Rapanui (X: La Espera)
La preparación de las Vírgenes está casi terminada. Pronto tendrá lugar la iniciación. Nuestro protagonista se despide de una de las mujeres que viene a él con el coño aún chorreando semen. Pero le ha reservado el culo y le pide que se la clave por el ano sin piedad.
Por fin concluiría el cautiverio de Tarita junto a las vírgenes de Rapanui. La abstinencia la debe haber tenido desesperada. Nunca habíamos estado separados por más de una semana. Aquella semana que había ido al conti a finiquitar el contrato con que trabajaríamos en Pascua. Cuando regresó, venía con manjares cuyo sabor había olvidado: botellas de fino vino, strudel y otras exquisiteces horneadas por su madre. Componían su equipaje varios litros de pisco sour y algunas decenas de rubias de ojos azules (medicamento usado para las dietas de adelgazamiento). La mezcla de una de ellas con pisco sour daba varias horas de desenfreno sexual. Una especie de Viagra de ese tiempo. Tarita me relató algunas de sus aventuras eróticas en la semana que estuvo separada de mí: los moteles y hoteles 'parejeros' hacían nata en el Santiago de los chicago-boys. Varias cajas de cerillos y jabones pequeños que se usaban en los encuentros que sostuvo con todos aquellos que la habían hecho sentirse deseada en sus años de 'lola'. El Gringo fue uno de ellos. Ya había tenido la primera experiencia adúltera empujada por mí a sus brazos. Una noche, se fue con él al Hotel Valdivia y pidieron una botella de carísimo champagne. La suite era la de la piscina (alberca) con espejos por todos lados con agua temperada que corría... Tarita llevaba una cassette con música isleña y le bailó desnuda los ritmos polinésicos. El Gringo se corrió sólo de mirarla mover su sensual cuerpo bronceado por las exposiciones en la playa de Anakena. Tarita bebió su leche hasta la última gota. Había aprendido todas las artes secretas de las rameras polinésicas... Mientras le mamaba el pene le introdujo un dedo en el ano y se lo revolvió con decisión y fuerza. El Gringo trató de protestar, pero volvió a sentir la necesidad de correrse. Esta vez Tarita le apretó fuertemente el pene y retardó la eyaculación. Le ofreció su culo y el Gringo le introdujo la verga con desesperación. Tarita lo cabalgó mientras dos de sus dedos hurgaban el ano del estupefacto varón que era sodomizado contra su voluntad, pero con gusto que iba ascendiendo en intensidad hasta llegar al orgasmo. Explotó violentamente en el intestino de Tarita. La hembra cuando se calienta y traspasa las barreras que le impone la sociedad, ya nada hay que la frene en su loca carrera hacia las fronteras del sexo duro. Tarita se deslizó hasta la cara del Gringo y le ofreció primero su concha húmeda y chorreante. Herbert le mamó el coño y los jugos le corrían por la barbilla. Luego Tarita le puso el culo y dejó escapar el semen. Un tanto impactado por el hecho insólito, el Gringo trató de apartarla, pero Tarita le gritó:¡Mama, maricón, tu propio semen! ¡Méteme la lengua en el culo y bébete tu propia leche, puto! Acto seguido, se deslizó hasta el pene del macho y en un 69 en que se lo mamó hasta los huevos, mientras le soltaba el semen en los labios del Gringo que sorbía desesperado. Lo arrastró hasta la alberca y rodaron sumergiéndose unidos en las temperadas aguas. En ese momento, como peces enajenados, se cogieron con furia... Tarita, la primera vez que folló con el Gringo, me había dicho que la había tratado con mucha ternura. Una rabia sorda y dolorosa la sacó de ese relato y le exigí que me contara cómo la había cogido, qué le había hecho, cuántas veces había acabado, hasta donde le había metido el pene, etc. Así que esta vez se desató toda la lujuria que llevaba en su seno como un volcán. La isla le había hecho liberarse de toda traba civilizada... Esa vez no sólo me relató con lujo de detalles su aventura sino que trajo varias fotografías tomadas con una Polaroid. Mi sorpresa fue inaudita.¿Quién sacó las fotografías? Me dijo que ese era un servicio que se solicitaba en la administración por un pequeño recargo. Los espejos eran en realidad miradores en que por una cantidad no despreciable de dinero se podía observar sexo en vivo y en directo. Tarita supo de ello por Norma, una envejecida prostituta que ejercía de madama y que habíamos conocido por el padre de Tarita. Era difícil llegar a esa parte del negocio sobre todo en el país más cartuchón de Latinoamérica. Pero los negocios son negocios y ya el sexo empezaba a ser explotado como cantera inagotable de ganancias.
