Quince mil razones 7

Samuel es un heterosexual al que le ofrecen quince mil euros por acostarse con un hombre, pero no sabe que éste guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro.

SINOPSIS

Samuel está arruinado, lo ha perdido todo: su empresa, la casa, el coche, incluso a su mujer. Duerme en el sofá de un amigo y trabaja en un bar de mala muerte para sacar un mísero sueldo con el que apenas va tirando. Cuando Damián, un antiguo compañero de clase, aparece en su trabajo para ofrecerle quince mil euros a cambio de acostarse con él durante sus vacaciones, Samuel se encuentra ante la encrucijada de decir que sí y perder su dignidad o negarse y vivir en la miseria. Tras muchas dudas, decide aceptar, pero no sabe que Damián guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro por el mero hecho de estar junto a él.

CAPÍTULO 7

Tengo un hombre desnudo encima de mí. La idea me resulta tan surrealista e hilarante que no me queda más remedio que contener unas ganas terribles de ponerme a reír y a llorar al mismo tiempo como si fuese un histérico desquiciado. La pura verdad es que me siento total y completamente acojonado de una forma como nunca lo he estado antes. Saldría corriendo si pudiese moverme, pero me he quedado paralizado por el pánico más espeso y frío que he experimentado en toda mi vida. Ni que decir tiene que no quiero estar aquí, no deseo hacer esto, pero creo que ya es demasiado tarde para detenerlo. Damián parece estar poseído por alguna clase de espíritu lascivo. Me besa como si toda su existencia dependiese de ello y sus manos repasan todo mi cuerpo con avidez. Ahora, su mano derecha se ha detenido en mi entrepierna, haciendo un infructuoso intento de estimularme, pero mi polla flácida no alcanza a responder ni un poco a sus atenciones. Me pregunto si es por el miedo o simplemente porque la situación no me excita ni lo más mínimo, más bien todo lo contrario. Si tuviese que definir el morbo, sin lugar a dudas sería todo lo opuesto a esto. Ojalá pudiese sentirme de otra forma porque todo resultaría mucho más sencillo para mí, pero por desgracia las cosas son como son y no creo que vayan a cambiar en un futuro inmediato.

No sé si Damián estará molesto por la nula reacción de mi cuerpo, pero si es así no lo demuestra ni un poco. Él sigue a lo suyo, besándome y acariciándome, y no pierde su acostumbrado entusiasmo. De hecho, todavía no se le ha borrado la sonrisa de la cara desde que entró por esa puerta. Parece un niño con un juguete nuevo. Y, ahora que lo pienso, supongo que eso soy yo para él: un muñeco hinchable, un objeto de su propiedad al que poder manosear siempre que quiera. Me preguntaría cómo demonios he llegado a esta situación, pero lamentablemente lo sé muy bien: esta era mi única oportunidad de salir del maldito agujero en el que estaba metido. En fin, no quiero seguir dándole vueltas y más vueltas a lo mismo, ya es inútil, lo único que puedo hacer es aceptar mi destino y actuar en consecuencia. Supongo que tengo que ganarme el sueldo. Y por eso, mis brazos, que antes descansaban sobre el colchón, rodean su cintura y mis labios buscan a los suyos con un fervor tan falso y bien fingido que creo que incluso podría ganar un maldito Oscar.

Damián parece sorprenderse un poco y sonríe más ampliamente contra mi boca para después agarrar una de mis manos y llevarla hasta su entrepierna. Notar esa cosa dura, húmeda y caliente entre mis dedos me produce una fuerte sensación de animadversión que trato de controlar como buenamente puedo. Mi impulso inicial, lo primero que se me pasa por la cabeza, es soltarlo y apartar a mi antiguo compañero de un empujón. Pero en lugar de eso, me aferro con firmeza a ese erecto trozo de carne y dejo que Damián me guie por toda su envergadura, subiendo y bajando de forma rítmica, hasta que sus instrucciones dejan de ser necesarias y aparta la mano para permitirme continuar por mi cuenta. ¡Le estoy haciendo una jodida paja a otro hombre! Y a juzgar por cómo ha cambiado la expresión de su cara, semeja que le gusta, así que no debo estar haciéndolo mal del todo. Pero a mí esto no me está agradando ni un poco, el hecho de tener un pene en la mano que no es el mío me produce una total y absoluta repulsión. Me siento fuera de lugar, como si mi cuerpo estuviese traicionando a mi naturaleza de la forma más retorcida que se me ocurre. Y me odio a muerte por permitirlo.

