Quinteto

Una chica lleva la sorpresa de su vida al conocer a una abuelita.

QUINTETO

1) La Seducción

Tengo 18 años, soy estudiante universitaria y acostumbro salir a vender perfumes a las señoras de mi barrio, como una forma de ganarme algunos pesos. Vivo sola y trato de sobrevivir haciendo cualquier trabajo que se presente.

Una tarde, llegué hasta una casa, donde antes había llamado a la puerta, pero no me habían abierto, Esta vez fue diferente. Me recibió una señora de unos 60 años aproximadamente, de muy buen ver. Me pareció conocida, porque la había visto varias veces por el barrio, incluso acompañada de otras tres señoras de edad avanzada.

Le ofrecí los productos que llevaba, los examinó y me compró. A partir de aquella ocasión, siempre que pasaba por su casa, ella me compraba.

La señora, llamada Emilia, a decir verdad, no estaba mal para su edad. Tenía unos pechos de regular tamaño, que se adivinaban duros, abajo de las ajustadas blusas que siempre usaba y que marcaban perfectamente sus curvas. Tenía el cabello rubio entrecano y normalmente iba siempre bien arreglada y lucía una buena cantidad de joyas.

Conforme la fui conociendo más, nos fuimos haciendo amigas y en ocasiones pude ver a las otras ancianas que vivían con ella. Me contó que las cuatro (dos de ellas eran hermanas), vivían juntas como una manera de hacerse compañía y ahorrar dinero en alojamiento.

Las otras tres señoras, se llamaban Magda (de 69 años), Dina (de 76) y Armida (de 82).

Finalmente un día, llamé a la puerta y doña Emilia me abrió, al tiempo que me decía:

  • Pasa, pasa y muéstrame lo que traes.

Así que entré y seguí sus instrucciones. Sin embargo, ella se veía algo nerviosa y no ponía mucha atención a lo que yo le decía. Ella se acercó a mí con un billete en la mano y me dijo:

  • Quiero saber si tienes ganas de ganarte un dinero extra. ¿Te gustaría?

  • Bueno... -le respondí-, depende qué haya que hacer.

Me dejó asombrada con su respuesta:

  • Estoy segura de que te va a gustar -dijo al tiempo que se abría la blusa y me dejaba ver sus pechos blancos, poderosos, con unos pezones sonrosados que se proyectaban erectos y agresivos.

En ese instante me sonrojé puesto que nunca hubiera imaginado que ella deseaba tener sexo conmigo.

  • ¿Y bien? -preguntó ansiosa.

La excitación crecía rápidamente en mi entrepierna, así que sin darle tiempo a más explicaciones, accedí. Me tomó de la mano y me llevó hasta una alcoba cercana. Apenas entramos, comenzó a desnudarse, por lo que me quité la blusa y me bajé los pantalones vaqueros a toda prisa, quedando sólo en sujetador y bikini. Ella se acercó y, sin ningún preámbulo, me despojó del bassier y comenzó a mamarme los pezones.

Sentí que el mundo se me venía encima, cuando sus labios y su lengua empezaron a acariar mis pezones. Aquello me excitaba sobremanera, por lo cual, la llevé hasta la cama cercana. Nos tendimos en el lecho, besándonos como descosidas. La abracé con fuerza y con lentitud fui besando su boca, sus mejillas, su cuello, hasta llegar a sus pechos, que acapararon mi atención.

Chupé ávidamente sus lindos pezones, durante largo rato, mientras mis manos recorrían toda su anatomía. Seguí bajando con mis besos, a través de su vientre, hasta llegar a su hermosa concha que estaba ya bien mojada y lista para cualquier acción. Lamí su vulva con entusiasmo, así como chupé y mordisqueé su clítoris, haciéndola gritar de placer.

El calor interior de sus entrañas era increíble y me sentí en la gloria al saber mi lengua y mis dedos adentro de aquel hermoso túnel. La lamí con fuerza y la señora gritó de gozo y puso lo ojos en blanco, ante la inmensa sensación que la invadía.

Ella gemía constantemente de placer y dicho sea de paso, esto me excitaba un montón. Poco a poco me fui poniendo en posición de 69 y ella, rápidamente, comenzó a mamarme, transportándome a un universo de placer.

Comencé a lamer y chupar con ritmo y fuerza dentro de su rica vagina. Ella gritaba y gritaba de placer, en forma cada vez más desaforada. Abrió los ojos y la boca con expresión de asombro y su vagina entró en una serie de contracciones que la hicieron convulsionar: se estaba corriendo como si algo hubiera estallado en su interior. Se notaba que hacía mucho tiempo que no lo hacía.

  • ¡Ayyyyyyy! -grito doña Emilia, al tiempo que explotaba y temblaba como un volcán.

Marqué una pausa, y muy pronto ella continuó lamiéndome con más y más fuerza, hasta que sin poder evitarlo, me corrí con deleite.

