Raquel y Javier (1): Todo en un día

Raquel y Javier, una pareja de maduritos, quedan para pasar un día de sexo compartido en multitud de lugares y situaciones.

RAQUEL Y JAVIER (1): TODO EN UN DÍA

Cuando recibí la llamada de Raquel aquella mañana no podía imaginar lo que se me venía encima. Raquel y yo éramos viejos amigos y en ciertas etapas de nuestra vida amantes ocasionales, de esos que se acuestan por la mera sensación de dar placer y recibirlo. Puede parecer superficial, pero a los dos nos bastaba con eso, dejábamos los compromisos para otro momento.

-          Hola Javier, ¿te apetece pasar un día divertido? – me soltó segundos después de intercambiar los saludos protocolarios, los cómo estás y los cómo te va la vida.

-          Vaya, eso ni se discute, ¿en qué estás pensando?

-          Bueno, me han dado por sorpresa un día libre en el trabajo, asunto de unas horas extras que me debían y me preguntaba si te apetecería pasarlo conmigo. Por cierto, es el próximo miércoles sí o sí, cosas de mi jefe.

-          Eso suena realmente bien, aunque tengo que ver si puedo cogerme ese día con cualquier excusa. Te llamo el fin de semana sin falta. ¿Me esperarás hasta entonces o te buscarás a otro?

-          Claro que te espero, que tonto eres. - A través del teléfono podía notar una sonrisilla tirando a pícara.

-          ¿Y en qué estabas pensando, si puede saberse?

-          Es una sorpresa. Tú vente a casa sobre las 10 de la mañana y ya vamos viendo. Pero estoy segura de que te encantará.

-          Vaya, esto está empezando a sonar realmente bien. No solo no tengo excusa, sino que ya estoy deseando que llegue el miércoles.

-          Te aseguro que lo vamos a pasar muy bien.

Y la cosa quedó ahí, con ese punto de misterio, excitación y ganas.

Por supuesto el asunto del día libre quedó resuelto enseguida y sin esa preocupación no tenía más que esperar al día señalado. No quería darle muchas vueltas, pero fue inevitable que mi mente volara muchas veces imaginando qué me tendría preparado la mente calenturienta de Raquel. Claro que era sexo, pero los detalles me intrigaban tanto, y tanto me excitaba fantasear con ellos, que más de una vez tuve que masturbarme con la imagen de su cuerpo desnudo en mi cabeza.

El día señalado, a la hora acordada, estaba llamando a la puerta de su apartamento en el centro de Madrid, recién duchado, afeitado, con el vello recortadito y por supuesto bien perfumado para rendirme sin condiciones a los deseos de la mujer que, por encima de todas, más me hacía disfrutar en la cama (o en cualquier otro sitio, que para eso no teníamos límites ni vergüenza).

Me abrió la puerta vestida (¿?) con una bata abierta, ligera y vaporosa, que le llegaba hasta los pies y un camisón corto que, sin ser totalmente transparente, dejaba traslucir todos sus encantos. Raquel no era alta ni tenía un cuerpo escultural de modelo, era más bien bajita de estatura y a sus cincuenta y pocos años tenía algún kilo de más, pero sus curvas y su sonrisa emanaban sensualidad a raudales y eso la hacía a mis ojos más deseable que la mayoría de las mujeres. De pecho alto y abundante sin llegar a la desmesura, de caderas rotundas y culo prieto y todavía respingón, todo en ella tenía el tamaño justo para resultar a mis ojos voluptuoso y tentador. Si a esto le añadimos que siempre estaba dispuesta de enseñar algo más de lo justo para resultar provocativa (sin llegar a ser obscena) tendremos el coctel ideal para satisfacer todas mis fantasías.

En cuanto a mí, aunque algo más joven pero también en la cincuentena, no me distingo por tener aspecto de culturista sino más bien lo justo para parecer agradable a la vista, incluso con mi poco de tripa y mi pelo ya prácticamente blanco que, para que no se note mucho su escasez en algunos lugares, llevo rapado muy corto.

-          Ven, pasa, te estaba esperando. Aún no me había levantado.

Me tomé esas palabras como una invitación a meterme con ella en la cama para experimentar el más dulce de los despertares, pero antes la abracé con fuerza y mientras nuestras lenguas se unían en un beso disfruté acariciando su cuerpo aún tibio de y perfumado de los últimos rastros de sueño. El camisón y la bata apenas constituían una barrera para recorrer las curvas de su espalda, su bien formado y duro trasero, sus tetas de pezones duros que parecían querer traspasar la fina tela.

Llegamos al borde de la cama y mientras la bata caía a plomo hasta el suelo, dejándola solamente cubierta por aquel diminuto camisón blanco, traslúcido y escotado, yo me desvestía a toda prisa mientras contemplaba como ella separaba las sábanas y se recostaba en el cabecero mientras me observaba. Todas mis prendas volaron en un santiamén y con una más que patente erección me colé bajo las sábanas para abrazarla de nuevo. Nuestras lenguas volvieron a explorar el interior de nuestras bocas hasta lo más profundo entre sonidos guturales y chapoteos descontrolados mientras nuestras manos exploraban con aparente ansia los respectivos cuerpos.

Abandoné su boca para recorrer su canalillo con mi lengua, detenerme en las cúpulas de sus pezones mordiéndolos cariñosamente tras sacar sus pechos por el amplio escote, descender poco a poco hasta su ombligo, bajar hasta su pubis suave y depilado y meterla entre sus labios saboreando los primeros jugos de entre ellos emanaban, mientras notaba como quedos gemidos salían de su garganta. Metí la lengua todo lo que pude dentro de su vagina y al sacarla rocé con intención su clítoris en un deliberado y largo lametón que la hizo tensarse por primera vez. Enseguida envolví con mis labios su pequeño botón y, como si de un pequeño pene se tratara, lo absorbía y lo soltaba mientras, alternativamente, dibujaba arabescos a su alrededor con la punta de la lengua. Como colofón penetré con dos dedos en su vagina buscando su punto G para excitarla aún. Raquel se retorcía con ligeros espasmos mientras mi lengua castigaba su clítoris y mis dedos penetraban con fuerza en tu intimidad. Por momentos agarraba mi polla con fuerza y me masturbaba ligeramente, aunque yo no deseaba excitarme más y retiraba su mano para seguir con mi trabajo de lengua y dedos hasta conseguir el codiciado orgasmo.

-          Dios, Javier, ME COOORROOO…SI…SI…SIGUE...AAAHHHHHHH…

Y Raquel se tensó unos segundos, gozando de su primer orgasmo, para dejarse caer después sobre la almohada jadeando entrecortadamente.

Echada en la cama, boca arriba, seguía con el camisón puesto y estaba realmente hermosa, el rubor en la cara, la agitación en el pecho y la humedad que delataba su excitación en su coño lampiño le daban un aire de sensualidad que me ponía a mil. La contemplé un momento mientras mi polla erecta daba fe de lo morboso del momento.

Al cabo de unos segundos se incorporó y tras un profundo beso (- ¿Te gusta el sabor de tu coño en mi boca? – Por supuesto, me encanta) fue bajando su cabeza por mi pecho, chupando y mordiendo ligeramente mis pezones. Sabía que ese principio de dolor me excitaba mucho y sabía utilizarlo, vaya si sabía. Siguió bajando por mi vientre hasta que sus labios rozaron mi glande y una de sus manos abarcó su tronco.

-          Que polla tan rica tienes, estoy deseando comérmela.

Y sin decir nada más se metió una buena porción en la boca mientras con la otra mano masajeaba mis testículos. Cerré los ojos e intenté relajarme para administrar mi placer. Notaba como su boca subía y bajaba a lo largo de del tronco lentamente, como su lengua hacía círculos a lo largo de mi glande y se entretenía en dar pequeños golpes en el frenillo. Mientras tanto y debido su posición, con sus rodillas a la altura de mis hombros, tenía una privilegiada visión de su culo perfectamente redondeado y sus labios vaginales aún destilando líquidos. Metí dos dedos sin aparente resistencia y comencé un ligero masaje en su punto G. Sorprendida, dio un pequeño respingo y cerró un poco más sus labios alrededor de mi polla que reaccionó tensándose aún más. Tanto, que por un momento pensé que me correría en ese mismo instante. Para evitarlo pensé que era mejor parar aquello. Me incorporé, hice que dejara de chupármela y junte sus labios con los míos. Su boca guardaba el sabor de mi miembro de manera sutil pero inequívoca.

