Quiquiño

Un chaval gallego disfruta de su hermana y de su madre en un ambiente rural, duro, pero placentero.

En una perdida aldea gallega...

Lara estaba en el salón viendo la tele, pero en realidad lo que ocupaba todos sus pensamientos eran los ruidos que provenían de la habitación de su hermano.

Los sonidos eran inconfundibles, a los chasquidos de los azotes, seguían los gemidos de su querido hermano, su madre le estaba dando otra de sus severas azotainas, siempre era la misma rutina, la madre se sentaba en la cama, se quitaba la zapatilla, y después había que ponerse desnudo de cintura para abajo sobre el regazo materno para recibir la consabida tunda.

A Lara le hervía la sangre, y aunque esta vez el castigo fue merecido, le daba igual, ya estaba harta de la severidad de su madre, siempre fue muy dura con ella, pero lo era aún más con su pobre hermano, que además era muy tímido y apocado, aunque aquella característica nunca le valió para suavizar alguna de aquella zurras.

Se hizo el silencio y enseguida salió el pobre Quique renqueante, y su madre detrás con la cara de satisfacción de haber cumplido con su obligación. A Lara le dio pena ver la cara de su hermano, pero lo había visto otras veces salir en peores condiciones, a veces incluso apoyado sobre su madre porque apenas podía andar, así se las gastaba Doña Elisa, que era como se llamaba la madre,  por lo que esta vez optó por no decirle nada, sabía que si le decía algo se pelearían a brazo partido, y ella tendría las de perder

Vivían los tres solos a las afueras de una perdida aldea gallega, y aquella vida era tranquila, monótona y  dura.

Al día siguiente era sábado y como cada sábado la madre de los chicos se fue al mercado, a cambiar huevos, leche y carne por café, azúcar y algo de fruta. Lara aquella mañana estaba muy ansiosa, a sus 22 años era todo una mujerona, morena con el pelo corto, y aunque con tendencias lésbicas, no le hacía ascos a una buena polla, y ahora la que más a mano tenía era la de su hermano, y aunque le faltaba un hervor era muy guapo, y sobre todo estaba muy bien dotado.

Quique salió en pijama a desayunar a la cocina, y allí estaba su hermana preparando un par de apetitosos desayunos con pan tostado con manteca y miel, y un sabroso vaso de leche con cacao.

Cuando ambos acababan de desayunar Lara le echó mano al paquete de su hermano, y le dijo

-Quiero un poco más de leche, ¿me das la tuya?

En los últimos meses Lara no desaprovechaba ninguna oportunidad para acosar a su hermano, y en más de una ocasión le había podido hacer una maravillosa mamada, a ambos les encantaba, pero el pobre Quique tenía pánico a que su madre los pillara, sabía que si esos pasaba los mataría a los dos a palos.

-Para Lara por Dios, si viene madre nos mata.

-Esa bruja está en el mercado, hoy es sábado.

-Pero puede volver en cualquier momento, y ya viste la que me pegó ayer con la zapatilla.

-Pues elige, la de madre o la mía… En ese momento Lara se sacó su zapatilla de una patadita, era una zapatilla granate de invierno, de esas cerradas, con suela de goma gruesa y flexible, y la llevaba puesta en chancla, con el talón pisado.

Lara era 4 años mayor que su hermano, y no sería la primera vez ni muchísimo menos que lo azotara con la zapatilla, era como su segunda madre, y cuando Quique era más niño temía la zapatilla de su hermana casi tanto como la de su madre, aunque bien es cierto que en los últimos años Lara apenas le pegaba, como mucho le daba algún zapatillazo suelto, y con alguna que otra amenaza con ponerle el culo como un tomate, solía bastar para que la hermana se saliera con la suya.

-Larita no me puedes hacer esto, yo te quiero mucho.

-Si me quieres mucho, me vas a obedecer ahora mismo, o  te juro que te doy una de zapatilla que no la cueces en una semana… porque podría decirle a madre que te he pillado haciendo una paja con mis bragas…

Quique se puso rojo como la grana al ver que su hermana sabía de sus masturbaciones, y le dijo balbuceando.

-No Larita no, no le digas nada de eso a madre, por Dios, que entonces sí que me mata de verdad, pero por favor vamos al granero, así si viene madre no nos pillará.

