Raquel y el Derecho Civil

Porqué Raquel suspendía una y otra vez la última asignatura de su carrera, el Derecho civil.

Raquel era buena estudiante, su expediente académico así lo reflejaba. Ya solo le quedaba una asignatura para terminar por fin la carrera: Derecho Civil. Pero no lograba aprobarla de ningún modo. Ya era la tercera vez que suspendía y no se explicaba porqué. Salía con una buena impresión de los exámenes pero su nota seguía siendo la misma: insuf-. Las reclamaciones le servían de bien poco. Su profesor corregía con dureza, y siempre encontraba argumentos para justificar su suspenso. Esta semana volvía a presentarse en la convocatoria extraordinaria. Tras tres suspensos seguidos era su última oportunidad de sacarse la asignatura. Y ella sin embargo ya no sabía que más debía estudiar...

Esa mañana cuando salió de clase encontró una nota en su taquilla. Era de Jaime Serrano, su profesor de Derecho Civil. La citaba en su despacho esa tarde a les 16:00h.

Cuando llegó esa hora, Raquel se dirigió a la planta primera, donde estaban los despachos. Ya se conocía el camino hacia el de Jaime Serrano, pues estaba harta de ir hasta allí para reclamar su aprobado. Llamó a la puerta.

Adelante – se oyó desde dentro. Y Raquel entró. –he encontrado su mensaje en la taquilla. Quería verme?- -sí, Raquel, pasa... quería hablarte sobre el examen del viernes. Como bien sabrás es tu última oportunidad para superar el Derecho Civil. Y quería cerciorarme que lo tenias claro. Sé que eres buena estudiante, y no entiendo porque te cuesta tanto esta asignatura. Dime. Tú que crees que te ocurre?-

Pues la verdad que no lo sé, señor Serrano. Me sé los temas de al dedillo. Creo responder bien a las preguntas. Y siempre me sorprende encontrar ese suspenso en el tablón de notas. Cuándo le reclamo, sus explicaciones me resultan injustificadas. Pero usted es el profesor. Y quién me califica. Quizás usted pueda explicarme como enfocar la asignatura para conseguir aprobarla.

Es verdad Raquel, yo sé que le hace falta a usted para superar el examen. Incluso para sacar matrícula. Sólo un poco de buena voluntad, de maestría... –Jaime se levantó de su silla y volteó a Raquel, se situó detrás de ella y acercándose lentamente a su oído le susurró: esto es lo que debes hacer para aprobar ese examen, que en realidad, ya has aprobado tres veces (y rió levemente)-. Raquel se quedo perpleja, no entendía que le estaba diciendo ese señor, pero le dejó hablar. –Esta es la dirección de mi despacho particular: C/ Bailén, 18. Recuérdala bien porque mañana a les 16:00h te quiero allí. Sé puntual. Tu carrera depende de ello. Ven solita Raquel, y ponte mona... me ha llevado mucho esfuerzo llevarte hasta aquí y quiero que todo salga perfecto. –Volvió a reír.

Raquel no podía dar crédito a esas palabras. Le parecía increíble que todos esos suspensos se debieran a una artimaña del profesor. Pensó en denunciarlo, pero no tenia pruebas de aquello. Una vez que pidió la verificación de uno de sus exámenes al otro profesor de Derecho Civil, el Sr. Pedro Turráis, éste corroboró su suspenso. Esa noche no pegó ojo, pensó en todo. Al final encontró la solución: se llevaría una grabadora dentro de su abrigo y una vez hubiera registrado lo justo para implicarle, le exigiría el aprobado a cambio de su silencio y se iría corriendo de ese lugar.

Cuando se hicieron las 15.30h colocó una cinta virgen dentro de la grabadora que había comprado esa mañana, se la puso en el bolsillo de su abrigo y armada de valor se dirigió a la calle Bailén. Encontró el número 18, una casa elegante, como todas las de esa calle. El profesor Serrano era un abogado respetable (que sarcástico pensar eso). Metió su mano en el bolsillo, encendió la grabadora y llamó al timbre. Tras un ruido de cerrojo se abrió la puerta. Apareció una señora de edad avanzada y le pregunto que deseaba. –Vengo a ver al profesor Serrano, me ha citado aquí a las cuatro-. –Pasé usted señorita, el señor Serrano bajará enseguida. Puede esperarle en el salón. Si lo desea puede prestarme su abrigo, yo lo guardaré en el vestidor de la entrada -respondió la mujer. Raquel se aferró fuertemente al abrigo con un gesto impulsivo: -No se moleste, señora. Estoy bien así- le contestó. Pero se oyó una voz desde el inicio de las escaleras. Era la voz de Jaime Serrano que hablaba con regocijo: -Venga, señorita Raquel, préstele el abrigo. Ella lo guardará hasta su partida. No debe temer nada-

