Rápido, o Dios nos verá
Terry Warren es la joven perfecta: católica, inocente y devota. Nadie sospecha de su verdadera personalidad, hasta que Arthur, un miembro de la iglesia lo descubre de la mejor manera posible.
Abrió sus ojos lentamente, como si los párpados le pesaran. Era la primera vez en toda la semana que despertaba con gozo, pues era sábado y eso significaba que no había clases en la preparatoria.
Estiró sus blancos y delgados brazos por encima de la cabeza, haciendo que sus costillas se abrieran y permitieran una mejor circulación del aire. Bostezó mientras se sentaba sobre la cama de piernas cruzadas.
Se talló los ojos con el dorso de las manos y sacudió la cabeza, alborotando su bellísimo cabello color miel.
Sí, Theresa Warren era una jovencita demasiado atractiva para su edad. Usando cierto tipo de maquillaje, podría pasar por una mujer de veinte. A sus cortos dieciséis años, Terry, como la llamaban todos, era la perfección andando.
Todos los días se le podía ver riendo. Tenía un gran sentido del humor y era capaz de simpatizar con quien se le pusiera en frente. Cuando sonreía, su nariz se arrugaba un poco, provocando que las claras pecas salpicadas en su rostro se acentuaran aún más, dándole ese no sé qué encantador y adorable. Dentadura blanca, labios delgados y rosados acompañados de tiernas facciones e irresistibles ojos color miel, haciendo armonía con su cabello ondulado del mismo tono.
Terry bien podría haberse convertido en una famosa modelo desde más pequeña, pero sus conservadores padres se apresuraron a arruinar su sueño.
—¡Ni siquiera lo pienses, Theresa! —Le había advertido su padre cuando a la infortunada pequeñita de ocho años se le había ocurrido mencionárselo—. Créeme que las modelos no son bien vistas por Jesús, y no permitiré que mi propia hija se convierta en una de esas cualquieras.
Sus padres sólo querían lo mejor para ella, como mil veces se lo habían repetido. Era ese tipo de matrimonio que pasaba los días enteros en la iglesia, ayudando a recolectar las limosnas y acomodar los arreglos florales y que no dudaban en encarrilar a sus hijos en el mismo camino.
Terry estaba harta de lo mojigata que se comportaba su familia. Ella era diferente a ellos en todo aspecto, pero jamás lo demostraba. Si alguien pudiera describir a Terry en una sola palabra, seguramente elegiría “manipuladora”. Era demasiado inteligente como para mostrar su verdadera cara, y mucho menos a sus padres.
Pretendía ser inocente y dócil para evitarse algún castigo. Sus padres fácilmente se tragaban esta historia y la tenían en pedestal de santa, alegando que no había una joven más entregada a Dios que su hija.
Por esta misma razón, su hermano mayor, Chad, la odiaba a muerte. Él sabía mejor que nadie que Terry no era una blanca paloma en ningún sentido, al contrario, conocía absolutamente todas las locuras que había vivido su hermana.
Detestaba que sus padres fueran tan idiotas para no darse cuenta de la identidad real de ella. Chad aguardaba el momento indicado para sacar a relucir los trapos sucios de Theresa y de una vez por todas vengarse.
Terry se puso de pie con calma, haciendo las sábanas a un lado. Se encaminó al baño no sin antes echar un vistazo al reloj.
Eran las dos de la tarde. Ella misma se sorprendió por haber dormido tanto. Y, claro, cómo no haberlo hecho, si la noche anterior se había desvelado hasta altas horas de la madrugada viendo pornografía en su computador portátil.
Era una de sus costumbres los viernes por la noche. Ya que esa ocasión no tenía ganas de escaparse por la ventana y ver a sus amigos en el centro nocturno, optó por quedarse en casa y disfrutar un poco.
Abrió el grifo del agua y se lavó la cara y los dientes. Alisó su ondulado y largo cabello con el cepillo, y después fue hasta su armario para sacar algo de ropa.
