Raquel y Javier (1): Cenar y... a la cama

Raquel y Javier quedan para cenar y vuelven a casa con ganas... "Metió las manos por debajo de la falda y, tras dos graciosos movimientos de los pies, depositó unas delicadas bragas negras sobre mi mano..."

Puedes leer el primer relato sobre Raquel y Javier en

https://www.todorelatos.com/relato/168092/

RAQUEL Y JAVIER (2): CENAR… Y A LA CAMA

La cena con Raquel estaba llegando a los postres. Habíamos quedado aquella noche para ponernos al día tras casi dos meses sin vernos. Después de la inolvidable sesión de sexo de la pasada primavera, las ocupaciones de ambos nos habían llevado por caminos separados. Yo había tenido que viajar bastante por motivos laborales y ella había pasado una temporada larga con agobios de trabajo, largas jornadas que a veces incluían parte de la noche.

Nosotros éramos del tipo de amigos que no necesitan estar permanentemente en contacto, es más, podíamos estar meses sin hablar, pero al encontrarnos, siempre volvíamos a retomar la relación como si nos hubiéramos visto el día anterior y, aunque lo sabíamos casi todo el uno del otro, casi nunca nos metíamos a opinar sobre lo que hacíamos cuando no estábamos juntos. Eso convertía la relación en una sucesión de buenos momentos que disfrutábamos sin pensar en otra cosa. Por supuesto, ambos nos contábamos también las cosas malas o desagradables que nos ocurrían por separado y estábamos a disposición del otro para ser paño de lágrimas o apoyo económico si era preciso. Lo que si estaba claro es que teníamos una química especial en la cama o donde quiera que la excitación nos llevara a practicar sexo. En resumen, hubiéramos hecho un buen matrimonio si no estimáramos tanto nuestra libertad. Y así nos iba bien.

Ella, como siempre, estaba muy atractiva y, siendo ya verano, algo ligera de ropa, como correspondía al clima que disfrutábamos y a sus propios gustos: blusa roja que semejaba seda, muy ligera sin llegar a ser transparente, sin sujetador, como era habitual en ella siempre que podía (para los años que tengo, aún tengo las tetas en su sitio -decía-, así que hay que disfrutar de ellas y no llevarlas oprimidas). En la parte inferior una falda lisa, con vuelo, por encima de las rodillas, y unas sandalias altas de tacón, también negras. El conjunto, muy favorecedor, más que resaltar sus formas, las insinuaba y eso la hacía a mis ojos doblemente deseable, por aquello del morbo de desvelar el misterio que la ropa ocultaba.

Por entre los botones desabrochados de la blusa destacaba un colgante con una perla blanca y uno se planteaba si estaría ahí para solo para ser admirada o bien para atraer la vista al nacimiento de sus pechos, que se destacaban pocos centímetros más abajo.

Como siempre todo en ella emanaba un aire de sensualidad feliz.

Tras pagar la cuenta -a escote, como era costumbre- paseamos lentamente por calles a esa hora solitarias mientras nos dirigíamos hacia mi casa. Ambos sabíamos lo que allí iba a ocurrir, así que la conversación, aliñada con un par de cervezas y una botella de vino durante la cena, comenzó a ponerse picante. Sin saber porque, le solté de sopetón:

-          Y tú, cuando te masturbas, ¿con qué te excitas?

-          ¿qué quieres decir?

-          Pues eso, que si un día estás caliente y te apetece, como suele decirse, hacerte un dedo, acudes a la pornografía o te basta con tu imaginación, no sé, los hombres vemos mucho porno según dicen los estudios, pero vosotras...

-          Pues no puedo hablar por todas las mujeres, claro, pero yo cuando tengo ganas suele ser porque ya me he excitado con algo. Puede ser al ver una escena un poco fuerte en una película, algo que estoy leyendo o bien algún recuerdo que me venga repentinamente a la cabeza, como lo del otro día contigo, ya me entiendes.

-          ¿Y entonces?

-          Pues entonces nada, bragas abajo y un poquito de saliva en el dedo. Y así, lentamente, masaje arriba y abajo, adentro y afuera hasta que me corro -y Raquel entrecerraba los ojos mientras lo describía-. Y si no, cuando quiero algo más, un poquito de lubricante y un buen vibrador. Mano de santo, chico. Sabes que Marilyn cantaba eso de que los diamantes son los mejores amigos de las chicas, pues es mentira, donde esté un buen vibrador… un diamante nunca podrá hacer ese trabajo. Al menos a mí, nunca me dejaría semejante cara de felicidad.

