Quinto subterráneo (1)

Nikole comienza una extraña aventura al llegar a su departamento.

Quinto Subterráneo.

Lo primero que hice fue ir a buscar el amuleto. Enseguida supe que todo este alboroto, la puerta forzada de la habitación y la desaparición de Francisca tenían que estar relacionados con aquel extraño objeto. No debimos aceptárselo a ese hombre. Recuerdo que se nos acercó en el lobby del hotel y, como coqueteando, nos dijo que era un regalo, que lo guardáramos muy bien y que solo podríamos usarla una vez que nos hubiésemos ido del hotel. A mí me dio mucha gracia, pero a la Fran le dio mala espina. Definitivamente debimos negarle su regalo. O deshacernos de él…Sip, inmediatamente que supimos sobre su "accidental" muerte en la bañera de su habitación, la cual quedaba un poco más allá, en nuestro mismo piso…a dos habitaciones de la nuestra.

El amuleto estaba justo donde lo habíamos escondido, un poco asustadas, luego de la noticia de la muerte del desconocido. Bien disimulado en un compartimiento discreto del tocador que estaba diseñado para ocultar las toallas higiénicas. Ningún hombre podría haberlo encontrado, de eso estábamos seguras. Lo volví a dejar donde mismo y me dediqué a revisar el resto de la habitación. Esta vez con más cuidado, poniendo atención a cualquier indicio que me diera una pista del paradero de la Francisca.

No tuve que buscar demasiado. Sobre la cama encontré un sobre de color negro puesto a propósito entre todo el desorden. Habían registrado incluso dentro del colchón y de los almohadones. Nada había quedado en su lugar. Adentro había un papel escrito con una serie de instrucciones:

"Comuníquese con recepción y pida hablar con el camarero en jefe. Dígale que ya ha llegado a la habitación y pídale que le suba la botella de champagne que le tiene reservada el "maitre". Cuando llegue a su habitación siga las instrucciones que se le darán. Eso asegurará que a su amiga nada le ocurra…"

No sabía si llamar a recepción o a la policía. Estaba hecha un manojo de nervios. Temblando entera. Definitivamente asustada. Hice mi mejor esfuerzo y seguí las instrucciones. Sólo pensaba en la Fran. En que estuviera bien.

El camarero estaba en mi puerta en menos de un minuto. Mucho menos de lo que me esperaba. Con un nudo en el estómago abrí la puerta y me encontré con una mole de hombre de cómo dos metros de altura. De hecho yo le llegaba hasta la altura del pecho. Me miró hacia abajo y con voz horrorosamente grave me dijo "señorita, su botella de champagne y este obsequio del maitre". Casi me caigo hacia atrás de la pura impresión y el susto. Apenas recuperándome atiné a recibir en mis brazos el paquete que aquel hombre me entregaba. Luego me hizo un lado sin la menor consideración y entró cerrando la puerta tras de sí.

Abra el paquete –me dijo secamente.

Pero…yo no sé…-respondí nerviosamente.

Quería decir algo como que no me gustaba recibir regalos de extraños o preferiría hacerlo a solas, pero obviamente el tipo no estaba para que ninguna chica le estuviera cuestionando su orden. Se notaba en su tono de voz. Así que considerando su mirada de asesino-serial-a-punto-de-perder-el-control, decidí hacer lo que quisiera sin oponer ninguna resistencia. Adentro el paquete venía un pequeño vestido blanco de spandex. Lo saqué y, con cara de ahora-que-sigue, lo miré esperando que me dijera algo.

Póntelo –ordenó bruscamente, mientras destapaba la botella de champagne.

Es que es demasiado pequeño para mí…-le respondí midiendo la talla de aquel ultra pequeño vestidito.

Pón-te-lo

Obviamente no esperé a que me lo dijera nuevamente y me fui a la pieza con la intención de cambiarme, pero parece que aquel gorila no tenía tanto tiempo así que tomando un sorbo de la botella, me siguió y, deteniéndome, comenzó a desnudarme a pesar de mi resistencia:

Hay algo que tengo que hacer antes de que te pongas el vestido –me advirtió.

No me hagas daño, por favor-le rogué.

Sin tomar en cuenta lo que le pedía, me dejó totalmente desnuda y sacó una pequeña botella desde su bolsillo. La escurrió sobre su mano y comenzó a frotármela sobre el cuerpo. Era un aceite espeso, como algún tipo de bronceador. Comenzó lentamente a untarlo sobre mis pechos. Tenía tanto miedo que dejé que lo hiciera sin decir la mas mínima palabra. Luego lo hizo pasar por mi abdomen, bajando lentamente a través de mi sexo y sobre mis muslos. Cuando tenía toda mi parte delantera totalmente embetunada se detuvo y me hizo beber un trago de champagne y me pidió que me tumbara sobre la cama, boca abajo. Volví a insistirle que no me hiciera daño e hice lo que me pedía.

