Raquel

Humillación y servidumbre

Raquel empezó su mañana como cualquier otra. Su alarma la despertó casi de madrugada, desayunó y se aseó bien a fondo para estar lo más presentable posible. Se dirigió medio adormilada hacia el apartamento en el que vivía su amo y entró con la llave que éste le había proporcionado. Se sentía enormemente feliz de saber que él confiaba en ella hasta tal punto.

A las 7 de la mañana que llegó al apartamento, su amo seguía profundamente dormido. Ella iba al baño silenciosamente y cambió su ropa de calle por el atuendo que llevaría el resto del día: una falda muy corta de sirvienta francesa, unas medias blancas que le llegaban a la mitad del muslo y una cofia a juego en su pelo recogido. No llevaba bragas y no llevaba parte de arriba, pues a su amo le gustaba que todos sus objetos de placer estuvieran al alcance de su mano. Asimismo, se insertó el plug anal y las bolas chinas que debía llevar durante todo el día a no ser que su amo quisiera hacer uso de alguno de sus agujeros. No le hizo falta mucho lubricante, ella siempre se encontraba deliciosamente mojada.

Tras haberse vestido adecuadamente, Raquel se dirigió a la cocina a preparar el desayuno de su amo. Se decidió a hacerle unas tostadas con mermelada y un café, pues hoy su amo tenía que trabajar y ella sabía que no le gustaba desayunar pesado cuando tenía trabajo que hacer. Cuando acabó de preparar el desayuno lo colocó en la mesa del comedor y esperó pacientemente a que el reloj diera las 8 de la mañana, que era la hora a la que su amo se solía levantar.

Cuando escuchó el despertador y el sonido de los pasos provenientes de su habitación, Raquel empezó a ponerse nerviosa. Estaba muy mojada y su ano se contraía de excitación. En aquel momento, la puerta de la cocina se abrió y su amo entró en ella, le dirigió una breve mirada y se sentó a desayunar. Esa era su seña. Raquel se apresuró a situarse debajo de la mesa en la que su amo se disponía a comer, le bajó los pantalones del pijama y le obsequió con una maravillosa mamada. Era su forma de darle los buenos días, y a ella le encantaba chuparle la polla por las mañanas mientras él desayunaba sin darle mayor importancia. Se sentía tan feliz de poder saborear a su amo que no le importaba no poder masturbarse, a pesar de la hinchazón casi dolorosa que empezaba a sentir en su clítoris. Pero Raquel estaba castigada y su amo le había prohibido tener ningún orgasmo durante una semana entera.

Raquel estaba a punto de explotar, pero sabía que debía contenerse, pues hoy era el día en el que esa dichosa semana se acababa y ella por fin podría abrirse de piernas para su amo sabiendo que éste no le iba a dejar a medias. Sin embargo, también sabía que no lo haría hasta acabar una dura jornada.

A su amo le gustaba tener a Raquel por casa haciendo las tareas de la casa en su minúsculo disfraz de sirvienta francesa. Por supuesto no le pagaba con dinero, sino que al final del día le hacía ponerse de rodillas delante de él para pedir su recompensa por el trabajo y él decidía si aquella vez Raquel se merecía que le escupieran o se le corrieran en la cara. Ella le daba las gracias de rodillas y le suplicaba que la dejara volver al día siguiente, para después salir por la puerta sin que tuviera permitido limpiarse aquel “sueldo” de su cara hasta que llegara a casa. Aunque sí que podía restregárselo por la cara para intentar disimularlo en público.

Mientras le limpiaba la casa, su amo se instalaba en el salón con su portátil para trabajar. Cada vez que Raquel se alzaba para llegar a la balda superior de la estantería o se agachaba para recoger algo del suelo, él tenía una fantástica vista de su culo, adornado con su plug anal. A Raquel le encantaba moverse mucho por la casa, pues así sentía el movimiento de las bolas chinas dentro de su coño, totalmente húmedo.

Tan solo cuando la casa estaba finalmente limpia como una patena, su amo llamaba a Raquel para que comenzara a servirle a él como recipiente para su polla. Aquel día, mientras observaba a su sirvienta de rodillas esperando a sus órdenes, decidió que ya era hora de dejar que se corriera. Pero no iba a ser tan fácil.

  • Dime, putita – comenzó -, ¿te has portado bien estos días?

  • Sí, amo – respondió ella con la cabeza gacha.

