RAD - Capítulo 20 de 20

Este es mi primer relato con una orientación Sci-Fi. Muy inspirado en los tradicionales hentai japoneses transcurre en un futuro apocalíptico imaginario donde la radiación ha hecho casi inhabitable a nuestro planeta. Espero les interese la propuesta ...

Capitulo 20

Ninguna de las dos supo con exactitud lo que sucedió a continuación. Para el momento en que despertaron, ambas pensaban que estaban en el cielo. Sin embargo, un ligero intento de movimiento con sus devastados cuerpos bastaba, para darse cuenta que todo eso que estaba sucediendo ahora mismo era real, que sus cuerpos les dolían como nunca.

Laura fue la primera en reaccionar. Conocía ese lugar. Las paredes vidriadas, los instrumentos en las paredes. Todo parecía indicarle que estaba nuevamente en casa. Finalmente, de alguna forma, habían llegado a la base. Eso dibujó una sincera sonrisa en el rostro de Laura, que por fin sintió su tarea realizada.

Pero... ¿Por qué estaban encerradas? ¿En qué parte de la base estaban? Laura observó mas detenidamente a su alrededor, y reconoció una de las celdas de detención de su laboratorio. Buscó a alguien cerca, pero no encontró a nadie. Arriba, sobre una de las paredes, una de las cámaras de seguridad las observaba.

Si bien había pasado varios días fuera de la base en total desnudez y observada por gente de la base, esa cámara encendida era diferente. Sería quizás su presencia tan evidente e indudable que lograba que ella no pudiera, como en el caso de las cámaras del traje, olvidar que ahí estaban. Laura cubrió su desnudez con su mano cruzando sus pechos y giró sobre si misma mirando hacia la pared.

Cuando Patricia abrió los ojos  la encontró en esa posición, y se acercó a ella.

-Hola. ¿Dónde estamos?- preguntó

Laura no contestaba y continuaba mirando la pared. Patricia entonces se acercó y la abrazó por detrás dándole un beso en la mejilla.

-Perdoname... Me quedé dormida. Para cuando me deserté, ya teníamos los bichos esos encima...- le dijo al oído con voz compungida

-No es eso, linda... está todo bien.- le dijo en una voz casi imperceptible

-Entonces... ¿Que está pasando? ¿Dónde estamos?- volvió a preguntar

En secreto, Laura explicó a su amiga sobre la cámara, la celda de seguridad y todos los pormenores que ella conocía. Patricia escuchaba atentamente, no sin sentir un poco de miedo.

En medio de la silenciosa charla, escucharon el ruido de una puerta abriéndose y ambas se  quedaron calladas mirando la pared.

-¡Felicitaciones 274! Veo con agrado que has podido cumplir con tu misión de rescate...- escuchó Laura a su espalda.

-Mi nombre es Laura, y soy Doctora de esta base. Le ruego tenga a bien llamarnos por nuestros nombres, darnos algo de ropa y liberarnos de esta celda infame.- dijo ella sin darse vuelta

-Lo siento 274. Pero la misión se dará por cumplida una vez que ambas pasen los testeos de cuarentena y exámenes médicos de rigor.- indicó

-Ud. bien recordará cómo es el protocolo en estos casos...- agregó con un tono burlón.

Laura sentía que  la sangre le hervía a punto de estallar en un ataque de ira descontrolado contra el cinismo del Dr. Gin. Siempre había sentido un rechazo hacia él, pero ahora ese sentimiento se había transformado en un intenso odio.

-Doctor… Ud no sabe lo que es salir a la superficie… las cosas que hemos pasado…- protestó Laura

-¡Debería tener un poco mas de humanidad y permitir que nos aseáramos y vistiéramos como personas!-

-¡Ay Laura… Laura…! Siempre tan sanguínea… Claro que vi lo que sucedía afuera. Fueron mas de 24 horas en las que me instruí viendo las particularidades de los ritos reproductivos de los M15…- respondió él tomando asiento en una silla que estaba  a un costado.

-Por cierto… Gracias por el diseño del traje. No sé qué hubiéramos  hecho si no hubiésemos tenido la posibilidad de encender las cámaras infrarrojas…- dijo él con una sonrisa perversa.

-¡¡Sos un hijo de puta!! ¡¡Nos podrían haber rescatado esa misma noche y no lo hicieron!!- maldijo Laura  dándose vuelta y golpeando el cristal con sus puños.

-¿Y perdernos esta valiosa información científica?... Ud hizo pruebas con M15 en cautiverio, doctora. Pero convengamos que ahora sabemos mucho mas sobre los M15 en estado salvaje…- respondió inmutable mientras no apartaba sus ojos del desnudo cuerpo de Laura.