Ambos hermanos salieron por la puerta de atrás, y se encaminaron al granero, allí Lara asaltó a su hermano y le pegó un morreo que lo dejó sin palabras, el chaval tenía una erección de caballo, y pronto su hermana le bajó el pijama que aún llevaba y se tendió sobre la paja echando a su hermano sobre ella, y el chaval sin más preambulos empezó a penetrarla de una forma tan natural como salvaje.

Los alaridos de Lara se oían fuera de aquel viejo granero, fue un polvo monstruoso que dejó a la joven sin aliento, pero cuando se recuperó, volvió a besar a su hermano, y le dijo.

-Quiquiño me parece que tú y yo lo vamos a pasar pero que muy requetebién, con esa arma que Dios te dio  ummmmmmmmm que rica, ahora quiero que me penetres por detrás cariño, yo te voy guiando.

Lara se apoyó sobre unos aperos quedando su cuerpo doblado en un ángulo de 90 grados , y fue guiando a su hermano para que la penetrara por el culo.

-Cómele el culo a tu hermana cariño, que aún soy virgen por detrás, y necesito que esa tranca que tienes me penetre muy poquiiiiiito a poco,

El chaval que era obediente por naturaleza y que además estaba muy bien adiestrado para obedecer tanto por su madre como por su hermana, se arrodilló detrás de esta y se dispuso a comerle aquel sabroso y respingón culo.

-Así cariño así mmmmmmmmmmm, Dios mío que rico, méteme toda la lengua, toda, sí, sí, sigue así, Dios no te paresssssssss.

-QUIQUEEEEEEEEEEEEEEEEEE

El grito fue aterrador

-LARAAAAAAAAAAAAAAAAAA

Los hermanos se quedaron paralizados, sobre todo el pobre Quique, si en aquel momento le pinchan con una aguja no le hubiera salido una gota de sangre del cuerpo.

-OS MATOOOOOOOOOOO.

Apareció por la puerta la madre con una cara donde se podían ver el espanto y la furia a partes iguales. Doña Elisa era una mujerona, aún más que su hija, robusta, con un muy buen cuerpo, pecho y culo desarrollados, ojos marrones almendrados y con el pelo castaño un poco más largo que su hija.

Ese día había vuelto mucho antes de lo normal del mercado, y estaba en casa preguntándose donde estaban sus hijos, cuando oyó los alaridos provenientes del granero, los reconoció rápidamente, aquella era su hija, no había duda y la sangre empezó a hervirle, pensaba pillarla con las manos en la masa, y para ello se fue a la alacena y cogió un trozo como de un metro de goma de butano, lo usaba para azotainas muy severas, y ese día pensaba darle a su hija una paliza que no olvidara mientras viviera …pero lo que no pensaba de ninguna manera era ver en aquel granero también a su querídisimo su hijo.

El pobre Quique salió despavorido al ver a su madre con la goma de butano entre sus manos, la había probado en un par de ocasiones y aunque no fueron muchos azotes, sabía lo que era, su madre lo miró como diciéndole ya hablaremos tú y yo,  pero ahora  estaba centrada en su hermana , ya era hora de  darle un buen escarmiento a esa desvergonzada, que no sólo tonteaba con muchas mujeres del pueblo, sino que ahora estaba fornicando con su mismísimo hermano, le iba a dar su merecido.

El primer latigazo le pilló a la pobre Lara a medio subirse las bragas, pero ya no le dio tiempo, su madre siguió azotándola con toda la fuerza de la que era capaz, cada vez que la goma caía sobre sus blancas carnes, estas  se tornaban rojizas inmediatamente, finalmente y tras más de 10 minutos de zafarrancho, Lara se quedó derrengada en el suelo del granero con todo el cuerpo lleno de marcas de los trallazos que le había infligido su madre, la paliza fue de época, tanto que Lara decidió en aquel momento abandonar aquella casa, y vivir su propia vida , lejos de aquel ambiente cuartelero que era su propia morada.

Con lo que cabía en una humilde maleta salió de aquella casa sin ni siquiera comer, Quique la miraba con lágrimas en los ojos, su querida hermana se iba así de golpe, y aunque adoraba a su madre, también la temía, sabía que no se iba a escapar por lo sucedido en el granero, y la paliza sería inminente, aquello acrecentaba su angustia.