—Haz que me corra —me susurra Damián al oído.

Estoy tan azorado y enfadado conmigo mismo que tardo un buen rato en comprender totalmente la repercusión de lo que me pide. Si logro que se corra con mi mano, podré librarme de que me penetre, al menos por esta vez. Es entonces cuando decido aparcar mi auto odio y repulsión a un lado para emplearme a fondo en dicha tarea. Si quiere un puto orgasmo, yo le daré uno que nunca olvidará por muchos muñecos hinchables y chicos objetos que se crucen en su camino. Nunca he masturbado a otro hombre, pero sí me he hecho muchas pajas a lo largo de mi vida y supongo que la mecánica es la misma. Es decir, desconozco lo que le gusta a Damián, pero si sé lo que me agrada a mí. Y decido poner en práctica todos mis conocimientos onanistas con el propósito de que se corra cuanto antes. Agarro su pene con firmeza y acaricio el glande con el pulgar, deteniéndome en la uretra. Damián jadea ante mis caricias y así confirmo que voy por el buen camino. Luego, desciendo por todo el tronco sin aliviar la presión y vuelvo a subir, arrancándole otro gemido.

Después de un tiempo, me resulta fácil, incluso mecánico. Mi antiguo compañero de clase se retuerce con mis atenciones y me dedica una mirada que me resulta nueva y familiar a la vez. Es la misma que he visto en muchas de mis amantes femeninas, pero esta vez la encuentro en los ojos de un hombre. Decido no detenerme a valorar las implicaciones de este descubrimiento y continúo con mis caricias. Damián me recorre el labio inferior con la punta de la lengua y yo hago otro esfuerzo sobrehumano para no apartarlo de un manotazo. En lugar de eso, le dedico la sonrisa más cínica de la que soy capaz y acuno sus testículos con la mano que me queda libre, ejerciendo la presión justa para darle placer, al tiempo que continúo el rítmico bombeo con la otra.

—¡No pares! —me suplica con una vocecilla ridícula.

¿Parar? ¡Ni se me ocurriría! Lo que quiero es terminar cuanto antes con esta tortura, así me den calambres en el brazo por la incomodidad de la postura o por no descansar. No transcurre ni un minuto antes de que Damián arqueé un poco la espalda y emita un incomprensible gruñido, regando mi abdomen con el fruto de su orgasmo. ¡Dios, qué ascazo! ¡Estoy pringado con el puto semen de un tío! No me atrevo ni a mirar hacia abajo para comprobar el estropicio que mi antiguo compañero de clase ha hecho sobre mi cuerpo. Ahora mismo, me gustaría poder volatizarme en el aire y desaparecer del mundo, me siento tan terriblemente sucio por fuera y por dentro, he caído tan bajo, tengo tantas ganas de llorar…

—Acabas de sorprenderme gratamente. —Me alegro de que al menos uno de los esté satisfecho después de una experiencia tan repugnante—. No parecía tu primera vez.

—Pues puedes creer que lo era —murmuro de mala gana.

—Lo sé. Ven, vamos a darnos una ducha para salir a cenar por ahí… ¡Nos lo merecemos! —Se saca de encima de mí y me tiende una mano para ayudarme a levantarme que yo acepto a regañadientes. ¡Ojalá se fuese y me dejase en paz! ¿Tan difícil es de entender que necesito estar solo después de hacer algo que va en contra de mis principios? Al parecer, sí lo es para él—. Hay un restaurante cerca de aquí en el que se come muy bien. Creo que te gustará.

No sé si Damián tiene mucha idea de lo que me gusta o no, pero decido no hacer ningún comentario al respecto y lo sigo hasta el pequeño cuarto de baño situado dentro de mi habitación. Cuando el agua cae sobre mi cuerpo, llevándose consigo los restos de mi reciente pecado, me siento un poco mejor, pero tampoco demasiado. Lo que he hecho ha dejado una marca en mi alma que ni toda el agua del mundo podría borrar. Tampoco me ayuda tener a mi antiguo compañero de clase pegado a mi espalda como una maldita sanguijuela que me absorbe la sangre y las ganas de vivir. Supongo que debería estarle agradecido por haber tenido la suficiente delicadeza para no ensartarme como un pincho moruno en mi primera noche con él, y lo cierto es que no puedo evitar preguntarme por qué no lo ha hecho cuando era evidente que estaba bastante interesado en mi trasero, pero a pesar de todo no puedo evitar odiarlo por lo que ha sucedido entre nosotros. E imagino que este sentimiento no va a cambiar en un futuro próximo. Solamente espero ser capaz de disimularlo durante todo el tiempo que voy a estar con él.

