Quinteto Gay (Los Abuelitos)

Un jovencito va avender lociones a unos abuelitos y ¡sorpresa!.

QUINTETO GAY (Los abuelitos)

1) La Seducción

Tenía 16 años, era estudiante y, además, acostumbraba salir a vender lociones a los señores de mi barrio, como una forma de ganarme algunos pesos. Vivía con mi madre viuda y tratábamos de sobrevivir haciendo cualquier trabajo que se presente.

Una tarde, llegué hasta una casa, donde antes había llamado a la puerta, pero nunca me habían abierto, Esta vez fue diferente. Me recibió un señor de unos 60 años aproximadamente, de muy buen ver. Me pareció conocido, porque lo había visto varias veces por el barrio, incluso acompañado de otros tres señores de edad avanzada.

Le ofrecí los productos que llevaba, los examinó y me compró unas lociones. A partir de aquella ocasión, siempre que pasaba por su casa, él me compraba algo.

El señor, llamado Emilio, a decir verdad, no estaba mal para su edad. Tenía unos pectorales prominentes, que se adivinaban duros, abajo de las ajustadas camisas que siempre usaba y que marcaban perfectamente sus formas, más que aceptables para su edad. Tenía el cabello rubio entrecano y normalmente iba siempre bien arreglado.

Conforme lo fui conociendo más, nos fuimos haciendo amigos y le conté de mi mala situación económica. En ocasiones pude ver a los otros ancianos que vivían con él. Me contó que los cuatro (dos de ellos eran hermanos), vivían juntos como una manera de hacerse compañía y ahorrar dinero en alojamiento. Los otros tres señores, se llamaban Manuel (de 69 años), David (de 66) y Armando (de 72).

Finalmente una mañana, llamé a la puerta y don Emilio me abrió, al tiempo que me decía:

  • Pasa, pasa y muéstrame lo que traes.

Así que entré y seguí sus instrucciones. Sin embargo, él se veía algo nervioso y no ponía mucha atención a lo que yo le decía. Se acercó a mí con un billete en la mano y me dijo:

  • Quiero saber si tienes ganas de ganarte un dinero extra. ¿Te gustaría?

  • Bueno... -le respondí-, depende qué haya que hacer.

Me dejó asombrado con su respuesta:

  • Estoy seguro de que te va a gustar -dijo al tiempo que se abría la camisa y me dejaba ver sus pectorales blancos, poderosos, con unas tetillas sonrosadas que se proyectaban erectas y agresivas.

En ese instante me sonrojé puesto que nunca hubiera imaginado que él se plantara así ante mí. Me confesó que se había dado cuenta de mis tendencias gay y desde hacía tiempo deseaba tener sexo conmigo.

  • ¿Y bien? -preguntó ansioso mientras, en forma notoria, la excitación iba creciendo en su entrepierna.

Yo también comencé a excitarme y hacerme cerebro, así que sin darle tiempo a más explicaciones, accedí. Me tomó de la mano y me llevó hasta una alcoba cercana. Apenas entramos, comenzó a desnudarse, por lo que me quité la playera y me bajé los pantalones vaqueros a toda prisa, quedando sólo con un calzoncillo, pequeño pero limpio, gracias a mi mamá. Él se acercó y, sin ningún preámbulo, comenzó a mamarme los pezones.

Sentí que el mundo se me venía encima, cuando sus labios y su lengua empezaron a acariar mis pezones. Aquello me excitaba sobremanera, por lo cual, me dejé llevar hasta la cama cercana. Nos tendimos en el lecho, besándonos como descosidos. Lo abracé con fuerza y con lentitud fui besando su boca, sus mejillas, su cuello, sus pecho.

Chupé ávidamente sus lindas tetillas, durante un rato, mientras mis manos recorrían toda su anatomía. Seguí bajando con mis besos, a través de su vientre, hasta llegar a su hermoso pene, que estaba ya bien erecto y listo para cualquier acción. Lo tomé en mi boca con entusiasmo, haciéndolo gritar de placer.