-          Necesito follarte ya, -le susurré al oído-.

-          Estoy deseando sentirte dentro de mí, -me contestó-

-          ¿Cómo quieres que lo haga?

-          Házmelo por detrás, que es como más me gusta

La di la vuelta y apoyada sobre las rodillas reposó su cabeza en la almohada. El camisoncito resbaló por su espalda hasta la nuca y se ahuecó en la parte inferior dejando ver con claridad como sus pechos colgaban libremente. La visión posterior era espectacular. Las rodillas separadas dejaban al aire el coño brillante de humedad, los dos cachetes del culo ahora en pompa eran soberbios. Los abrí para descubrir el círculo rosado de su ano. Llevé mi lengua hasta él y porfié por meter un poquito de ésta a base de pequeñas embestidas, bajé por el perineo hasta los abiertos labios y volví a pegar mi boca a su vagina como una lapa se pega a una roca. A pesar de lo incómodo que resultaba para mi cuello, me encantaba esa postura, mis manos agarraban sus nalgas y mi lengua entraba y salía produciéndole oleadas de placer que yo sentía como pequeños estremecimientos recorriendo su cuerpo. Un minuto después, coloqué la punta de mi polla entre los labios de su coño, la moví arriba y abajo unos instantes para lubricarla y la inserté de un solo golpe hasta que mi pubis llegó a la barrera de sus glúteos. Al chocar con el fondo Raquel dio un leve grito que yo sabía no era de dolor sino de puro placer. Con mis manos agarrando con fuerza sus caderas empecé a moverme con parsimonia hacia atrás hasta casi tenerla fuera y luego otra vez hacia adelante hasta volver a chocar con el fondo de su vagina. Sabía que eso la volvía loca y lo expresaba con pequeños gritos y frases que siempre repetía

-          SÍ…, SÍ…, QUE POLLA TIENES CARIÑO…, AH…, AH…, CREO QUE VOY A CORRERME DE NUEVO…, SI…, SI…, NO PUEDO PARAR DE CORRERME…, YA…, YA…, NO PUEDO MÁS…, NO PUEDO MÁS…

Aquello fue demasiado para mi y sin poder ni querer evitarlo me vacié en ella con un prolongado espasmo, verdadera lujuria contenida que explotó en mi primer orgasmo de la jornada. Permanecí dentro moviéndome lentamente hasta que mi erección paso a ser historia. Al retirarme, gotas se semen se escurrieron por sus labios y fueron a caer entre las sábanas sin que ninguno hiciera nada por evitarlo.

Ambos nos dejamos caer de costado con movimientos parejos para quedarnos frente a frente en la cama, jadeando felices. Nuestras lenguas volvieron a enredarse en un beso muy húmedo y mientras tanto los dedos de mi mano izquierda volvieron a juguetear con su clítoris, mojados en los restos de mi corrida para que su bajada de las alturas del clímax fuera más lenta, más sosegada, pero a la vez más excitante.

-          Me encanta que me masturbes usando tu semen -susurraba-. A veces me pongo caliente pensándolo cuando lo hago yo sola.

-          Es un gusto poder sentirlo así, tan húmedo y caliente -le respondí igualmente en voz baja-.

Durante unos minutos descansamos en un sopor mezcla de cansancio y relax tras los que Raquel dio un salto de la cama.

-          Bueno, es hora de poner café y hacer un buen desayuno. Hay que reponer fuerzas, que el día es largo y aún tenemos que hacer muchas cosas -dijo mientras recogía del suelo la bata y me guiñaba un ojo con expresión pícara-

-          ¿Puede saberse que planes tienes para hoy? En nuestra conversación no me diste muchas pistas y te aseguro que estoy intrigado.

-          Lo primero, espero que te haya gustado el recibimiento, me compré este conjunto especialmente para ti. Ahora desayunaremos y después habrá que darse un baño, que ambos andamos un poco “pringosillos”, ya me entiendes… Después, ya veremos.

Y salió de la habitación haciendo un mohín.

Recuperé del caos del dormitorio la camiseta y el bóxer que traía puestos. Tampoco hacía falta mucha más ropa, la casa estaba caldeada y, en fin, nos acabábamos de levantar después de echar un magnífico polvo, casi todo sobraba. En la cocina Raquel ya había puesto la cafetera y se afanaba cortando naranjas para el zumo. Busqué el pan para las tostadas, encendí la tostadora y empecé a poner la mesa. En pocos minutos los dos comíamos con apetito y una enorme sonrisa en la cara.

Terminamos, hablamos de cosas triviales, de amigos comunes y recuerdos del pasado, de todo aquellos que teníamos en común después de tantos años de conocernos.

Notaba humedad en mi entrepierna y aquello me recordó que necesitábamos una buena ducha. Esta vez fui yo el que se levantó de la silla.

-          ¿Seguimos con nuestro plan?, ¿qué tal una buena ducha de agua caliente?

-          Vaya Javier, parece que quieres estrenar mi reforma del cuarto de baño.

-          ¿Has hecho reforma?, que valor, ¿y qué has cambiado?

-          Pues sobre todo la bañera por un plato de ducha. Ahora no solo es más cómodo y seguro, sino que además hay mucho más espacio y para dos resulta ideal, ya verás.

Realmente la reforma había consistido solo en cambiar la bañera, que era bastante grande, por un plato de ducha, además de una preciosa mampara de cristal y la correspondiente grifería. Mientras me explicaba los pormenores de la obra, me coloqué a su espalda y metiendo mis brazos bajo los suyos le agarré un pecho con cada mano, como calculando su peso, por encima de la bata y el camisón. Mi cuerpo se pegó a su espalda. Mis manos la acariciaban en pequeños círculos, haciendo resbalar una tela sobre otra. Luego las bajé hasta su vientre, y metiéndolas por debajo del camisón subí acariciando su piel desnuda. Dos duros pezones tropezaron con ellas como saliendo a recibirlas. Los pellizqué con ganas y su boca me devolvió un ligero ronroneo, de sorpresa, con dolor y con gusto. Volvió la cabeza y me beso con pasión. Su boca sabía a café y a alegría.

-          Creo que será mejor que nos duchemos -le dije al oído- estaremos más cómodos debajo del agua.

-          Sí, que si no nos enrollamos de mala manera.

Se despegó de mí y pasó a la ducha para abrir el agua. Mientras esperábamos que saliera caliente colgó la bata en el perchero y volviéndose hacia mí, mirándome a los ojos, se retiró poco a poco las hombreras del camisón y lo dejó caer lentamente al suelo. Aún no la había visto desnuda ese día así que me recree en la visión de ese cuerpo magnífico de mujer madura que hoy era solo para mí. Yo, a que dudarlo, me deshice de la camiseta y los calzoncillos con mucho menos glamour y seguí tras ella para colocarme bajo la cascada de agua tibia. Como los dos llevamos el pelo bastante corto no hubo necesidad de tomar ninguna precaución a ese respecto y en cuestión de segundos ya estábamos abrazados y besándonos debajo del agua.

-          Hay que tener cuidado, estos sitios, aunque más seguros que las bañeras no dejan de ser peligrosos para gente mayor como nosotros -estalló Raquel en una carcajada-

-          Ja, ja, ja, con eso quieres decir que nada de guarrerías aquí, ¿no?

-          Exacto, el sexo en la ducha puede que quede bien en las películas porno, pero en la realidad es mucho mejor una buena cama.

-          Claro, claro, porque luego, si te rompes una pierna, hay que dar muchas explicaciones, y hasta puede que haya cachondeo para el resto de tu vida.

-          Ja, ja, ja, es verdad, no había pensado en eso.