Mientras Raquel insistía en que no era necesario, el Sr. Serrano le concedía la tarde libre a su ama de llaves, que se despedía educadamente mientras él avanzaba hasta Raquel y volteándola de nuevo se colocaba detrás suyo, introduciendo una mano en el bolsillo izquierdo (el volumen del cual era mayor que el del bolsillo derecho) y se oía el "clic" de la tecla "stop" al ser presionada. –Ay, Raquel, Raquel... pero no ves que soy abogado? Esto empieza con mal pie. Debes portarte bien o tu y yo no vamos a ser amigos...– Raquel corrió hasta la puerta, intento abrirla pero Jaime fue mucho más rápido, volteó y sacó la llave. –No, no, no... esto no va bien... Puedes hacer dos cosas, Raquel: o vamos a las buenas, o vamos a las malas. Tú eliges. A las buenas te pondré la nota que te mereces, a las malas todo será mucho peor. Que decides?- Raquel no respondió, sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas y le rogó que la dejase ir, que no diría nada... pero Jaime con una sonrisa en la boca le informó que eso no era posible. La cogió de la mano y la llevó hasta un despacho, situado en la primera planta. Las piernas de Raquel le siguieron sin oponer resistencia. Una vez dentro del despacho Jaime cerró la puerta con llave y la dejó sobre una de las estanterías de la estancia.

Muy bien Raquel, buena chica. No sabes cuanto tiempo he esperado este momento, pero sabía que llegaría. Ahora solo debes hacer lo que yo te diga, si obedeces, dentro de unas horas podrás marcharte ilesa. Por el contrario, si me obligas, no dudaré en callar esa preciosa boquita. Me vas entendiendo?

Raquel asintió con la cabeza. Estaba inmóvil en el centro de esa sala, petrificada y asustada. Indefensa. No le había dicho a nadie donde iría esa tarde. ¡Pero que error tan estúpido!