El calor interior de su glande era increíble y me sentí en la gloria al saber que mi lengua podía darle tanto placer. Lo lamí con fuerza y el caballero gritó de gozo y puso lo ojos en blanco, ante la inmensa sensación que lo invadía.

Él gemía constantemente de placer y, dicho sea de paso, esto me excitaba un montón. Poco a poco me fui poniendo en posición de 69 y él, rápidamente, comenzó a mamarme, transportándome a un universo de placer.

Comencé a lamer y chupar con ritmo y fuerza su rica verga. Don Emilio gemía y gritaba de placer, en forma cada vez más desaforada. Abrió los ojos y la boca con expresión de asombro y su pene explotó con una erupción de semen que inundó mi boca, ávida de aquel líquido del amor, caliente como lava. Se estaba corriendo como si algo hubiera estallado en su interior. Se notaba que hacía mucho tiempo que no lo hacía.

  • ¡Aaahhhhh! -grito don Emilio, al tiempo que explotaba y temblaba como un volcán.

Marqué una pausa, y muy pronto él continuó lamiéndome con más y más fuerza, hasta que sin poder evitarlo, me corrí con deleite.

El caballero, sin más, siguió lamiendo y lamiendo, hasta que tragó todo mi semen y limpió completamente mi glande con su lengua.

Con mis mamadas ininterrumpidas, volví a tenerlo preparado para otro polvazo, por lo que, sin titubear, me encaramé en él y poco a poco fui metiendo su verga en mi ano y comenzamos un nuevo acto sexual.

Ya controlados, lo fuimos haciendo lentamente durante largo rato, hasta que tiró su corrida, unos momentos antes de que yo mismo tuviera mi nuevo orgasmo.

Tras unos momentos de reposo, expresé mi intención de retirarme, pero él me pidió que no lo hiciera.

  • Estoy solo y quisiera que me acompañaras otro rato-dijo.

  • ¿Y sus amigos? -le pregunté.

  • Fueron a visitar a un pariente. No vendrán hasta mañana.

Tranquilo, entonces acepté y, los dos abrazados, nos quedamos dormidos.

2) Las orgía de los abuelitos

Me despertó la suavidad de una mano acariciando mi pecho. Abrí los ojos pero, una segunda mano, tan cálida como la anterior, me cubrió los ojos. Alguien, me colocó uno de esos antifaces que oscurecen completamente, para poder dormir de día y no pude ver. Una mano ávida comenzó a masturbarme, al tiempo que un lado de la cama se hundió bajo el peso de un par de rodillas desnudas y calientes, que se apoyaron en mi muslo.

Yo, estaba ya excitado, listo para la guerra. En seguida, me estremecí al contacto de una boca húmeda que me rozaba el glande. Apreté los dientes y retorcí los dedos de los pies, cuando una boca hambrienta comenzó a devorarme. Una lengua salvaje me recorrió el pene de cabo a rabo, mientras la boca succionaba con furia, llenándome de éxtasis las entrañas.

Gemí levemente, al tiempo que las sensaciones de la mamada me enloquecían. Extendí mi brazo y puse mi mano sobre una espalda suave y caliente. La fui bajando y finalmente, apreté un maravilloso pene grande, largo y poco grueso que, para mi sorpresa, era obvio que no pertenecía al hombre que me había amado antes, ya que éste tenía la verga más pequeña y más gruesa.

Aquello me sorprendió, pero como era tan rico, no hice nada para evitarlo. El ritmo de la mamada se aceleró y, de pronto, se detuvo.