Nos damos una ducha rápida. Demasiado rápida para mi gusto. Si fuera por mí me habría quedado debajo del agua durante horas y me habría enjabonado más de una docena de veces en el proceso. Sé que puede parecer algo exagerado, pero es tal la sensación de asco que he experimentado por haber tenido sus fluidos sobre mi piel que no sabría ni por dónde empezar a describirla. Abandonamos el cuarto de baño y nos dirigimos hacia mi dormitorio. Damián está a punto de abandonar mi habitación para ir a la suya a vestirse cuando me asalta una duda:

—¿Es muy pijo ese sitio al que quieres llevarme? Porque no creo que tenga nada elegante que ponerme.

—Nunca lo había pensado —responde tras una sonora carcajada que logra irritarme aún más—. Supongo que sí es pijo, pero yo voy a ir con vaqueros y una camiseta. Estoy de vacaciones y no pienso acercarme a menos de diez metros a nada ni ligeramente elegante. Pero puedo prestarte algo a ti si así te sientes más cómodo. Creo que mi ropa te serviría sin problemas, somos más o menos de la misma estatura y tenemos una constitución similar. —En realidad, sus músculos están más desarrollados que los míos, pero opto por no decir nada.

—No, es igual. Iré con mi ropa. Al menos no desentonaré a tu lado.

—Tú estarás bien con cualquier cosa que te pongas. —¿No había ningún otro piropo más estúpido y manido? Si esa es su forma de ligar, no me extraña que tenga que pagar para acostarse con hombres.

—Eres muy amable —contesto con un sarcasmo mal disimulado que él parece no notar o que opta por ignorar.

—Nos vemos en la puerta en diez minutos. —Y se va, dejándome solo con mis ganas de bronca.

Camino hacia el armario como un autómata sin voluntad y saco lo primero que encuentro, unos pantalones vaqueros y un polo de Ralph Lauren que ha visto días mejores. Me pongo la ropa sin apenas prestar atención a lo que hago, pues estoy demasiado ocupado aucompadeciendome, y salgo de la habitación, distraído. Espero a Damián que aparece diez minutos más tarde con una indumentaria tan sencilla y casual como cara, ya que está claro que todo es de las mejores marcas. Y no puedo evitar sentirme inferior a su lado. Al momento, me arrepiento de no haber aceptado su oferta de prestarme ropa, pero ya es demasiado tarde para retractarme y sólo puedo acompañarlo hasta el garaje, donde su odioso chófer nos espera con una sonrisa de suficiencia en los labios. ¡Dios, cómo odio a ese tipo!

—¿No sabes conducir? —pregunto sin pararme a pensar.

—No he vuelto a hacerlo desde que mis padres murieron en un accidente de tráfico. Lo he intentado muchas veces, pero me da pánico, es algo superior a mí. —¿Por qué no me habré quedado callado?—. Supongo que algún día tendré que superarlo…

—¿Está muy lejos ese restaurante? —Opto por cambiar de tema de la forma más sutil que puedo, pero me temo que no lo he conseguido del todo.

—No, a unos diez minutos en coche.

—¿Y por qué no vamos caminando? —Lo que sea con tal de perder de vista a ese conductor maleducado—. Hace una noche muy agradable.

—No es seguro para mí andar por la calle. —Duda un momento antes de continuar—: Ya han tratado de secuestrarme antes. Por eso Rodrigo va a todas partes conmigo. Además de mi chófer, es mi guardaespaldas…

Ahora comprendo el porqué de esa enorme valla que rodea la casa y del aparatoso portal que la cierra. ¿Pero a qué demonios se dedica este tipo para que exista riesgo de secuestro? Una vez más no puedo evitar preguntarme dónde cojones me he metido. Está claro que Damián es una auténtica caja de sorpresas. ¿Qué será lo siguiente?

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