Quince mil razones 26

Samuel es un heterosexual al que le ofrecen quince mil euros por acostarse con un hombre, pero no sabe que éste guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro.

SINOPSIS

Samuel está arruinado, lo ha perdido todo: su empresa, la casa, el coche, incluso a su mujer. Duerme en el sofá de un amigo y trabaja en un bar de mala muerte para sacar un mísero sueldo con el que apenas va tirando. Cuando Damián, un antiguo compañero de clase, aparece en su trabajo para ofrecerle quince mil euros a cambio de acostarse con él durante sus vacaciones, Samuel se encuentra ante la encrucijada de decir que sí y perder su dignidad o negarse y vivir en la miseria. Tras muchas dudas, decide aceptar, pero no sabe que Damián guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro por el mero hecho de estar junto a él.

CAPÍTULO 26

Creo que nunca había sentido una rabia así en toda mi vida. Lo que he leído en ese diario, lo que Rafael le hizo a Irene es lo más repugnante y rastrero que un ser humano puede hacerle a otro. Mi primer impulso es pensar que no voy a descansar hasta que ese hijo de puta reciba su merecido, aunque para eso tenga que mancharme las manos de sangre y ennegrecer mi alma. No obstante, me pregunto si realmente seré capaz de pedirle a Damián que lo mate. Una cosa es pensarlo y otra muy distinta es hacerlo. Estamos hablando de sesgar la vida de una persona, de ordenar un asesinato a sangre fría que me pesará en la conciencia durante el resto de mis días. Yo no soy como mi anfitrión, tengo principios y un código moral por el que me he regido siempre. Si ahora le doy la espalda a todo por algo tan bajo como el deseo de venganza, no seré mucho mejor que Cortegoso y Damián. Me habré convertido en un mafioso más, en todo lo que siempre he odiado. No, no puedo permitirlo. Tiene que haber otra forma de hacerle pagar el daño que nos ha infligido a Irene y a mí sin emplear la violencia. No sé qué tendrá pensado hacer Damián para darle un escarmiento a Rafael Cortegoso, pero sea lo que sea, tengo que pedirle que lo lleve a cabo cuanto antes porque dentro de una semana él ya podría estar en la cárcel, es decir, si consigo averiguar dónde y cuándo será exactamente esa entrega de armas.

Soy muy consciente de que estoy jugando con fuego. Si Damián es capaz de hacer desaparecer a Irene y darle su merecido a una persona tan peligrosa como Cortegoso, no quiero ni pensar lo que podría hacerme a mí si se entera de que lo estoy traicionando. Probablemente me volatizaría en el aire como el humo de un cigarrillo. Pero no me queda otro remedio, no se trata sólo de mí, también está en juego la seguridad de mi hija. Y no voy a permitir que nadie le haga daño.

Lo que he leído en ese diario me ha afectado tanto que me siento como si las paredes de mi habitación se contrajesen y me atrapasen en medio. Necesito salir de aquí y respirar aire fresco. Miro la hora en el móvil y descubro que ya casi son las dos de la tarde. Se me ha pasado el tiempo volando mientras leía el diario de Irene. Laura debe estar a punto de salir del colegio. Si cojo un autobús ahora, quizá llegue a tiempo a casa de Tino para comer con ella y después podemos pasar el resto de la tarde juntos. No sé a qué hora volverá Damián, pero tampoco me importa, que yo sepa no soy su prisionero y puedo irme cuando me dé la real gana. Salgo de la habitación tan rápido que estoy a punto de chocar con Manuela que en este preciso momento pasaba por delante de la puerta de mi cuarto.

—¡Me has dado un susto de muerte! —protesta, agarrándose el pecho con un gesto dramático—. Ahora venía a ver si te encontrabas en tu dormitorio para decirte que ya está la comida hecha. —Todas mis alarmas se disparan. ¿Cómo coño sabía que yo estaba en el ático? ¿Es que me vio en el despacho de mi anfitrión? Si es así, estoy perdido—. Damián me llamó para decirme que hoy almorzarías solo, aunque no te oí llegar. —Respiro aliviado.