La mujer, sin más, siguió lamiendo y lamiendo, hasta que me limpió completamente la vulva con su lengua.

Con sus mamadas volví a estar preparada para otro polvazo, por lo que la metí nuevamente mi lengua en su vagina y comenzamos un nuevo acto sexual.

Ya más controladas, lo fuimos haciendo lentamente durante largo rato, hasta que tiré mi corrida, unos momentos antes de que ella misma tuviera su nuevo orgasmo.

Tras unos momentos de reposo, expresé mi intención de retirarme, pero ella me pidió que no lo hiciera.

  • Estoy sola y quisiera que me acompañaras esta noche -dijo.

  • ¿Y sus amigas? -le pregunté.

  • Fueron a visitar a un pariente. No vendrán hasta mañana.

Tranquila, entonces acepté y, las dos abrazadas, nos quedamos dormidas.

2) Las orgía de las abuelitas

Me despertó la suavidad de una mano acariciando mis senos. Abrí los ojos. Reinaba una profunda oscuridad. Unos instantes después, una segunda mano, tan cálida como la anterior, se unía a la primera en una deliciosa caricia. Unos dedos ávidos se introdujeron en mi cueva, al tiempo que un lado de la cama se hundió levemente bajo el peso de un par de rodillas desnudas y calientes, que se apoyaron en mi muslo.

Yo, estaba ya excitada, lista para la guerra. En seguida, me estremecí al contacto de un par de húmedos labios que me besaban los grandes labios de mi vulva. Apreté los dientes y retorcí los dedos de los pies, cuando una boca hambrienta comenzó a devorarme. Una lengua salvaje me recorrió la vulva de cabo a rabo, mientras la boca succionaba con furia, llenándome de éxtasis las entrañas.

Gemí levemente, al tiempo que las sensaciones de la mamada me enloquecían. Extendí mi brazo y puse mi mano sobre una espalda suave y caliente. La fui bajando y apreté un maravilloso seno redondo, grande, lleno, cálido y algo flaccido que, para mi sorpresa, era obvio que no pertenecía a la mujer que me había amado antes, ya que ésta tenía los pechos más pequeños.

Aquello me sorprendió, pero como era tan rico, no hice nada para evitarlo. El ritmo de la mamada se aceleró y, de pronto, se detuvo.

Sentí aquel cuerpo femenino acostarse sobre el mío. Una mano se apoderó de mi seno, lo sujetó y una boca ávida comenzó a chupar y sorber mi pezón incandescente. Empujé mi mano hacia arriba, introduciendo dos dedos en la caliente cueva. Un quejido alborozado se escapó de la mujer, al sentir mis dedos en su caverna. Sus senos se aplastaron contra los míos, acrecentando el gozo de nuestra unión.

En la oscuridad, mis labios encontraron la desesperada boca femenina, e introduje mi lengua en ella, con ferocidad. Ella redobló el bombeo de sus caderas contra mi pubis, a la vez que arrecié mis embates en tanto la mujer se revolvía con locura y se estremeció convulsa.

  • ¡Aaaahhhh! -gimoteó y la contracción de sus músculos vaginales me anunció que ella había llegado a un orgasmo que la hacía vibrar de placer.

Jadeando con regocijo, ella se estiró sobre mí y de pronto cayó a mi lado.

En ese momento, oí la suave voz de otra mujer, que preguntaba:

  • ¿Ya terminaste, Dina?

  • Sí, Magda. Puedes venir.

Yo guardaba silencio, mientras sentía que una mano se afirmaba en torno a mi seno derecho. Lo apretó y unos labios mamaron mi pezón, que se mantenía rígido y caliente.

  • Huy, es tan grande y duro... -dijo doña Magda.

Tras unos segundos de tregua, sentí el cuerpo desnudo de la anciana restregarse contra el mío, mientras doña Dina permanecía al otro lado.

Me viré de lado, metiendo una mano entre las piernas de mi nueva compañera, apartándole los muslos y aplicándole toda la palma en la vulva encendida. La froté, mientras buscaba en la oscuridad sus senos, hasta encontrar un pezón que mamé con ansia.

  • ¡Oooohhhhh! -gimió doña Magda, al tiempo que nos virábamos por completo, quedando yo encima.

En seguida, sucedió algo extraño. Sentí una mano que deslizaba un pene artificial entre los muslos de doña Magda y la penetraba suavemente. La sentí regodearse con la sabrosura de aquella barra dura, que fue tragada por su vagina resbalosa.

  • ¡Oooohhhhh! -repitió doña Magda-. ¡Qué riiicoooo!

La mano bombeó recio, golpeando contra las interioridades de su vagina, intensificando si pasión, al grado que muy pronto sentí que ella estaba al borde de una explosión gigantesca.

No pasó mucho tiempo sin que ella comenzara a sentir las convulsiones de su orgasmo. Lloraba y reía al mismo tiempo, gimiendo con profunda voz. No pude entonces, dejar de chuparle los senos, antes de desmontarla.

