Rachel 2. mi marido me entregó
Lat, sé cuidadoso por favor. - Nunca ha entrado en mí algo tan grande, ¡ me vas a destrozar ! - miré su capullo que era del tamaño de una pelota de tenis.
Thomas regresó a casa más tarde de la hora habitual. Últimamente las sesiones en el Parlamento eran interminables y sumamente aburridas, al menos así me lo parecían cuando ponía la tele y buscaba a mi marido entre los parlamentarios.
- Hola Rach. - se inclinó hacia mí que estaba sentada en el sofá tomando una copa de vino blanco, rozó mi mejilla con sus labios - ¿ Cenaste ya ?.
- No Tom, te estaba esperando para cenar juntos, hace tiempo que no lo hacemos. - respondí con cara de fastidio - La verdad es que no hacemos eso ¡ ni nada de nada !.
- Tienes razón, cielo. - dijo con gesto aburrido - Es cierto que te tengo algo abandonada, pero conoces mi trabajo; es intensivo y cuando regreso a casa solo me apetece dormir.
- ¡ algo abandonada ! ¿ Cuanto hace que no me abrazas, Tom ?. – exclamé furiosa
- Soy una mujer joven y tengo mis ... necesidades y entre ellas no solo dormir.
- Venga, Rachel. - sonrió con ironía mientras comía una tortilla francesa, sentados en la mesa de la cocina - Sé que esas necesidades de las que hablas las tienes bien cubiertas.
- ¿ A que te refieres ?. – lo miré con mi mejor cara de póker.
- Me refiero a tus revolcones con Rob, David, Gustav, Roy ... ¿ quieres que siga, nena ?. – preguntó con una de sus inefables sonrisas.
- ¡ Eso es una maldita infamia !
Tom se levantó de la mesa, abrió su maletín y sacó su Tablet que lo puso sobre la mesa tras encenderlo y buscar uno de los archivos. Me puse roja como un tomate ante las imágenes que vi en la pantalla de la Tablet: yo estaba espatarrada entre los brazos de Rob, incluso pude escuchar mis frases soeces y sus gruñidos.
- Yo .. yo .. eso no es ... lo que ... parece. - tartamudeé, pero me rehice - ¡ Me estás espiando, jodido cabrón ! - grité.
- Por supuesto que sí, Rach. Conozco tus necesidades y lo casquivana que eres. – acarició mi mano sobre la mesa - No es necesario que te enfades; yo no lo estoy, fíjate. De hecho, mañana en la noche he invitado a un colega a cenar, vendremos sobre las nueve y quiero que la asistenta prepare una buena cena.
- Sí Tom, tu colega cenará muy bien. - dije con la barbilla apoyada en mi escote - ¿ algo más ?.
- Pues sí, algo más. Espero que seas especialmente cariñosa con él, que lo seduzcas. Eso sabes hacerlo muy bien y a mí me interesa que quede satisfecho.
- Tom, cariño, ¿ me vas a entregar a otro hombre ?. – lo miré implorante con mis ojos húmedos.
- Tú misma te vas a entregar a él. Lat es un hombretón algo mas joven que yo, mide más de dos metros y, por lo que he oído, es muy ardiente. - me miró serio - Estoy seguro que los dos vais a disfrutar de lo lindo.
El siguiente día me sentí bastante confusa. La mañana la pasé en la oficina junto a mi socia Kate; ambas creamos tres años atrás una agencia de publicidad, aunque yo solía trabajar muchos días con mi PC desde mi casa, creando páginas web y otras vainas.
- ¡ María, son casi las cinco !. – grité a la asistenta que tenía contratada en mi casa
- Empieza a preparar la cena, se va a hacer tarde. – completé cuando estuvo a mi lado.
La ayudé a preparar el entrante de la cena: salmón con tomates cherry, pepinillos y una salsa que María cocinó. El plato principal lo hizo ella; chuletones con patatas, tomates y cebollitas al horno. El postre, helados variados. A las ocho y media, tras preparar la mesa, María se marchó.
