Quinta cita
Si él no se hubiera portado de esa manera, si hubiera reaccionado siguiendo su instinto ¿hubiera acabado acostándose con él? No estaba muy segura cuando aseguraba que no.
Tal vez no puso muchos reparos en dejarla marchar pensando que se volverían a ver al día siguiente y de esa manera volvería a tener otra oportunidad. Pero ella estaba aterrorizada, violenta y con un terrible sentimiento de culpabilidad que la atenazaba y la retenía en casa meditando en qué es lo que debería hacer y que es lo qué deseaba hacer.
No deseaba verle otra vez. No le temía, pero se asustaba de lo que había pasado por su mente y por su cuerpo la noche anterior.
Había llegado a casa tardísimo, poco menos que escondiéndose, no la fuera a ver entrar algún vecino, el corazón latiendo a un ritmo feroz y casi a la carrera. La llave del portal no entraba, la cerradura no giraba y su pánico aumentaba con el temblor de sus dedos.
Cuando se vio segura en su hogar, la llave puesta y cerrada con mil candados, se derrumbó en el sofá del salón hasta que su mente se sosegó y su cuerpo, tranquilizándose, permitieron a sus piernas sostenerla hasta el dormitorio.
Estaba cansada, pero no tenia sueño, se puso la vieja camiseta que utilizaba para dormir, se cepilló el pelo, y después se quitó concienzudamente los restos de maquillaje. ¿Qué podía ver ese hombre en ella? No era joven, ni especialmente guapa; del montón, vaya. Se conservaba bien, pero a nadie podía engañar: su cuerpo decía su edad de una manera implacable.
Entonces… ¿Qué era lo que le atraía a él? Era simpática, educada, tenia cultura, buena conversación, era alegre… Bueno, millones de mujeres tenían esa cualidades y además eran mas guapas. Cuando se quitó el sujetador observó una vez mas el desagradable espectáculo de siempre: sus tetas descendían pesadas y blandas. El pezón engañaba, un poco alto, sobresaliente siempre, tal vez por el hecho de haber amamantado a sus dos hijos.
Mejor irse a dormir, o por lo menos acostarse, descansar y esperar el nuevo día, con la confianza de que la luz del sol despejaría sus temores, haría que se viese bella de nuevo, que recuperase su confianza y que hiciera posible que un hombre diferente se fijase en ella y se sintiese atraído por su cuerpo, por su carácter y su forma de vivir la vida, alegre y tranquila.
Se despertó de pronto sobresaltada, desnuda sobre las sabanas y bañada en sudor. Ardía por fuera y por dentro, soñaba con algo y al ser un poco consciente, sintió deseos de que su marido estuviese a su lado.
No, lo de su marido lo había añadido ella avergonzada. Su primer pensamiento no fue para su marido. Fue para un hombre. Un hombre inconcreto, abstracto, cualquiera valía.
Podía ser su marido, pero también podía ser ese otro hombre que había abandonado hacia unas horas, que la había tocado, acariciado, como si fuese suya y le había provocado esos sueños, esos deseos irreales.
Se daba cuenta de algo que nunca le hubiera podido pasar por la cabeza unos días atrás. Estaba excitada, había soñado con un hombre, se vio besada, acariciada, desnuda a su lado, y dejándose hacer, y hasta participando en una escena sexual irreal pero completa, en la cual, él la penetraba y la hacia gozar y retorcerse de placer.
Y ese hombre no tenía el rostro de su marido. Tampoco era el de Javier, era un hombre sin rostro, pero le daba igual. Nunca en su vida había tenido un sueño húmedo, tan real y tan… vergonzoso. ¿Que hubiera pensado su marido si llega a estar a su lado esta noche? No podía ni imaginar su reacción, sus preguntas, su incertidumbre. ¿Cómo podía haberse acalorado así con una idea? Era indudable que la velada pasada había sido la causa.
No, no iría esa tarde a verle, le llamaría con cualquier excusa y le diría que no dejase de llamarla la próxima vez que viniese a Madrid. Pero nunca mas acudiría a una cita, ni con él ni con nadie, se había acabado para siempre.
Bueno, esta será la última, se decía mientras el autobús la llevaba de nuevo a la capital. Solo para despedirme, como debe ser. Decirle adiós, darle las gracias por los buenos momentos y por sus atenciones, y ni un besito, ni nada. De vuelta a casita y a vivir tu vida, normal, sin estas tonterías ni estas aventuras que no conducen a nada y me ponen tan nerviosa.
entonces, ¿no te quedas a cenar conmigo?.
no, imposible. Mi marido llega a eso de las diez. Tengo que estar en casa antes.
que pena ¡¡¡ tenía hoy un sitio para bailar, fabuloso.
bueno, otro día será. Solo he venido para agradecerte la velada de ayer. Hacía años que no me lo pasaba tan bien y no me cansaba tanto bailando.
que dices ¡¡¡ al revés. Soy yo el que debe darte las gracias a ti. Eres una bailarina fenomenal. Me dejaste agotado. La próxima vez iremos a este sitio, ya verás que maravilla de disco y de música.
vale… pues gracias a los dos, pero no se cuando podrá ser esa próxima vez.
ya habrá alguna ocasión, no te preocupes ahora.
yo… quisiera darte también las gracias por no insistir ayer.
no, en absoluto. Nunca haré nada que te disgustes o que tu no quieras hacer. Puedes estar tranquila.
si, lo se. Contigo estoy siempre tranquila.
