Raquel. Mi transformación 2

Segundo capítulo de la historia de Raquel

Este es el segundo capítulo de la historia de Raquel, una mujer superdotada de Madrid, de 29 años, que se transforma en toda una

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, partiendo de una vida, normal y corriente.

Raquel sigue contando su historia

**En el dormitorio de la casa de Alfonso, en Villaviciosa de Odón.

(Todp este capítulo, transcurre en el mismo lugar)**

Subimos a la habitación de Alfonso, yo iba amordazada, completamente desnuda y descalza, Alfonso me tomó de la mano, durante todo el trayecto hasta su habitación.

Al llegar a su habitación, Alfonso, me lanzó, con cierta violencia, hacia la cama, y se tiró encima de mí, se volvió a bajar el pantalón, y el calzoncillo, y me empezó a meter su polla, en mi coño.

Yo empecé a gemir de placer, pues no me esperaba que me iba a follar de forma tan violenta, pero estaba disfrutando mucho.

Las embestidas de Alfonso, de su polla dentro de mi coño, iban cada vez a más, los gemidos, se camuflaban con la mordaza, estuvimos así un buen rato, hasta que Alfonso se corrió, y yo, empecé a notar todo su semen, dentro de mí; ahí fue cuando me empecé a sentir, un poco puta, lo justo para saber que nunca iba a dejar de serlo, y que estaba haciendo bien, al aceptar la propuesta de Alfonso, de convertirme en una puta, en una

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.

En cuanto que Alfonso acabó de follar mi coño, se levantó de la cama, vio en el reloj que eran las 14:30, la hora de comer, según dijo, y me pidió que le esperase en el dormitorio, que iba a traer algo de comida.

Antes de bajar a la cocina, supongo, a preparar algo de comida para los dos, Alfonso, sacó unas esposas, y me las puso, pero, por detrás de la espalda, según me dijo, porque sabía que, si no me esposaba, o lo hacía por delante, en cuanto que saliera por la puerta, me iba a empezar a masturbar, y no iba a poder parar hasta que Alfonso volviera.

Pasados unos 15 minutos, que se me hicieron eternos, pues, efectivamente, Alfonso, había acertado, y, sí, yo quería masturbarme, y, claro, con las manos esposadas a la espalda, pues era misión imposible, además, seguía amordazada, por lo que, por más que protestara, nadie me iba a poder ayudar, Alfonso volvió con una bandeja, con comida.

Me quitó las esposas, pero, me las puso otra vez, por delante en esta ocasión, y me quitó la mordaza, para que pudiera comer.

Como estaba esposada, tuvo que ser Alfonso quien me diera de comer, de hecho, me dio a elegir:

  • Si comía yo sola, pero me manchaba, aunque fuera un poco, me castigaría
  • Si le dejaba a Alfonso, que me diera de comer, no habría castigo, pero me tendría que humillar,

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poder comer yo sola.

Decidí aceptar la segunda opción, pues no quería ser castigada, aunque, creo, que, en realidad, era algo que estaba deseando probar.

A todo esto, yo llevaba ya sin mear, desde que, por la mañana, me había duchado para irme al Retiro, es decir, previamente, había hecho un pis, sin pensar en que no iba a volver a casa en tanto tiempo, así que, las ganas de mear, empezaron a aparecer, por lo que le pedí a Alfonso, que me dejara ir al baño, a mear.

Alfonso me dijo que no, que me aguantara el pis, al menos, hasta que llegara el momento de ducharme para ir a ver a Esther, y, me advirtió de que tuviera cuidado, porque si no aguantaba, y me meaba, lo iba a lamentar.

La comida, que Alfonso me ayudó a comer, estaba rica, consistió en una lasaña, precocinada, de primero, y, después, unas croquetas.

Para beber, trajo dos copas de vino, una para cada uno.

Por suerte, no me manché apenas, y, Alfonso, al acabar, me limpió, a lametazos, lo poco que me había manchado.

Al acabar, me volvió a esposar las manos a la espalda, y dijo que iba a dejar la bandeja con los platos, y, a agarrar el postre, algo de chocolate.

En esta ocasión, no me dejó amordazada, pero, sí que me encendió un cigarrillo, y me lo dejó en la boca, para que me lo fuera fumando.

Antes de irse Alfonso, con la bandeja de la comida, se detuvo en mi coño, y lo estuvo sobando unos segundos, lo suficiente para que mis ganas mear, se activaran de nuevo.

Yo seguía con muchas ganas ya, de mear, estaba a punto de explotar, pues, generalmente, a esa hora, ya habría ido a mear, en 3 ocasiones durante el día, y, ese día, sólo llevaba 1, la de la ducha.