-          Bueno, bueno, una polla tampoco está mal…

-          Por supuesto que no, pero son cosas distintas y, cada una en su momento son insustituibles.

-          ¡Y la combinación de ambas, ya es la repera!

Y ambos reímos con ganas, entendiendo, más allá del aspecto meteorológico, como subía la temperatura del ambiente. Aprovechando la ausencia de gente y la relativa oscuridad de la calle, nos dimos un corto pero electrizante beso, mientras mi mano pellizcaba una de sus nalgas. Ya sin freno, volvimos a repetirlo llegados al portal de mi casa, mientras esperábamos el ascensor, sin molestarnos tan siquiera en encender la luz.

-          ¿Como era eso que decías antes?, bragas abajo y…

Me miró con picardía entendiendo la indirecta. Metió las manos por debajo de la falda y, tras dos graciosos movimientos de los pies, depositó unas delicadas bragas negras sobre mi mano.

-          ¿Te referías a esto? -y me miró ladeando la cabeza, como si la inocencia fuera una de sus virtudes-

-          Yo no lo hubiera dicho ni hecho mejor -y la abracé mientras se abrían las puertas del ascensor. Pasamos dentro casi a tientas, con ambas lenguas enredadas en boca ajena-

Afortunadamente la hora no era propicia para vecinos indiscretos y subimos sin interrupción hasta el octavo en un mar de saliva, calor y manos descontroladas. La fina tela de la falda dejaba patente lo ya sabido, la ausencia de toda barrera entre esta su piel.

Entramos en casa en tromba y nos apoyamos en la pared para seguir besándonos. Pero por un momento se impuso la cruda realidad mundana y fisiológica…

-          Necesito ir al baño… urgentemente -dijo, como temiendo romper un encantamiento-

-          Pues ahora que lo dices, a mi tampoco me vendría mal. Ya sabes, la cerveza…

Y los dos corrimos en direcciones opuestas, cada uno al baño más cercano. Suerte que la casa dispone de dos. Un minuto después Raquel salió tal como había entrado, aunque con la cara más relajada. Yo aproveché para despojarme de los pantalones, liberando mis partes de la presión que estos ejercían, fresco y dispuesto, aunque para qué negarlo, ansioso.

Ansioso de volver a meter mi lengua entre sus labios y mis manos bajo su falda, aunque por ahora me conformé con abrazarla y acariciar sus rotundas formas por encima de esta. Lentamente nos acercamos al sofá. Yo me senté y ella se acuclilló sobre mis rodillas frente a mí. Notaba su calor a lo largo de mis piernas y como poco a poco, mientras nos besábamos, nuestros cuerpos se iban acercando hasta estar totalmente pegados.

Subí las manos por sus muslos desnudos hasta llegar a su culo. Agarré cada uno de sus glúteos con una mano y los separé mientras los amasaba más que acariciarlos. El calor de su coño me abrasaba por encima de la tela del bóxer. Recorrí su espalda hasta la nuca por encima de la blusa y, cayendo por debajo de sus brazos, le agarré ambos pechos buscando la cúspide de sus excitados pezones. Mientas, ella se afanaba en desabrocharme los botones de la camisa y, una vez despejado el camino, me pellizcaba los míos, haciéndome gritar de placer y dolor simultáneamente. Sabia que aquello me ponía a mil, y podía notar como con cada pellizco mi pene daba un pequeño salto que percutía a su vez en su mojada entrepierna.

Imité la operación con los botones de su blusa para disfrutar de la golosa sensación de sorber y mordisquear sus pezones con ansia, derrochando saliva. Mientras mis dedos pellizcaban el izquierdo, el derecho era sometido a la dulce tortura del mordisco liviano, la lengua juguetona y la succión profunda, hasta hacerlo crecer más allá de sus límites naturales. En unos instantes, dedos, lengua, labios y dientes tornaban a ocuparse del pecho gemelo con la misma dedicación y placer que el anterior. Y así, durante unos minutos, yo me ocupaba de sus tetas y ellas se dejaba hacer echando hacia atrás la cabeza con abandono.

