Rahma

Rahma y Deissam. El placer se esconde dentro del dolor ajeno. Primera parte

Trabajo de abogado en una asociación de inmigrantes. Digo esto porque es fundamental para entender cómo he llegado a la situación que aquí describo. Mi trabajo consiste fundamentalmente en explicar a las personas que por allí vienen pidiendo ayuda que no tiene posibilidades de conseguir documentación para vivir legalmente en Europa. Prácticamente es lo que hago todo el día, decírselo y escucharles en su desesperación. Otras compañeras les ayudan con la vivienda, el trabajo o la comida; también en las relaciones personales, pero mi trabajo es el de dar, nueve de cada diez veces, malas noticias.

También he de decir que en mí, en nosotros en general pero en mí en particular, tienen una confianza ciega: saben que no mentimos y que lo que hay es la realidad. Es importante también que esto quede claro.

Mi historia comienza una tarde en que vino a verme Rahma, una chica magrebí de veintiséis años, soltera, y muy asustadiza. Llevaba viviendo en Europa, en distintos sitios, cerca de dos años y en los últimos tres meses una sobrina suya, a la que yo personalmente no conocía, estaba a su cargo. Rahma me conocía de alguna vez que vino a verme a la asesoría y de cruzarnos por la calle: siempre me paraba ha hablar con ella. El tema era el de siempre: sus papeles. Yo le había explicado varias veces que no tenía forma de conseguirlo; no era verdad, tenía dos: una, casarse con un nacional y dos tener un hijo y nacionalizarlo al nacer. Se lo volví a explicar todo de nuevo y me pidió, otra vez, ayuda. Pero no sólo para ella sino también para su sobrina. Por tranquilizarla le dije que volviera al acabo de unos días.

A los tres días exactos regresó. Después de haber dado muchas vueltas le dije que sólo se me ocurría la posibilidad de casarme con una de ellas y que la otra tuviera un bebé. Ella se quedó en silencio. Lo cierto es que la estaba presionando para que se diera un poco cuenta de la realidad de la situación, que las cosas no se solucionaban de la manera fácil que ella creía y que nosotros no éramos todopoderosos frente al estado. Se mantuvo en silencio un buen rato mientras yo seguía explicando qué papeles necesitábamos de su país para podernos casar aquí y no me acuerdo de que más tonterías conté.

Deissam es virgen- me dijo en un susurro- Te casas con ella solo por papeles, no como marido ¿eh?

A mi me dejó un poco pasmado la respuesta, pero le dije que sí, que sólo por papeles. Entonces ella se puso más nerviosa y casi se pone a llorar; empezó a decir que quien la ayudaba a ella, y que no podía regresar a su país. Yo me levanté de mi asiento y me acerqué a su lado, cogiéndola de la mano:

Venga mujer, que yo te ayudo para lo que sea.

Entonces- me dijo entre hipos- ¿tú ayudas a mí a tener bebé?

La segunda vez que me quedé pasmado. No sabía qué contestar.

Tú mi amigo, tú me ayudas, ¿sí? – me decía- yo no más amigos que tú.

Pero Rahma, cualquiera querría ayudarte en esto. Tienes un buen cuerpo y no creo que nadie te diga que no.

¡Yo bien tetas!¡Yo bien culo! Pero yo no quiero cualquier, yo quiero tú

Estaba yo dudoso. La propuesta me había cogido desprevenido pero la verdad es que mi polla ya estaba apretándome en el pantalón. La estuve observando un rato: bonitas tetas y culo precioso. No muy alta y con unos labios que le dibujaban una boca casi perfecta. Piel cobriza y pelo negro y muy rizado.

Ella, mientras la observaba, creyó que, de alguna manera, la estaba censurando

Yo no puta- me dijo en un susurro, casi llorando, agachando la cabeza.

Quítate las bragas, que te voy a follar- le dije poniéndome de pié

Me miró asustada entre las lágrimas

¿Ahora?

Sí, ahora- y me bajé un poco el pantalón y el calzoncillo: mi polla surgió erecta y brillante

Ella apartó la cara y me dijo que no estaba preparada. Yo me reí un poco y le dije que era yo el que tenía que estar preparado para preñarla y que ahora lo estaba. Ella se encogió en la silla. Cogí su mano suavemente y apreté con ella mi polla; hacía dos meses que no me follaba a nadie y estaba realmente dura. Su mano estaba caliente y la notaba pequeña en mi tronco.

Mira- le dije en voz baja y amable- ahora tengo mi pene duro y ya sabes que un hombre no se puede quedar con esto así porque es muy malo

Ella miró mi polla y meneó la cabeza.

Yo no quiero tu cosa dentro de mi- susurró entre lágrimas

Entonces ¿cómo esperas que te haga un bebé?

Se encogió de hombros

Como un amigo

Me reí de nuevo

Bueno, como un amigo te la voy a meter sin hacerte daño, ya lo verás- y mientras decía esto, la levanté y le comencé a desabrochar los pantalones.