Sentí aquel cuerpo masculino acostarse sobre el mío. Una boca ávida comenzó a chupar y sorber mi pezón, ya incandescente. Deslicé mi mano hacia arriba, tomando con dos dedos la caliente barra. Un quejido alborozado se escapó del hombre, al sentir que mis dedos conducían su pene hasta mi perineo, donde lo apreté con mis muslos y él comenzó el bombeo de sus caderas. Sus pecho se aplastó contra el mío, acrecentando el gozo de nuestra unión.

Sin poder ver, mis labios encontraron la desesperada boca masculina, e introduje mi lengua en ella, con ferocidad. El ritmo se incrementaba y, aún más, prensé su pene entre mis muslos y él arreció en sus embates, revolviéndose con locura, hasta que se estremeció convulso.

  • ¡Aaaahhhh! -gimoteó y la contracción de su verga me anunció que había llegado a un orgasmo que lo hacía vibrar de placer. Sentí en sus muslos el chorro hirviente de su esperma, en tanto él, jadeando con regocijo, se estiró sobre mí y de pronto cayó a mi lado.

En ese momento, oí la suave voz de otro hombre, que preguntaba:

  • ¿Ya terminaste, David?

  • Sí, Manuel. Puedes venir.

Yo guardaba silencio, mientras sentía que una mano se afirmaba en torno a mi pene. Lo apretó y unos labios mamaron mi glande, que se mantenía rígido y caliente.

  • Huy, es tan grande y duro... -dijo don Manuel.

Tras unos segundos de tregua, sentí el cuerpo desnudo del anciano restregarse contra el mío, mientras don David permanecía al otro lado.

Me viré de lado, metiendo una mano entre las piernas de mi nuevo compañero, apartándole los muslos y aagarrando su verga encendida. La froté unos momentos mientras, sin que se me permitiera ver aún, me fui volviendo boca abajo.

  • ¡Oooohhhhh! -gimió don Manuel, al tiempo que me viraba por completo, quedando con mi culo hacia arriba.

En seguida, sentí su mano que deslizaba su pene, previamente cubierto de vaselina entre mis nalgas, y comenzaba a penetrarme suavemente. Lo sentí regodearse con la sabrosura de aquella penetración, ya que su barra dura y resbalosa iba siendo tragada lentamente por mi ano acalenturado.

  • ¡Oooohhhhh! -repitió don Manuel-. ¡Qué riiicoooo!

Su pene bombeó recio, golpeando sus bolas contra mis nalgas, intensificando su pasión, al grado que muy pronto, sentí que él estaba al borde de una explosión gigantesca.

No pasó mucho tiempo sin que el hombre comenzara a sentir las convulsiones de su orgasmo. Lloraba y reía al mismo tiempo, gimiendo con profunda voz. No pude entonces, dejar de volverme para que nos diéramos un sabroso beso de lengua, antes de que él me desmontara.

Entonces, sin que nadie lo impidiera, me quité el antifaz. Pestañeé varias veces hasta acostumbrarme a la luz y miré en torno. Los cuatro abuelitos estaban en el cuarto, desnudos. Don David y don Manuel acostados a mis flancos, don Emilio y don Armando, parados al pie de la cama, observando la escena con sendas erecciones.

  • Aaahhhh -suspiró don Manuel-. Nunca me había sentido tan bien en muchos años.

Don Armando avanzó flanqueando el lecho, al tiempo que don David se levantaba y le cedía su lugar, diciendo:

  • ¡Tienes que hacerle probar tu verga!

Don Armando se subió sobre la cama, a mi lado, se tendió y comenzó a acariciarme suavemente. Su mano fue bajando, hasta llegar a mi pene, y comenzó a masturbarme con frenesí. Mi mano bajó para apoderarse de su erecto falo.

  • ¡Es enorme! -exclamé al contemplar los casi 25 cm que tenía entre mi mano.

Don Armando se puso de rodillas entre mis piernas, encaramó mis estremidades encima de sus hombros, dejando expuesta la abertura de mi ano, que aún no terminaba de cerrarse después de la aventura anterior. Agarró su verga con una mano y me puso la punta del glande, frente a la entrada de mi culo. Empujó con firmeza y aquel enorme trozo fue entrando en mí, provocándome una sensación innenarrable.