Sin decir nada, como si tuviéramos algún tipo de telepatía, decidimos al unísono que era hora de ir más allá. Raquel se puso en pie para despojarse de la blusa y dejar caer la falda al suelo con un rápido movimiento de cremallera y yo, apenas levantando el culo del sofá, me liberé de la cárcel del bóxer y arrojé la camisa sobre el sillón contiguo.

Raquel se arrodilló en el suelo delante de mí y, agarrándome la polla con una mano, se la metió en la boca embadurnándola de saliva caliente. Tras un par de embestidas hizo amago de continuar con una mamada profunda, pero yo, temiendo correrme antes de tiempo, la paré pidiendo que se incorporara. Al hacerlo la giré para que se sentara sobre mí, pero dándome la espalda. Descendió sobre mi polla, abriéndose los labios vaginales, hasta que esta se le insertó unos pocos centímetros. En esa postura se dejó caer sobre mi pecho y, volviendo la cabeza me regaló un espléndido y húmedo beso. Sujeté sus pechos con mis manos como si calibrara su peso y los acaricié y presioné en círculos precisos. Permanecimos así unos pocos segundos hasta que la tirantez en su cuello por la forzada posición la hizo volver a mirar hacia adelante. Su vagina parecía abrirse y cerrarse en pequeños espasmos, acariciando con suavidad la punta de mi polla.

En un instante llevé mi mano derecha hasta su cara mientras con la izquierda mantenía la presión sobre ambas tetas. Metí el dedo corazón entre sus labios y ella lo saboreó con lujuria cuando yo lo metía y sacaba sin prisa. Sabiendo lo que eso representaba, volteó un poco la cabeza para sonreírme con picardía.

Fruto de tantos años y tantos polvos, era deliciosa la sincronización que a veces teníamos. No hizo falta decir una palabra para que yo abriendo mis piernas y ella cerrando las suyas fuera acomodándose en mi regazo y, echando después el cuerpo hacia delante, conseguir una profunda penetración hasta la base misma de mi aparato. A la vez, esa postura dejaba su ano lo suficientemente expuesto para que mi dedo, untado primorosamente por su saliva y, precedido de un pequeño masaje circular, no tuviera ninguna dificultad en penetrarla. Agradecida, que no sorprendida, por esa intromisión, Raquel exhaló un breve suspiro de placer y sujetándose al borde de la mesita auxiliar, comenzó a moverse arriba y abajo, despacio al principio y aumentado el ritmo según iba afirmándose en la postura. Mi polla y me dedo salían y entraban de sus respectivos agujeros sin dificultad y nuestros jadeos y suspiros daban fe del placer que a ambos nos proporcionaba ese ejercicio.

Raquel parecía estar en éxtasis, sometida a aquella mini doble penetración y repetía de manera inconexa palabras como “Siiiii…” o “Siiiigue, siiigue…”. Esto, junto con la visión de sus tetas volteándose como campanas adelante y atrás en cada embestida, fue demasiado para mi y me corrí con un suspiro hondo mientras ella, aprovechando la lubricación extra que le ofrecía mi semen, siguió un poco más hasta deshacerse en un brutal orgasmo, tras el cual cayó hacia atrás sobre mi pecho en un mar de sudor y flujos.

Tras reponerse unos instantes se levantó y, dándose la vuelta, volvió a sentarse a horcajadas sobre mis piernas, me pasó las manos por detrás de la cabeza y me besó con ternura, sin prisa, dando a su lengua un movimiento acariciante que me hacía cosquillas en las encías. Notaba como de su entrepierna salían oleadas de semen mezclado con el producto de su corrida, un líquido caliente que iba restregando con parsimonia sobre mi pene ya fláccido, mi vientre y mis muslos apresados entre los suyos.

Nos mantuvimos así varios minutos, dándonos cariño y dejando que nuestra respiración se normalizara hasta que la propia incomodidad y la hora que marcaba el reloj nos pusieron en el camino de la cama, previo paso por el baño para asearnos un poco.

Nos arrebujamos bajo las sábanas, el cuerpo tibio de Raquel pegado al mío, su cabeza descansando en mi hombro y mi mano derecha rodeando su pecho. Parecíamos de golpe desvelados tras la intensa sesión de sexo.