Elegí un vestido rojo, la falda por encima de las rodillas y un escote que casi llegaba al ombligo, tirantes sobre mis hombros y mis costados al aire. Parecía una furcia en vez de la señora de la casa, pensé mientras me miraba en el espejo de mi vestidor, pero eso es lo que quiere Tom; que caliente a su colega y que me lo cepille. ¡ Se va a enterar el cornudo de lo que es capaz su mujer !. Mientras me calzaba las sandalias con tacón de aguja, escuché voces y abrirse la puerta de entrada.
Salí al salón y me quedé tiesa, quieta como una estatua. Mi marido iba acompañado de un gigante, unas espaldas casi tan anchas como su estatura, mucho más de dos metros. Negro como el carbón de carrasca, eso sí, unos dientes blanquísimos que adornaban su amplia sonrisa.
- Os presento. Rachel, mi adorada mujer. Lat, un estupendo amigo.
El negro me abrazó, algo más fuerte de lo debido, pensé, sus brazos parecían tenazas yo casi no podía respirar. Traté de enlazar los brazos a su cuello, pero no me llegaban, así que opté por apoyarlas en sus caderas.
- La .. la .. cena .. está ... preparada. - tartamudeé mirándolo como se quitaba la chaqueta, mostrando unos bíceps gigantescos. El tío era un armario, de los de tres puertas.
Nos sentamos en la mesa del amplio comedor, Tom presidiéndola y Lat frente a mí. Cuando terminamos el plato principal - los chuletones - sonó el móvil de mi marido, se levantó y habló con no sé quien.
- Vais a tener que disculparme. El Jefe quiere que nos reunamos todo el grupo por un asunto urgente. – suspiró con cara de fastidio - Acabad la cena vosotros y tomad una botella de champaña que he puesto a enfriar, señaló con el dedo una cubitera que estaba cerca de la mesa. Disfrutad. – se inclinó hacia mí y me dio un beso en el moflete a la vez que me guiñaba un ojo.
- ¿ Qué helado prefieres, Lat, de chocolate, fresa, turrón o ......
- Prefiero tomar directamente el champaña, Rachel. - me interrumpió.
Me acerqué a la mesita, cogí la botella intentando descorcharla. No había modo de sacar el corcho, incluso poniéndola entre mis piernas y tirando del tapón. Lat se acercó a mi espalda y se pegó a mí, rodeó con sus brazos mi cintura, presionó con el dedo pulgar el corcho que saltó con un chorro de líquido que se escurrió entre mis pechos, mojando mi vestido, mi ombligo y ¡ qué se yo !. Aún con la botella abierta, él no se movió ni un centímetro, notaba al final de mi espalda algo grande y duro que parecía querer deslizarse hacia mi trasero. Mi cuerpo empezó a temblar, no sé si por el frío del champaña que se escurría entre mis muslos o por el desliz del objeto grande y duro que había alcanzado mi trasero.
- Lat, estoy chopada. Debo cambiarme el vestido. - dije girándome hacia él, con lo que su bulto quedó sobre mi vientre.
- En eso estamos de acuerdo, Rachel. - se apartó de mí, ¡ al fin ! - llenó dos copas y me ofreció una - debes quitarte el vestido, aunque estás muy guapa con él, pero te prefiero desnuda.
Me atraganté con el sorbo que bebía de la copa que él me ofreció.
- ¿ Desnuda ?. ¿ Con quién crees que estás habland ......
Agarró mi cuerpo con sus fuertes brazos y me estampó un beso en mis abiertos labios - joder, este tío nunca me deja terminar mis ilustres parrafadas, pensé - yo me sentía igual como si me abrazase un oso, aunque la diferencia era que los osos no besaban así, supongo. Sus labios eran ardientes, dulces y muy atrevidos, todo a la vez; devoraban mi boca y yo devoré la suya mientras mis brazos aferraban su espalda empujándola hacia mí. Me cogió en brazos y se dirigió al dormitorio que yo señalé con el dedo, sin apartar los labios de los míos en un interminable beso.