Pero algo hubo, aunque solo fueran tocamientos. Es tan agradable enjabonar a otra persona con tus propias manos, sin esponja, repasar las curvas de los pechos bajo una capa de espuma, frotar su coño, separar los cachetes del culo para meter dos dedos resbaladizos, frotarse cuerpo contra cuerpo, pecho contra pecho, pecho contra espalda dejando a las manos recorrer pubis, vientre, uuuffff. Hace falta mucho menos que eso para tener una erección como la que yo tenía ahora, erección que permitía a Raquel asear cómodamente mi miembro, ya que ninguna arruga podía entonces guardar el más mínimo resto de suciedad. Arriba y abajo, haciendo pequeñas pausas en testículos y glande.

-          Oohh, si no paras voy a tener que darme otra ducha, pero fría esta vez.

-          Sí, mejor aclararse y salir, no vayamos a caer en la tentación -y ella tan excitada como yo, tan necesitada de freno como yo me sentía-

Salió del baño enfundada en un albornoz blanco mientras yo me afanaba en secarme con una toalla gigante que me había dejado. Una vez seco regresé al dormitorio donde Raquel, con el albornoz abierto, seleccionaba un tarro de crema corporal.

-          ¿Quieres que te ayude a darte la crema?, sabes que soy un experto.

-          Claro, te estaba esperando para eso. Toma esta, me encanta como huele.

Me entregó un bote de crema y dándose media vuelta dejo caer el albornoz sobre una silla a los pies de la cama. Su bien torneado cuerpo, se veía ahora fresco y relajado después de la ducha. Le pedí que se pusiera frente al espejo del armario y poniéndome a su espalda con una buena ración de crema en las manos empecé a deslizarlas vientre arriba con pequeños movimientos circulares. El frescor de la crema en las manos tuvo un efecto inmediato sobre su piel. Un ligero estremecimiento la sacudió. Pezones y areolas se abultaron como si una urgencia en su interior las obligara a salir. Mis manos, atraídas por ese súbito espectáculo, subieron presurosas a comprobar la magnitud de aquel milagro y efectivamente, la dureza era tan real como había imaginado. Mis dedos pellizcaron aquellos pequeños montículos con algo de rudeza y ella respondió con un leve quejido de aprobación, mientras cerraba los ojos y echaba hacia atrás la cabeza. Me entretuve durante unos segundos masajeando aquellos dos magníficos pechos, mas no queriendo precipitar nada (tiempo teníamos de sobra) la hice tumbarse en la cama bocarriba para proseguir la tarea.

Por mis manos pasaron sus brazos, vientre, pubis, perineo y labios vaginales, muslos con especial atención a su parte interna, pantorrillas, pies… todo sin prisa, regodeándome en cada movimiento, mientras ella disfrutaba con los ojos entornados.

Terminada la parte delantera pasé a la espalda. Tras darse la vuelta, recorrí con un dedo untado en crema el valle de su espalda, desde la nuca hasta el coxis y avanzando más lo introduje entre sus cachetes hasta dibujar pequeños círculos alrededor de su ano. Otro pequeño estremecimiento la recorrió de la cabeza a los pies. Masajeé su espalada con decisión como si se tratara de una sesión de fisioterapia, amasando los músculos desde los hombros hasta los glúteos, arriba y abajo, aunque sin olvidarme del erótico momento que disfrutábamos cada vez que una mano se perdía más allá de los cachetes de su culo, para rozar de nuevo su ano y la entrada de su vagina. Raquel, con sus brazos extendidos en cruz y sus piernas abiertas en un pronunciado ángulo, me regalaba una imagen de abandono y relajación que, combinada con una visión de sus órganos sexuales tersos y brillantes, rozaba la pornografía.

Creo que no es necesario explicar las razones por las que yo tenía una permanente erección desde el momento en que ella se liberó del albornoz y yo la abracé por la espalda. Viéndola así no puede resistirme a acoplarme a ella en su misma postura, mis brazos sobre sus brazos, mi pecho y vientre sobre su espalda, mis piernas sobre sus piernas y mi pene encajado entre sus glúteos, de manera que moviéndome ligeramente podía acariciar su cuerpo por completo de una sola vez aprovechando los restos que la crema. Agarré sus manos entrelazando sus dedos con los míos y noté como todo su cuerpo me acompañaba cuando me movía sobre ella arriba y abajo. Me mantuve ahí unos segundos, pero entendiendo que mi peso podía ser realmente molesto durante más tiempo, me retiré hasta quedarme completamente estirado a su lado.

-          Ahora me toca a mí -me dijo-.

-          Tengo demasiados pelos, no creo que sea una buena idea

-          Tu ponte bocabajo y te hago un trabajito en la espalda.

-          Tus deseos son órdenes para mí -asentí-

Una vez en la postura requerida se sentó sobre mi culo, me roció con generosidad la espalda (con mi correspondiente escalofrío) y me extendió la crema con ambas manos. Después, imitando mi anterior postura se refregó con fuerza contra mi haciendo resbalar sus tetas a lo largo y ancho de la superficie. Sentía los pezones ir y venir sobre mi piel señalando en cada momento su situación mientras me decía en un susurro

-          ¿Te gusta que me restriegue contigo? A mi me pone muy cachonda.

-          Me encanta, creo que voy a atravesar el colchón con la polla, no te digo más.

-          Pues espera, que aún falta lo mejor.

E incorporándose, empezó a deslizar su coño sobre mi piel mientras ronroneaba como una gatita. Yo la dejaba hacer sintiéndome dulcemente usado para su placer. Sentía como un punto caliente se desplazaba desde la altura de mis omóplatos hasta la depresión de mis riñones al ritmo jadeante de Raquel, hasta que un momento se levantó, me dio la vuelta y volvió a sentarse sobre mí, esta vez encajando mi polla entre sus labios vaginales, y otra vez arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo, mientras veía como su cara se iba descomponiendo poco a poco, como su respiración era cada vez mas jadeante. No puede más y en uno de esos vaivenes le incrusté mi aparato, a punto ya de la eyaculación, hasta el fondo. Ella lo recibió con un grito, como si no fuera posible gozar más y hubiera llegado al umbral del dolor, pero no, era puro placer. La mantuve unos segundos en esa posición, agarrándola por las caderas, pubis contra pubis para a continuación dejarla otra vez que siguiera cabalgándome, dentro y fuera, dentro y fuera, dentro y fuera, las tetas como campanas descontroladas volteando enérgicamente, gozando de un orgasmo profundo y duradero, envidia de los hombres, hasta que no pude más y yo también me corrí entre estertores, con la respiración alterada y el corazón a mil. Cuanto me gustaría poder alargar más mis corridas, aunque en ocasiones ella me hace creer que moriría si tuviera el mantener más tiempo el estado de excitación al que llega.

Se dejó caer sobre mi pecho blandamente mientras ambos respirábamos con dificultad, el latido de los corazones bajaba de ritmo y mi pene volvía poco a poco a su estado de normalidad, saliendo lentamente de su vagina y dejando chorrear entre los dos un pequeño reguero de fluidos. Unos minutos después ambos estábamos mirando al techo mientras nuestras constantes volvían a la normalidad. El sol que entraba por la ventana se reflejaba sobre el cuerpo de Raquel, brillando a consecuencia de la crema, el sudor y los fluidos y dejando una imagen de sensualidad extrema, de placer compartido y de relax.

-          Parece que tendremos que darnos de nuevo una ducha.

-          Quita, quita, que tu y yo tenemos mucho peligro después de duchados. Mejor nos damos una agüilla en nuestras partes y nos vamos a dar una vuelta. Hace un día estupendo para dar un paseo. Y ya lo dijo Javier Krahe, “No todo va a ser follar”.

-          Ja, ja, ja, tienes razón, además necesito un respiro para recuperarme.