Así que, por desgracia para mí, ocurrió, lo que supongo, lectores/as, os estaréis imaginando...

Pues sí, no pude resistir más, y el depósito, se vació; es decir, me hice pis, encima, aunque, me pude levantar, antes de que pasara todo, y el pis afectó solo al suelo, no a la cama, por suerte.

Apenas dos minutos después, Alfonso, volvió a aparecer en la habitación, y, claro, vio todo el panorama.

Yo estaba, por un lado, tranquila, pues, es lo que tiene aguantar el pis, la sensación de alivio, cuando ya meas, pero, por otro, aterrada, porque temía el castigo que Alfonso me iba a imponer, por haberme meado.

Alfonso, empezó a gritar:

“Pero, ¿Qué coño has hecho, Raquel, eres una meona y una guarra, no eres capaz de aguantar ni unas pocas horas sin mear? Eso hay que entrenarlo”

Alfonso, me agarró, con fuerza, del brazo, y me llevó, a la cocina, donde me ordenó que agarrase la fregona, el cubo, que lo llenase de agua, y lo subiera a la habitación, para limpiar el estropicio que había causado, por/al haberme meado encima.

Antes de que empezara a limpiar, me cambió otra vez las esposas de sitio, de nuevo, por delante, y me puso, otra vez, la mordaza, para que no pudiera quejarme.

Limpié, como buenamente pude, el pis, del suelo de la habitación de Alfonso, y, al acabar, Alfonso me preguntó, de malas maneras, se notaba que estaba cabreado, si ya había acabado, a lo que le respondí que sí, bueno, mejor dicho, asentí con la cabeza, porque no podía decir nada, que fuera inteligible, debido a la mordaza.

Entonces, Alfonso, me quitó las esposas, pero, las puso en dos argollas que tenía, que conectaban con el techo de la habitación, separando mis brazos.

Sacó otro par de esposas, pero más anchas, tobilleras, y me las puso en los tobillos, que se separaban con una barra metálica, rígida, que impedía el movimiento, y que los pudiera juntar.

Después, Alfonso, sacó un látigo, me quitó la mordaza, y me ordenó, que fuera contando los golpes que iba recibiendo, con el látigo.

Me advirtió que, si me equivocaba, o si tenía que parar porque le sonara el móvil, o por cualquier circunstancia, empezaríamos de nuevo, y, desde 0.

Fueron sólo 19 latigazos, en realidad, iban a ser 10, pero, en el noveno latigazo, de la primera intentona, le sonó un móvil, era Esther, y tuvo que parar, para tomar la llamada.

Pensar que, por apenas unos segundos, me iba a llevar, otros 10 latigazos, me puso muy caliente.

Al colgar la llamada, Alfonso me explicó que, Esther, nos esperaba a las 19:00, en su chalet de

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, también en Villaviciosa, para que la conociera, y pasara la prueba que le correspondía a ella.

Mi culo, al acabar el castigo, con los 19 latigazos, estaba rojo, me dolía, pero, ¡qué dolor tan rico!, pensé, estaba muy excitada, y quería seguir follando, pensando en que me tocaría el momento de que Alfonso, me follase el culo...

Pero no, debido a que me había meado encima, Alfonso me dijo que, prorrogaba mi prueba de follarme el culo, a por la noche, cuando ya estuviéramos con Esther, y que, tal vez, sería alguien más quien le follase el culo, como parte final del castigo por haberse meado encima.

Alfonso, me quitó todos los útiles de juego BDSM que llevaba, y, agarrándome del brazo, me bajó a su despacho.

Eran las 16:00, cuando acabó mi castigo, Alfonso me dijo que me tendría que empezar a preparar a las 18:30, para estar a las 19:00 en el chalet de Esther, así que, en esas dos horas y media que faltaban, en las que Alfonso iba a trabajar, mi cometido iba a ser, el siguiente.

Bajamos, como ya he dicho, al despacho de Alfonso, en el que Él acostumbraba a trabajar, los temas de Derecho Penal que llevaba

Una vez en el despacho, me puso las tobilleras, parecidas a las que llevaba durante el castigo, pero, esta vez, llevaban una cadena, que permitía el movimiento.

Me puso otras esposas, por la espalda, y conectó los dos pares de esposas entre sí, haciendo que casi no me pudiera mover, y tuviera que estar de rodillas.

Después, sacó una mordaza de bola negra, y me la puso, esa mordaza, en realidad, era un arnés, que conectó, con otra cadena, a las esposas de los brazos.

Yo casi, no podía moverme, ni podía decir nada, y comenzaba a babear, pero, mi coño, estaba chorreando.

