Rápido y peligroso

La novia de un amigo. Deseos de un pasado.

RÁPIDO Y PELIGROSO

No era un sábado cualquiera, ya que los últimos que había tenido habían sido un poco aburridos. Sarah, la novia de Carlos y ex amiga mía de la infancia, iba a salir de fiesta con sus amigas, así que Carlos nos llamó a unos cuantos para montar una cena en su casa y salir luego también. Quedamos a las ocho y media que era cuando se iba ella y a las nueve y cuarto estábamos allí. Al final solo pudimos ir dos, Miguel y yo, así que no la juerga no sería tan bulliciosa como cuando éramos seis o siete, incluyendo al dicharachero amigo Juan.

Miguel y yo que estamos solteros, llegamos a casa de Carlos bien vestiditos y perfumaditos para una noche de previsible ligoteo. Carlos nos abrió aún en chándal y nada más entrar me llevé una sorpresa mayor. Allí en el sofá estaba Sarah también sin arreglar.

Sarah era una ex amiga de la infancia porque habíamos ido juntos al colegio toda la vida y siempre me había gustado hasta que ocurrió algo. Unos diez años atrás, cuando Carlos ni siquiera sabía quien era Sarah, yo ya había intentado salir con ella en varias ocasiones. Ella me dio largas repetidas veces hasta llegar a un punto de casi no hablarnos. La verdad es que hacía más de un año que no la había visto, porque ellos tenían casi un año el piso nuevo en otra ciudad y cuando quedábamos con Carlos siempre se quedaba ella en casa.

Estaba un poco más feúcha de lo que la recordaba, pero radiante. Era mi Sarah de toda la vida pero con un cuerpo, que a pesar de no ir bien arreglada, definía muy bien todas sus curvas. Era agua pasada y estaba en "otro terreno", pero el corazón me palpitó igualmente.

–Vaya, no soy quien para decirlo, pero ¿no tenías plan con las amigas? –dije. Luego pensé que con el tiempo que hacía que no habíamos hablado y lo susceptible que era, podía habérselo tomado a mal, pero no fue así.

–Mis amigas, que me quieren tanto que he sido la última en enterarme que lo habían cancelado –respondió muy natural–. ¡Menudo plan! –añadió.

Y yo pensé lo mismo aunque sin decirlo. Si ella se quedaba con nosotros, menudo plan nos había salido a los cuatro. Supongo que las circunstancias me obligaron inconscientemente, pero me senté al lado de ella. Carlos estaba llamando a la pizzería, elegimos cada uno y Carlos pidió y colgó. Iba a ir a por ellas ya. ¡Encima cenaríamos pronto!

–Bueno, que se venga alguien conmigo a por las pizzas –dijo Carlos. Aún hoy, creo que no sabe cuanto bien me hizo que pronunciara esas palabras.

–Yo voy contigo –respondió Miguel levantándose rápidamente.

Se marcharon los dos. ¿Y que haríamos luego cuando volvieran? ¿Ver alguna película romántica que habrían alquilado? ¿Jugar a algún juego de mesa? Durante dos minutos pensé en tonterías hasta que me percaté, por un carraspeo en la voz de ella, que estábamos solos. Sarah y yo solos. Esto tenía pinta de ser algo incómodo pero volverían pronto.

–Espero que sean rápidos en esa pizzería –dije por romper un poco el silencio.

–No son nada rápidos y además está lejos, aún tardarán. –respondió. La palabra tardarán sonó como un eco en medio de la palabrería que estaban soltando en un programa de la televisión.

–Ah, ¿no van a ir a la de aquí al lado? –pregunté.

–No, van a ir a una que está a quince minutos de aquí. Desde que la descubrió –hizo un gesto despectivo subrayando con la voz la palabra "descubrió" – siempre va a pedirlas allí, por eso va pronto –explicó–. Dice que son las mejores del mundo –volvió a repetir el gesto con las palabras "mejores del mundo", como si todo lo que dice él tuviera que ser cierto –añadió finalmente.

Aquello me sonaba a que acababan de tener una discusión, probablemente porque ella no había salido, aunque era algo estúpido Carlos era así. La verdad es que no sé que habría visto en él que no tuviera yo, porque nos parecíamos bastante pero yo siempre he sido más coherente. Quizá por eso, pero tampoco quería averiguar si era por eso ni porque había sido la discusión.

–Vaya gente esta de la tele, eh? –corté el tema.

–Sí –respondió ella.