Jaime se acercó hasta ella, le acarició el cabello, largo y castaño. Le secó las lágrimas de los ojos y le besó el cuello. Raquel no reaccionaba. Seguía petrificada. –Quiero que seas tú quien te vayas desprendiendo de la ropa, Raquel. Vamos, poco a poco. Empieza por la blusa. Botón por botón y desde abajo. Yo te contemplo. Vamos.- Raquel no se movía. Pero un fuerte bofetón en la mejilla la entumeció. Raquel empezó a obedecer y uno a uno se desabrochó los botones de la blusa. Jaime la contemplaba impaciente. –Así, muy bien. Ahora déjala caer en el suelo, y quítate los zapatos. Prosigue con el pantalón, lentamente- le decía mientras la contemplaba. Raquel, casi como un robot, seguía sus instrucciones. Se quedó semidesnuda, con unos sujetadores color azul y unas braguitas turquesa. Seguía llorando y entonces empezó a reaccionar. Le suplicó de nuevo que la dejara marcharse, pero como más insistía más se excitaba el profesor. Estaba allí, delante suyo y podía hacer de ella lo que le apeteciera. Sus ideas no eran pocas, pero no tenía prisa. –Quítate el sujetador, Raquel. Me muero de ganas de que me enseñes esas tetitas que se esconden aquí abajo. No me hagas enfadar-. Raquel, viendo que no tenia salida pasó sus manos por detrás y se desabrochó el sujetador. Los tirantes resbalaron por sus brazos y ella se quedó agarrando las copas fuertemente, para evitar mostrar sus pechos. –Ahora las manos en la cabeza, lentamente-. Ese gesto hizo caer el sujetador al suelo y sus pechos quedaron al descubierto. Jaime se aproximó a Raquel y mirándola a los ojos le acarició los dos senos a la vez. Primero con el interior de su dedo, luego con la palma de la mano –Que preciosidad- Le pellizcó los pezones, y se los acercó a la boca. Los lamió. Los mordió suavemente. Y se retiró de ella. –Date la vuelta, Raquel- ordenó. Ella se giró, aliviada en cierta manera por no verle la cara ni sentir su aliento asqueroso. Jaime le pasó un dedo por la goma de sus braguitas, luego otro. Los desplazó hasta los lados y tiró de ellas. Las bajó hasta medio trasero. Dejó ver la mitad de su rajita, la cual acarició. –Sigue tu, Raquel. Bájate las braguitas, poquito a poco, y hasta las rodillas. Muéstrame este culito entero. Por favor-. Raquel tardó en reaccionar pero obedeció. Inclinándose un poco se deslizó la prenda y se paró a la altura de las rodillas. Jaime fue quién las deslizó hasta el suelo, y se las sacó. –Date la vuelta de nuevo, Raquel. Ahora sí te veré por fin desnuda-. Raquel, empapada en lágrimas y tiritando, no por el frío, sino por la impotencia, se giró. –Que belleza, tu cuerpo desnudo todo para mi. Porqué hoy será para mi, verdad? Venga, enséñame como me obedeces. Separa las piernas un poquito. Un poquito más, Raquel. Así. Ves que fácil? Eres una buena chica. Ya veo que tu y yo nos vamos a entender. Ábrete la rajita, mi amor, con tus dedos, sepárate esos labios tan carnosos y muéstrame tu cochito- Con las manos de Raquel en esa posición, Jaime se acercó a ella y le acarició el clítoris, suavemente, luego desplazó sus dedos por la obertura, le introdujo un dedo, luego otro. Los metió y sacó un par de veces y luego se retiró. –Vamos muy bien, Raquel. Ahora acércate a la mesa, y siéntate en ella. Voy a mostrarte algo- Jaime se dirigió a uno de los armarios del despacho y sacó un maletín. Lo colocó al lado de Raquel, sobre la mesa, y lo abrió. Los ojos de Raquel salieron de sus cabales cuando vio su contenido: Cuatro consoladores, de diferentes tamaños y formas. –Escoge uno, mujer. Por cual quieres que empecemos?- Raquel le rogó de nuevo que le dejase marchar, que ya la había humillado suficiente. Pero Jaime le respondió: -Muy bien, elegiré yo. Vamos a ver que tal te sienta éste- Y cogió el más pequeño, uno de látex color rojo con unas pequeñas protuberancias en los laterales, que sin duda estaban destinadas a incrementar el placer, pero que hoy no causarían ese efecto en el chocho seco de Raquel. Ella permanecía sentada en el borde de la mesa y Jaime le separó las piernas, le reclinó el cuerpo hacia atrás, de manera que su rajita quedaba abierta ante sus ojos y arrodillándose frente a ella empezó a lamer. Dejaba chorrear su saliva por entre los labios y la esparcía con la lengua. Le mordía levemente el clítoris y lo succionaba, luego volvía a reseguir su rajita con la lengua... así empezó a introducir el consolador rojo en su agujero, que poco a poco se habría paso. Empezó a meterlo y sacarlo, varias veces... –Ahora sigue tu, mi amor. Muéstrame como te masturbas. A dentro, a fuera... a dentro, a fuera... sigue mi ritmo... muy bien... lo estás haciendo divinamente. Ya te diría que hemos llegado al umbral del cinco, peladito ... peladito- reía.