Mientras sacaba sus pantalones, algo rodó por el cajón y cayó al piso, golpeándole el pie. Terry llevó la mirada hacia abajo. Su mirada se encontró con el vibrador que le había conseguido uno de sus amigos. Qué lástima que no lo saqué anoche, pensó para sí.
—¡Buenos días, Terry! —Saludó su madre abriendo la puerta de su habitación.
—¡Mamá! —Exclamó Terry, sintiendo que toda la sangre se le iba a los pies.
Se apresuró a tapar el objeto con el pantalón.
—¿Estás bien, linda? —Se acercó a ella y tocó su frente—. Dormiste mucho, ¿te sientes bien?
—Sí —Asintió Terry sonriendo—, es sólo que desperté con un poco de dolor de cabeza. Es todo.
—¡Pobrecilla! —Su madre se veía sinceramente preocupada—. De seguro fue el cambio de clima lo que te afectó. ¡Por Dios! Quédate en cama hoy, ¿de acuerdo?
Terry celebró en su interior. Eso significaba que no iría a la aburrida misa en el templo.
—Pero —Reclamó Terry, fingiendo remordimiento—, ¿qué hay de la misa?
—¡Ni pienses en eso, querida! Jesús sabe que te sientes mal, estará bien si no asistes hoy.
En eso, Chad asomó su cabeza por el marco de la puerta.
—¿Theresa no irá?
—Tu hermana no se siente bien.
—¡Ja! —Rio el rubio— Sí, claro.
—Y tú, ¿ya estás listo? —Miró a su hijo de pies a cabeza antes de alejarse del lugar—. Nos vamos en cinco minutos.
Chad caminó hacia Terry, quien ya había envuelto el vibrador en los pantalones, impidiendo que alguien más lo viera.
—Deja de mentir.
—Cállate y vete ya a arreglar las flores de la iglesia —Respondió ella en tono burlón, haciéndolo salir y cerrando la puerta.
*
Arthur se encontraba llevando a cabo la tarea de limpiar las bancas de la iglesia con un trapo húmedo cuando los señores Warren y su hijo entraron al lugar.
—¡Buen día, Arthur! —Saludó la señora.
El encantador rubio dejó su posición de rodillas para ponerse de pie y saludar a los recién llegados. Esa familia siempre había venido minutos antes de la próxima misa para ayudar a limpiar la iglesia voluntariamente.
—¿Qué tal? —Estrechó la mano de los tres—. ¿No viene Terry con ustedes?
—Le duele la cabeza —Contestó Chad haciendo comillas con los dedos.
Los labios de Arthur se arquearon en una sonrisa. Era un poco desilusionante para él que Terry no hubiera venido hoy. Tenía muchas ganas de verla.
Desde que la vio el primer día que él llegó a la ciudad, quedó deslumbrado por su belleza. Casi se cae de la silla cuando le informaron que tenía sólo dieciséis años.
Arthur tenía veintiséis, y eso podía ser una barrera para cumplir su objetivo. Había tenido la oportunidad de charlar con Terry algunas veces después de misa, pero casi siempre sus padres o su hermano estaban presentes y no existía soltura.
De hecho, ante los ojos de cualquiera que lo conociera, Arthur era un joven honrado y transparente. Tenía un carácter tan afable que se disfrutaba estar con él, sin tomar en cuenta, claro, su atractivísimo físico.
De cabello rubio y ojos azules, su rostro parecía haber sido esculpido por los mismos dioses. Pasaba la mañana en el gimnasio, dándole como resultado un cuerpo bien trabajado y en forma.
El resto del día lo ocupaba en prestar sus servicios voluntarios a la iglesia. Le agradaba estar ahí y conversar con las personas que iban. Todos lo conocían y le habían tomado afecto.
Cuando la misma concluyó, los señores Warren se acercaron a él.
—Arthur, ¿por qué no vienes a cenar a casa? —Sugirió el señor Warren—. Nos encantaría tenerte de invitado.
—Por supuesto, me agrada la idea —Aceptó el joven.
Arthur subió al auto de los Warren y llegaron hasta su casa. La grande construcción de dos pisos se destacaba de las demás, con ventanas enormes y un porche elegantísimo.