En ese instante dejó caer la mano sobre el sofá y desafortunadamente sobre la mía. Y digo desafortunadamente porque su tacto me reconfortó aunque solo fuera un segundo y ella parecía ahora sentirse más incómoda que yo.

–Ay, lo siento –dijo rápidamente retirando su mano.

–Tranquila, no tienes que disculparte, no se ha roto la mano –bromeé.

–Jajaja, menos mal –rió ella–. Veo que sigues siendo tan bromista como siempre –añadió mientras se levantaba del sofá.

Su cuerpo estaba cubierto por unas finas telas que no sabría describir si eran un vestido, pero dibujaban a la perfección cada uno de sus rincones más adultos. Su culo se iba a convertir en mi obsesión los próximos días y en su perfil también disfruté de unas curvas que definían sus abultados pechos. ¡Como le habían crecido! ¿O quizá se habría operado?

–Y yo veo que sigues tan guapa como siempre –dije con el corazón en un puño.

–¿Quieres beber algo mientras esperamos? –preguntó con una sonrisa tímida.

Cuando volvió con los vasos, se puso a servir en la mesa pequeña de cristal que estaba delante de donde nos sentamos. Su acción de servir era inclinada y no pude evitar la mirada hacia el interior de las finas telas. Parecía haberse abierto más el escote después de volver de la cocina ¿o serían imaginaciones mías?.

–Tú no te puedes quejar, que eres un soltero que está muy bien –dijo con una sonrisa pícara mientras servía.

Aquel escote tenía un fondo de piel tersa y cuidada donde abultaban unas prominentes tetas, rodeadas por un sujetador que se adivinaba de encaje negro y que no ayudaba nada a detener la excitación del momento.

–¿Qué quiere decir eso de que "está muy bien"? –pregunté pícaro también.

–Venga, no me hagas decirlo, lo sabes muy bien –replicó sentándose.

Pareció intentar estar más cercana esta vez, pero con tan mala fortuna que se sentó sobre mi mano. Sentí su calor un instante pero yo aparté la mano rápidamente y ella se quedó cercana.

–Ay! Perdón –dijo sonriendo.

–¿Otra vez? –la miré con cara de enfado bromista.

–Ya lo sé, no se ha roto, jajaja –rió ella.

–Sí se ha roto –repliqué rápidamente.

–No, mira –señaló mi mano.

–Lo que se ha roto es el corazón –expliqué yo.

¿Por qué dije eso? No lo sé. A veces decimos cosas que no pensamos. ¿Qué pretendía con esa frase? No éramos chicos de instituto y ella tenía novio. Quizá yo quería que llegáramos a algo, pero ¿podía pasar?. El novio era mi amigo, pero me di cuenta de que ella había despertado deseos ocultos.

–Oh, venga. No me seas moñas –dijo sin mirarme.

–Está bien. No seré moñas –dije–. Entonces explícame lo que te pregunté –añadí.

–¿Qué me preguntaste? –me miró con ojos brillantes.

–¿Qué significa eso de que "estoy muy bien"? –pregunté con picardía.

–¿Otra vez? –preguntó ella.

–Otra vez –repliqué rotundo.

–Pues… –hizo una pausa pensativa–. Que también eres guapo… –hizo otra pausa breve para pensar–. Me gustas más ahora que hace unos años –dijo–. Ya está. Ya lo he dicho –añadió contundente y desvió la mirada.

Yo no dije nada y ella, como si se percatara de un gran error tremendamente vergonzoso empezó a ponerse colorada.

–Dios! ¿Qué he dicho? –se recriminó a ella misma llevándose la cara hacia abajo y ocultándola entre las manos como una niña pequeña.

Aquella posición dejó su espalda a mi merced y mi mano llegó hasta ella. Acaricié lenta y suavemente su espalda por encima de la fina tela. Ella no se movió, ni habló durante unos segundos. Quería saber que estaría pensando, porque yo no dejaba de pensar en que la deseaba, en que quería desabrocharle el sujetador que percibía bajo la tela, en que quería contemplar sus senos desnudos, en que quería besarla, en que quería bajar mi mano hasta el final de su espalda y adentrarme hasta donde me dejara.

–Ya no digo nada más hoy –se incorporó rápidamente y retiré mi mano.

–Mujer! No me dejes en silencio –dije–. Venga un brindis por los viejos tiempos –dije cogiendo mi vaso.

Ella cogió su copa y bebió rápidamente lo que quedaba en ella. Creí que no quería brindar, pero volvió a llenarla y la levantó mirándome a los ojos que ahora no tenían nada de inocentes.

