos encontramos a mitad de camino. Fue un beso húmedo y profundo. Volví a meter la mano por debajo del vestido para gozar del tacto suave y mullido de su pecho. Su pezón me devolvió la cortesía saliendo también a despedirse.
- Hasta pronto, sabes que es un placer compartir estas cosas contigo -le dije al oído-. Te llamaré.
- Yo también lo he pasado genial. Buenas noches y descansa.
Me bajé del coche. Lo seguí con la mirada mientras avanzaba calle abajo y doblaba a la derecha en la primera esquina. Sin saber porque, una gran erección empezaba a elevarse de nuevo dentro de mis pantalones.