Raquel (02)

Raquel comienza a sufrir la dura realidad del mundo sin la protección de su señora. El mundo puede ser muy cruel...

Raquel se había acostumbrado ya a la pesada vida de trabajos arduos y humillantes. Sin embargo, grande fue su sorpresa cuando Ingrid le encomendó limpiar la sala privada de trofeos del señor. Sabía lo importante que eran esos trofeos para su señor y estaba dispuesta a hacerlos brillar aun mas que si fueran nuevos. Sonriendo y cantando se alegraba de tener esta agradable responsabilidad y se esmeraba en lograrla lo mejor posible.

Dos horas después y algo sudada por el esfuerzo que le había demandado la tarea se había sentado sobre la silla de la gran sala y descansaba de su tarea. La enorme sombra de Ingrid la sorprendió por detrás sin escuchar el mas mínimo ruido cuando ella ingresó a la sala. Sus nervios se crisparon de inmediato cuando Ingrid de repente le habló

-¿Has terminado ya de limpiar?- preguntó

-Si - respondió sonriendo Raquel

-Ya veo, Buen trabajo. Vuelve a tu habitación Raquel. Te llamaré si preciso algo mas.-

Raquel se retiró sonriente pensando que quizás su suerte estuviera por cambiar. Nunca hubiera adivinado lo acertada que estaba. Cansada, se dejó caer en la cama de su habitación y se quedó dormida entre imágenes de gratos recuerdos con su gran señora . Sin embargo, entre sueños sentía como si el señor viniera a su lado y la observara mientras dormía. Incomodidad y vergüenza inundaron su sueño transformándolo en una horrible pesadilla. Podía asegurar que había sentido al señor acercarse a su lecho y levantar su falda palpando sus muslos y jugando con su cuerpo. Pero cuando se despertaba estaba siempre sola. Esas pesadillas se repetían noche tras noche atormentándola y haciéndole pensar que su mente estaba delirando.

Esa misma tarde, luego de la sobresaltada siesta podía haber jurado que se había acostado con el vestido abrochado, pero había despertado con su escote desabrochado sin explicación. Un sonoro golpe en la puerta de su habitación la sobresaltó.

-¿Quien es?- preguntó nerviosa

-Soy yo, Ingrid. El señor te espera para una revisión en la sala principal en 3 minutos.- le indicó

-Bueno... ya voy.- contestó Raquel

Apurada y nerviosa se arregló la ropa, se acomodó el cabello desordenado por la siesta y se encaminó apurada a la sala. Muy dentro de ella se preguntaba cual era urgencia, qué desearía decirles el señor esta vez. Rogaba que no fuera una noticia tan desagradable como la última vez.

Pronto estuvo en la sala, pero esta vez el semicírculo estaba cerrado y no había lugar para ella. Mirando con dudas no sabía dónde ubicarse. ¿Porqué le habían negado su lugar de costumbre?. En su mente no podía comprender lo que sucedía.

-Estamos todos finalmente...- dijo con cierta ironía el señor

-Perdón por la demora, señor.- dijo Raquel haciendo una reverencia

Sin poder hacer otra cosa, Raquel se ubicó del otro lado de la mesa, muy cerca del señor Pérez, al que observaba atentamente y con miedo. La demora en tocar el tema le estaba provocando unos nervios terribles. Sentía como si un millón de hormigas recorrieran inquietas su vientre. Sus manos nerviosas se enredaban con los pliegues de la falda y con nervios mordía su labio inferior.

-Señores, señoras... Aquí entre nosotros, escondido en la confianza y en el respeto que esta casa tiene por Uds. hay alguien que se ha aprovechado de nosotros. Ni mas ni menos que un vulgar ladrón.- comenzó diciendo el señor

-Pero... ¿cómo ... ? ¿quién?- preguntó nervioso el cocinero

-Hasta ahora no lo sé.- aclaró el señor

-En el día de ayer, cuando pasé por mi salón de trofeos noté la ausencia de las dos medallas de oro del torneo de golf de Ciudad del Cabo. Revisé toda la sala pero no pude hallarlas.- continuó

Para ese momento las piernas de Raquel temblaban solo pensando que había sido la última en estar en la sala de trofeos y que todas las sospechas recaerían sobre ella. Sus manos traspiraban y se sentía agobiada de solo pensar que todos la acusarían.

-Por eso he llamado a la policía. Han venido desde la ciudad por el camino de la montaña a mi pedido, para esclarecer este hecho. Espero toda la colaboración por parte de Uds.- señaló enérgico

-Y aunque se que es inútil le voy a dar en este momento la última oportunidad al ladrón a confesar y recibir un castigo leve antes que las cosas pasen a mayores.- dijo manteniendo la mirada en uno a uno de sus empleados y deteniéndose particularmente en Raquel

-Bien… el silencio habla por si solo ¿verdad?- dijo enojado

-Ingrid, haga pasar a los señores.- ordenó

Ingrid abrió la puerta de la sala y caminó unos pasos encontrándose con dos hombres vestidos en impermeable azul marino y con carpetas de cuero bajo sus brazos. Pese a estar en el interior de la vivienda usaban anteojos oscuros tapándoles los ojos. El aspecto de aquellos hombres inspiraba temor al mas valiente. Como salidos de una película de gangsters sus rostros fríos e inexpresivos miraban uno a uno a todos los empleados buscando las debilidades.