Por eso, Alfonso, me metió, en el coño, un vibrador, que dejó conectado, y que, Él mismo controlaba desde su

móvil

, con una APP.

Por lo que pude calcular, gracias al reloj, el vibrador, funcionaba 5 minutos, se paraba 1, y funcionaba otros 5, así estuvo durante todo el tiempo.

Por si fuera poco, Alfonso me situó, en una zona del despacho, que tenía un reloj, con grandes dígitos azules, que se veían muy bien, por lo que, cada minuto, se iba metiendo dentro de mi cabeza, y, pensaba, queda un minuto menos para las 18:30.

Esas dos horas y media, pasaron muy despacio, pues, Alfonso, estaba, pendiente de su ordenador, aunque, notaba, como, de vez en cuando, me echaba un vistazo, y, en torno a las 17:30, vino a mi sitio, a echarme un ojo, y a ver cómo de húmedo, estaba mi coño, y, a comprobar cómo iba el vibrador que estaba en mi coño.

Finalmente, el reloj marcó las 18:30, y, Alfonso, me comenzó a soltar todos los útiles BDSM que llevaba, para que me pudiera preparar para ir a conocer a Esther.

Me dolía todo el cuerpo, en especial los brazos, por la postura forzada, y, claro está, el culo, pues los latigazos, empezaban a producir su efecto.

Alfonso, que se notaba ya, algo más tranquilo, tras su cabreo por haberme meado encima, me tomó de la mano, y me llevó al baño, que hay en su habitación.

Antes, pasamos por su habitación, y me ordenó que le desnudara, yo, ya estaba desnuda, porque así me había dejado Alfonso, al quitarme todas las cosas para jugar BDSM.

Mientras desnudaba a Alfonso, Él, me encendió un cigarrillo, y yo me lo fumaba mientras le iba desnudando. Este cigarrillo, ya me empezó a sentar aún mejor, ya tosí menos, me iba acostumbrando a fumar.

Empecé, como iba diciendo, mientras fumaba, a desnudar a Alfonso, y, una vez ya desnudos los dos, fuimos al baño, para darnos una ducha, antes de ir al chalet de

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de Esther.

En la ducha, Alfonso, me dio la vuelta, poniendo mi culo, dolorido, en posición, y, sin darme tiempo a reaccionar, me empezó a meter su polla en mi culo.

Alfonso empezó a embestir mi culo, que me dolía un montón, por los latigazos de antes, y las dos horas largas, sin casi poderme mover, pero, era un dolor, que me estaba gustando, y, al que me estaba empezando a acostumbrar, era como si necesitara liberar algo, a través del dolor, me sentía bien, y, paradójicamente, me sentía libre.

Estuvo un buen rato Alfonso, usando mi culo, cuando se corrió, de nuevo, lo hizo dentro de mí, en este caso, en mi culo, sin preguntar, porque, al fin y al cabo, las putas, no tienen derecho a preguntar esas cosas, reciben el semen de sus Amos y/o de sus clientes, y se callan.

Salimos de la ducha, me sequé, al llegar al culo, el dolor era muy evidente, me dio incluso tiempo a soltar un leve gemido, aunque era de placer, más que de dolor.

Al volver a la habitación de Alfonso, había un paquete, que, antes, no estaba, y que alguien, había dejado ahí.

Había una etiqueta, sobre el paquete, que decía:

“Para Raquel, de parte de Esther”

Alfonso me ordenó que abriera el paquete, y, dentro, había lo siguiente:

  • Un vestido, muy corto, negro, y de cuero, que no tapaba casi nada
  • Unas medias de red, negras
  • Unas botas, altas, con algo de tacón, fino

Como hacía buen tiempo, no había ninguna prenda de abrigo, no era necesaria, ni tampoco guantes.

Por supuesto, nada de ropa interior.

Alfonso, me comenzó a vestir, para ir más rápidos, me puso las medias, primero, después, el vestido, y, finalmente, me ayudó con las botas.

Una vez que acabé de vestirme, Alfonso no me dio tiempo a verme en el espejo, pues, le tuve que ayudar a vestirse a Él.

Alfonso se puso un calzoncillo, que era de cuero, un pantalón de chándal, con cremalleras, y una camiseta negra, que, al parecer, estrenaba, pues tuve que buscar unas tijeras, para cortar la etiqueta, y, en los pies, unas deportivas negras.

Finalmente, y, una vez ya vestidos los dos, Alfonso, me tomó de la mano, salimos de su casa, y, nos dirigimos, caminando, al chalet de Esther, donde me esperaba, mi primera experiencia lésbica...

En el próximo capítulo, os contaré mi experiencia, por primera vez, en casa de Esther.