Sin más, nos lavamos por turnos en el bidé y, una vez limpios y nuevamente frescos, nos vestimos. Yo volví a ponerle la ropa con la que llegué, vaqueros y camiseta nada especiales, pero Raquel estaba realmente hermosa con un vestido malva con estampado de pequeñas flores, muy por debajo de la rodilla, con mucho vuelo, abotonado por delante, lo que le proporcionaba por arriba un glorioso escote por donde aparecían sus bien formados pechos, y por abajo dejaba asomar al moverse las ya bronceadas piernas hasta algo más arriba de la rodilla. No llevaba medias, con la primavera que estábamos disfrutando no las necesitaba y calzaba unas sandalias de plataforma, a juego con el vestido, que estilizaban su figura y le hacían un culo aún más respingón. Llevaba una pulsera en la muñeca izquierda y otra en el tobillo derecho, así como un colgante en el cuello que descansaba justo en su canalillo. Las tres piezas, de pequeñas piedras rojas, fueron un regalo mío de hace unos años. Apenas se había maquillado, una rayita aquí y allá, un toque de carmín en los labios y la cantidad justa de perfume. Estaba para comérsela allí mismo.

-          Guau, -babeé al verla- si así son las mujeres de cincuenta, que les den por el culo a las de veinte.

-          Gracias, -sonrió sin ruborizarse, consciente y segura de sí misma- tú tampoco estás mal. Pero mejor nos vamos, ¿no?

Agarró un pequeño bolso que ya tenía preparado y salimos al descansillo. Ya en el ascensor, una vez se hubo cerrado la puerta y éste emprendió su camino descendente, me susurró al oído, como quien cuenta un secreto.

-          No llevo nada debajo…

-          ¿Cómo?

Separé con mis dedos la tela del vestido por el escote y me asomé. No descubrí nada que no fuera piel morena y perfumada, ni asomo de aquellos sujetadores de fantasía que tanto me gustaban y que con tanta asiduidad ella solía usar. Bajé mi otra mano por su espalda hasta llegar a sus caderas, rodeé su culo en busca de cualquier marca de culotte, braga o tanga sin encontrar más que sus propias redondeces radiografiadas a través del la tenue y sedosa tela del vestido.

Mi pene saltó como un resorte dentro de mi pantalón. Una erección casi dolorosa que me obligó a recolocármelo a toda prisa puesto que el ascensor ya estaba parando. Creo que hasta la vecina que cargada con las bolsas de la compra esperaba que se abriera la puerta se dio cuenta que algo fuera de lo común estaba pasando entre los dos, una especie de electricidad estática que nos recorría.

-           Vaya, -le dije una vez que nos habíamos alejado del portal- no me esperaba esto, te lo juro, creía que me dejarías descansar. Uno no es una máquina.

-          Ya, ya, eso quisieras tú. Tuve una vez un compañero de trabajo que decía que para el primer polvo el hombre no necesita más excitación que la suya propia, pero que una vez pasado el primero, si había más, es porque la mujer le excitaba. Es decir, el primero lo propiciaba el hombre, pero todos los demás la mujer, y hoy quiero batir mi récord de polvos, así que necesito mantenerte excitado el mayor tiempo posible. Sé que te gusta y que aguantarás, semental -y su risa se dejó oír en toda la calle como un cascabel-

-          Que guarrilla eres… pero como me gusta que lo seas conmigo. Y, por cierto, ¿se nota el fresquito en la entrepierna?

-          Por supuesto, y es una sensación sumamente placentera. Es como sentirte desnuda y ser consciente de ello en cada momento, no hay palabras para explicarlo. Lástima que los hombres no podáis disfrutar de esto.

-          Ja, ja, ja, ¡A no ser que seas escocés!

-          Efectivamente, ¡a no ser que seas escocés!

Dejando a un lado la posibilidad de mi travestismo, aunque sin descartarla para el futuro, seguimos caminando por la acera en dirección a una plaza cercana, yo con mi mano derecha en su cintura, ella con su mano izquierda en el bolsillo de mi pantalón. Mientras caminábamos gozaba de una privilegiada perspectiva del bamboleo de sus pechos dentro del escote, lo que mantenía mis ojos ocupados y mi ánimo expectante.

-          ¿Hacia donde vamos?, ¿Cuál es tu plan? -le dije-

-          Por ahora a la plaza a coger un autobús, vamos a dar un pequeño paseo por el centro.

-          Ok, es bueno estirar las piernas, y con el buen día que hace mucho mejor.

Cerca del apartamento de Raquel había una gran plaza de donde salían autobuses para muchas partes de Madrid. Ella eligió uno que iba hacia Plaza de España y Gran Vía. La casualidad hizo que hubiera uno en la parada esperando salir, dado que era el principio de la línea. A esta hora el tráfico de viajeros era escaso y sólo un par de personas ocupaban asientos. Tras pagar, Raquel me agarró de la mano y me llevó casi arrastrando hasta la última fila, donde se sentó junto a la ventana, en el lado derecho. Yo, a su izquierda, apoyaba la mano en su muslo, por encima del vestido.

-          ¿Por qué nos ponemos tan atrás?, es donde más puedes marearte, y yendo el autobús casi vacío...

-          No te preocupes, ahora lo entenderás -me dijo, sin dejar de mirar a la calle por la ventanilla-

No habíamos recorrido ni cincuenta metros desde que el bus se puso en marcha cuando, delicadamente, apartó mi mano de su muslo, desabrochó los tres últimos botones del vestido, apartó este hacia ambos lados y abrió ligeramente las piernas, dejándome una espectacular visión de su coño brillante y depilado, como el de una muñeca, con los labios mayores gordezuelos y los menores apenas despuntando entre ellos.

Mi mente se dividió entre la sorpresa de aquella erótica visión y el temor de que alguien pudiera estar observándonos. Mientras que ella parecía controlar la situación y miraba al frente de manera despreocupada yo no sabía a que carta quedarme, si mirar su coño (tan expuesto y provocador), si su cara (relajada y sonriente) o al resto de la gente con la que viajábamos (de los que ninguno estaba cerca y parecían atender a sus propios asuntos).

-          Me he puesto así para que me toques -me dijo despacito a la vez que volvía a coger mi mano y la depositaba de nuevo sobre su muslo, ahora desnudo-, quiero decir, cuando se te pase el shock que parece haberte dado -y se rio en silencio, solo con un leve temblor en el estómago-

-          Pero… cualquiera puede vernos…

-          No te preocupes, yo vigilo. Y recoger el vestido es cosa de un segundo.

Deslicé mi mano hacia el interior de su muslo izquierdo acariciando su superficie desde casi la rodilla hasta rozar por arriba sus labios vaginales, después, cruzando por encima de estos, acaricié el otro de la misma manera varias veces.

-          Necesito que me masturbes ya -exclamo casi como una súplica-, estar aquí con el coño al aire me está poniendo realmente caliente.

Introduje mi dedo corazón entre sus labios pensando en si tendría que humedecérmelo antes de comenzar con la tarea que me imponía y encontré una fuente de fluidos espesos, un verdadero manantial de lubricante que podía incluso oler desde mi asiento.

-          Es el chocho más encharcado que ha tocado nunca -le dije, siempre entre susurros-. Está realmente preparado para una buena paja.

-          Te lo acabo de decir, estoy muy muy cachonda.

Mientras tanto yo no dejaba de mover mi dedo a lo largo de toda su abertura, gozando yo también de la facilidad con que se deslizaba. Pellizqué el clítoris y noté como Raquel daba un pequeño respingo en el asiento, -así, así, no dejes de hacerme eso-. Yo miraba su cara que, sin expresar otra cosa que una sonrisa, dejaba traslucir en su creciente rubor una intensa sensación de placer. Dejé de torturar su clítoris para añadir el dedo índice al corazón y volver a recorrerla arriba y abajo con creciente intensidad. De cuando en cuando abría los dedos como si fueran una pinza y agarraba con ellos su botoncito por un instante, parando en mi maniobra de vaivén. Cada vez que lo hacía, Raquel contenía la respiración y tensaba el vientre. Estoy seguro de que en cualquier otro lugar hubiera soltado un gritito, que aquí reprimía. De todos modos, ahora su cara era un poema de lujuria contenida, se mordía el labio inferior y sus ojos entornados parecían haber dejado de vigilar si alguien la observaba. Adiviné que se acercaba su orgasmo cuando empezó a dar pequeños botes en el asiento y a decir “no pares ahora…, uuuffff…, no pares…, siiiii…, siiiii…” hasta deshacerse en una explosión de agua entre mis dedos. Se recostó en el asiento y estiró el cuerpo hasta que sus rodillas tocaron el respaldo anterior, los pezones se marcaban en la tela del vestido de manera casi escandalosa, como dos puntas de bala. Chupé mis dedos con delectación mientras ella volvía a cerrarse los botones que antes había desabrochado. Tenía la cara roja y los ojos brillantes y una expresión de felicidad que pocas veces le había visto.