Su hermana se despidió de él con un beso en la cara, y se fue con mil moratones por todo su cuerpo fruto de la tremenda zurra que acababa de recibir que le impedía hasta andar con normalidad.

No había hecho nada más que salir su queridísima hermana cuando entró su madre que miró a Quiquiño con los ojos entornados aún llenos de ira.

-Vete a tu habitación...pero ya

-Madre yo…

-¿Quieres que coja la goma de butano… es eso lo que quieres?

-No madre, por favor, la goma no.

-Pues a tu habitación, y ya sabes cómo te quiero.

Lo quería desnudo de cintura para abajo, Quique a veces se dejaba los calzoncillos aunque su madre no dudaba en bajárselos bien al principio de la paliza o bien mediada la misma.

El pobre chaval aun llevaba marcada la zapatilla de su madre de la tunda del día anterior y hoy le esperaba otra de aúpa. Su madre se cambió la ropa de ir al mercado y se puso algo más cómodo para estar por casa, llevaba una falda ancha gris que le llegaba por las rodillas y un jersey abrigado granate de cuello vuelto muy elegante para una mujer de aldea como ella, el atuendo lo completaba con unas medias color carne para combatir un poco el frío y la humedad y unas zapatillas azul marino abiertas por detrás, normalmente Elisa solía llevar zapatillas cerradas en invierno, pero aquella zapatilla pese a ser abierta era bastante abrigada, quizá por su robusta suela de goma amarilla, que si bien abrigaba, su principal cometido era enderezar la conducta de su hijo, aquella zapatilla la temía y la amaba especialmente Quique, por un lado sabía que cada uno de aquellos zapatillazos calaban hasta los huesos, y aún más si se los propinaba su madre, pero por otro lado sentía una especial fascinación por aquella chinelas, tenían un aspecto aterciopelado que las hacía brillar, y puestas en los pies de su madre bailaban de una forma casi mágica.

Pero no eran tiempos para la lírica, así que Elisa se descalzó dando una patadita para que su zapatilla saliera como solía hacer, se agachó a recogerla, se sentó en la cama y espero a que su hijo se pusiera sobre su regazo con el culo ofrecido.

Un rato más tarde el pobre Quique salía de la habitación en unas condiciones lamentables, su madre le dio un palizón como nunca antes le hubiera dado, y eso era mucho decir si hablamos de Doña Elisa, le marcó cientos de veces aquella suela amarilla de su zapatilla en el culo y en sus piernas, y cuando hubo terminado con aquel rigurosísimo castigo y con su pobre hijo derrengado en el suelo le dijo.

-Levanta anda, hoy es sábado y toca limpieza, mientras yo hago la comida tu empieza con la cocina.

-Si madre, ayúdeme por favor.

Y así salió el pobre chaval de su propia habitación agarrado por su madre y apoyándose en ella, pero no por ello doña Elisa lo eximió de sus tareas, así que prácticamente arrastrándose estuvo limpiando armarios y el poyo de la cocina.

Comió sobre un cojín y de mala gana, su madre apenas le dirigió la palabra, por la tarde se dedicó un poco a cuidar las vacas, y al final de la jornada pudo darse una reconfortante ducha de agua caliente, no pudo evitar excitarse con recuerdo sexual del granero, ni tampoco cuando se vio el culo aún rojo como un pimiento, con marcas violáceas, y la suela de la zapatilla de su madre marcada en su culo y muslos, no sabía porqué pero aquello le excitaba enormemente, odiaba y amaba aquellas zapatillas de su madre por igual, se sentía el chico más raro del mundo.

Cuando salió de la ducha, se sentó en pequeño salón de su casa, estaba el hogar encendido, la temperatura era muy agradable, su madre veía la tele en su sillón mientras cosía alguna ropa.

-Madre quiero pedirle perdón, no se…

-No quiero hablar del tema, mejor lo olvidamos, de acuerdo?

-Como quiera, madre.

Cenaron sobre una bandeja en el mismo salón para no abandonar el calor del hogar, y Quique notó que su madre estaba más contenta, no sabía el motivo pero lo cierto es que era verdad.