—Es que me fui directo a mi habitación para dormir un poco. No pasé buena noche y necesitaba descansar—le explico y rezo internamente para que me crea—. Perdona por no haberte avisado antes, pero no voy a quedarme a comer, quiero ir a ver a mi hija.

—No importa, cielo. Te lo guardaré en la nevera para la noche. —No sé por qué, pero Manuela acaba de recordarme a mi madre.

Me despido de la asistenta y salgo a la calle. Resulta muy agradable poder caminar por la ciudad sin la escolta de mi anfitrión y su impertinente guardaespaldas. El sol calienta mi piel y una suave brisa mece mi pelo. Por un momento, vuelvo a sentirme libre y sin preocupaciones, como si nada de lo que ha sucedido en los últimos cuatro días hubiese pasado de verdad. Si por mí fuera, iría caminando hasta casa de Tino, pero Damián vive bastante lejos del piso de mis amigos, en una zona mucho más cara y pija, así que cojo un autobús que me deja bastante cerca de mi destino. Cristina me recibe con dos besos de bienvenida y una sonrisa. Parece que le caigo mucho mejor desde que no duermo en su sofá. Desde el salón, me llega la risa despreocupada de mi hija.

—Pasa, Samuel. Estoy terminando de preparar la comida —me dice Cristina al tiempo que emprende el camino hacia la cocina. Yo la sigo—. ¿Te quedas a comer con nosotros?

—Pues sí, si no es molestia…

—No es ninguna molestia. Ya sabes que siempre hago comida de más —responde—. ¿No trabajas hoy?

—No, me he tomado el día libre para estar con Laura.

—Eso es bueno. La niña echa mucho de menos a su madre. A Tino y a mí ya no se nos ocurre nada más que decirle cuando pregunta por ella. —Levanta la cabeza del fogón—. ¿Se sabe algo más?

No puedo contarle a Cristina que estoy viviendo con el responsable de la desaparición de Irene porque tendría que entrar en detalles que no me apetece airear, ya bastante vergonzoso ha sido para mí tener que explicárselo a la policía, así que me limito a decirle que no y a comunicarle que voy a la salita para estar con Laura. Ella asiente y vuelve a sus quehaceres. Cuando entro en el salón, me encuentro a mi hija sentada al estilo indio sobre la alfombra y jugando con sus muñecas nuevas. Ella levanta la cabeza para mirarme, me dedica una amplia sonrisa y se pone en pie de un salto para venir a abrazarme.

—¡Papi! —exclama al tiempo que se aferra a mis piernas con toda la fuerza que sus pequeños brazos le permiten—. ¿No ha venido mami contigo?

—No, cariño. Mami aún sigue de viaje. —Esto me parte el alma.

—¿Se ha ido con el hombre malo?

—¿Quién es el hombre malo? —pregunto, sorprendido.

—Rafael, el novio de mami.

—¿Y por qué crees que es malo?

—Porque mami siempre se pone muy triste cuando está con él y además no se porta nada bien con ella.

—¿Y a ti te trata mal?

—No, pero tampoco es muy simpático conmigo. Y se enfada cuando hablo de ti. Creo que no le caes bien.

—A mí tampoco me cae bien él.

—El otro día mami me dijo que, si Rafael me preguntaba algo de ti, debía responderle que tenías un trabajo de fracasado para que no se enfadara más, pero yo no lo hice.

—¿Por qué no?

—Porque pensé que si se enfadaba mucho con nostras, dejaría a mami en paz. Así podríamos volver a vivir juntos tú, mami y yo, como cuando era pequeña.

No puedo contenerme más y abrazo a mi hija. Ella, con su peculiar lógica infantil, ha podido calar a Rafael Cortegoso de un modo que yo no supe hacerlo años atrás cuando le quité a Irene. Laura se dio cuenta de que Cortegoso era cruel con mi exmujer y una mala persona. Ojalá yo lo hubiese sabido antes de que Irene desapareciera, quizá podría haber hecho algo por ella. En fin, supongo que eso ya da igual. Lo importante ahora es encontrarla sana y salva para que vuelva a casa con su hija. Y estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para que sea así, incluso jugarme la vida traicionando a un mafioso tan peligroso como Damián. Poco tiempo después, llega Tino y los cuatro nos sentamos a comer. Cristina no es una gran cocinera, pero tiene varias especialidades y la de hoy es una de ellas. Paso el resto de la tarde con mi hija. La llevo al parque y a tomar un helado antes de regresarla a casa de mis amigos. Y después cojo un autobús para volver al ático de Damián. Este tiempo con mi niñita me ha recargado de energías y ha mejorado mi humor. Por un momento, incluso he olvidado mis problemas y el terrible lio en el que estoy metido. Pero cuando vuelvo, mis preocupaciones resurgen de nuevo con más fuerza que nunca porque caigo en la cuenta de que no sólo me estoy jugando mi vida, sino también la de todos mis seres queridos.