Pasearon por Rosales y el parque del Oeste. Hacía un día esplendido, preludio de las lluvias que se preveían para las siguientes jornadas y Madrid padecía uno de esos días de calor primaveral, casi veraniego, que sorprendía a sus ciudadanos en mitad del fresco que todavía perduraba del invierno.
Daba gusto pasear y oler el aroma de los árboles, de la tierra húmeda, oír los pájaros y ver como la hierba crecía, los brotes de las ramas ofrecían un verde tierno y prometedor y apuntaban los capullos de tantas flores con que estallaría todo el parque en poco tiempo.
Le sintió mas cerca y a poco, su brazo pasó por su espalda, agarrándola del talle. Se arrimó a él y pasearon pegaditos, cogida de su brazo y advirtiendo como su corazón se aceleraba al contacto con su mano. Se estaba a gusto así, le parecía volver a tiempos pasados, época de chicos y de noviazgos, de salidas con amigos, de primeros encuentros, de tímidos escarceos.
Se sentía joven y feliz. Su cuerpo había recuperado la firmeza de antaño, las líneas esbeltas de una jovencita, habían desaparecido las arrugas de su rostro y sus ojos brillaban de nuevo con esa chispa alegre y confiada de una mujer que no tenia miedo de nada y deseaba explorar el mundo, comérselo y probar todo lo que se le ofrecía de manera tan cautivadora.
Su mano la acariciaba al paso cadencioso de su cadera, la bajaba un poco para sentir el movimiento del músculo, la contracción que daba rigidez a la redondez del trasero y que se ablandaba al dar el siguiente paso. No le dejó repetir, no le importaba que la tocase ahí, pero le daba vergüenza que alguien pudiera ver eso. Debía resultar ridículo en una pareja de su edad. Seguro que todos los que se cruzaban con ellos pensaban que eran un lío, un asunto de sexo y que ambos se acostaban.
Mientras caminaban y hablaban, volvía a sentir su mano, ahora un poquito mas arriba, jugando con el borde del sujetador y rozando con un dedo el nacimiento de su pecho. Le dejó hacer un poco, esperando que no siguiera mas arriba, que no tocase mas de lo que parecía prudente y sobre todo, que no advirtiese la dureza de los pezones, erguidos y rígidos.
Pensó que sería mejor sentarse un poco, separarse y esperar que se tranquilizase, o por lo menos, que se diera cuenta de que la estaba haciendo pasar un mal rato con sus juegos y sus toqueteos.
Frente a frente, en el banco, hablaban de sus cosas, ella tapándose el pecho con los brazos cruzados por encima de sus indiscretos pezones, y él jugueteando con los rizos de su nuca, con el lóbulo de su oreja y mirándole por fin solamente a la cara, en lugar de estar tan pendiente de sus piernas. Pero esos toqueteos la estaban poniendo en un estado enervante, la desasosegaban mas que los toques directos a su pecho o a su culo cuando paseaban.
Javier, tenemos que ir acercándonos al autobús.
¿entonces, definitivamente hoy no cenas conmigo? Con todos los planes que tenía ya hechos...
no, es imposible. Mi marido debe estar llegando ya a Madrid, tengo que estar en casa antes.
Oye, una cosa. Te lo quería preguntar desde que apareciste esta tarde.
dime
hoy te has arreglado de una manera mas informal, mas de… diario casi.
bueno… es que no pensaba venir. Estaba muy cansada. Dormí de un tirón y me he levantado muy tarde.
y la pregunta de siempre: ¿por dentro también estas así, de diario?
Jajajajaja, que curioso, siempre con lo mismo. ¡Pues claro!
déjame verlas solo un poquito, anda.
ni hablar ¡¡¡ estas tonto ¡¡¡
anda… en recuerdo de la velada de ayer, por lo bien que lo pasamos. Anda…
que no, ni hablar.
pero mi niña, piensa que esta noche estaré solito y necesitaré algo para poder dormir soñando que estas junto a mi.
Como si estuviera hipnotizada se levantó un poco del banco para aflojar la falda por abajo. Sus muslos entraron en contacto con la superficie fría del asiento, y lentamente fue subiendo la parte delantera del vuelo. El no miraba sus muslos, ahora completamente al aire. Esperaba el premio que aguardaba un poco mas arriba.
Por fin un trocito de tela se dejó ver y paró ahí. El color amarillo pálido de sus braguitas casi se confundía con la carne blanca de sus muslos y unos pelitos asomaban rebeldes por el elástico. Cuando se dio cuenta de que se perfilaban nítidamente los labios carnosos y que la parte central estaba hundida en su sexo, casi como si estuviera desnuda, la bajó con violencia, espantada de su atrevimiento.
Todavía estaba sonrojada en el autobús. Ruborizada, pero excitada por lo que había hecho. Otro hombre que no era su marido había visto su ropa interior, sus braguitas y casi su sexo. Allí, se había levantado de repente, y bajado la falda sin mirarle a los ojos, pero ahora pensaba que no había sido para tanto. No era como estar en la playa, por supuesto. Los bikinis son para ser vistos por cualquiera, pero las bragas no.
En fin, menos mal que ahora no tenia que enseñárselas a nadie, pensó, porque notaba desde que se levantara del banco una humedad infrecuente en ella en sus últimos tiempos. El juego aquel la había excitado y ese calorcillo en todo su cuerpo, pero principalmente ahí, le decía que la había gustado mas que la posible vergüenza que pudiera haber pasado.
Y menos mal también que esta noche llegaba su marido. Necesitaba sentir, desahogarse con él, tener una noche loca, amarse y derretirse en sus brazos. ¿Y si hubiera sido en los de Javier?