Ella, sin soltarme la polla y sin parar de llorar, se dejaba hacer. Cuando quise levantarle la camisa ella reaccionó rápidamente sujetándola

Sólo ayudar a tener bebé- me dijo desafiante. Yo me encogí de hombros y seguí con los pantalones; lástima, le quería ver esas bonitas tetas.

En cuanto se los desabroché, tiré de ellos para abajo y aparecieron sus bragas, negras, muy gastadas. Sobre la marcha me di cuenta de dos cosas: que no tenía dinero para bragas y que no la veía nadie sólo con las bragas puestas. Ella se apartó un poco y se cogió las bragas con ambas manos. Quería bajarlas un poco, lo suficiente para dejar el coño al descubierto pero nada más. Yo le dije que me parecía bien, que sólo la quería embarazar y nada más. Quité las cosas del escritorio y le mandé tumbarse encima, con el culo colgando fuera y sujetándose con las manos en el borde de la mesa para que no se cayera. Ella así hizo.

Le subí las piernas para arriba, con los tobillos juntos y le dije que le iba a bajar un poco las bragas. Seguí llorando. Su coño, afeitado como buena musulmana, apareció delante de mi cara. Su aroma me llegaba perfectamente y mi polla estaba durísima.

Me incorporé y coloqué mi pene en su raja y le avisé de que se la iba a meter. Ella comenzó a llorar más fuerte y casi grita cuando siente mi polla penetrando en su cuerpo. Tenía el coño completamente cerrado, sin lubricar, y muy apretado. Pero yo seguí empujando mientras ella lloraba y se retorcía de dolor, hasta que mis huevos chocaron con su culo. Yo miraba para abajo viendo como mi polla entraba dentro de ese coño tan marroncito y suave, tan limpio de pelo y que le causaba a su dueña tanto dolor.

Bueno- le dije- ya te he abierto el coñito. ¿Estás bien?- ella no respondía, solo se movía por el dolor y las lágrimas le resbalaban por la cara- Ahora voy a empezar a follarte despacito para que me salga la leche, ¿entendido?- dijo que sí con la cabeza.

Poco a poco empecé a moverme, despacio, adelante y atrás, sintiendo su conejo a lo largo de todo el tronco, hasta el glande. Ella de mojaba, pero no tanto por la excitación, que no tenía, como por los propios fluidos de su vagina que salían con mi polla. El placer era indescriptible, se apretaba abrazando mi pene como si fuera una segunda piel y su dueña, cada vez que se la clavaba nuevamente, gemía de dolor. Nunca me había follado a alguien que en realidad no quería que se lo hiciera, que no le gustaba; en todo caso, y me pasó en algún momento con todas mis parejas, si yo tenía ganas y ellas no, se abrían de piernas y dejaban que las follara. Pero nunca sintieron dolor, tal vez poco o ningún placer, pero nunca dolor. Con Rahma descubrí el placer que era sentir cómo sufría cada vez que sentía mi polla entrar en su cuerpo. En ese momento decidí que la iba a seguir follando como fuera.

Mis movimientos cada vez eran más rápidos, y mis huevos chocaban con estrépito contra su culo y ella ya no era capaz de parar de llorar, sin pudor, casi a gritos. La sujetaba agarrándola por las caderas mientras que notaba su culo en mis piernas. Cuando sentí que llegaba al orgasmo se lo grité para que lo notara dentro y me corrí lanzándome hacia delante, clavándosela lo más profundamente que pude. Ella chilló.

En seguida ella quiso que me saliera pero yo la sujeté y le dije que era mejor que estuviéramos así un momento para que mi leche no se saliera de su cuerpo. Se quedó completamente quieta. A mí me gustaba tenerla así, quieta y con mi polla dentro de su rajita bien apretada. Le puse las manos en la barriga en un gesto de cariño

¿No te gusta sentir mi polla dentro?- pregunté a sabiendas de que no

No- me dijo llorando de nuevo- mi hermano, cuando yo era ocho años, me abrió y mi padre, lo supo, me pegó con la correa hasta que tuve sangre en mi culo. Nunca otro hombre me entró

Me quedé un poco parado pero la historia me que nadie la hubiera tocado en todo este tiempo me excitó. Alargué la mano hasta su cara para acariciársela, clavándole lo más posible la polla dentro de nuevo. Ella tensó por el empuje.

No te preocupes, que esto no durará mucho- le dije mientras la acariciaba- En poco tiempo me correré de nuevo y lo dejamos por hoy, ¿de acuerdo?

¿Me vas a entrar otra vez? – me preguntó llorando de nuevo. - ¿Mas días?

Es mejor así, porque cuanto antes te deje preñada, antes dejarás de sufrir, ¿no crees?

Ella volvió la cabeza para no mirarme y con un gesto dijo que si. Inmediatamente comencé a cabalgarla de nuevo.