-Además… Ahora sabemos más sobre los efectos del fluido sobre las hembras de prueba. Conocemos sobre la expansión de los límites del dolor, hemos experimentado la sobredosis, sabemos de las reacciones más primitivas de sus conductas sexuales. Lo que aún no tenemos, es un antídoto para evitarlas… - agregó cínicamente

Patricia se acercó a Laura por detrás y la abrazó.  Algo dentro de ella podía percibir el tremendo stress que estaba atravesando su amiga. La abrazaba fuertemente y trataba inútilmente de calmarla. Laura, por su lado sabía que no podía calmarse.  No mientras el Dr. Gin estuviese allí delante de ella contándole lo perverso de su situación.

-¡¡Que tierno!! Es increíble de luego de todas las cosas que le hiciste a 273 aún sea capaz de amarte.  Por cierto… disfruté mucho sus momentos románticos.- rió él.

-Bueno… las dejo a solas para que se disfruten un poco.  En un rato enviaré a algunos asistentes para que las aseen y las preparen para los exámenes médicos.- dijo él levantándose de su asiento y caminando hacia la puerta

Cuando el Dr. Gin cruzó la puerta, Laura hundió su cabeza entre sus manos y rompió en llanto. Patricia la abrazó e hizo que llorara sobre su hombro.

-Todo va a salir bien…  tranquila…- le decía al oído Patricia

-No. No está bien… Es un hijo de puta…- repetía Laura

-Ya vamos a poder hablar con alguien más…-  intentaba Patricia

Unos minutos mas tarde, una serie de ruidos las alertaron.  La puerta se abrió doble esta vez.  Dos módulos de sujeción similares a los utilizados en el primer examen de Patricia eran empujados por algunos ayudantes.  A Laura le provocaba un temor muy fundado la vista de esos implementos.

-Pero…  ¿Porqué los inmovilizadores? – preguntó contrariada

-Ud sabe que es el protocolo… No podemos arriesgarnos a una epidemia en la base.- respondió uno de los ayudantes.

Era tristemente cierto. Era el mismo protocolo que ella había accedido firmar cuando en los primeros tiempos se había formado el comité médico. Desde su posición de cuarentena y como posible transmisora de cualquier infección, nada podía hacer por renegar de esa obligatoriedad.  Miró a Patricia y trató de explicarle que nada podía hacer al respecto. Sin embargo a ella parecía no importarle.

-Ya pasé una vez por esto de tu mano. No creo que sea muy distinto…-  dijo Patricia sonriendo

Los ayudantes ingresaron los módulos a otra de las celdas y luego de salir, cerraron tras de ellos.  El cristal que unía ambas celdas se levantó y las dos mujeres se pudieron acercar a los aparatos.

Laura tocaba con recelo las estructuras. Hechas en duro y frío acero sólo disponían de algunas partes acolchadas en algunas zonas para evitar daños sobre la piel. Se veían dantescas y perversas.

Abrazó una vez más a Patricia con todo su alma.  Desconocía ahora cuándo iban a poder hacerlo nuevamente.  La joven mujer devolvió su abrazo con ternura y una sonrisa en el rostro.  Sus palabras “Todo va a salir bien” aún sonaban en su oído. Un nudo en la garganta y una sensación de miedo a lo desconocido recorrían su cuerpo.

Laura fue la primera en acercarse al aparato. Casi como enseñándole a Patricia cómo hacerlo. Se acercó de espaldas al mismo y apoyó sus pies en las zonas marcadas de amarillo, para luego recostar su espalda sobre la fría estructura de acero y tocar con sus muñecas los otros puntos amarillos por encima de su cabeza.  Patricia la observaba y hacía lo propio en el otro aparato.

El sonido de varios cerrojos eléctricos se disparó en simultáneo, y una serie de sonidos de trabas cerrándose continuó luego de ellos.  Ya estaba hecho. Ahora era demasiado tarde para arrepentirse de cualquier cosa.  Las dos mujeres, desnudas, estiradas sobre las frías armazones quedaron indefensas e inmovilizadas a merced de los seis ayudantes en la sala.  Cuatro de ellos, dos detrás de cada una, comenzaron a empujar los módulos hasta sacarlos por los pasillos de la base con rumbo a la sala médica.

La vista del lugar le trajo recuerdos que produjeron escalofríos en la piel de Laura.  Hacía menos de una semana que en esa misma sala ella había conocido lo que era la violación de un M15.  Su cuerpo aún reaccionaba ante ese vívido recuerdo sin poder evitar que su sexo se humedeciera en deseo. Intentaba controlarse, pero había algo primitivo dentro de ella, en su sangre, en su cuerpo, algo que no podía evitar.  Laura cerró los ojos y su rostro se puso rojo de vergüenza mientras sentía sus propios jugos recorriendo la cara interna de su muslo.

