Rap, Sexo y Diplomacia

Siete años después, me encuentro con un tipo en la embajada en la que trabajo que me recuerda a alguien...

‘Cuarenta putos grados ‘, pensé mientras miraba por la ventana las palmeras recortadas contra el sol que ya se ponía. ‘Cuarenta putos grados, a las ocho de la maldita tarde y ahora me toca atender a este subnormal que ha perdido el pasaporte. Menuda me espera’. Yo peleaba por el puesto de embajadora de España en EEUU, concretamente en Miamo (Florida) y de hecho sería la siguiente, pero por ahora era una diplomática que debía encargarse de chicos españoles que iban a Florida de fiesta y perdían el pasaporte, como éste que iba a venir. Además llegaba tarde, muy del estilo español. Me levanté y di vueltas sin rumbo por el despacho, haciendo sonar los tacones que me veía obligada a llevar por cuestiones laborales y alisándome la falsa para distraerme. En ese instante, la puerta se abrió con demasiada fuerza, estrellado el pomo que daba al interior del despacho contra la pared y provocando un estruendo. El hombre que apareció por el hueco de la puerta la cerró con el mismo estrépito y se plantó en medio de la habitación. Otro gilipollas cabreado.

-       Yo tengo cosas que hacer, chica. Tengo un concierto en dos días en Madrid y como no tenga el puto pasaporte antes de veinticuatro horas no llego ni de coña. Es importante, joder.

-       Relájate, Fernando. El que ha perdido el pasaporte por irse de fiesta borracho eres tú, yo sólo intento facilitarte las cosas. Pero todo lleva un proceso.

El chico, no tan chico ya, resopló y se sentó en la butaca que tenía a mi izquierda, frotándose la frente con fastidio. Alcé una ceja mirándole con cierto cabreo y rodeando la mesa, me senté en la butaca, frente a él. Nos separaba el escritorio. Maldito calor. Notaba ya el sudor recorriendo mi cuello y mi escote, llegando a mis pechos. Distraída me toqué el cuello y pasé la mano por el escote descaradamente, olvidando al sujeto que tenía enfrente. Cuando levanté la vista, tenía los ojos clavados en él. Un cosquilleo invadió mi cuerpo y tuve que cruzar las piernas.

-       Bueno Fernando, intentaré que todo el proceso se lleve a cabo con la mayor rapidez posible, te lo aseguro. Pero no puedo asegurarte que vayas a tenerlo antes de lo que necesitas.

Cuando alcé de nuevo la vista, tenía los ojos clavados en los míos. Me recorrieron el cuerpo entero, como queriendo desnudarme. Aumentó el calor y resoplando disimuladamente me levanté de la silla, de nada servía cruzar las piernas y pasé por su lado para llegar al armario del fondo de la habitación. Lo abrí y me agaché para coger unos papeles del tercer cajón. Sin mirarle aún, comencé a hablarle al armario dirigiéndome a él.

