Quizá una niña ahora

Logra su mayor deseo en un placentero trío que no quiere ocultar a su marido.

Sólo yo sé lo que pasaba por mi cabeza y por mi vientre. Me sentía cada vez más vacía e inservible.

Bruno y yo llevábamos ya seis años de casados y en nosotros algo de derrota en lo que era, sobre todo para mí, nuestro mayor deseo. Cuando me casé, con veinticinco años, además de mi amor por Bruno, toda mi ilusión y mi empeño era tener al menos dos niños.

Ya habían fracasado dos tratamientos médicos de inseminación artificial. Dinero, que casi es lo de menos porque afortunadamente podíamos gastarlo, consultas médicas, régimen alimenticio, análisis, días adecuados, reposo

Un poco desesperados ya, estábamos pensando en una adopción.

Durante esas vacaciones, ya mediado el mes de agosto, en nuestro apartamento en una playa de un levantino pueblo español, seguimos intentándolo pero con cierta rutina e incluso algo de cansancio. Yo estaba siempre predispuesta a hacer el amor…. bueno… el coito y Bruno cumplía siempre aunque observaba en él, en su mirada algo huidiza y en su falta de conversación, un cierto sentido de culpabilidad.

Bruno había retomado, como todos los años en el mes de vacaciones, su afición al ciclismo. Con mayor interés que nunca, pareciendo que se castigara con ello aunque él decía que era para estar en forma y más sano. Madrugaba mucho, se equipaba casi de ciclista profesional y volvía seis horas después. A las dos de la tarde se reunía conmigo en la playa y remoloneábamos al sol hasta las tres. Hacíamos entonces nuestra comida veraniega muy nutritiva y después….. la siesta. Mi marido, agotado por la bicicleta, dormía hasta casi las siete de la tarde mientras yo volvía a la hamaca y a la sombrilla que había dejado en la arena y, perezosamente, aumentaba mi dosis de bronceado.

Anocheciendo salíamos a pasear un rato, ya no cogidos de la mano, y tomábamos algo en cualquier sitio.

Bruno siempre quería acostarse pronto para renovar al día siguiente este aburrido programa y su afición ciclista.

Yo me iba a la cama con él y follábamos casi todos los días para seguir intentando nuestro objetivo de quedarme embarazada. Él se dormía enseguida pero algunas de mis noches eran interminables y, a veces, me desesperaba.

Ese año habían fallado algunos amigos en el edificio de apartamentos pero también había gente nueva. Varios matrimonios habituales, amigos de hace años, alegres y muy aficionados a la playa pero que, en función de los niños que ellos sí tenían, sus diferentes rutinas nos habían ido apartando progresivamente de ellos.

También había algunos nuevos vecinos. Particularmente dos hombres relativamente jóvenes que se tostaban diariamente al sol en la playa y con los que apenas habíamos cruzado dos palabras en saludos de cortesía.

Un día, casi finalizando el veraneo, Bruno tuvo un pequeño accidente con la bicicleta y decidió no salir por la noche pero insistió, viendo mi cara de aburrida, en que saliera a pasear aunque fuera sóla.

Estaba yo tomando una horchata en una de las terrazas del paseo cuando, desde la acera y con encantadora sonrisa, me saludó uno de los nuevos vecinos de apartamento y playa. Al día siguiente acentuó en la playa la calidez de sus saludos e incluso me pareció verle en la calle detrás de mí cuando iba a comprar el pan y algunas bebidas. Esa noche, también yo sola en la terraza del paseo, se acercó y se dirigió a mí:

-Disculpa…. no hay ninguna mesa libre ¿te importa que me siente contigo?– me preguntó con un leve acento inglés, con su clara mirada azul fija en mis ojos y su media melena rubia limpia y respladeciente.

Asentí y nuestras presentaciones fueron rápidas y espontáneas. Habían comprado un ático en otra ala de nuestro edificio, al otro lado de la piscina. Se llamaba Peter y a su amigo Enri no le había apetecido salir. Me preguntó por mi marido y, sucintamente, le expliqué lo del pequeño accidente de bicicleta. Inteligente, percibió poco entusiasmo en mis palabras. Yo me sentí entendida. Volvimos charlando animadamente hacia nuestro edificio.