Una serie de sonidos de motores eléctricos continuaron mientras sentían como sus cuerpos eran colocados en una posición casi horizontal y sus piernas y brazos se abrían irremediablemente.  Con sus ojos mirando hacia el techo, casi encandilados por las fuertes luces del lugar, intentó distinguir quiénes estaban en la cúpula, el lugar de observación de los doctores de la base.  Sólo distinguía borrosas sombras detrás de las luces, pero por lo que podía ver, la sala estaba completa.

Los exámenes comenzaron con extracciones de sangre en sus brazos,  para luego pasar a la parte más odiosa. Con su cabeza apenas inclinada hacia delante Laura pudo ver el apéndice de inspección vaginal acercándose a ella en manos de uno de los ayudantes.  No lo recordaba tan grueso ni tan largo.  Sin embargo, al primer contacto con su cuerpo recordó su temperatura y su vibración.  Ella misma lo había diseñado de ese modo, intentando hacer de la experiencia exploratoria algo agradable, y por otro lado propiciando que el mismo apéndice pudiese actuar de espéculo expandiendo la cavidad vaginal.   Sin embargo, sentirlo sobre su propio cuerpo, lidiar con las sensaciones que le provocaba y saberse observada en sus cuestiones más íntimas,  no había resultado tan sencillo como ella había supuesto.

El primer contacto de las enguantadas manos del ayudante sobre sus muslos la excitó fuertemente. En todo el tiempo que había durado su odisea con los mutantes no había sentido manos humanas, y el recuerdo de esa sensación le hizo recordar las delicias del sexo con los hombres.  Cerró sus ojos intentando no demostrar su excitación y rogó que su sexo no chorreara de una forma muy evidente.  Sin embargo, para su desgracia, el hombre se tomaba con detenimiento y esmero, la tarea de acomodar sus labios externos para la inserción del apéndice explorador.

Abrió los labios de Laura como si fuesen pétalos de una flor y delicadamente apoyó la punta del módulo sobre la rosada y húmeda carne expuesta.  Ella apretó fuertemente sus labios para evitar que cualquier sonido delatara su indecente calentura mientras sentía la suave vibración ir abriéndose paso por su sexo sin resistencia alguna de su parte.

Intentaba prestar atención a los comentarios que oía lejanos, como en otro mundo, entre los ayudantes y el Dr. Gin, pero su mente estaba demasiado ocupada en otros menesteres.  El apéndice estaba completamente hundido dentro de ella, vibrando dulce pero lentamente en un tortuoso placer que la mantenía al tope de su excitación, pero sin permitirle relajarse en un orgasmo.

Casi no sintió cuando otro de los ayudantes jugaba con sus dedos desbordantes de lubricante en su zona anal.  Había casi olvidado esa parte del examen, y para cuando la recordó, ya podía sentir el otro apéndice pasando su recto e inundándola de placeres inconfesables.  Entre ambos ayudantes parecían complotados en hacerle perder el control, eso sin añadir la tremenda calentura que le provocaba escuchar los sonoros gemidos de Patricia a unos pasos de ella.  La pobre muchacha había cedido ya a las avalanchas de placer que la inundaban, e ignorante del entorno que la rodeaba, se había dejado caer a sus reacciones más primitivas.

Sin posibilidad de medir el tiempo, Laura sintió que había pasado una eternidad allí dentro. Cada vez que podía escuchar la voz del Dr. Gin, redoblaba sus esfuerzos por controlarse.  Sin embargo, cuatro horas de trabajo de los ayudantes y de continua estimulación de su cuerpo, terminaron por robarle dos intensos orgasmos, que si bien ella procuró no exteriorizar, fueron indudables en todo el instrumental médico al cual estaba conectada, y en los húmedos guantes de quien tenía por tarea custodiar su sonda vaginal.

Sin mediar palabras, las dos mujeres fueron retiradas de la sala por el mismo sitio por donde ingresaron y llevadas de regreso a las celdas donde habían despertado unos momentos atrás.  Hubo unos sonidos mecánicos y ambas sintieron cómo las restricciones que las mantenían inmovilizadas de abrían y les permitían descender de aquellos nefastos instrumentos de tortura.

En cuanto bajó del artefacto,  Laura se dirigió a la esquina más alejada de la celda y se ovilló sobre sí misma. Patricia, detrás de ella, intentaba consolarla y tranquilizarla, pero el simple roce de la piel de la muchacha sobre su propia piel, era un río de sensaciones que atravesaban su cuerpo provocándole una dolorosa sensación de deseo sexual que erguía sus pezones aún más, hasta el mismo dolor, y  contraía su vagina en su desesperante vacuidad.