  • No te has tocado nada esta semana, ¿verdad?

  • No, amo.

  • ¿Y cómo te encuentras después de siete días sin haber tenido un orgasmo?

  • Muy cachonda, amo.

  • Estoy seguro de que ahora mismo lo único que quieres es correrte, ¿a que sí? – Raquel asintió – Lo que pasa es que estoy seguro de que tan solo te has portado bien estos días por miedo a tu castigo, ¿me equivoco? – ella no respondió a esa pregunta – Y eso me decepciona de ti, Raquel. Eres mi esclava, y como tal deberías acatar mis órdenes simplemente por el hecho de servirme como tal y de hacerme feliz a mí, ¿no? No para buscar tu propio beneficio. Yo te uso a ti para complacerme, no al revés, ¿verdad?

  • Sí, amo. Lo siento mucho, amo.

  • Pues no lo parece. Quiero que te entre en esa cabecita que el único placer al que debes aspirar es al mío propio. Tú eres un objeto en mis manos, mi pequeño juguete sexual. ¿Los juguetes sexuales tienen deseos?

  • No, amo.

  • Bien. ¿Cuál es la función de un juguete sexual, puta?

  • Proporcionar placer a su dueño.

  • Exactamente. ¿Y cuál es entonces tú función?

  • Proporcionarle placer a mi dueño como la esclava sexual que soy, amo.

  • Bien. He decidido concederte hoy un orgasmo.

  • Gracias por su generosidad, amo.

  • Sin embargo, por la decepción que me has supuesto te mereces un castigo. Tráeme la cuchara de madera.

Raquel se dirigió a la cocina a gatas, pues su amo no le había ordenado que se pusiera de pie, y volvió al salón con la cuchara en la boca. Las bolas chinas dentro de ella y el plug anal presionando su interior junto con la sensación de humillación de la que su amo no le dejaba escapar ni un segundo hicieron que ese corto desfile dejara su coño al borde del orgasmo.

Le entregó la cuchara de madera y se tumbó sobre las piernas de su amo con el culo sobresaliendo de su falda. Raquel sabía lo que su amo esperaba de ella en aquel momento: que se rebajase a sí misma; así que alzó lentamente los bajos de la falda y dejó su culo entero a la vista.

  • Amo, sé que me he portado muy mal y que no me merezco ser su putita. Por eso le pido que me castigue hasta que se quede satisfecho y considere que he aprendido mi lección. Azóteme el culo, por favor, amo.

Las lágrimas sobresalían de los ojos de Raquel a la vez que los fluidos emanaban de su coño. Estos eran los efectos que tenía sobre ella la humillación y la degradación. Y el hecho de que esto le pusiera cachonda solo ayudaba a que se sintiera cada vez más guarra.

Su amo comenzó a azotarle con fuerza. Con cada golpe de la cuchara Raquel soltaba un pequeño gemido, no solo de dolor, sino de placer también. Su clítoris cada vez palpitaba más fuerte y sus fluidos recorrían ya la cara interna de sus muslos. Tras 15 azotes, su amo retiró con una fuerza y rapidez despiadadas el plug y las bolas chinas de los interiores de Raquel y comenzó a insertarle el mango de la cuchara en el ano. Raquel gritaba, no podía soportarlo más, estaba a punto de correrse.

  • Eres tan zorra que hasta que te peguen en el culo te pone cachonda, ¿verdad? – le espetó su amo mientras movía el mango dentro y fuera de ella. Ella simplemente asintió – Dilo. Humíllate. Dilo.

  • Soy una guarra a la que le gusta que le azoten – dijo ella entre lágrimas -. Por favor, amo, deja que me corra.

Acto seguido, sintió como la cuchara ya no estaba dentro de su ano. Ella, confusa, miró a su amo. Éste le devolvió la mirada, indicándole que estaba esperando por parte de ella una súplica en condiciones.

  • Amo, por favor, se lo suplico, méteme la cuchara en mi coño para que pueda correrme como la puta que soy.

Pero eso no le satisfizo, por lo que la agarró de la cintura y le dio media vuelta, dejándola boca arriba encima de su regazo, le abrió bien las piernas y con el dorso de la cuchara empezó a soltarle azotes en el clítoris, ya hinchado, hasta que Raquel se corrió entre gritos y jadeos mientras las lágrimas le terminaban por destrozar el rímel. La imagen era cautivadora.