–Por los viejos tiempos –repitió ella.

Me quedé embelesado observando el movimiento de sus labios mojados repetir aquellas palabras. Fue un instante sin tiempo ni circunstancias, sin juicios y sin responsabilidad, pero sin saber como lo decidí ni porqué, mi frente y mi nariz se encontraban pegadas a las suyas. Ella no se había movido ni un ápice y ahora formábamos un espejo apunto de fusionarse. Su respiración era nerviosa y ella cerró los ojos. La besé.

Mi lengua atravesó sus labios dulces y carnosos y se encontró con la suya. La excitación fue instantánea y acaba de desatarse. Ella me mordía y yo me comía su boca con auténtica pasión. Mis manos fueron rápidamente a buscar caminos de lujuria por debajo de la fina tela. Saboreé su boca y mis manos recorrieron la piel caliente de su torso hasta sus pechos. Sin dejar de besarnos ni un instante, abrió sus piernas y se arrodilló sobre el sofá hacia mí sentándose sobre mi abultado pantalón, pero la pasión duró solo u minuto más. Ella se separó del beso y mis manos se detuvieron.

–Espera –dijo todavía jadeante–. Esto no está bien –añadió–. No está bien –repitió.

Me quedé paralizado y mudo. Los dos sabíamos que no estaba bien, pero ella pareció necesitar oírlo de nuevo. Los dos seguíamos quietos pero excitados. Los dos queríamos seguir. Los dos sabíamos que una vuelta atrás no corregiría las circunstancias. Era solo una atracción del momento. Era solo sexo. La miré. Su mirada me decía lo mismo, estaba seguro, tenía que estarlo.

No podía dejar que transcurriera más tiempo. La besé en el cuello y me dejó. Acarició mi cabello y retiré hacia abajo lentamente aquella tela hasta dejar al descubierto el excitante encaje negro que no podía contener más sus pechos. Ella se dejó llevar de nuevo. Movía la cintura frotando con su entrepierna mi pantalón que ya tenía un tamaño más que adecuado. El sujetador voló hacia alguna parte y mis manos no tardaron en comprimir aquellos enormes pechos. Busqué sus pezones empecé a mamar de aquellos cántaros de placer, mientras su mano abría torpemente mi pantalón.

Ella se incorporó un momento y puso al descubierto mi palpitante erección. Su mano lo rodeó masturbándome unos segundos y yo la imité colando mi mano en el interior de su tanga. Tal y como estábamos sin quitarse más ropa, sin más preámbulos, hizo a un lado su tanga convirtiéndolo casi en un hilo y dirigió mi pene hasta su entrada.

No sabía de cuanto tiempo disponíamos todavía, tampoco lo pensé, pero creí que le gustaría algo lento y la primera penetración fue un anuncio brutal. Ella estaba como poseída. Se agarró al sofá apretándose contra mi pecho. Sus movimientos provocaban que entrara y saliera de ella muy rápido. Nunca me la imaginé tan salvaje. Saltaba encima de mí como loca y gemía ocasionalmente entre fuertes jadeos. Yo la sentía tan húmeda, tan caliente y tan veloz que no podía resistir explotar en cualquier momento.

–Avísame –susurró con la respiración entrecortada en mi oído.

–Ya, ya, ya… –dije excitado y nada más lejos de la realidad y ella se detuvo, saliendo rápidamente.

–Aquí –dijo estirándome de la mano y llevándome hasta la puerta del salón donde no había alfombra ni nada que manchar.

Me quedé arrodillado y ella también conmigo. Acercó su boca a mi pene a punto de explotar y con la mano me apretó los testículos. No se la metió en la boca ni tres veces cuando empecé a soltar semen a borbotones. Los dos escuchamos un grito y un coche aparcando en la puerta. Nos asustamos, ella apartó su boca, le cayó semen por las comisuras y yo manché el suelo.

Sarah corrió a por el sujetador y se ajustó sus telas a la velocidad del rayo. Yo corrí al baño a limpiarme y ella fue a la cocina. Se limpió la boca y trajo una fregona, pero los sonidos cesaron y sonó el timbre de casa. Afortunadamente no serían ellos. Fui a abrir yo mientras ella terminaba de limpiar todo. Miré el reloj, solo habían pasado cerca de veinticinco minutos desde que se fueron. Abrí. Era Juan, que como no era tarde, al final había decidido apuntarse a la cenita. Ya habíamos pedido, pero podíamos repartir pizza para uno más. Ahora la noche tenía otro color.

NOTA: Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.