Cuando se cansó de contemplar como Raquel se introducía el consolador a su ritmo, se lo arrebató de las manos y le levanto de nuevo el torso, para devolverla a la posición inicial, sentada sobre la mesa. Le besó los labios y le secó las lágrimas de nuevo. –No llores, mi reina, que vamos muy bien. Ahora quiero que me desabroches el pantalón. Y que acaricies mi verga por sobre el slip. Verás como la has puesto de dura- Mientras Raquel obedecía, Jaime se iba desprendiendo de la prenda, obligando a Raquel a acariciar ahora su miembro desnudo. –Bájate de la mesa, corazón, y chúpamela arrodillada frente a mi. Que pueda ver tu carita de viciosa-. Jaime la miraba mientras su verga entraba y salía de su boca, aún no quería, pero se corrió, sujetando fuerte la cabeza de Raquel y obligándola a beberse todo su jugo. A Raquel le atravesaron el cuerpo un par de arcadas, pero no devolvió. –Muy bien, campeona. No has dejado ni una gotita. ¡Esta es mi chica!. Ahora mientras me recupero vamos a seguir jugando. Vamos, escoge tú esta vez otro aparatito del maletín. Sino tendré que volverlo a hacer yo por ti-. Raquel no participó del juego y le suplicó de nuevo que parasen ya, pero el profesor Serrano, haciéndole caso omiso, escogió un consolador un poco más grueso y liso, con un pequeño botón que sin duda ponía en marcha un vibrador. Levantó a Raquel del suelo y la acercó de nuevo a la mesa, la obligó a estirar las palmas de sus manos sobre ella, colocándola casi tumbada, pero con los pies en el suelo. Raquel se imaginó lo que iba a suceder a continuación y intentó darse la vuelta, escapar, pero Jaime la inmovilizó con su cuerpo. –Vamos, no te pongas tontorrona ahora, o me voy a enfadar-. Raquel seguía gritando, pataleando y resistiéndose. Y Jaime de un tirón abrió el cajón de la mesa y sacó una navaja. Se la acercó al cuello y le gritó: -a portarse bien, pedazo de puta, o te rajo el cuello-. Raquel se quedó quieta de nuevo, dejó de patalear y mientras notaba la fría hoja de la navaja en su cuello, se dejó caer sobre la mesa. –Ves como así todo es más fácil? Estate quietecita, no me vaya a temblar el pulso- Jaime separó las piernas de Raquel y se lamió el dedo índice, que luego pasó un por la raja del culete de Raquel. –No me digas que este agujerito es virgen?- Raquel afirmó con la cabeza. –Vaya, vaya... eso lo hace más excitante. Voy a empezar poco a poco, pues, primero con un dedito... así, suavemente, introduciéndotelo en el culito... te va gustando, putita? Pues a ver un poquito más... ya sé que duele, pero no te muevas, no se me vaya a escapar la navaja... Ves? Ya casi tengo medio dedito dentro... sigo un poquito más? piensa que debemos agrandarlo, para que nos quepa este consolador que hay sobre la mesa... no creas que me he olvidado...- Jaime consiguió introducir el dedo entero en el interior del culo de Raquel, y empezó a moverlo y voltearlo. Ella se estremecía de dolor, era un dolor intenso y nunca antes percibido. Le suplicaba que se detuviera, pero como más le suplicaba ella, más fuerte le daba Jaime, que ahora ya tenia dos dedos dentro de la mujer y seguía moviéndolos adentro y afuera. –Muy bien, creo que esto ya está! Preparada zorrita?- Jaime escupió en el agujero trasero de Raquel y mientras le restregaba su saliva empezó a empujar con el vibrador. Raquel gritaba, pero la navaja seguía apuntando a su cuello y incluso se notaba resbalar un poco de sangre... o quizás fuera su propio sudor...

Al vibrador le costó ceder, pero poco a poco Jaime consiguió metérselo enterito. –Te complace, mi amor? Ves cómo lo hemos conseguido? Ahora vamos a jugar, voy a encenderlo, y a ver como vibra dentro de tu culito... Sientes como se mueve? Te gusta?- Jaime dejó a Raquel con el vibrador en marcha y sin separar la navaja de su cuello volteó la mesa, colocándose frente a ella. –Mírame, mi alumna preferida. Aquí estás, sobre la mesa de mi despacho, con un vibrador encendido en el culo y la carita llena de lágrimas. Que delicia! Dame un beso- le dijo mientras la miraba a los ojos, que estaban rojos y hinchados de tanto llorar. Con la lengua le lamió las lágrimas, las mejillas, los labios... y sonrió.

Ya casi terminamos, mi reina. Voy a retirarte el vibrador (y la navaja), y ahora vas a hacerme gozar a mi de verdad. Túmbate en la mesa, boca arriba, con el culete dolorido en la esquina y las piernas colgando. Así, estás divina-. Le acarició los pechos de nuevo con las dos manos, se los amasó y pellizcó y de un solo empujón le clavó su verga hasta el fondo, tras un grito estridente de Raquel, que no esperaba la cogida. Empezó a follarla, primero suavemente, pero acelerando y acelerando conforme la excitación le iba invadiendo. Se la clavaba y la retiraba una y otra vez. Seguía apretándole los pechos, y empujando. Se corrió dentro de ella. Y permaneció allí, de pié, mirándola tumbada sobre la mesa, y con los pechos divinos.

-Vamos a por la matrícula, Raquel- Le dijo mientras caminaba hacia una de las esquinas de la habitación, donde colgado en un perchero estaba el bolsón de trabajo de Jaime. Sacó un móvil y marcó un número. Dejó sonar un par de veces y colgó. Se dirigió hacia la puerta, y la abrió con la llave que seguía sobre la estantería. Al instante aparecía alguien allí de pié, ante la estupefacción de Raquel. Era Pedro Turráis, el otro profesor de Derecho Civil, quién había revisado una vez su examen. Estaban compinchados! Raquel no lo dudó dos veces y se hizo con la navaja que se había quedado olvidada en el cajón entreabierto de la mesa del despacho. Intentó escapar, pero no tardaron nada en reducirla. Entre risas y chistes.

-No creías que habría matrícula sin la aprobación del otro profesor, verdad, Raquel?- Rió Pedro- Ahora déjanos solos, Jaime. Voy a examinar yo a esta mujercita-.