La señora Warren le indicó a Arthur que se sentara en la mesa del comedor mientras ella iba hacia la cocina y traer la cena. Chad le hizo compañía y comenzaron a platicar. Ambos jóvenes se llevaban bien y las carcajadas no se hicieron esperar.
La casa se inundó de un olor delicioso que Arthur no pudo describir. La señora Warren llegó al comer con un recipiente caliente y lo colocó en el centro de la mesa.
El señor Warren tomó asiento y sonrió. Chad comenzó a decir algo a lo que Arthur no puso atención. Sólo podía pensar en Terry. En algún momento tenía que bajar, si es que estaba en su habitación.
—Disculpen, ¿dónde está el baño? —Preguntó Arthur.
—Tendrás que ir al de arriba —Le indicó el señor Warren—, el de la planta baja no sirve todavía.
—¡Ah! —Dijo la señora— Aprovechando, si ves a Terry en el pasillo, dile que baje a cenar, por favor.
Arthur asintió con la cabeza. Deseó con toda su alma encontrársela.
Subió las escaleras forradas de alfombra azul marino hasta la planta alta de la casa. Se quedó inmóvil por un instante. No se podía oír nada. Era como si la parte de arriba fuera una burbuja que impidiera el paso del sonido proveniente de abajo.
Meneó la cabeza para volver a la realidad. No tenía ni idea de qué puerta abría el baño, y el hecho de que todas estuvieran cerradas no le ayudaba, así que optó por abrir una por una hasta dar con el lugar deseado.
Giró la manija de la primera a su derecha. No era lo que buscaba. Después, la segunda. Tampoco era el baño.
Pero, al abrir la tercera, se quedó perplejo. Pensó que no era posible lo que sus ojos estaban viendo, pero ahí estaba frente a él, como un sueño vuelto realidad. La hermosa Terry, acostada sobre la cama de sábanas blancas, dándole la espalda, totalmente desnuda.
Arthur no podía asimilar nada del exquisito espectáculo que se estaba llevando a cabo ahí. Su mirada se perdió en el redondo trasero de la joven, que se movía ocasionalmente a la par que el cuerpo de ella. Sus delgadas y tentadoras piernas se abrían paso por entre las sábanas, haciéndolas parecer kilométricas e infinitas.
Terry no tenía ni la menor idea de que estaba siendo observada, y mucho menos, que sus padres habían llegado a casa con una visita.
Poco a poco, la sangre de Arthur bajó hasta su miembro, haciendo que se apretara contra sus pantalones. Sintió que estaba a punto de explotar cuando notó que Terry llevaba una de sus manos a su entrepierna.
Era un show digno de apreciar. Arthur sabía que cualquier hombre desearía estar en su situación. Muchos pagarían lo que fuera por ver a Terry Warren masturbándose.
La chica comenzó a jadear suavemente. Sus bajos gemidos lo hacían todo aún más sensual. Se puso de rodillas, haciendo que su trasero quedara en lo alto y acercó uno de sus dedos a su ano, estimulándolo sin prisa.
Arthur no pudo aguantar más y sacó su miembro del pantalón, acariciándolo sutilmente para seguirle el ritmo a Terry. Se sentía tan bien. Se estaba dejando llevar por el momento y lo placentero que se sentía, que olvidó que estaba espiando a alguien y un pequeño gemido salió de sus labios.
Terry se detuvo en seco. Con rapidez, se giró hacia la puerta, cubriéndose con las sábanas. Se topó con Arthur y su miembro entre las manos.
—¿Qué haces aquí? —Titubeó Terry, con el rostro rojo como tomate.
—Perdón —Se disculpó Arthur sin dejar de estimularse—, estaba buscando el baño, no era mi intención espiarte…
—¿Espiarme? —Ella bajó la vista hacia el miembro de Arthur.
Terry sonrió maliciosa. No podía creer que el tipo con el que había estado fantaseando por tanto tiempo estuviera en su propia casa, masturbándose mientras la veía. Era como un sueño hecho realidad.