-Bueno, pues para empezar deberías rellenar estos papeles para comenzar con…

Una mano puesta a cada lado de mis caderas me hizo cortar la frase. Fui a subir la cabeza, furiosa pero levantó la mano derecha y la colocó en mi espalda, bajándome de nuevo. Iba a protestar cuando noté un principio de erección a través de la falda negra. Me la subió y me acarició el culo describiendo suaves círculos, clavando los dedos de vez en cuando. Bajó hasta mi tripa, donde no se detuvo, se coló por debajo de la camisa hasta los pechos. No llevaba sujetador por el calor de Miami por lo que le fue fácil acariciarlos cuanto quiso. Mientras, la erección del pantalón se notaba cada vez más, y mis bragas se empapaban cada vez más. Las piernas me temblaban subida a aquellos tacones y cuando apartó a un lado el tanga rojo para colar tres dedos por mi coño tuve que morderme el labio para no gritar. Los movía, entraba y salía, yo seguía con las manos apoyadas contra el armario, clavando las uñas sobre el contrachapado de las puertas todo lo que podía. Mi cuerpo entero sudaba al contacto con aquel gilipollas que se había convertido en un dios. Me giré cuando no pude más y nos comimos la boca, mordiéndonos como dos salvajes mientras me arrastraba fácilmente hacia el escritorio, apenas a un metro de él, no me dejé arrastrar más, y tras besarle y morderle el cuello bajé y me puse de rodillas. Le miré desde abajo haciéndome de rogar mientras le bajaba un poco el pantalón y despacio se la sacaba. Me agarró del pelo e hizo un amago de acercarme la cabeza, pero puse resistencia y no insistió. Le notaba en la cara que lo quería, y lo quería ya. No era un hombre de juegos. Saqué la lengua y la pasé despacio por la punta, disfrutando de cada centímetro, despacio. Luego me la introduje en la boca, chupándola despacio, paseando la lengua mojada por la punta a la vez. Notaba cada textura de mi lengua pasar suavemente por su polla. Me la metía entera y la volvía a sacar, pasaba los dientes suavemente por la polla para crear una sensación, pero sin pasarme. Mientras resoplaba suavemente me arrancó la camisa, y con ella abierta pero aún puesta, puse su polla entre mis tetas y comencé a subir y a bajar despacio, y cada vez más intensamente, con más fuerza. Mientras hacía esto se la chupaba y le miraba desde abajo fijamente a los ojos. Él me sostenía la mirada unos segundos, pero acababa apartándola. Notaba su polla dura como una roca en mi lengua. Me agarró del pelo para subirme a su altura, me giró y me puso a cuatro patas con las manos contra el escritorio. Me subió la falda y me bajó el tanga hasta los tobillos. Abrazándome por detrás, acercó su boca a mi oído derecho, y dijo con voz suave pero firme:

-No vas a mover las manos de ahí, ¿verdad? Sé diplomática, por favor, y mantén las formas.

Con una voz que salió de lo más profundo de mi misma, casi ronroneando le dije:

-Ahora no soy una diplomática.

El silencio flotó en el aire mientras noté que aguardaba con impaciencia el resto de la frase.

-Ahora soy tu puta. Soy tu jodida zorrita.

Tragó saliva. Supe que aquello le había puesto cachondo, pero recobró la compostura al instante.

-Te trataré como tal entonces.

Me dio un par de mordiscos por la espalda que me estremecieron, y clavando cinco dedos en cada nalga, me la metió. Sentí perfectamente su polla, caliente y dura, entrar y sentir cada forma de mi coño, provocando que me empapara aún más. Empezó a meterla y sacarla con fuerza, mientras mascullaba guarradas entre dientes que hacía que mis piernas temblaras. Seguía con los tacones puestos y tenía la falda levantada pero eso carecía de importancia. Cachonda y rabiosa le espeté:

-¿Así es como tratas a tus…?

Antes de que acabara la frase me dio un azote en el culo que me arrancó un gemido de placer. Nuestros cuerpos sudaban y yo gemía y jadeaba como una perra mientras él me tiraba del pelo, me decía que era su puta, y seguía clavándome la polla todo lo fuerte y profundo que podía. Aumentó el ritmo y no pude más, grité mientras mi cuerpo sudaba, y respiré profundamente mientras mi cuerpo entero se deshacía en espasmos después de tocar cielo. Empapada le miré con la cara más zorra que supe poner y me agaché de nuevo ante él. Se la cogí, palpitante, caliente, dura, como siempre la había querido, como me la había dado, y como la deseaba en mi boca. Me la metí entera, chupándola y jugando con la lengua, sacándola y lamiéndola de arriba abajo mientras le miraba a los ojos, como una niña con su helado favorito. Supe que no podía más, chupé con más pasión, disfrutando de cada centímetro vibrante de polla que me ofrecía, hasta que con un tirón de pelo, se corrió entre gemidos mucho más bajos que los míos y resoplidos. Se corrió por mi mejilla derecha, y fue resbalando por mi cuello hasta el canalillo de mis tetas. Le miré con grandes ojos de gata, con la pupila aún dilatada por el deseo, y sin saber porqué, con un dedo toqué la corrida y me lo chupé con sensualidad, para morderme el labio y ofrecerle la mejor de mis sonrisas.

Entonces él me miró con una sonrisa de satisfacción torcida que guardaba cierto parecido con una que había visto en algún sitio antes.