Pude sentir sus gigantescas manos pasando sobre mi espalda. Tomándose todo el tiempo necesario para untar cada centímetro de mi piel.

Tienes un culito espectacular –me dijo deteniéndose un momento.

Ehh…el gimnasio…gracias –le dije tratando de no darle motivos para enfadarse.

Pequeño, redondo y firme…tal como me gusta comerlos

Nuevamente sentí como sus gigantes manos se posaban sobre mi cola y comenzaban a pasar por encima de cada uno de mis glúteos. Masajeándolos, exprimiéndolos, separándolos…Se estaba demorando tanto sobre ellos que no quise pensar en lo que podría llegar a hacer. Temía lo peor. Solo me quedaba esperar y rogar porque solo fuera una sesión de hidratación y nada más

Cuando su dedo se posó sobre mi esfínter toda mi esperanza terminó por desaparecer. Traté de apartarle la mano, pero me dio una palmada tan fuerte que preferí quedarme lo mas quieta posible. Entonces su dedo comenzó a presionar con la intención de entrar en mi cola, pero era tan grande y gordo que lo podía sentir presionando y presionando sin conseguir entrar. Traté de hablarle, preguntarle por Francisca, por quien era el misterioso maitre, por una parte con el objetivo de desviar su atención y, por otra, de saber a que se debía toda esta situación y, claro, saber cual era el papel que la Fran y yo jugábamos en todo esto. Pero parece que lo único que conseguía era aumentar sus ganas. Volvió a intentar meter su dedo en mi cola esta vez con una dosis extra de aceite bronceador, aplicándole también una dosis extra de fuerza. Al momento sentí un dolor tan fuerte que me hizo escapar un gemido. Era su dedo que ya había entrado un poco. Antes que continuara le supliqué que se detuviera, que haría cualquier cosa que me dijera, que me portaría bien, que solo tenía que hablarme, pedirme, lo que tuviera en mente. Pero ya era demasiado tarde. Su dedo entraba y salía de mi cola. En momentos se detenía para dar círculos, obviamente preparándome para lo que estaba por venir.

Insisto que tienes un culito de antología –me dijo al momento que sacaba su dedo y comenzaba a colocarse sobre mí.

Me vas a hacer daño…-le digo ya resignada.

Sólo lo suficiente, pequeña

A lo único que atiné fue a retener el aire y apretar los dientes mientras lo sentía hundirse sin la menor consideración por mis ahogados gritos de dolor. A cada embestida que daba sentía como que me partía la cola. Lo peor es que comenzó a hacerlo cada vez más rápido. Llegando casi a dar pequeños saltos sobre mí, como si estuviera en un trampolín

Si tu amiga tiene el…oohh…el culito tan estrecho como tú…uff…mis amigos se divertirán mucho…mmm…mucho –me dice con voz de maniático, sabiendo que el mencionar a Francisca iba a presionarme a decir lo que él quisiera- Será mejor que me digas donde está el amuleto…no querrás que me pase todo el día cogiéndote el culo ¿o sí?.

Está bien, pero…mggggh…detente

Dime…-me susurra con un irónico tono de ternura y sin sacar su miembro desde dentro de mi cola.

Está escondido. Tengo que mostrártelo yo.

Sabías que te ves muy sexy con el maquillaje corrido

Por fin se salió de encima mío y me quiso levantar de un brazo. Le pedí un segundo para que el dolor pasara. Juro que no me podía mover. Era como si tuviese un montón de agujas clavándome dentro. Una vez en pie y haciendo mi mejor esfuerzo lo guié hasta el tocador, hasta el escondite secreto donde estaba el amuleto. Lo único que yo quería era que Francisca estuviese fuera de peligro y que nos dejaran en paz. Así que se lo entregué con la condición de que me asegurara que ella iba a estar bien. Me respondió que él mismo me iba a guiar hasta donde estaba y que lo podría constatar por mi misma. Entonces me puse el vestido mini spandex que apenas alcanzaba a taparme y me dispuse a dejarme llevar por aquella bestia.

Me hizo salir hasta el pasillo y dirigirme hacia el ascensor. Caminaba delante de él mirando hacia el suelo. Me sentía avergonzada e incómoda. Podía sentir su mirada detrás de mí. Me lo imaginaba disfrutando el hecho de verme así. Lo odié mucho. Lo único que me calmaba era saber que en pocos momentos estaría con la Fran. Necesitaba tanto estar con ella, saber que estaba bien y que todo esto terminaría al fin.

Una vez que las puertas del ascensor se abrieron, el muy idiota me agarró la cola y casi levantándome me hizo entrar en él. Me puse roja. De rabia e impotencia, pero me mantuve de espaldas a él y con mi vista pegada al piso. Aún así pude ver como su dedo, aquel gordo y asqueroso dedo, apretaba el botón que indicaba el piso menos 5, es decir, el quinto subterráneo

Continuará

nikolesaez@hotmail.com