Raquel (01)

El comienzo de una historia de sumisión y de entrega.

Raquel 01

Una historia de sumisión

Durante muchísimos años, Raquel había sido la preferida de la familia. Desde su ingreso al servicio de la honorable familia Pérez en su mansión había gozado de la protección y la buena aceptación por parte de la señora de Pérez. Aun podía recordar cómo ella la cuidaba como si fuera su propia hija, cuidándola, mimándola y protegiéndola de las durezas de la vida. En su habitación aun hoy guardaba los elegantes vestidos que ella le había obsequiado y que ella pocas veces había podido usar en su escasa vida social.

Sin embargo, la sobra fatídica del destino se había cruzado en su camino. Un día, que ella recordaría como el mas triste de toda su vida, un par de oficiales de policía llamaron a la puerta de la mansión. Sus caras denotaban que eran portadores de una mala noticia. Pidieron por el señor Pérez, que en pocos minutos bajó al elegante recibidor. Raquel observaba desde la distancia y apenas escuchaba un murmullo. Las facciones del rostro del señor iban cambiando mas y mas hasta que de repente se tomó el rostro y se dobló sobre si mismo dejándose caer en el costoso sillón de terciopelo azul.

-¡¡¡Noooo!!!- gritaba tomándose el rostro

-¡¡Ella nooo!!- continuaba

Los hombres se sentaron a ambos lados de él y lo consolaron. Poco a poco fue retomando la compostura, y aun usando el pañuelo de su arrobe de seda estrujado en su mano los acompaño a la puerta agradeciéndoles la molestia de haber sido sensibles y entender su situación.

Inmediatamente que los hombres abandonaron la residencia, el señor llamó a Raquel sentándose nuevamente en el sillón tomándose la cabeza entre las manos. Cuando Raquel estuvo a su lado pudo observar la humedad en sus párpados, y cuando lo miró vio sus ojos enrojecidos. Algo muy malo había sucedido.

-Raquel, junte al personal en la sala. Los necesito aquí en 3 minutos.- ordenó

-Si señor.- respondió Raquel

Rápidamente corrió hasta la cocina y comenzó a correr la voz. En pocos minutos todo el personal se encontraba reunido alrededor de la larga mesa de la sala. Allí estaban los cocineros, las mucamas, el valet personal del señor y el jardinero. Junto con Sandra eran la numerosa dotación que mantenía impecable y reluciente la enorme finca.

Apenas un minuto después de reunidos, el señor se acercó caminando lentamente y se puso en el medio del gran semicírculo. Con sus manos en su espalda su cara miraba fijamente a cada uno de ellos. Siempre había sido el mas severo de la casa y su palabra era temida y respetada por todos. Todos a su alrededor bajaban la mirada sin poder sostenerla sobre sus potentes ojos.

Particularmente hoy sus ojos brillaban mas que de costumbre y su mirada parecía mas dolorosa aun que lo normal. Luego de mirar uno por uno a sus empleados a los ojos carraspeó y se dirigió a ellos en un tono apagado pero enérgico.

-Me temo que tengo una terrible noticia para darles.-

Todos estaban azorados por lo que sucedía. Algunos pensaban en que alguien iba a ser despedido, otros miraban al señor y temían lo peor. Raquel temblaba por dentro presintiendo algo que no podía explicar.

-Me duele mucho decirles que vuestra señora no va a estar mas con nosotros.- agregó secamente

-La señora ha muerto en un accidente de transito hoy por la mañana al regresar a la mansión.- agregó

Raquel sintió que las piernas se le aflojaban completamente y hubiera caído al piso desmayada si no hubiera sido por el jardinero al lado de ella que la sostuvo. Su mundo se derrumbaba. La persona que mas amor le había brindado en el ultimo tiempo se acababa de ir para siempre. Con sus manos en el rostro lloraba desconsolada mientras el señor la miraba atentamente, inflexible, inexpresivo pero sintiendo el intenso dolor también muy dentro de él.

-Su auto se desbarrancó en la curva y uno de los golpes fracturó su cuello matándola instantáneamente.- agregó

El asombro general había cambiado a un murmullo de comentarios que se escuchaban por lo bajo entre ellos.

-Las preguntas en voz alta y hacia todos.- dijo seriamente el señor tratando de imponer orden

-¿Que pasará con nosotros señor? - preguntó el cocinero

-Todos Uds. seguirán con sus asignaciones habituales.- dijo sin darle importancia al comentario

-¿Y que hay de mi, señor ? ¿... que haré ahora.?- preguntó llorando confundida Raquel

Durante mucho tiempo Raquel había sido la dama de compañía de la señora. Habituada a peinarla, vestirla, arreglar sus cosas personales y atender sus deliciosos consejos y comentarios sobre la vida, ahora la joven se sentía desnuda y desubicada frente a la vida.

-Tu caso es particular jovencita. En virtud al profundo amor que la señora te tenía haremos un lugar para ti junto a las mucamas para que puedas continuar con nosotros. A partir de hoy estarás a las ordenes de Ingrid, nuestra ama de llaves.-

El desconsuelo de Raquel no tenia límites. No solo había perdido al ser mas entrañable que había conocido en los últimos años, sino que también perdía su condición de vida y sus tareas habituales. Mucho distaba el trabajo de una dama de compañía al de una mucama que recién ingresaba al grupo. Su cuerpo menudo y delgado no estaba acostumbrado a las pesadas tareas del aseo y la manutención de la mansión. Por un momento pensó en renunciar a aquella oferta, pero sería una ofensa a la oferta de su señor y a la memoria de la señora. Por otro lado..¿donde iría? Había dedicado toda su adolescencia y juventud a esa familia y la sola idea de abandonarla y salir a la cruel sociedad le daba pánico.