-Señores, la acusación que aquí nos ha hecho el señor Pérez es muy grave. Tal como él lo dijo nos ahorraríamos trabajo y penas ambos si el culpable decide confesar y devolver el objeto robado.- dijo uno de ellos

El silencio y las miradas cruzadas continuaban en la habitación. Sobre todo, las miradas recaían en Raquel, ya que muchos de ellos recordaban haberla escuchado cantar mientras limpiaba en la sala de trofeos.

-Bien, parece que no hay otro remedio Inspector Cabrera.- le dijo uno al otro

-Es cierto López, tendremos que investigar nosotros y castigar con todo el peso de la ley a quien encontremos culpable.-

-Comencemos por los cuartos ¿le parece López?-

-Totalmente de acuerdo.-

Todos miraron aterrados ante la propuesta del inspector. Algunos mas que otros, todos tenían algo para esconder en su habitación que temían que fuera descubierto. En grupo para evitar dudas, todos recorrieron las habitaciones de los empleados. En cada caso abrían los cajones de ropa buscando prolijamente entre las ropas guardadas, luego los placares, debajo de las camas y hasta desarmaban la cama levantando el colchón para ver si estaban allí debajo las medallas.

Así pasaron por las habitaciones de casi todos. A medida que iba pasando el tiempo e iban revolviendo ropas, placares y demás lugares, las miradas de odio hacia Raquel se hacían mas evidentes. Para colmo de males, la habitación de Raquel era la última y mas oscura del pasillo. Cuando llegaron a la habitación, los hombres percibieron de inmediato el delicado aroma de Raquel en el aire y se sonrieron al entrar.

-¡Revísenla bien! ¡Ella estuvo hoy limpiando en el salón de trofeos!- se escuchó una voz por atrás que advertía

Raquel se quedó petrificada en ese mismo instante. No podía creer la maldad de esa advertencia en ese momento. De repente sintió pánico. Todos la miraban a ella. Y sobre todo los policías ahora la miraban con cara acusadora.

-¡¡Ud.!! ¡¡Venga acá!!- le ordenó enérgicamente uno de ellos

Incapaz de desobedecer Raquel dio tres pasos hacia adentro de la habitación y quedó mirándolo de frente al inspector Cabrera. Sus manos temblaban y jugaban nuevamente con la falda en notorio nerviosismo. Parada como pudo delante de ellos esperaba la reprimenda mirando al piso.

-Mira lo que tenemos aquí López. ¿Sabe señorita que lo que Ud. hizo se llama obstrucción a la justicia?- dijo Cabrera tomándole el mentón con la mano y levantándolo hasta hacer contacto entre sus ojos y los de ella.

Raquel temblaba como una hoja. Jamás en su vida había sido acusada de nada. Y el trato que le daban los inspectores la ponía mas que nerviosa. Con su cabeza y sin abrir la boca negó mirando nuevamente hacia abajo.

-Ahh... la señorita no sabe. - dijo irónicamente Cabrera

-Y de casualidad ... ¿que estuvo haciendo hoy por la tarde?- preguntó empujándole la barbilla esta vez con su lapicera hacia arriba y obligándola a mirarlo

-Limpiando el salón de los trofeos.- murmuró casi sin que se escuchara

-No la escucho.. hable mas fuerte.-

-Aseando los trofeos del señor.- respondió esta vez con mas voz Raquel

-¡¡Que conveniente!!- dijo Cabrera otra vez sonriendo

La situación era tan tensa que Raquel pensó que se iba desmayar allí mismo, pero pese a que sus rodillas temblaban, su estomago era un revuelo de sensaciones horribles y su cabeza daba vueltas, no lograba hacerlo. Jamás se había sentido peor en su vida.

-Revisa bien López, estoy seguro que el botín debe estar por aquí.- dijo Cabrera

-Pues mucho lugar donde esconderlo no tiene.- dijo López alzando unos calzones blancos tipo tanga de Raquel y mirándolos por todos lados.

Cuando Raquel vio eso en manos del policía y vio como jugaba con ellos sintió que la sangre le hervía y se le helaba al mismo tiempo. Mas aun fue su humillación cuando el hombre acercó la prenda a sus rodillas y comenzó a subirla rozándose con su piel hasta levantar su falda y ponerla por delante de la otra que ya tenia puesta

-Si, parece que efectivamente son de ella.- confirmó López

-¿Donde lo has puesto?- preguntó con cara de odio Cabrera a la pobre joven

-¿Que cosa?- preguntó Raquel

-Encima nos tomas por tontos... - dijo el hombre tomándole la muñeca y esposándosela

-¡¡El botín.. perra.... donde escondiste lo que has robado!!.- agregó mientras le esposaba la segunda mano dejándolas a su espalda

-¡¡Que hacen!! ¡¡Yo no robé nada.. lo juro.. yo no fui!!- gritaba desesperada Raquel

Con desesperación la joven jalaba de las esposas, dándose cuenta por fin que estaba esposada frente al resto de la gente y que la estarían llevando por algo que no había cometido. Con pánico miraba como López seguía jugando con su ropa interior, lanzándola al medio de la gente para su completa humillación. Luego abrió otro cajón y comenzó a sacar mas ropa, pero esta vez al tocarla se sonrió. Restregándose los dedos uno con el otro miraba fijamente a Raquel y a Cabrera.