-          Uff, nunca te había visto correrte así. Es la primera vez que hago esto y te confieso que he pasado algo de miedo, o de vergüenza, no sabría decirte. Pero ver lo bien que te lo pasabas ha sido delicioso. No me digas es la primera ocasión en que lo hacías.

-          Pues sí, esta ha sido la primera vez y la verdad ha sido mucho mejor de lo que esperaba. Era una fantasía que tenía desde hace unos meses cuando vi algo parecido en una película. Claro que tenía que esperar a que llegara el buen tiempo, porque hacerlo en invierno con medias y jersey no da tanto morbo como estar aquí medio desnuda, sintiendo el aire alrededor del cuerpo.

-          Ya, ya, pero que sepas que me has dejado con una erección de caballo… como puedes ver… y tocar.

-          Ja, ja, ja, no te preocupes, sabré compensarte en poco tiempo.

Estábamos en esa conversación cuando llegamos a nuestra parada. Estaba tan empalmado que tuve que tuve que agarrarme al asiento delantero para incorporarme con el menor dolor posible. Imposible disimular el calentón que la última ocurrencia erótica de Raquel me había generado, así que con la mayor dignidad posible me dirigí hacia la puerta. Puede que alguien se percatara, pero llegados a este punto ya todo me daba igual. Por su parte Raquel salió bamboleando su vestido de lado a lado con un marcado contoneo. Puede que alguna gota de su propio flujo recorriera en ese instante la cara interna de sus muslos.

-          Vale, ¿y ahora qué?, ¿qué es lo próximo?

-          Tranquilo, son las doce y cuarto de la mañana, así que tenemos tiempo de ir de compras. Como siempre dices que no te importa, pues eso, vamos a ver si encontramos algo mono.

-          Siempre que sea para ti, perfecto, me encanta ver cómo te pruebas ropa, vistiéndote y desnudándote alternativamente, como un círculo vicioso de streptease. Al menos espero que me dejes elegir alguna.

-          Ja, ja, eso debe ser su parte de travesti, a lo mejor encontramos una falda que te permita ir con todas tus partes colgando.

-          Ja, ja, es poco probable, pero si la encontramos me la compro.

Y los dos nos reímos con ganas. Volvíamos a caminar como salimos de casa, ella con su mano dentro del bolsillo trasero de mi pantalón y yo agarrado a su cintura, a veces bajando la mía hasta abarcar las redondeces de su culo, sintiendo a través de la fina tela la calidez de su piel y, sobre todo, la ausencia de ropa interior. Así llegamos a las puertas de unos grandes almacenes y subimos hasta la planta de mujer.

-          ¿Buscamos algo concreto, o a lo que salga?

-          Nada especial, solo algo que nos guste.

Así que fuimos recorriendo sin prisa pasillos, percheros, stands de marcas… Yo, fiel a mi estilo, me decantaba por blusas transparentes, vestidos escotados, faldas de vuelo… Estábamos en plena temporada de primavera, así que la oferta era amplia y atractiva. Al final seleccionó una blusa blanca sencilla, una falda por encima de la rodilla y un par de vestidos playeros.

Entramos al probador como si tal cosa, como cualquier pareja madura que pasa, ella para probarse y él para dar su opinión, sin otras intenciones. Pero ambos sabíamos que había mucho más. Hasta el aire parecía cargado de una electricidad especial. En aquel momento solo había un probador ocupado, así que dos dirigimos al que estaba en el extremo opuesto. Nada más entrar, Raquel se desabrochó los primeros botones del vestido y lo dejó caer, sin más, al suelo. Yo me senté en un pequeño sillón que había en un lateral he hice lo propio con mi pantalón y mi bóxer. Estaba realmente agotado de sentir el pene enclaustrado bajo la tela, así que entre eso y la visión de mi bella desnuda, tanteando los corchetes de la falda para probársela, éste salió disparado hacia arriba en actitud desafiante. La falda le estaba genial, con una especie de tableado que no se ajustaba al cuerpo, sino que parecía volar alrededor de sus piernas. Combinada con… nada en parte de arriba estaba espléndida y, cuando se puso la blusa sin abrocharse los botones, sólo haciéndose un nudo en la parte inferior, chorreaba lujuria por todos los poros.

Se recostó contra la pared que había enfrente de mí y levantándose la falda con una mano me mostró de nuevo el coño en todo su esplendor para, a continuación, empezar a acariciarse con la otra. Yo respondí sin poder aguantarme con un movimiento semejante a lo largo del tronco de mi pene, cuyo glande brillaba saturado de sangre.

-          Espera, no te precipites -me dijo con una voz ahogada- te he dicho que te compensaría y ahora voy a hacerlo.

Sin moverse de donde estaba se abrió la blusa y la dejó colgada de un perchero sobre la puerta. Avanzó lentamente hacia mí con la boca entreabierta, posó sus manos en mis caderas y sus pechos en mis muslos. Sacó la lengua y me lanzó un golpecito con la punta en el frenillo. Sin pararse rodeó el grande con sus labios. Tenía la boca húmeda y caliente, que digo, muy húmeda y muy caliente. Fue como meterla en un horno. Su lengua alternaba del frenillo con el agujero de la uretra, como queriendo perforarlo. Hubiera suspirado de placer de estar en cualquier otro lugar, pero allí solo los visajes de mi cara daban fe del placer que sentía. Se entretuvo con ese juego durante unos segundos y después, poco a poco, centímetro a centímetro, subiendo y bajando sin sacarla nunca de su boca, fue metiéndosela toda, siiiiiii, toda, hasta que su nariz tocó en mi vello púbico. Se mantuvo ahí un instante y subió despacio hasta que sólo la punta permaneció entre sus labios. De nuevo fue bajando hasta alcanzar la situación anterior, notaba toda mi polla incrustada entre su boca y su garganta, empezó entonces un movimiento de vaivén en el que apenas entraban y salían mis dos últimos centímetros, diooosssss, ahora sí tenía sentido la expresión “follarte la boca”, nunca me había hecho una mamada como aquella, le agarré las tetas por debajo como sopesándolas y jugué con sus pezones intercalándolos entre mis dedos, era la situación más morbosa que había sentido nunca, era…

-          Aaaahhhh, voy a correrme -le dije lo más bajo que pude-

Ella alzó los ojos con una expresión de “no importa, lo estoy esperando” y volvió al suave mete-saca, aunque no tan profundo como antes. Me vacié en un orgasmo casi seco, palpitante, que ella se tragó como sin darle importancia a la escasa cantidad de semen (tres corridas en la misma mañana, no podía creerlo) y siguió chupando y acariciando hasta que mi pene y yo recuperamos la tranquilidad, él volviendo a la situación de descansada flaccidez y yo restableciendo el ritmo cardiaco por debajo de la frontera del infarto.

Separó su boca sin dejar de acariciarme los testículos y me dio un beso muy húmedo que sabía a semen y a lujuria.

-          Me ha encantado esta compensación -le susurré al oído-

-          Sabes que siempre cumplo mis promesas -contestó- y se separó de mí, irguiéndose con un gracioso mohín y una pícara sonrisa en la cara.

Seguía desnuda de cintura para arriba, únicamente con la minifalda de cuadros que le daba un aspecto entre inocente colegiala y puta. Dejó caer la falda y se enfundó uno tras otros los vestidos que había elegido, aunque de ninguno de ellos hizo el menor comentario. De nuevo desnuda hizo ademán de volver a ponerse el vestido con el que venía.

-          ¿No te gusta cómo te quedan? A mi me parece que estás soberbia.

