Rapanui (XI y final: La partida)
Las ceremonias ancestrales de iniciación sexual de Polinesia se cristalizan en Rapanui...
Por la ventanilla del avión, daba las últimas miradas a la pista de Mataveri. Un jeep azul se deslizaba por el camino... El vehículo de abastecimiento del combustible se desplazaba con lentitud hacia Vinapú, lugar donde estaban los depósitos... Una manada de caballos atravesó mi campo visual: los salvajes equinos de Rapa-Nui que corren por todas partes en absoluta y plena libertad... Las lágrimas nublaron mis últimas visiones. A mi lado, Tarita dormitaba o, al menos, llevaba los ojos cerrados. Sentía algo de pánico cuando el avión despegaba y prefería encerrarse en sí misma. Sin embargo, sentí un suave apretón en la mano que sostenía, como siempre que dormía...
Los recuerdos de los días recientes no dejaban de rondarme como inquietas avecillas. La ceremonia había sido un pandemónium, una orgía continuada, una mezcla de sodomía, masturbaciones, sexo grupal, sexo oral, anal, lésbico... jamás imaginado por nadie. El semen saltaba sobre los relucientes cuerpos jóvenes de las vírgenes mordidos por la luz de las antorchas. Cada muchacho debía lanzar su primer chorro de semen sobre el cuerpo palpitante de deseo de las neru... Las sacerdotisas masturbaban a los más reacios hasta que la lujuria y el placer producían la inminente descarga. Las neru la recibían en su abdomen, en sus tetas o en su cara, les estaba prohibido recibirlo en la boca hasta que no hubieran sido desvirgadas... Las sacerdotisas recogían las últimas gotas de la espesa leche de los mocetones y lubricaban la entrada de la vagina con esa mezcla de saliva y semen... Las erecciones no perdían potencia con la primera descarga, por el contrario, la excitación de la penetración endurecía aún más las morenas vergas... Tarita, en su calidad de suprema sacerdotisa, había acelerado la eyaculación de varios muchachos y había mamado los coñitos de las neru que ya conocía, pero que de igual manera, la excitaban... Había pasado por mi lado y se había dado maña para que yo la penetrara... Su concha estaba húmeda, pero aún estrecha y apenas logró alojarme hasta la mitad... La sentí correrse y luego me dejó "a punto de..." Con una cristalina carcajada, me abandonó y continuó su 'sagrada' tarea... Sabía que eso era el preludio de una prolongada ceremonia de sexo y quería prepararse para ello. Yo quedé tenso y ardiente observando las escaramuzas de la tremenda orgía... Mi erección no bajó en toda la noche. Si en un momento el estímulo se volvía repetido, bastaba con cambiar la dirección de la mirada, para excitarse aún más con la vista de las neru que estaban siendo cogidas. Una vez abierta la vagina y perdida la virginidad, podían ser sodomizadas y en esta tarea les estaba permitido a los hombres maduros acercarse a cualquiera de la neru, que no podían rechazar a nadie... En este punto, intervenían los homosexuales jóvenes que, ataviados con pareos, y adornadas las cabelleras con flores, se confundían sus traseros con los de las neru. De esa manera, no se sabía a quién se estaba cogiendo. Eso no parecía importar a los rapanui, gente sencilla y sincera, sin dobleces culturales. Si alguien sorprendía a uno de los 'gay' haciéndose pasar por mujer, les daban una nalgadas amistosas y si era de su agrado, la tarea era concluida de igual manera... Nadie en la isla, esa noche, quedaba al margen de participar en esta ancestral ceremonia. Así debe haber sido cada vez que llegaba un barco a la isla. Los isleños les ofrecían sus mujeres y niñas para recibir la simiente nueva que impidiera la decadencia, a la que se hubiera llegado a no mediar las providenciales apariciones de los barcos europeos...
Sin embargo, las autoridades no tomaron con igual humor y comprensión la ceremonia. Se dijo que ella había sido abandonada después de la evangelización. Ello no era verdad, el pueblo rapanui conservaba intactas sus tradiciones y de cuando en cuando, se producía un regreso al pasado, a los orígenes, a sus raíces polinésicas... Un centenar de detenidos fue el resultado de la acción represiva. Los que no pudieron ser enjuiciados, fueron amablemente conminados a abandonar el territorio insular... Tarita y yo renunciamos a nuestro trabajo y tomamos el primer avión hacia el continente, antes de ser oficialmente expulsados o enjuiciados por ofensas a la moral...
Celia, la morena y ardiente isleña, se revolvió en el asiento contiguo. Recién me di cuenta de que se había venido con nosotros.. Ahí estaba, para hacernos menos dolorosa la partida. Yo nunca la había tocado, pero sentía sus miradas y advertía en sus ojos el deseo de ser cogida por mí. Deslicé casi inadvertidamente mi mano buscando sus hermosos muslos, desnudos en la abertura del pareo. La sentí estremecerse... Continué suavemente explorando su carne exultante. Me cogió la mano y la llevó a su 'tino'(vagina). Estaba húmedo y no llevaba braguitas. Acaricié su vello púbico y pasé mis dedos por la abertura incitante. Me empapé de sus jugos y llevé a mis labios, los dedos ... Su exquisito sabor, me puso a mil. Ella se revolvía apretando mi mano entre sus muslos. De pronto, la sentí extasiada en un orgasmo lento y prolongado. Tarita dormía plácidamente a mi lado sin percatarse de lo que ocurría a escasa distancia suya.
¿Cuáles serían sus sueños? ¿Cuál su preocupación en este instante? Sabía que le dolía partir. Ambos sabíamos que era nuestra égida del paraíso que habíamos descubierto en Rapa-Nui... Quizá nunca más volveríamos a él y deberíamos conformarnos con llevar en nuestra mente y en nuestro corazón aquella experiencia...
Pronto el avión, después de casi cinco horas de viaje por sobre el Pacífico, terminaría su recorrido en la losa del aeropuerto internacional de Santiago. Ahí estarían los lazos que no pudimos romper, los nuevos temores y, tal vez, las nuevas esperanzas...
Los recuerdos se irían desvaneciendo, enmarañando, y la realidad se confundiría con la fantasía, la realidad y los sueños se transformarían en una híbrida mezcla... Lo único cierto es que jamás podríamos olvidar los mil días vividos, intensamente vividos, en Isla de Pascua, hogar de Rapa-Nui, la milenaria cultura polinésica que rinde culto a lo más humano de nosotros: el sexo.
Ariki
(¿Continuará?)