Entonces, una luz tenue se encendió en la mesita cercana. Pestañeé varias veces hasta acostumbrarme y miré en torno. Las cuatro abuelitas estaban en el cuarto, desnudas. Doña Doris y doña Magda acostadas a mis flancos, doña Emilia y doña Armida, paradas al pie de la cama, observando la escena.

  • Aaahhhh -suspiró doña Magda-. Nunca me había sentido tan bien en muchos años.

Doña Armida avanzó flanqueando el lecho, al tiempo que doña Dina se levantaba y le entregaba el pene artificial, diciendo:

  • ¡Tienes que hacerla probar esa verga!

Doña Armida se subió sobre la cama, a mi lado, se tendió y comenzó a acariciarme los pechoa suavemente. Su mano fue bajando, hasta llegar a mi pubis, y comenzó a masturbarme con frenesí. Doña Dina le pasó el erecto falo de goma.

  • ¡Es enorme! -exclamé al contemplar los 30 cm que tenía entre su mano. Pude observar entonces, que aquel trozo de látex tenía dos cabezas: una en cada extremo.

Doña Armida se encaramó encima de mí, agarró la verga con ambas manos y me puso la punta del glande, frente a la entrada de mi vagina. Empujó con firmeza y aquel trozo de látex fue entrando en mí, provocándome una sensación innenarrable.

  • Se siente sabroso, ¿verdad? -preguntó doña Dina, sin obtener respuesta, ya yo estaba muy ocupada gozando la sensación de la penetración y todas las demás mujeres obvervaban la escena con ojos cargados de lujuria.

Con su mano, doña Armida comenzó a bombear en mí, haciéndome sentir feliz de haber llegado aquel día a esa casa, dejando que la octogenaria se hiciera un remolino sobre mí. La anciana introdujo entronces la otra cabeza en su propia vagina, con profundo suspiro, y estregó su pelvis contra la mía, arrebatada de un fuerte furor sexual. Gimió, gritó, gruñó, babeó y, finalmente, se vino como una yegua, en tanto aullaba como una condenada.

Como yo no había terminado aún y el pene artificial continuaba en mi interior, fue entonces doña Dina, quien remplazó a la otra mujer, quien se desconectó, exponiendo la lubricada cabeza del duro pene resplandeciente, que se hundió unos segundos después en la vagina de mi nueva amante.

Doña Dina ocupó inmediatamente el lugar de su antecesora y yo me dejé hacer. La septuagenaria se colocó encima mío, dándome la espalda y agarrando la verga artificial, la guió hacia su llameante culo, permaneciendo erguida. La traje hacia abajo fuertemente por los hombros, para ayudarla en la penetración ella emitió un sonido extraño, mezcla de grito y aullido, mezcla de placer y dolor. Entonces, pasé mis manos hacia adelante de ella y la agarré firmemente de los largos senos colgantes, que masajeé con vigor.

Traté de llevar el ritmo lo más controlado y suave posible, ya que la noche se pintaba larga. Pero cuando doña Dina se vino, yo pude evitar tener mi propio orgasmo con aquel falo dentro de mi vagina.

Después de eso, las cuatro me besaron, acariciaron y jugaron conmigo a su sabor y antojo. Era doña Emilia quien había permanecido un poco al margen, dado que ella ya había gozado conmigo al principio y había sido el anzuelo que me había hecho caer en aquella deliciosa trampa.

Me acariciaron de pies a cabeza, me sobaron por todas partes, me mamaron la vulva, hasta que me tuvieron nuevamente gritando de excitación. Las cuatro damas entonces, me tomaron por asalto. Me abrazaron, lamieron y mordieron, me pasaron sus senos por todo el cuerpo y sin que yo pudiera o quisiera evitarlo, me metieron el pene de latex, delicada pero firmemente, en mi agujero chiquito.

Un grito, mezcla de dolor y placer brotó de mi garganta. El príapo entró lentamente hasta hacerme sentir llena. Luego, doña Armida, con una sonriza maligna en sus labios, dobló el falo y me introdujo la otra cabeza en la vagina.

Por turnos, cada una de ellas fue agarrando el príapo de latex por la mitad, mo si fuera una gran manija y fue realizando en mí el movimiento del coito, simultáneo en la vagina y en el ano. Entre todas, fueron fornicándome arrebatadamente, buscando y logrando que yo tuviera orgasmo tras orgasmo.

Perdí la cuenta de las veces que introdujeron el ajetreado barrote en mi vagina y mi culo. Finalmente, sin poder ni querer evitarlo, tuve una enésima culminación, gracias a doña Armida, la cual me hizo venirme una vez más, entre alaridos.

Ellas jugaron insaciables con mi cuerpo un poco más, hasta que caímos rendidas por agotamiento y las cinco quedamos tendidas, exhaustas, sobre el lecho.

Desde ese día, vivo en casa de las abuelitas y soy muy feliz.

Autor: Amadeo

amadeo727@hotmail.com