-          Muchas gracias por el piropo, pero en realidad lo que veníamos a hacer aquí ya lo hemos terminado… a no ser que quieras continuar… todo esto me ha puesto realmente...

Y para explicarlo se abrió desmesuradamente los labios vaginales, ahora brillantes de humedad. Me levanté para comprobarlo y mi dedo corazón, más que entrar, fue engullido por su coño, a lo que Raquel respondió con un ahogado suspiro. Sin sacar el dedo presioné mi palma contra su clítoris lo que hizo que cerrara los ojos y tensara la frente.

-          Creo que será mejor dejarlo o tarde temprano aparecerá por aquí un guardia de seguridad y saldremos en el telediario -de dije intentando rebajar la tensión-

-          Sí, será lo mejor, antes de que perdamos los papeles.

Ambos volvimos a ponernos la ropa para salir del probador con el aspecto más inocente posible, aunque ahora el número de botones que mantenían su precioso vestido de una pieza era algo menor, tanto por arriba como por abajo.

Devolvimos las prendas que no pensábamos comprar y salimos a la calle. Fuimos de acá para allá, paseando al sol, mirando escaparates y entrando en alguna tienda, aunque el objetivo no era comprar nada, sino tan solo hacer tiempo hasta la hora de comer. Algo antes de las dos entramos en una conocida franquicia de pizzerías, que a esas horas y en estos días estaba prácticamente vacía. El local dispone en una zona de mesas separadas formando una especia de reservados, y puesto que podíamos elegir nos sentamos en uno de ellos, uno frente al otro, junto a una ventana que daba a una calle lateral, poco transitada.

Pedimos cerveza y una pizza para cada uno. Mientras esperábamos le comentaba lo mucho que me estaba gustando la “sorpresa” del día y ella asentía, agradeciendo también mi imprescindible “colaboración”.

-          ¿Sabes?, Siempre que en un restaurante veo una mesa con esta disposición, quiero decir, una mesa en el centro con dos bancos corridos uno a cada lado, me vienen a la mente algunas fotos que a veces se ven en internet, donde una mujer se abre la blusa o se levanta el top, y enseña un pecho a su acompañante… o los dos. Es una especie de exhibicionismo íntimo, porque en realidad solo estás enseñando algo a la persona con la que estás, y aunque el espacio es público, la ostentación es realmente privada. No sé, me pone, es muy morboso para mí.

-          ¿Quieres decir algo como esto? -Raquel bajó las manos durante unos segundos por debajo de la mesa- venga, asómate.

Se había desabrochado todos los botones del vestido hasta la cintura, lo había abierto hacia ambos lados y había separado las piernas, dejando ver su coño en todo su esplendor, con los labios vaginales aún húmedos.

Cerró las piernas y volvió a replegar el vestido sobre ellas justo cuando el camarero llegaba a la mesa con nuestra comida. Si vio o no algo raro solo el lo sabe, pero dirigió una mirada de mal disimulada curiosidad a Raquel, que le contestó dándole las gracias. Y ya no sé si fue por el plato que le acababa de entregar o por el silencioso piropo que creía haber recibido.

Comenzamos a comer con apetito proporcional al trajín que habíamos desplegado durante la mañana. Apenas hablamos durante aquel rato, más atentos a la comida y la bebida que a cualquier otra consideración, aunque de tanto en tanto mi pensamiento iba hacia lo que había visto debajo de la mesa unos minutos antes. Terminadas las pizzas compartimos un exquisito tiramisú y pedimos unos cafés. Mientras los saboreábamos, me miró con una sonrisa pícara.

-          ¿quieres ver el pack completo?

-          ¿Cómo, que quieres decir?

Sin que me contestara vi como ocultaba de nuevo las manos bajo la mesa que volvieron a aparecer desabrochando el resto de los botones que aún permanecían en su sitio. Cuando hubo terminado con el último, miro alternativamente hacia ambos lados y, tras asegurarse que nadie la observaba, se abrió el vestido de par en par. Sus pechos, con los pezones abultados de la emoción, lucían en toda su magnitud.

-          ¿Te gusta lo que ves?

-          Guau… por supuesto… ¿Nunca te ha dicho que eres un poco “sueltecita”? -le dije intentando dar a mi voz una entonación sensual-

-          Bueno, tengo mis días, pero sí, hoy me siento bastante “liberada”.

La aparición en la acera de una persona mayor (mayor que nosotros, digo) propició una rápida reacción de vergüenza por parte de Raquel, que se cerró precipitadamente su vestido cubriéndose las tetas. Los ojos como platos por parte de la anciana pusieron el remate a nuestra peculiar escena.

Tras el abrupto final de aquella representación erótica, pedimos la cuenta y salimos a la calle. Aún nos duró un rato la risa recordando la cara de nuestra inoportuna visitante, al menos hasta llegar a la boca del metro, de nuevo camino de su apartamento. La idea era echar una pequeña siestecita para reponernos del ajetreo de la mañana y reposar la comida.

Eran más de las tres de la tarde cuando llegamos al andén de la estación y, aunque la hora punta ya tocaba a su final, el metro que llegó estaba bastante lleno. Tanto como para tener que abrirnos paso hasta el otro lado del vagón donde, junto a la puerta contraria, había un pequeño espacio. Raquel apoyó la espalda en la puerta y yo me agarré a una barra lateral. Los vaivenes del viaje y la gente que en cada estación subía y bajaba nos fueron empujando el uno contra el otro hasta que estuvimos totalmente pegados. En unas curvas, la fuerza me empujaba contra ella y nos aplastaba con la puerta y, en las contrarias, ella se volcaba sobre mí, debiendo entonces agarrarme con fuerza para no empujar demasiado al resto de pasajeros. En aquellos apretones su cuerpo se mostraba cálido y receptivo y casi sin hablar permanecíamos cogidos por la cintura. Yo de tanto en tanto bajaba y subía la mano palpándola y, en una de las ocasiones, la apoyé totalmente sobre su coño por encima del vestido. Realmente, saber que no llevaba nada por debajo daba un morbo y una excitación por encima de lo normal y, poder acariciar todo su cuerpo por encima de la tela, era para mi una de las sensaciones más eróticas que podría sentir.

Por fin llegamos a nuestra estación y salimos a la calle. La tarde era soleada y tibia y daba gusto pasearla, así que caminamos lentamente hasta su casa dejándonos acariciar por el sol.

-          Y bien, ¿Qué hacemos esta tarde? -dije mientras caminábamos-, quiero decir después de reposar un ratito.

-          Bueno, por lo pronto sólo reposar -me contestó-

-          Pensaba que hoy ya me he corrido en tu coño y en tu boca, y que estaría bien poder cerrar el triángulo corriéndome en tu culo. Tres agujeros diferentes en la misma mujer y en el mismo día. Suena bien.

-          Pues te puede sonar a lo que quieras, pero me temo que hoy no voy a darte ese capricho. Ya sabes que lo del sexo anal no es lo mío.

-          Bueno, alguna vez no solo no me has dicho que no, sino que tú me lo has pedido directamente.

-          Jajaja, no me lo creo, eso habrá sido con otra.

-          No, no, fuiste tú, aunque de esto hace ya unos años, quizá por eso ya no te acuerdas, por eso y porque estabas bastante bebida, bueno, ambos lo estábamos. ¿Te lo recuerdo?

-          Cuenta, cuenta.

Pues habíamos cenado en casa de unos amigos y andábamos un poco fuera de control por aquello del vino y las copas. Íbamos en coche a dormir a mi casa. Yo aún vivía en el adosado que había sido familiar, no debía hacer ni tres años desde que me había separado. Cuando faltaba poco para llegar, en uno de los últimos semáforos, te reté a que te quitaras las bragas y te subieras el vestido hasta enseñar el vello púbico (por entonces no había llegado la moda de la depilación integral y tú solamente lo llevabas bien recortado) a sabiendas de que junto a nosotros había otro coche parado. Si te digo la verdad no me imagine que aceptaras mi proposición, pero para mi sorpresa metiste las manos por debajo del vestido verde de seda que llevabas, las deslizaste lentamente a través de las piernas, sacaste uno tras otro los pies enfundados en las sandalias y las colocaste sobre mi regazo. Después, levantando el culo del asiento, subiste el vestido hasta la cintura dejándolo allí recogido.