Todavía estábamos en la calle cuando, de entre los coches, surgió Enri dirigiéndose a Peter con cierto acaloramiento:

-¡Ya estaba preocupado! ¡Había preparado unos sandwichs y, si ibas a tardar tanto, podías haberme avisado!-

Tras una breve y extraña riña, Enri echó un brazo sobre los hombros de Peter y desaparecieron hacia su casa.

Al día siguiente ninguno de los dos apareció por la playa.

Una noche más…. otra vez la terraza….. otra horchata….. y a mi regreso Peter se cruzó en mi camino disculpándose y pretendiendo darme unas explicaciones que no eran necesarias. Enri y él eran pareja y tampoco querían ocultarlo pero murmuró, muy quedo junto a mi oído, un: -Pero a mi me gustan mucho las mujeres- que me estremeció. Volvimos por las calles de atrás, más tranquilas y oscuras; por allí cogió mi mano confesándose:

-Hace días que me pierdo buscando tus ojos y saboreando la curva de tu cuello. Te sigo a escondidas gozando del aleteo de tu falda y soñando con tu aliento. Quiero tenerte, conversar contigo y disfrutarte pero haciendo surgir el brillo de tus ojos…… Eres la mujer morena que siempre me ha encandilado, delgada pero plena, madura y joven, de encantadora sonrisa y voz serena……-

Me perdió su voz y me encontré contra su boca. Fué un beso rápido, más una promesa que un beso y, todavía estremecida, me separé de él con un nudo en la garganta y en el pecho, con un temblor en mi vientre y con humedad en mi sexo. Pero Peter aún acechaba la presa:

-No puedes negarme una cosa, Enri está de acuerdo; mañana por la tarde damos una pequeña fiesta en casa como despedida del verano. No puedes faltar y…. si tu marido está ya bien…. que venga.

Bruno no pudo venir, no tuvo opción, no le dije nada de la fiesta. Al fin y al cabo sólo sería ese par de horas del paseo diario sin él y sin la horchata.

Me gustó arreglarme, me puse muy guapa, quería gustar y me sentía viva y admirada.

Su ático era bonito y de amplia terraza protegida de miradas indiscretas. Decorado con gusto, tenían un salón muy cómodo, excelente cocina muy preparada y un dormitorio claro y de amplia cama; algunas elegantes láminas de clara alusión gay en las paredes. Lo mejor era su cuarto de baño con ventanal al mar y amplio jacuzzi.

-¿Dónde están los demás invitados?– y a mi pregunta su rápida respuesta: -La Fiesta es para ti, sólo para ti, para olvidar tus ojos tristes y que ría tu boca.-

Todo fué maravilloso. Yo estaba en una nube y atendida como una princesa. La comida en delicatessen y algo de alcohol que anuló mis inhibiciones. Estaba muy a gusto con mis dos amigos gays y casi era como si, entre mujeres, habláramos de nuestras cosas.

En un sofá los tres, yo en medio, sentí la mano de Enri sobre mi rodilla como la de una amiga pero la de Peter, algo más arriba en la otra pierna, como un hierro candente.

Me levanté, algo violenta y desde la terraza busqué con la mirada mi propio apartamento. Allí estaba, casi cien metros enfrente y siete pisos más abajo. Allí también, en nuestra terraza, sentado apaciblemente en una tumbona y leyendo un libro, estaba mi marido. En cierto momento levantó la vista del libro para coger un vaso de la mesita a su alcance y me pareció verle resbalar la mirada distraídamente en mi dirección.

Me quedé inmóvil al mismo tiempo que alguien estrechaba mi cintura y apretando su pubis contra mi grupa, me susurraba al oído cantos de amor nunca escuchados:

-Siempre está tu cuello pidiendo un beso y siempre le besa el rizo negro de tu pelo- musitó mientras sus manos deslizaban sobre mis hombros los tirantes de mi ligero vestido que cayó mansamente al suelo -me piden siempre un beso tus párpados que me envuelven cuando pestañeas y me pedirá un beso la curva firme de tu nalga. Me muero por sentir tus breves dentelladas en mis labios y oir tu voz cuando vibre apasionada al acercarse mi sexo a la umbría entre tus piernas.-

Apasionada no sé, pero yo estaba derretida y, casi desnuda como me encontraba, me volví hacia él e intentando hablar desenfadadamente sugerí que era el momento de dejar de beber y de irme porque aquella situación se nos estaba escapando de las manos y, además, Enri iba también a molestarse.