-Me parece que esta está usada- dijo sonriendo

Tomando una delicada tanga blanca con volados y puntillas la miró a la luz y luego la pasó cerca de su nariz. Inmediatamente dibujó una sonrisa en su rostro y se la arrojó a Cabrera.

-Parece que esa está usada- comentó López

-Huele a jovencita cachonda.- agregó

La cara de Raquel se puso roja de vergüenza. Su ropa interior usada era la diversión de esos dos desalmados hombres. Si hubiera tenido las manos libres hubiera cubierto su rostro, pero apenas pudiendo mover los brazos solo podía llorar desesperada. Su llanto apenas si se oía detrás de las risotadas de los hombres y los comentarios malvados de sus compañeros de trabajo.

Tomando la tanga de un extremo y usándola como látigo Cabrera le azotó el brazo por primera vez insistiendo con la pregunta de dónde había escondido las medallas. Raquel ya no sabía como hacer para explicar que ella no tenia nada que ver con el robo. En su desesperación se ponía morada y sus pies golpeaban el piso llorando y gritando que ella era inocente.

Cuando los hombre terminaron de revisar la habitación, todo era un desorden. La ropa de Raquel había quedado desparramada sobre el piso, arriba de la cama, arriba de los muebles, por todos lados. Los cajones abiertos, los placares vacíos. Raquel miraba eso y lloraba mas y mas.

-No llores mas ... solo dime donde escondiste las cosas.- dijo insistente el inspector

-Yo no escondí nada... yo no robé nada...- insistía llorando Raquel

-Tendremos que llevarla al destacamento- comentó López

-Nooo.. por favooor.- rogaba Raquel

Pese a sus suplicas, y así como estaba fue acompañada al automóvil estacionado en la puerta de la mansión y aun esposada con las manos en la espalda la introdujeron en el asiento de atrás. Todo el resto del personal miraba desde el umbral de la lujosa puerta haciendo comentarios desagradables sobre su detención. Raquel inclinaba la cabeza hacia delante entre sus piernas tratando de no mirar a los que la estaban observando en esa penosa situación. Pero sin embargo, la presencia de una mirada mas fuerte que ella sentía impactando fuertemente en su rostro la obligó a mirar hacia la mansión.

Parado delante de los demás, con su impecable equipo de equitación y la fusta bajo su brazo derecho, el señor Pérez la miraba firmemente. Ella añoraba las miradas de su ama, y estaba segura que si hubiera estado allí nada de esto hubiera sucedido. Ella tenia un poder especial sobre el señor Pérez y podía lograr cosas increíbles de él, seguro que hubiera obtenido la compasión por parte del señor. Los inspectores se acercaron hacia él, y evidentemente le explicaron la complicada situación de Raquel. Ella no podía escuchar lo que hablaban, pero las miradas y las señas hacia donde ella estaba en el auto eran evidentes. Al señor Pérez se lo veía bastante decidido a dejarla ir en manos de los dos policías. Raquel hubiera deseado en ese momento que la tomara en sus brazos y la llevara adentro para mimarla y cuidarla, pero eso no iba a ocurrir.

Luego de la interminable charla de los policías y el señor Pérez, los dos hombres se acercaron al vehículo. López se sentó al volante mientras Cabrera lo hizo en el asiento trasero, justo al lado de Raquel. Las puertas cerraron con fuertes ruidos y colocando la baliza sobre el techo del automóvil López salió de la finca. La cara de Raquel estaba roja de vergüenza y su nervios la estaban deshaciendo. Por la ventanilla miró hacia el costado izquierdo y vio a lo lejos la mansión hacerse mas y mas pequeña. Aquel lugar donde había pasado tantos buenos momentos con su señora era ahora solo una pequeña casa en la distancia. Algunas lágrimas corrieron por su mejilla mientras la reja de la entrada al inmenso parque se abría con ruido a metal rechinante y el automóvil continuaba su camino por la calle que llevaba a la ruta de la montaña. Atrás de ellos la puerta se cerró nuevamente con un sonoro golpe.

Luego de muchísimos años Raquel salía de la mansión. Las últimas veces que lo había hecho, eran las deliciosas cabalgatas a las que la señora Pérez la había invitado hacia ya cinco años. Tenia recuerdos dorados de ese día tan feliz. Sin embargo ahora, los mismos árboles, los mismos caminos, las mismas casas a su alrededor le sonaban tan grises y mustios como su propia tristeza. Ya no podía mirar el camino con los mismos ojos y sin saber que hacer agachó la cabeza sobre sus rodillas y la descansó allí.

El viaje iba a ser largo, pero ya no le importaba.