-          ¿No puedes dormir? -le dije al cabo de unos minutos-

-          No, pero realmente no lo estoy intentando, estoy tan a gusto aquí relajada… y ni tan siquiera debe ser muy tarde. Déjame ver la hora

Se giró hasta alcanzar el reloj que había dejado sobre la mesilla.

-          Ves, las doce y cuarto

Y volvió a acurrucarse sobre mi pecho.

-          Además, hoy es sábado, no hay prisa, mañana no hay que madrugar.

En aquella calurosa noche de verano, a la escasa luz de la lamparita, nuestros cuerpos, moldeados por la fina tela de la sábana, parecían la figura yacente de una estatua etrusca.

-          No me has contado nada de tu crucero por las islas griegas -volví a intentar establecer una conversación- ¿Qué tal la vida en un barco?

-          Pues fue maravilloso, aunque de eso hace ya casi dos meses. Si recuerdas, te dije que me iba un par de semanas después de la última vez que nos vimos. Ha sido realmente maravilloso, los paisajes de la costa desde el mar son espectaculares y las excursiones por tierra preciosas. Estoy segura de que a ti también te gustaría.

-          Es posible, pero la verdad no me veo viviendo en un barco. Me lo imagino, como de diría, un poco claustrofóbico.

-          Que va, para nada. Bueno, quizá un poco cuando estás en el camarote, porque las ventanas, bueno, la única ventana, no es muy grande, y de noche al estar todo oscuro te falta la perspectiva exterior. Pero, en fin, nada que no se arregle con un par de copas… o con una buena compañía.

-          Pero tu ibas con una amiga, ¿no? ¿no me digas que te has enrollado con ella? -dije entre divertido y falsamente escandalizado-

-          Ja, ja, ja -rio sardónicamente- por supuesto que no. Pero si vieras la cantidad de oportunidades que hay no te lo creerías. ¿Recuerdas esa serie antigua de televisión, Vacaciones en el mar, en la que en cada capítulo había siempre varios líos entre los pasajeros?, pues más o menos. Debe ser por el ambiente siempre festivo, porque es un sitio cerrado del que no puedes salir, o por aquello de “ Lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas ” pero aplicado a un barco.

-          Y a ti, claro, muchos te tiraron los tejos.

-          Más de uno, no creas.

-          No me extraña, seguro que los tenías a todos encandilados con tus bikinis minúsculos y tus vestiditos escotados.

-          Por supuesto, ya sabes que no soy ninguna monja vistiendo y, si vas a un sitio en el que no te conoce nadie, pues más a mi favor. Llevaba una buena colección de vestidos de todo tipo, incluso alguno bastante recatado, no creas -y se rio con ganas, haciendo temblar toda la cama-

-          Y con ropa interior a juego, claro.

-          Eso ni se pregunta, ¿Cuándo he ido yo con ropa interior de abuela?

-          Nunca, por dios, ni se me ocurriría plantearlo…

-          Pues eso, ya me conoces, mis conjuntos de fantasía, mis braguitas o mis tangas cuando no es necesario usar sujetador, mis tops lenceros…, lo normal…

-          ¿Y tu amiga… es también cómo tú?

-          ¿Eh, en qué estás pensando? No, no, ella es mucho más “tímida”, pero lo pasamos bien juntas. O que te creías, que íbamos por ahí como leonas de caza…

-          Jajaja, de tí sí lo hubiera dicho.

Y su respuesta fue un inmediato pellizco en el interior del muslo, cerca de la ingle.

-          La próxima vez te pellizcaré un huevo, por difamador.

-          Vale, vale, volvamos al asunto que nos ocupaba, ¿tú, ligaste o no ligaste?

-          Uummm…

-          No te lo pienses tanto, la pregunta es bastante sencilla.

-          Pues se llamaba Jaime y tendría sus 55, aunque muy bien llevados. No muy alto, pero guapo, fuerte y en forma. Y siempre bien vestido. En fin, un “ bombonsito ”. Viajaba con su pareja… que se llamaba Pablo.

-          ¡¿Te ligaste a un gay?! Eso sí que me rompe los esquemas. Incluso para ti es demasiado.

-          Espera, espera que te cuento.

-          Dale, dale.