-Ya te dije que Enri está de acuerdo aunque me costó convencerle- me respondió llevándome de la mano hacia el jacuzzi donde su novio nos esperaba ya en remojo.

Todo era tan dulce, tan natural y apetecible que permanecí unos minutos contemplando con agrado el amoroso encuentro acuático entre los dos hombres. Aguardé, sentada en un cercano sillón, con las manos acariciando más que tapando mi sexo. Entre ellos los besos suaves y acariciantes, el roce de los dos endurecidos miembros, las manos de cada uno recorriendo el cuerpo depilado del otro.

Peter deslizó sus dedos en fila india siguiendo la columna vertebral de Enri desde la nuca hasta el coxis y continuó hasta el ano que acarició con exquisita ternura creando en mí oleadas de envidia. Enri le mordisqueaba en las tetillas y enfrascaba sus manos pajeando el sexo enhiesto de Peter.

Levantándose ambos despaciosamente y enjugándose con una toalla, se dirigieron al dormitorio complaciendo mi vista en sus espaldas. A medio camino, deteniéndose, volvieron la cabeza al unísono y me dijeron:

-Ven con nosotros, encanto-

Nunca he sido tan físicamente feliz como aquel día. Acaricié sus penes cuando escapaban de cada una de sus bocas y participé golosa de ese festín. Sus sexos, en particular el de Peter, eran dos verdaderas delicias. Sus testículos y sus anos perfectamente depilados invitaban a solazarse en ellos y sus pollas, de curvatura y tamaño diferentes buscaban mi boca o ella las buscaba en un permanente duelo.

Quise entregarme y así supliqué a Peter la penetración. Cabalgué sobre su miembro con amazónicas ansias olvidadas y le urgí a que se vaciara dentro de mi vientre. Enri acariciaba y pellizcaba los huevos de su amante arrancando en mí nuevos deseos al sentir también su mano cerca de mi sexo.

-Penétrame tú también…. Enri, con Peter…. junto al de Peter quiero tu sexo.

Y aferrado a mi cintura, tras de mí arrodillado, dejó deslizar su polla dentro de mi coño ya ocupado pero que se abría y buscaba, cadera atrás en golpes permanentes, la doble penetración que me obcecaba.

Polla junto a polla y en mi sexo…… para mí fueron instantes. Luego me dijeron de un desmayo aunque no fue así sino la satisfacción de sensaciones olvidadas y, sobre todo, mi entrega al sentir a ambos vaciándose en mi vientre

-¿De verdad tanto lo deseabas?. Puedes estar tranquila en lo que respecta a nuestra salud…..- me aseguró uno de ellos.

No mucho después, comida a besos, entre promesas incumplidas de otro encuentro, acariciando y siendo acariciada, lavada en mi cuerpo y en mis labios externos pero no más adentro, marché a casa.

Desnuda, busqué el sexo con Bruno, ya dormido, dentro de la cama. Acurruqué mi espalda contra su pecho. Mi culo acarició su miembro hasta conseguir su ascenso y me penetré en él una y otra vez hasta lograr dentro de mí su derramamiento.

-¿Sabes… Bruno…? hoy he tenido un día muy feliz- y muy bajito fui narrándole, temerosa, absolutamente todo lo que había ocurrido; no quería dejar nada sin decirle y Bruno siempre me ha entendido. Estaba segura de que ahora también sería así.

Solo me interrumpí cuando, junto a mí, oí un leve ronquido y ninguna respuesta a mi pregunta:

-Bruno… ¿estás dormido?

Dormí tranquila… en mí tenía el semen de tres sexos.

Al verano siguiente, doce meses después, un matrimonio mayor me cuenta en la playa que han comprado un precioso ático enfrente de mi casa.

Cerca de mí juega mi hijo de tres meses en la orilla con el agua mansa. Le adoramos. Colma todo lo que esperábamos.

Nadie en mi familia ni en la de Bruno encuentra en su pelo rubio parecido alguno a nosotros. Ni me importa.

Tampoco entendieron el porqué de mi empeño en llamarle Pedro Enrique.

Bruno llega a la playa todavía sudoroso de la bicicleta. Todos ven el cariño con que nos mira y su beso feliz sobre mi boca.

Y me dice: -Mi vida….¿y quizá una niñita ahora?-