Afortunadamente en ese momento el semáforo cambio a verde y nos ahorramos saber si el conductor parado a nuestro lado había visto algo y cuál hubiera sido su reacción de haberlo hecho. A ambos nos entró una especie de risa tonta, en parte por la situación cómico-erótica que representábamos y en parte por la buena cantidad del alcohol que llevábamos encima. Casi todo el camino que faltaba hasta casa me lo pasé acariciando aquellos rizos negros mientras trataba de no perder el control del coche y tú, recostada en el asiento para facilitar mi labor, gemías complacida. Por fortuna no había que salir del coche para entrar al garaje, así que en pocos minutos estábamos dándonos el lote y besándonos frenéticamente sin tan siquiera abandonar nuestros sitios. Metía dos dedos en tu coño, que estaba realmente mojado, cuando me dejaste sorprendido con tu petición:

- Quiero que des por el culo.

Aquello no podía creérmelo, pues tantas veces como lo había sugerido (eso sí, estando sobrios), tantas que me habías respondido con un gesto de desagrado.

- ¿Estás segura?, -dije extrañado-

- Si, esta noche estoy muy caliente. ¿No tienes vaselina?

Y si, tenía un tubo en el dormitorio, adonde subí volando y bajé sin sentir que hubiera escaleras. Cuando regresé estabas reclinada en un viejo sofá, en la parte del garaje que hacía las veces de trastero, te habías sacado el vestido y aparecías completamente desnuda (como siempre un tanto alérgica a los sujetadores) mientras te masturbabas suavemente con ambas manos. Nada más verme subiste los pies al borde del sofá, sacaste el culo un poco más hacía afuera y te abriste los glúteos con ambas manos dejando al aire la rosada estrella de tu ano. Con los dedos de la mano derecha llenos de vaselina, comencé a hacer círculos alrededor de aquella apretada abertura mientras te besaba alternativamente los labios y las tetas, sin saber bien a qué carta quedarme.

Cuando, tras un porfiado masaje, introduje el primer dedo dentro de ti, un gritito de excitación salió de tu garganta. Cuando un segundo acompañó al primero, tu cuerpo se tensó tan sólo un segundo y recuperada de la sorpresa seguiste comiéndome la boca casi con desesperación. Cuando note que el trabajo de ambos dedos había relajado suficientemente el esfínter. me levanté y con un rápido masaje embadurné mi polla de vaselina. Como podrás imaginar la tenía dura desde antes de bajarme del coche, prácticamente a reventar. Mientras tanto, su seguiste acariciándote y jadeando, entiendo que para no perder el tono. Puse la cabeza de la polla en la entrada de tu ano y, casi sin esfuerzo, entró hasta casi la mitad. No podía creerlo, aquella vaselina debía ser mágica o tu deseo era tal, que la relajación fue completa e instantánea. No era un cuerpo extraño en tu interior, sino más bien algo largo tiempo anhelado. Eso era lo increíble, si te hubiera conocido aquella noche hubiera pensado que eras una auténtica viciosa del sexo anal, pero conociéndote, sabia que eras casi virgen por aquel camino.

Con un segundo empujón mi polla quedó enterrada en tu trasero y tu cara no expresó ni el más mínimo síntoma de dolor, más bien al contrario, era toda felicidad y lujuria. Comencé a sacarla y meterla rápidamente, sentía como los músculos de tu entrada me la abrazaban, y la conjunción del lubricante y tu excitación hacían que, entrar y salir, fuera tan fácil y placentero como hacerlo en tu coño.

Así que mii polla bombeaba adelante y atrás casi sin esfuerzo, sin descanso, con fuerza una y otra vez. Tu gimiendo, casi gritando (¡siiiií, asiiiiiií, sigue…!) yo también casi gritando (siiiií, me encanta follarte así…!) y así un minuto tras otro. No podía creer que no llegara a correrme cuando tú parecías haberlo hecho ya varias veces. Yo, que habitualmente, una vez que la meto no soy capaz de durar mucho sin derramarme, parecía que ese día no lo lograría nunca. Por fin, dando un largo grito de placer, llené tus entrañas de leche y caí derrengado sobre ti, jadeando profusamente.

Cuando recuperamos el pulso subimos a la habitación y nos quedamos dormidos casi al instante. Al despertarnos te pregunté sobre lo que recordabas de la noche anterior, pero tenías la mente en blanco, más allá de que habíamos comido y bebido en exceso o que habíamos vuelto a casa muy tarde. Yo no quise decir nada más, en realidad ni siquiera estaba seguro de que me creyeras, así que lo dejé correr y hasta hoy.

-          Vaya, es una gran historia, lástima no acordarme, seguro que de hacerlo tendría menos prevención hacia esas prácticas. Pero ahora son ya casi las cuatro, así que mejor nos dormimos una buena siesta y después… después ya veremos.

Dijo esto mientras abría la puerta de su apartamento y, cerrando tras de mí, volvió a quedarse como dios la trajo al mundo. Es impresionante la facilidad que tiene Raquel para desnudarse, parece que la ropa siempre la molestara, claro que hoy, con solo una prenda encima… tres botones y abajo el vestido, que volvió a reposar en el suelo hecho un montoncito. Para cuando yo acerté a desabrocharme los zapatos y andaba bajándome los pantalones ella ya estaba desnuda bajo la sábana, esperándome. El sol entraba a raudales por la ventana, así que bajé la persiana hasta la mitad para matizarla. La luz doraba los pechos de Raquel que asomaban por encima del embozo. Me coloqué junto a ella y la abracé. Por su parte me dio un beso como de buenas noches, se acurrucó contra mi pecho y se durmió casi al instante. Yo me quedé dándole vueltas a todo lo que había pasado hasta ese momento, que era tanto que casi no podía creerlo. Así me fui amodorrando hasta quedar totalmente dormido.

Cuando me desperté ella no estaba en la cama. Eché un vistazo de reojo al reloj de la mesilla, eran ya algo más de las seis. La oí trastear por la casa y opté por darme la vuelta y dejar que el amodorramiento que me embargaba se pasara lentamente. Ese movimiento debió alertar a Raquel, que en menos de un minuto apareció en la habitación.

-          Arriba, dormilón, que ya han pasado las burras de la leche -me dijo, haciendo referencia a un viejo dicho de su pueblo-

-          Uffff, estaba realmente cansado -le contesté, dándome la vuelta y quedando bocarriba, levemente incorporado sobre los codos. Mi pene, agotado del trajín de la mañana, yacía fláccido, vencido hacia un lado- ¿qué hacías?

-          Nada, bueno, no gran cosa, realmente me he levantado hace diez minutos, pero como parecías tan dormido he procurado no molestarte.

Lucía una bata corta de color verde intenso, de textura como la seda, amarrada con un cinturón. Se quedó a los pies de la cama, mirándome.

-          Estaba pensando en lo que hemos hablado antes sobre el sexo anal, en lo mucho que fantaseáis los tíos con eso, y sobre todo en las veces que hemos hablado sobre que a ti te gustaría tener la experiencia… pero como “receptor”.

-          Pues sí, es verdad, alguna vez me gustaría probar que se siente con una polla dentro del trasero, aunque al no ser homosexual pues no sabría cómo o con quien conseguirlo.

-          Para eso estamos las amigas, para hacer realidad las fantasías, al menos parcialmente. Yo no tengo una polla, pero tengo esto…

Se abrió la bata y de su entrepierna vi como emergía un brillante falo morado de regular tamaño. No llevaba ningún tipo de arnés, sino que salía directamente de su vagina, curvado exactamente igual que un pene erecto. Había visto ese modelo en algún catálogo de material erótico y siempre me llamó mucho la atención. El aparato, en forma de “U”, tenía una rama gruesa y rugosa que se acoplaba a la vagina de la mujer y otra más fina y larga con la que penetrar a su compañero o compañera.