- Lat, se cuidadoso por favor. – musité en su oreja mientras abrazaba su cuello, tendidos desnudos en la cama - Nunca ha entrado en mí algo tan grande, ¡ me vas a destrozar ! - miré su capullo que era del tamaño de una pelota de tenis.
- Tranquila, cariño. Te voy a follar con mucho amor. Es probable que al principio te duela un poco, pero la vagina es elástica y pronto se adaptará al tamaño de mi polla. Ya lo verás.
Se puso sobre mí y comenzó a frotar su glande entre mis labios vaginales, que él había abierto con los dedos. Mis caderas respondieron a sus caricias, contoneándose al ritmo de su roce, su cuerpo se estiró sobre el mío alcanzando mis labios que lamió con su lengua, los flujos inundaban mi ansioso coño. Noté la cabezota de su miembro intentando introducirse en mi vagina y con un firme empujón, entró. Mis ojos se pusieron como platos, abrí la boca y lancé un alarido.
- ¡ Lat, sácala, me haces mucho daño !. Eso no me cabe. – gemí poniendo mis manos en su pecho. Él siguió a lo suyo, dale que te pego.
Notaba un intenso dolor en mis paredes vaginales, me estaba desgarrando. Lentamente entró toda, sentía su glande presionando mi cérvix. De nada servían mis gritos ni los alaridos, ni siquiera las lágrimas que discurrían por mi cara. Se quedó quieto sobre mí. Yo movía la pelvis intentando acomodar mi maltrecha cueva al pedazo de carne dura que la llenaba sin misericordia. Lat inició unos movimientos suaves con su tranca; la retorcía entre mis paredes, la sacaba lentamente y volvía a introducirla del mismo modo. Mi vagina reaccionó poco a poco a tales caricias, mis fluidos empezaron a manar lubricando toda mi intimidad; parecían las Cataratas de Iguazú, encharcaban mis paredes, mis pliegues y se escurrían por mi abiertos muslos. De paso cubrieron la dura polla de algo parecido a una crema de vainilla, ¿ o era de chocolate ?, ¿ de frambuesa, tal vez ? .....
Una inmensa ola de placer recorrió mi espalda, mi vientre y se instaló entre mis muslos. Abracé su cuello y empezó una dulce sinfonía de gemidos, suspiros, gruñidos y gritos incontrolados. Mi cuerpo pronto empezó a convulsionarse entre los brazos de Lat, las explosiones en mi vientre se sucedían una tras otra. Era un orgasmo continuado y cuando parecía que empezaba a calmarme, noté su chorro de semen en mi útero, aumentando el charco de mi vagina, los chorretones que se deslizaban entre mis muslos y llegaban hasta mi culo. Nos entregamos uno a la otra a lo largo de dos horas.
- ¿ Cómo estás, pequeña ? - preguntó Lat, acariciando mi cabello. Mi cabeza descansaba sobre su pecho, tendidos los dos sobre la cama intentando absorber oxígeno.
- Deshecha, pero inmensamente feliz. Grandullón. – respondí con el tono de voz de una mujer bien follada.
- Me alegro, Rachel. Te dije que te adaptarías a mi tamaño, para mí también ha sido una noche especial. ¡ Tu cuerpo es tan dulce ! .... – se soltó de mi abrazo y salió de la cama - Ahora debo marcharme, cariño. Es muy tarde y he de madrugar. – dijo resuelto mientras se ponía sus pantalones.
- ¡ Llévame contigo, Lat !. – exclamé suplicante - Jamás sentí lo que tú me has dado esta noche.
Clavó sus ojos en los míos, sonrió, se dio la vuelta y se marchó. Pude escuchar el portazo de la entrada de casa.