  • Se siente sabroso, ¿verdad? -preguntó don David, sin obtener respuesta, ya que yo estaba muy ocupado gozando la sensación de la penetración y todos los demás hombres obvervaban la escena con ojos cargados de lujuria.

Don Armando comenzó a bombear en mí, haciéndome sentir feliz de haber llegado aquel día a esa casa, dejando que el septuagenario se hiciera un remolino. El anciano introdujo su verga hasta el fondo de mi recto, con profundo suspiro, y se estregó contra mi, arrebatado de un fuerte furor sexual. Gimió, gritó, gruñó, babeó y, finalmente, se vino como un potro semental, en tanto yo aullaba como un condenado, al sentir el mayor orgasmo de la tarde, mismo que me hizo largar grandes cantidades de semen que, en gruesos goterones, se esparcieron sobre mi abdomen.

Al desconectarnos, don David ocupó inmediatamente el lugar de su antecesor y yo me dejé hacer. El sexagenario se colocó en la misma postura, agarrando su verga con la mano, la guió hacia mi llameante culo, subiéndo también mis piernas a sus hombros. Me atrajo hacia él fuertemente, por las caderas, para ayudarme en la penetración al tiempo que yo emití un sonido extraño, mezcla de grito y aullido, mezcla de placer y dolor. Entonces, pasé mis manos hacia atrás de él y lo agarré firmemente de sus nalgas, que atraje hacia mí con energía.

Trató de llevar el ritmo lo más controlado y suave posible, ya que la tarde se pintaba larga. Pero cuando don David se vino, yo no pude evitar tener mi propio orgasmo con aquel falo dentro de mi recto.

Después de eso, los cuatro me besaron, acariciaron y jugaron conmigo a su sabor y antojo. Era don Emilio quien había permanecido un poco al margen, dado que él me había gozado al principio y había sido el anzuelo que me había hecho caer en aquella deliciosa trampa.

Me acariciaron de pies a cabeza, me sobaron por todas partes, me mamaron la verga, hasta que me tuvieron nuevamente gritando de excitación. Los cuatro ancianos entonces, me tomaron por asalto. Me abrazaron, lamieron y mordieron, me pasaron sus penes por todo el cuerpo y sin que yo pudiera o quisiera evitarlo, me los fueron metiendo sucesivamente, en mi boca o en mi ano.

Estando yo montado en don Emilio, de pronto un grito, de dolor brotó de mi garganta. El príapo de don Armando estaba tratando de entrar, lentamente, en mi culo, provocándome una sensación hasta entonces desconocida. Nunca había tenido dos penes adentro, al mismo tiempo. Luego, don Armando, con una sonrisa maligna en sus labios, empujó su falo con fuerza y me introdujo completo su enorme pene.

Ellos se fueron moviendo coordinadamente, cogiéndome ambos a la vez, fornicándome arrebatadamente, buscando su placer y logrando que yo tuviera otro orgasmo, al tiempo que mamaba la verga de don Manuel y, don David, se masturbaba furiosamente, ayudado por mi mano izquierda.

Perdí la cuenta de las veces que introdujeron sus ajetreados barrotes en mi boca y mi culo. Finalmente, sin poder ni querer evitarlo, tuve una enésima culminación, gracias a don Armando, quien me hizo venirme una vez más, entre alaridos.

Ellos jugaron insaciables con mi cuerpo un poco más, hasta que caímos rendidos por agotamiento y los cinco quedamos tendidos, exhaustos, sobre el lecho.

Desde ese día, dejé de vender lociones y me dediqué a "trabajar" en casa de los abuelitos, quienes nos ayudan económicamente a mi madre y a mí y yo... ¡soy muy feliz!

Autor: Amadeo

amadeo727@hotmail.com