El efecto era bastante real, una auténtica mujer con una auténtica polla, acentuando más el efecto la ausencia de cualquier tipo de correa, que en otros modelos daban una fría impresión de artificio. La visión me dejó sin palabras, pero un sensual cosquilleo me recorrió desde la parte posterior de los muslos hasta la altura de la espalda, pasando por perineo y los testículos, cuyo vello se erizó ligeramente. Mi pene, desoyendo la sensación de cansancio, empezó a llenarse de sangre.

-          Joder, me has dejado de piedra. Una hermosa mujer con una hermosa polla, ¿qué más se puede pedir? Bueno, que estoy deseando empezar… pero antes ¿puedo ir al baño?, estoy que reviento después de la siesta, y ya de paso me lavo los dientes, que tengo la boca pastosa de tanto dormir.

Me levanté de un salto y corrí hacia el aseo para realizar aquello que había dicho. No me demoré más de cinco minutos y como era de esperar volví con una más que terciada erección.

-          Ya estoy, ¿qué quieres que haga?

-          Por lo pronto quiero que me la chupes. Ahora vas a ser mi putita y harás lo que yo te diga. Ven aquí y ponte de rodillas -y lo decía con una risita burlona, imitando alguna peli guarra, mientras internamente se partía de risa-

Por supuesto le seguí el rollo, me arrodillé sobre la alfombra y sujeté aquel aparato con la mano derecha mientras con la izquierda me agarraba a su culo. Debía medir unos 15 centímetros de largo por tres de diámetro, vamos que no era una BBC, pero no estaba mal como primera experiencia. Me metí la punta en la boca y comencé a embadurnarlo de saliva.

Era consciente de que cualquier cosa que hiciera iba a repercutir en la estimulación de sus zonas más sensibles, así que mientras intentaba que aquello pareciera una mamada profunda y procuraba reproducir lo que ella me había hecho esa misma mañana, imprimía pequeños pero firmes movimientos que incidían en su clítoris y su punto G. Y aquello parecía funcionar porque Raquel, con las dos manos sobre mi cabeza, parecía pasarlo muy bien (siiiiigue… siiiiigue… siiiii… ahhhh…) y todo su cuerpo se movía al compás de sus embates en mi boca.

Cuando ya creía que no iba a parar hasta correrse, me detuvo y me empujó sobre la cama.

-          Ahora te toca a ti, a ver si esto es tan bueno como lo que antes me has contado. Colócate en posición, ya sabes a que me refiero.

Yo no contesté. Mi excitación y mi deseo estaban por las nubes. Me situé como la recordaba a ella, piernas flexionadas con los pies y el culo al borde de la cama y las manos abriéndome las nalgas. De un cajón de la mesilla sacón un tubo de lubricante y esparció un generoso chorro sobre sus dedos. Éstos fueron directamente a masajear los bordes de mi ano haciendo círculos que se alejaban o se acercaban al centro. El lubricante era un gel de efecto calor de modo que en unos segundos lo noté ardiente, como si toda la energía de mi cuerpo se focalizara en ese punto. Siguió y siguió haciendo círculos y acariciando de arriba abajo entre mi coxis y mi periné hasta que sin advertirme apoyó la yema de un dedo en el esfínter y lo introdujo casi completamente en mi interior.

Tras un segundo y sorpresa y una ligera contracción volví a relajarme, mientras que ella comenzó a follarme lentamente con ese dedo. De cuando en cuando nuevas porciones de gel eran añadidas a las originales haciendo que ese movimiento de mete-saca no encontrara absolutamente ninguna dificultad. Y aprovechando esas facilidades un nuevo dedo se unió al primero. Ahora no había solo un movimiento de entrada y salida, sino que a este se añadió uno de rotación que repasaba toda la circunferencia interna de mi esfínter.

Aquello me estaba gustando, y mucho, muchiiiisimo, y respiraba de forma agitada sabiendo que lo mejor estaba aún por llegar.

Mientras con una mano dilataba y estremecía mi ano, con la otra estaba ya lubricando su pene postizo e intercambiando sus dedos por la punta de este, sin dar tiempo a que mi anillo recuperara su posición cerrada, introdujo de un golpe los primeros centímetros del falso glande. Noté como aquella prótesis me iba invadiendo milímetro a milímetro cuando de pronto se añadió algo que cambiaba radicalmente, para bien, las sensaciones. Aquella polla que invadía tan fuertemente mis entrañas empezó a vibrar suavemente con fluctuaciones que bajaban y subían a espasmos regulares. Diiiiiooos!!, aquel aparato también vibraba y casi me estaba haciendo llegar al éxtasis. Llegados a este punto, Raquel comenzó un profundo y suave mete-saca que me hizo gritar de gusto.

-          Siiiiiii…siiiiiii… fóllame… fóllame… me encaaaaaanta!!!!!!!!!

Era fantástico, nunca había sentido un placer así, verse invadido sin poder controlar lo que entra y sale de tu organismo, saberse a merced de otra persona que lleva el control sin dejar de darte placer. Con los papeles totalmente cambiados, Raquel se tumbó sobre mi pecho y me besó sin cejar en su movimiento de entrada y salida. Sólo estuvo un momento porque en esa postura mi pene y mis testículos eran unos complementos incómodos, así que levantándose de nuevo agarró mi polla con las manos llenas de lubricante y en un momento me sentí a la vez enculado y masturbado. Todo mi cuerpo se agitaba y ella, también afectada por la vibración y el movimiento, movía todo su cuerpo de forma que parecía a punto de correrse. Y lo hizo, entre un grito flojo y un suspiro intenso. Y yo también lo hice, en tres prolongados espasmos que eyacularon una pequeña cantidad de semen, o lo que fuera, pero que me dejaron absolutamente agotado, temblando en pequeños tics como si fueran réplicas de un terremoto.

Raquel sacó con suavidad el aparato de mi trasero, se deshizo de la inserción de su coño con la misma sencillez y se tumbó a mi lado respirando agitadamente. Con su mano derecha acarició mi pene ya totalmente fláccido, restregando el poco semen que había derramado alrededor de mi ombligo. Por mi parte acaricié con mi mano izquierda su monte de venus y posé mi dedo sobre su clítoris que parecía también palpitar con la misma agitación que sus pulmones.

Permanecimos en esa posición durante bastantes minutos, bocarriba, con los ojos cerrados y la respiración convulsa, recuperándonos no solo del último rato en la cama, sino de todo un día de sexo, pasión y sorpresas.

-          Cuando me llamaste la semana pasada te juro que no me imaginaba la que se venía encima y, de haberlo sabido, no estoy seguro de que hubiera aceptado.

-          ¿Y eso?

-          Pues no sé, todo me hubiera parecido como una fantasía. Nunca creería que podría hacer lo que he hecho…, bueno…, lo que hemos hecho.

-          Quizá hemos demostrado que tenía razón ese viejo colega mío, el que decía que el primer polvo era por el hombre y, si había más, eran por la mujer.

-          Pues efectivamente, yo en el primero quizá hubiera parado, pero has sabido mantenerme excitado todo el día. Guaaaau, ha sido increíble. Una experiencia sexual como no he tenido ninguna. Nunca la olvidaré.

-          Yo tampoco, no creas. Y si te digo la verdad tampoco las tenía todas conmigo de que llegáramos a este punto como hemos llegado. También para mí ha sido algo super, creo que irrepetible.

-          Bueno, podemos quedar otro día, aunque no sea tan intenso, que ya no tenemos edad.

Y los dos nos reímos a carcajadas. Seguimos acostados un buen rato aún, charlando a ratos de lugares y personas comunes, luego nos dimos una ducha (ahora por separado) y nos bajamos a tomar unas cañas. Después nos despedimos con un corto beso en los labios y cada uno emprendió el camino a su respectivo domicilio.

Esa noche dormí profundamente, aunque en sueños me venían a la mente imágenes a veces tiernas, y a veces pornográficas. Seguía algo cansado cuando me levanté para ir a la oficina, pero qué diablos, me lo había pasado tan bien el día anterior que aquello era mucho mejor que despertarse totalmente relajado después de un fin de semana sin hacer absolutamente nada.

Y la vida siguió.