Sin pensarlo más, Terry lo tomó de la mano y lo introdujo hacia su habitación.
—Supongo que mis padres deben estar abajo —Habló ella sensualmente—, así que hagamos esto rápido.
No fue necesario que se lo dijera dos veces, cuando Arthur la cargó y ella rodeó su torso con las piernas.
“De cerca es más hermosa todavía”, pensó él.
Terry besó sus labios, metiendo su lengua y tocando la de él. Arthur la sostenía de su trasero y no desaprovechó la oportunidad de apretarlo varias veces con fuerza.
La punta de su miembro tocó la entrada a la cavidad femenina de ella, la cual ya estaba húmeda.
Con una mano, lo guio hacía la entrada, y comenzó con fuertes embestidas dentro de ella.
Terry aferró sus uñas a la espalda de él, arañándolo. Arthur la oía gemir en su oído, tan delicadamente que eso sólo le daba más fuerzas para seguir bombeando dentro de ella.
—Me gusta —Jadeó Terry.
—Ya lo sé, hermosa —Habló Arthur con voz entrecortada.
Los senos de la joven rebotaban contra el pecho de él a la par que el erecto miembro entraba por sus húmedos pliegues.
—Más rápido —Pidió ella en voz baja, cerca de su oído.
—Estoy a tus órdenes.
Sus movimientos se volvieron mucho más rápidos, provocando que cada centímetro de la suave piel de Terry se erizara. Sus gemidos eran lo más delicioso que Arthur pudiera escuchar.
—¡Arthur! —Fue lo último que pudo decir ella cuando echó la cabeza hacia atrás.
Él la beso. Se sentía a punto de estallar. Estaba a tan sólo un paso de venirse.
Terry lo miró sonriente, bajándose de sus brazos y poniéndose de rodillas frente a él.
—No tienes que hacerlo —Le dijo Arthur al ver su intención.
Pero algo en los ojos de Terry lo hizo estremecerse aún más. Por supuesto que no era la jovencita angelical que iba a misa todos los domingos. Ésta era otra persona. Una mujer perversa que sabía lo que quería.
—Quieres esto más que yo, no te hagas del rogar.
Unió sus labios con la punta del prominente bulto del rubio. Lamió delicadamente toda la extensión mientras que con la otra mano acariciaba sus testículos.
Pasó la punta por sus dientes con mucho cuidado. El fino contacto provocó que Arthur la tomara del cabello y, jadeando, terminara por eyacular en su rostro.
Definitivamente no había nada más satisfactorio que ver a una mujer linda cubierta con semen.
Él la miró. Ella se relamió lo que pudo con la lengua y entró al baño a limpiarse rápidamente, mientras Arthur se subía el pantalón.
—Ahora baja —Ordenó Terry cuando salió—, mis padres te deben estar esperando. Diles que estoy dormida.
Arthur asintió y sin más, se decidió a bajar. Terry lo miró alejarse desde el marco de la puerta, pero él se detuvo de la nada.
—Me enviaron a buscarte —Escuchó la voz de Chad, su hermano.
Terry salió de la habitación con una toalla amarrada al cuerpo. Arthur yacía inmóvil.
—Pero ya veo por qué tardaste tanto —Miró a su hermana—, y pensé que a ti te dolía la cabeza.
—No es asunto tuyo —Se lanzó Terry a defender.
Chad sacó su móvil y reprodujo un video. Arthur y Terry se quedaron pasmados al ver que ellos eran quienes aparecían en la cinta.
—Chad, vamos, borra eso —Pidió Arthur intentando sonar calmado.
—¿Qué dirían mamá y papá si se enteran de esto, Terry? —Preguntó Chad, sarcásticamente—. ¿Y qué dirían de ti, Arthur? Piensan que tú eres un hombre tan bueno, incapaz de… tú sabes —Le guiñó un ojo.
Terry tomó a Arthur del brazo.
—Borra eso —Demandó Terry nuevamente.
—Tendrán que hacerme un pequeño favor —Chad los miró con una sonrisa pervertida.