-          Pues ambos comían en la misma mesa que nosotras, y sí, eran un par de homosexuales que estaban de vacaciones como todos los demás y que compartían camarote, así que yo supuse que eran pareja. Sin embargo, cuando te encontrabas a solas con Jaime, siempre te decía algo agradable, que sonaba como un piropo masculino más que como un halago gay. Que si que guapa estás hoy, que si ese vestido te sienta de maravilla, que si tal y que si cual, pero en sus ojos se adivinaba un brillo que iba más allá del simple cumplido, parecía que además de la ropa le gustaba lo que había dentro de ella.

-          Vamos, que hacía a pelo y a pluma.

-          Pues yo al principio no lo imaginaba, pero escucha. Una noche, después de cenar, salí a tomar el aire a la cubierta. Hacía un poco de fresco, pero se estaba muy bien. Yo llevaba puesto un vestido anudado al cuello y prácticamente toda la espalda al aire así que sabía que no iba a aguantar mucho acodada en la barandilla mientras contemplaba las estrellas.

Y en eso apareció él. Como siempre comenzó a alabar mi ropa, lo bonita que resultaba una espalda desnuda, mi pelo…, pero de pronto noté como su mano empieza a recorrer mi espalda y sí, el puso la excusa de que si tenía frío, pero yo sospechaba que aquello era una descarada caricia, sobre todo cuando dejó de utilizar una sola mano para utilizar las dos y pasó de estar a mi lado a situarse claramente detrás de mí, pegando todo su cuerpo al mío.

  • Vaya, Jaime, pensaba que eras gay -le dije, entre divertida y confusa-

  • Y lo soy -me contestó- pero la belleza no tiene sexo y cualquier sexo puede estar lleno de belleza.

Me di la vuelta sin mirarle, pensativa. Nuestros cuerpos seguían pegados, ahora frente a frente. Eché mano al nudo del vestido en la parte posterior del cuello y lo deshice, dejando caer ambas tiras. Mis pezones, entre el frío y la excitación, se dispararon orgullosos y desafiantes. Sus ojos se clavaron el ellos sin ningún reparo. Su boca un poco abierta denotaba una mezcla de sorpresa y deseo.

  • Y éstas, ¿te parecen bellas?

No necesité contestación. Mi mano en su paquete palpaba una suculenta erección que iba más allá de cualquier respuesta. Adelantó su cabeza para besarme y yo le respondí mientras trataba de colocar de nuevo las tiras del vestido en su sitio. Después le abrace y nos besamos durante un buen rato. Él me recorría la espalda explorando los límites del escote hasta llegar al hilo de mi tanga y los montes de mi culo y, por arriba, bajo la tela, me magreaba las tetas y tiraba de mis pezones con gran afición. Yo, por mi parte, magreaba su culo y lo apretaba hacia mí, para sentir en las puertas de mi coño la rigidez espléndida de su miembro.

Raquel calló. De pronto se quedó pensativa, como trayendo recuerdos a la memoria.

-          Y… -la interrupción brusca de su relato me había dejado en ascuas-

-          Y… bueno, ahí quedó la cosa. Aunque al principio parecíamos estar solos, en un momento nos pareció que otras personas andaban por la cubierta y que era mejor no dar el espectáculo. Nos separamos, nos arreglamos la ropa y nos fuimos cada uno por donde habíamos venido, en direcciones opuestas.

-          Uufff, os quedaríais con un buen calentón.

-          Ni te lo imaginas. Ignoro lo que hizo él, pero yo me fui directamente al camarote y aprovechando que Paula no estaba, eché el pestillo de la puerta y, sin tan siquiera desnudarme, me masturbé con furia, con la ayuda de un pequeño vibrador que había llevado por si se presentaba una ocasión parecida. Dos orgasmos tuve, no te digo más.

-          Anda, que luego cuando te encontraras con él, vaya corte ¿no?

-          Los días que quedaban de crucero nos cruzamos muchas veces, ya te dije que hasta éramos compañeros de mesa, pero ambos actuamos con naturalidad. A mí, que no tenía compromiso, me daba un poco igual y había dado el asunto por zanjado, pero entiendo que él debía disimular ante su pareja y, como en principio, todo parecía un simple arrebato propio de la situación -barco, vacaciones, calor-pues no tenía por qué ir más allá.

-          Joder, vaya historia.

-          Espera, que aún no he terminado.