Tras una agradable cena, vieron una peli juntos, y llegó la hora de irse a la cama, Quique dejó las bandejas con los restos de la cena en la cocina, y fue a despedirse de su madre con un beso en la mejilla como había hecho toda la vida, fue entonces cuando su madre, que estaba en la puerta de su propia habitación le dijo con un gesto con la cabeza que pasara.

Quique tragó saliva, su madre a veces , cuando hacía una trastada muy gorda le pegaba dos veces, una cuando lo pillaba y otra antes de irse a la cama, y alguna vez esa tunda solía ser en la habitación materna en vez de en la suya propia, la verdad es que esta vez la trastada había sido tremenda, pero la paliza también, y no creía que pudiera aguantar ni una pluma más en su maltrecho trasero, por otra parte también cabía la posibilidad de que su madre lo invitara a su cama a dormir con ella ya que ella disfrutaba de la habitación más caliente de toda la casa, aunque bien pensado eso no podía ser, eso pasaba cuando era un niño, y ya hacía unos cuantos años que había dejado de serlo, o eso al menos creía él.

Dudó un poco, pero entró a la habitación de su madre, que entró tras él, se quitó la bata y la colocó sobre el viejo arcón que había a los pies de la cama, Quique tembló literalmente cuando vio a su madre hacer el típico gesto para descalzarse las zapatillas, se descalzó la derecha, y su hijo le dijo.

-Mamá por favor, no me pegues más, no lo soportaré, por favor, por favor, por favor.

Su madre se sonrió, dio otra patadita se descalzó la otra zapatilla y se subió a la cama, cogió un bote de crema que había encima de su mesilla, y le dijo.

-Acuéstate aquí bocabajo anda, voy a echarte crema en el culo.

Elisa desnudó a su hijo de cintura para abajo, y lo embadurnó con crema, tanto el culo como los muslos, tal fue el alivio que sintió el pobre chaval que empezó a llorar, era un llanto de gozo, de alegría, de saber que su madre también lo quería, él la adoraba a ella, pero también quería sentirse querido. En estas estaba cuando oyó

-Date la vuelta.

Quique dudó , porque tenía una buena erección, desde la ducha estaba muy excitado tanto de verse el culo azotado como de pensar en el suceso con su hermana, así que tuvo que recibir un azote de su madre con la mano para que reaccionara.

Se dio la vuelta, y sin poder esconder la cada vez más ostensible erección, miró a su madre entre avergonzado y orgulloso, y ésta sin dejar de mirarlo a la cara le agarró la polla, y empezó a acariciársela y a hacerle una paja monumental, Quique quiso decir algo, pero su madre se lo impidió poniéndole un dedo en sus labios.

La paja que empezó con la mano, siguió con la boca, no le cabía aquella tranca en la boca a Elisa, pero se esforzó  para que lo hiciera, al tercer gemido de Quique su madre se sacó el miembro de su boca, y se puso a horcajadas sobre su retoño, sólo llevaba un viso negro sin más ropa interior, y allí lo cabalgó como una experta amazona, sabiendo llevar al brioso corcel por buen camino, la noche fue larga y fría, pero en aquella habitación no fue tan larga y podríamos decir que bastante caldeada.

Quique despertó pasadas las 12, y se apresuró a vestirse para hacer sus tareas con los animales y en el campo, a medio vestir llegó al salón se cruzó con su madre que salía del baño recién duchada, y cuando esperaba una dura reprimenda y quizá algo más, ésta le dijo.

-Ya arreglé a las vacas, dúchate y arréglate que vienen tus tíos y tus primos a comer.

Fue un día de fiesta en aquella casa gallega, la visita se fue bien entrada la noche, madre e hijo estaban reventados de hacer de anfitriones y de tanto comer ternera, marisco, beber Mencía, orujo...  sí, el día había sido muy duro, cuando acabaron de limpiar y ordenar todo, tomaban un vaso de leche caliente junto al fuego del hogar, y dijo Doña Elisa.

-Bueno habrá que irse a la cama ¿no? Mañana es lunes y nos espera una semana dura.

-Si madre, deme el vaso que lo dejo en la cocina.

Al volver de la cocina, Quiquiño se dispuso a irse a su habitación, pero su madre que estaba ordenando el salón le dijo.

-¿Vas a ir a tu habitación con el frío que hace?. Y haciéndole un gesto con la cabeza como la noche anterior le indicó que entrara a su alcoba, allí tenían cosas que hacer.