No obstante, reconozco que ha sido un gran alivio para mí el saber que Irene le pidió a Laura que le dijese a Cortegoso que yo tenía un trabajo de fracasado si él le preguntaba por mí para que no se enfadase con la niña. Ahora sé que mi exmujer no lo pensaba de verdad y solamente trataba de salvaguardar a nuestra hija de la furia de ese hombre nefasto. Conocer todo por lo que Irene ha tenido que pasar, todas las humillaciones y sufrimientos, para protegernos a Laura y a mí de Rafael Cortegoso hace que la ame mucho más. Y pensaba que eso era imposible. Después de nuestro divorcio, di por hecho que ella no me quería y sólo había estado conmigo por el dinero, pero tras leer su diario y el correo que me escribió sé que no es cierto. La realidad es que ella se ha sacrificado por su familia y ha recibido todos los golpes por nosotros. No tengo muy claro que podamos volver a estar juntos porque creo que todo lo que ha pasado nos ha cambiado mucho a los dos, ya no somos los dos jóvenes despreocupados que se enamoraron en aquella fiesta, pero si de algo estoy seguro es que nunca dejaré de amarla. Eso es imposible.

Llevo un buen rato delante del portal del edificio donde vive Damián. La tentación de darme la vuelta y salir corriendo es muy fuerte, pero sé que eso no solucionaría nada. Tengo que hacer frente a mis problemas. Debo quedarme y conseguir que Damián pague por lo que le ha hecho a Irene. Llamo al telefonillo y es Manuela quien me abre. Entro en edificio y cojo el ascensor. Al llegar al ático, descubro que mi anfitrión todavía no ha vuelto. No sé qué estará haciendo, aunque imagino que no se tratará de nada bueno, pero sea lo que sea parece que le lleva bastante tiempo. Me porto como un buen chico y ceno lo que Manuela me había preparado para el mediodía mientras mantengo una charla intrascendental con ella. Ni se me pasa por la cabeza preguntarle nada de las actividades de su jefe porque sé que la asistenta jamás me diría nada que lo comprometiese. Le es demasiado leal. Al terminar de cenar, me despido de la criada con la excusa de que me voy a dormir porque estoy muy cansado por el enorme paseo que he dado hoy y regreso a mi habitación para seguir leyendo el diario de Irene.

No transcurre mucho tiempo hasta que oigo cerrarse la puerta de la entrada y unas voces que provienen del pasillo. Al momento, pego la oreja a la puerta y escucho como Damián informa a Manuela de que ya ha cenado y que se va a la cama. También le pregunta por mí. Ella le explica que salí por la tarde para ver a mi hija y que ya estoy durmiendo porque he vuelto cansado. Damián pasa de largo por delante de mi cuarto y se mete en el suyo. Lo sé porque escucho sus pasos sobre el parquet del pasillo. En circunstancias normales, estaría dando saltos de alegría por poder librarme aunque solamente fuera por un día de nuestros desagradables encuentros sexuales, habría fingido que estoy dormido y dejado que pasase una noche sin cumplir con mi parte del trato, pero ahora estoy entre la espada y la pared. Necesito que mi antiguo compañero de clase confíe en mí para que me cuente cuándo hará la entrega de armas a ese ruso y para eso tiene que creer que estoy enamorándome de él.