La calentura de Tarita y la mía cuando me relataba los pormenores y me iba lanzando las fotografías al rostro, iba en aumento...estuvimos follando casi diez horas seguidas. Hasta que nos sacaron de nuestra orgía privada los golpes en la puerta de nuestra amiga Maira, que siempre se las arreglaba para sorprendernos en medio de la faena.
¡Ya se van a buscar a las muchachas, Jan! Me dijo Maira, mientras me daba un beso ardiente. Era como si se despidiera de mí. Ya no volveríamos a estar tan unidos. Había sido mi compañera exclusiva, aun cuando ella había follado con varios de sus enamorados, pero siempre llegaba a dormir conmigo. Sabía lo que me excitaba una mujer recién cogida y con las pruebas del coito en su coño. Esa noche no había sido diferente. Había llegado cerca de la medianoche con varios tragos de más y con la melena revuelta, sus ropas desordenadas y un brillo extraño en sus ojos. ¡Ven! Me dijo mientras me arrastraba hacia el diván. Se abrió el vestido y me mostró su coño que no llevaba las braguitas negras que tanto me gustaba que usara. Aquí están- me dijo y las sacó de su cartera. Húmedas aún de semen me las puso en la cara, mientras me tomaba la mano y se hacía palpar su concha llena de jugos seminales. ¡Me culearon cinco! ¡Y los dejé exhaustos! Me sorprendió su lenguaje. Ella era siempre recatada y aunque muy caliente, jamás usaba lenguaje soez. Pero ahora estaba cambiada. Quizá el hecho de nuestra inminente separación, la había hecho ser agresiva y diferente, para que yo tuviera ese recuerdo de ella... ¡Ahora quiero que me partas el culo, cabrón! Me quité las braguitas del rostro y me dirigí a su coño. Le mamé todo el jugo que salía de su interior. La di vueltas y la puse en cuatro. Con el jugo de su coño aproveché para lubricarle su apetitoso ano. ¡No los dejé que me tocaran el culo! ¡Lo tengo sólo para ti, Jan! ¿Lo quieres? ¡Pártemelo, rómpeme el culo! ¡No seas cabrón, dámelo ya! Saqué la lengua y le encajé mi verga de un solo golpe. Maira dio un alarido, mezcla de dolor y de placer, su culo estrecho empezó a abrirse capa por capa, hasta que se acomodó a mi verga. Maira se dio la vuelta y me cabalgó. La cabellera se le escapaba por todos lados como una tormenta tropical. Sus ojos, con el brillo del morbo, la droga más poderosa jamás descubierta. Aunque Maira fumaba marihuana de vez en cuando, esta vez sólo el alcohol y el sexo la habían puesto a mil por hora. Sus tetitas saltaban alborotadas y sus rosados pezones endurecidos apuntaban hacia el techo de la habitación. La hice cambiar de posición y en el borde del lecho la cogí de sus pequeñas tetas y le di las últimas estocadas mientras me vine gritando, aullando como orangután. Maira aulló conmigo: ¡Dame, dame más, no me dejes sin que me venga!¡Ahí viene otro! ¡Dame más verga! ¡Húndemela más adentro! ¡Ay, caaaaaaaaabrón! Le metí casi todo el puño en su coño mientras acabábamos...
Ahora todo volvería a la normalidad. Y si bien es cierto, volvería a cogérmela en cualquier momento, no sería lo mismo, la luna de miel tocaba a su fin y Tarita volvería... Una dulce inquietud me embargó... Pero la incertidumbre daría paso a las certezas...
(Sigue)