-          ¿Hay maaaás?

-          Ya te digo. El último día, cuando faltaban pocas horas para desembarcar y andábamos todos preparando maletas y ordenando recuerdos y regalos, apareció en el camarote. Paula había salido hacía un par de minutos, así que supongo estaba por allí al acecho. Me dijo que venía a despedirse, que le había encantado lo de la otra noche y que aquí me dejaba su tarjeta, por si en algún momento quería que termináramos lo que tan bien había empezado… y había terminado tan bruscamente.

-          ¡Que fuerte!, vamos, que no fue el típico arrebato del que luego te arrepientes, sino que había seguido pensando en ti durante el resto del viaje. ¿Y tú, también habías pensado en él?

-          Por supuesto, aquella noche tuve que conformarme con mis dedos y un pequeño vibrador, pero lo que hubiera dado por echarle un buen polvo. Porque te aseguro que lo tenía…, o dos, quien sabe.

-          Y, ¿le llamarás?

-          Pues… la tarjeta está por ahí, no lo descarto, veremos, aunque me echa mucho para atrás el que tenga pareja.

Y Raquel volvió a callar, pensativa. Ahora ella era la que descansaba bocarriba yo el que la contemplaba, apoyado sobre mi costado izquierdo. Su historia me había provocado una hermosa erección y sentía curiosidad por saber si ella también se había excitado contándola. Subí mi mano izquierda por su muslo hasta llegar a sus labios vaginales que, al contacto de mis dedos, parecieron abrirse de par en par dejando paso franco. Dentro, un mar de fluidos espesos y calientes parecía hervir de deseo. Metí dos dedos todo lo que pude y ratifiqué que todo su interior estaba igualmente inundado. Los deslicé por encima de su clítoris dos o tres veces. Raquel cerro los ojos y sonrió complacida. Los saqué empapados y los metí en su boca. Raquel los saboreó en medio de un gruñido como de ronroneo gatuno.

En ese momento deseaba más que nada en el mundo empapar mi lengua en aquel manantial viscoso y perfumado, así que bajé hasta sus muslos y, separándolos todo lo que pude, comencé a beber con avidez de aquella inagotable fuente. El clítoris, hinchado y enrojecido semejaba un pequeño pene erecto que engullí entre mis labios mientras mis dedos horadaban su vagina, presionando con fuerza su punto G contra mi boca.

Raquel, con las piernas abiertas formando casi una T con el resto del cuerpo, se agarraba al cabecero de la cama agitándose, gritando, moviendo la pelvis salvajemente, tanto que me hubiera golpeado la cara con su pubis si no tuviera mi lengua firmemente incrustada en su intimidad. Noté que su corrida estaba cerca cuando, separando las manos de las barras del cabecero, las puso sobre mi cabeza apretándola todavía más contra su coño, mientras sus piernas, ahora flexionadas y con los pies afirmándose sobre la cama, levantaban su pelvis, formando una línea recta de sus hombros a sus rodillas. Tras aquella proeza gimnástica, un ruidoso, casi agónico, orgasmo sacudió completamente su cuerpo.

Si darle tiempo a recuperarse, me coloqué sobre ella introduciendo, casi al unísono, mi lengua en su jadeante boca y me polla en su encharcada vagina, haciendo que todo su cuerpo se tensara nuevamente.

-          ¿Te gusta el sabor de tu coño?

-          Síii, me encanta -casi gritó- creo me voy a correrme de nuevo, AAHHHHHH!!!

Ante tal profusión de lujuria, no puede aguantar más de tres o cuatro embestidas antes de correrme yo también, jadeando como si acabara de terminar una maratón.

-          Ya estoy muy mayor para estos trotes -dije cayendo derrengado a su lado, envuelto en sudor- pero ha sido magnífico. Tu historia del gay reconvertido me ha puesto a mil.

-          Ya te veo, y creo que tú también has podido comprobar como me ha puesto a mí.

-          Yo ya he tenido bastante por esta noche, ¿quieres que apague la luz?

-          Si… hay que ver lo que nos gusta follar -dijo en un tono cada vez más bajo, como adentrándose en el sueño-

Y nos dormimos casi inmediatamente, ella dándome la espalda mi cuerpo envolviendo el suyo, sin preocuparnos de los líquidos que resbalaban por nuestra piel ni le pegajosos que nos levantaríamos al día siguiente.