Los días siguientes fueron de profunda tristeza para la joven Raquel. Ya no vestía mas el elegante vestido blanco con puntillas y adornos que tanto tiempo había usado y tantos recuerdos la había traído. En su lugar había tenido que vestirse con el tradicional uniforme de mucama. Una blusa blanca de mangas abultadas y cortas hasta sus bíceps y una falda negra eran la base de la nueva vestimenta. Un delantal blanco que la protegía del abundante polvo que removía todos los días se ceñía en su cintura y su cuello llegando al borde mismo de la falda, hasta tres dedos arriba de sus rodillas. Unos horribles y odiosos zapatos negros de poco brillo y unas cortas medias blancas vestían sus pies. Por último la diadema blanca de mucama adornaba su sien.

Aun así vestida, su figura destacaba de la de las demás. Sus curvas pronunciadas debajo del vestido y sus pechos empujando las prendas visiblemente hacia adelante daban cierto atractivo a su figura. Pero lo que todo el mundo observaba y llamaba mas la atención era el par de esbeltas piernas que se asomaban por debajo de la amplia falda. Pudorosa y deseando no llamar la atención, cada tanto jalaba de su falda hacia abajo, tratando de cubrirse y evitar que los perversos ojos de los hombres la observaran con sus lujuriosas miradas.

Durante los primeros días Raquel fue enseñada con las tareas básicas de las mucamas. Aprendió a limpiar pisos, a hacer las camas, inclusive a pasar el plumero en el extenso salón de la mansión. Por horas y horas se ocupaba de limpiar cuadros, adornos, floreros. Sin embargo, poco a poco sus tareas se fueron haciendo cada vez mas sórdidas y humillantes. Luego de algunos días, Raquel ya no aparecía mas en la sala. Sus tareas de limpiar los retretes, deshollinar la caldera, cargar la leña hasta los sótanos e inclusive limpiar una por una las botellas de la bodega privada del señor la apartaban de la vista de todos. Su vestimenta ya no lucia como los primeros días. Manchado y gastado por las duras tareas, el delantal ya no lucia tan blanco e impecable como antes. Inclusive su propio aspecto había cambiado. Su rostro siempre tenía alguna gota de tizne, recuerdo de sus ingratas tareas y sus piernas aparecían raspadas y marcadas de las caminatas para buscar leña en el monte. Los exigentes horarios también habían dejado su huella en el rostro de la joven. Levantándose al alba y acostándose luego de muchas horas de extenuantes tareas, añoraba los días que con su señora podía darse el lujo de dormir hasta las 9 de la mañana.

Sin que Raquel se percatar un pacto de odios y envidias se formaba entre sus pares. Ella desconocía de la sórdida relación que Ingrid tenía con Jaime, el valet personal del señor. Nunca hubiera imaginado que las furtivas miradas de Jaime a sus muslos cuando limpiaba los estantes mas altos de la sala hubieran avivado esa pasión de venganza en su persona. Tampoco podía esperarse que todo el personal la aborreciera tanto por haber sido la niña mimada de la señora. Muy lejos de su mundo perfecto, esas ideas eran descabelladas y carentes de toda posibilidad. Solo tomaba las tareas que le encomendaban y sumisamente las ejecutaba callando sus reproches.

En la habitación de Ingrid, una tarde que Raquel estaba ocupada lustrando viejos cacharros de metal en los sótanos de la mansión, Jaime gozaba atado a la cama y siendo pellizcado en sus pezones por Ingrid. Vestida de cuero y con una fusta en su mano, Ingrid castigaba al sumiso valet sobre sus muslos y poco a poco lo iba haciendo sobre su endurecido pene. Jaime gemía y se quejaba al mismo tiempo gozando en su perversión mas oscura mientras Ingrid lo sometía. Amordazado y atado se sentía vibrar con cada golpe de la corpulenta mujer.

-Eres una basura Jaime.- le decía Ingrid

-Mmmpphh-

-Has estado baboseandote con la insulsa perra de Raquel.- agregó azotándolo

-Esa perra es una buena para nada- continuó dándole otro azote

Jaime asentía sumiso con sus ojos deleitados en la vista de su dominante amante en ese momento. Ingrid entonces se acercó a él y le quitó la mordaza.

-Y dime, basura... ¿que has pensado hacer al respecto?.-

-Yo.. yo haría cualquier cosa por ti.. mi señora-

Ingrid tomó el pulsante pene de Jaime en sus manos y lo comenzó a acariciar suavemente. Jaime gemía presa de la excitación mirando a los profundos ojos de Ingrid.

-¿Cualquier cosa verdad?-

Ingrid empinó la punta de sus uñas sobre la piel del miembro de Jaime que se retorció entre el placer y el dolor. La desalmada ama de llaves sabía perfectamente que lo tenía dominado y pensaba usarlo en su siniestro plan para deshacerse y vengarse de Raquel. Esa noche Jaime deliró de dolor y placer atormentado por Ingrid, que se aseguró de ordenarle que la visitara en tres días mas.

Poco a poco Ingrid fue armando las piezas de su diabólico rompecabezas en su mente y ajustándolo una y otra vez hasta estar segura de no dejar ningún cabo suelto ni nada librado al azar. Para el tercer día todo funcionaba a la perfección en su oscuro plan. Aprovechando la sumisión de Jaime y las numerosas ocupaciones que le había encargado a Raquel, instruyó a su sometido a cumplir con la primera etapa del plan. Las penurias de Raquel recién habían comenzado.