Como era previsible, el domingo amaneció soleado y caliente. Nos despertamos pasadas las 10 cuando la luz nos golpeó la cara. Ahítos de sexo desde la noche anterior, celebramos la mañana con unos pocos besos y unas moderadas caricias antes de correr al baño urgidos por las necesidades fisiológicas.

Los dos teníamos planes por separado, así que tras la pertinente ducha, decidimos que lo mejor era ir a desayunar fuera, a una cafetería con terraza que había en las cercanías.

-          ¿Has visto mis bragas por ahí? -me gritó Raquel desde el salón-

-          Bueno, pensé que cuando anoche me las diste eran un regalo, pero en cualquier caso no sé por donde andan. Creo que la tiré por algún sitio. En el estado en que estábamos no me fijé donde cayeron. Estarán bajo algún mueble.

-          No es que me importe mucho, pero si voy a estar todo el día por ahí…

-          No te voy a decir que te pongas mis calzoncillos, pero lo que sí puedo ofrecerte es un tanga, de los que uso para mis noches locas.

-          Jajaja, vale, deja que me los pruebe.

En un cajón de la mesilla guardaba unos cuantos tangas para usarlos cuando el sexo además de pasión y desenfreno era también diversión y morbo. Los solía comprar en tiendas eróticas, así que eran en general pequeños y sexis. Raquel eligió uno negro -me hace juego con la falda, dijo-, de redecilla poco tupida y estilo hilo dental. Le quedaba bien, aunque se notaba que estaba diseñado para encajar un pene dentro, ya que por delante se veía abultado y flojo.

-          Me siento extraña, peor al menos no tendré que ir todo el día con el coño al aire.

-          Y además, cada vez que lo sientas te acordarás de mí.

-          Pues sí, sobre todo cuando tenga que ir al baño… y sabes que yo voy mucho -dijo, mientras me guiñaba un ojo-.

Bajamos en el ascensor y, antes de salir del portal, me paré en seco.

-          Espera, tengo que subir de nuevo, me he dejado en casa una cosa. Tengo que dársela a uno de los amigos con lo que he quedado. No tardo nada.

-          ¿Te acompaño?

-          No, no, si es un momento, espérame aquí.

Subí de nuevo y, una vez en casa, me deshice rápidamente de los pantalones y el bóxer y, moviendo uno de los sillones del salón, localicé las bragas que Raquel me había entregado y que yo, egoísta, había traspapelado furtivamente. Como eran de tipo culotte y bastante elástica me estaban casi bien y recogían la polla adecuadamente, aunque no estaba seguro de que fueran cómodos en caso de una erección.

Menos de cinco minutos después estaba otra vez con ella saliendo del portal en busca de un sitio para desayunar.

En la terraza de la cafetería, delante de unas tazas de café y unas tostadas parecíamos una pareja normal y corriente, quizás aburrida después de muchos años de matrimonio, de vuelta de todo. Sólo el detalle de la falta de alianzas en nuestras manos podía delatar lo especial de la situación. Domingo y media mañana explicaban el escaso público que poblaba la terraza.

-          ¿Qué tal con tus bragas prestadas?, ¿son cómodas?

-          Pues sí, bastante. Además, a todo se acostumbra una.

-          Las mías tampoco están mal, -dije con una sonrisa que quería se pícara- son muy suaves.

Me desabroché los botones y, abriendo parcialmente la bragueta, mostré una porción del encaje negro.

-          Así que no se habían perdido, tú las habías escondido -dijo, acentuando rotundamente el “tú”-

-          Claro, yo también quería acordarme de ti cada vez que sintiera su roce. Y por supuesto al ir al baño.

-          Eres un degenerado incorregible.

-          Y tú una putita viciosa.

Y ambos nos carcajeamos con ganas de los líos me montábamos siempre que estábamos juntos.

Tras pagar la cuenta caminamos hasta una calle cercana donde estaba su parada y esperamos unos minutos hasta que llegó el autobús que la llevaría al centro. La vi alejarse y, mientras se despedía agitando su mano como una reina, no pude dejar de recordar la escena que ambos habíamos protagonizado, no hacía tanto, en uno semejante. El encaje de sus bragas acarició la incipiente erección de mi pene.