Ni siquiera sé cómo voy a hacerlo. Si muestro demasiado interés de repente, lo más seguro es que sospeche que sucede algo raro, pero si sigo evitándolo como hasta ahora, jamás lograré nada. Debo encontrar un término medio, un equilibrio. Pero es más fácil decirlo que hacerlo porque no tengo ni idea de cómo se seduce a otro hombre. Si Damián fuera una mujer, no tendría este problema, pero lamentablemente no es el caso y debo adaptarme a las circunstancias. Por desgracia para mí, sé que tengo que ir a su habitación a hablar con él y de paso dejarle que haga conmigo lo que quiera. Nunca me había sentido tan sucio como en este momento. Estoy a punto de salir de mi habitación para ir a la de Damián cuando recuerdo que le dije a Manuela que me iba a dormir. No puedo presentarme vestido en el cuarto de mi anfitrión o sabrá que he mentido, así que me desnudo hasta quedarme en calzoncillos, me despeino un poco con la mano y deshago la cama. Además, supongo que a mi antiguo compañero de clase le gustará verme sin ropa y ahora tengo que hacer todo lo que haga falta para tenerlo satisfecho. Intuyo que esto no va a ser nada fácil para mí. Cuando estoy listo, llamo a la puerta de Damián. Escucho un “adelante” que proviene del interior del dormitorio, respiro hondo y entro. Me encuentro a Damián metido en la cama, con la espalda apoyada en el cabecero y un libro en su regazo.

—Hola. ¿Molesto? —le pregunto, tratando de parecer lo más inocente posible.

—No, para nada. Pasa. —Me dedica una amplia sonrisa mientras me mira de arriba abajo y parece que le gusta lo que ve—. Creía que estabas durmiendo. ¿Te hemos despertado?

—No, no podía conciliar el sueño.

—Manuela me dijo que habías salido por la tarde para ver a tu hija. Si me lo hubieras dicho, te habría dejado dinero para un taxi.

—No importa. Cogí el autobús. Ya estoy acostumbrado. —Me meto en la cama al lado de mi antiguo compañero de clase, que parece sorprenderse ante ese gesto tan familiar y atrevido—. Estaba un poco alterado porque leí algo terrible en el diario de Irene y necesitaba abrazar a Laura.

Le cuento como Cortegoso obligó a mi exmujer a mantener relaciones sexuales con esos cuatro individuos en una habitación de hotel. Damián me escucha con atención al tiempo que su rostro va cambiando rápidamente de la sorpresa a algo que parece rabia. Si no supiese que lo está fingiendo, pensaría que es muy real, que lo que le sucedió a esa mujer con la que hace mucho tiempo estuvo a punto de compartir su vida le importa de verdad. Pero sé que no es así porque él no tuvo ningún reparo en orquestar su desaparición. Teniendo en cuenta a lo que se dedica, supongo que mi anfitrión está más acostumbrado a actuar que yo.

—Ese cabrón se merece que alguien le dé su merecido —refunfuña—. No te preocupes. Ya he puesto en marcha algo que lo dejará en el lugar que le corresponde. Cuando termine con él, lo encontrarás pidiendo en la calle. No obstante, puedo hacerle algo mucho peor si eso es lo que tú quieres.

—No te voy a negar que se me ha pasado por la cabeza, pero no quiero tener una muerte sobre mi conciencia.

—Lo entiendo. Eres un hombre con principios y te respeto mucho por eso.

—Creo que tú también los tienes, pero te esfuerzas en ocultarlos. —¡Vaya chorrada acabo de soltar!

—Ángel solía decirme algo parecido. Él tenía el don de ser capaz de ver lo mejor de cada persona.

—Háblame de él. Es decir, si no es demasiado doloroso para ti.

—Nunca podría ser doloroso recordar a alguien que me ha dado los años más felices de mi vida, pero creía que tú no querías saber nada sobre mí.

—Reconozco que me he estado portando como un idiota contigo, pero también tienes que entenderme, está situación me sobrepasa un poco a veces.

—Lo sé y lo comprendo. —Damián me acaricia el muslo por debajo de la sábana que nos cubre hasta la cintura—. Sé lo que es sentirte obligado a estar con una persona que no te atrae sexualmente, aunque yo no lo hacía por dinero sino por encajar en esta sociedad tan intolerante, pero la sensación de asco es la misma. —Está hablando de Irene y yo noto como me hierve la sangre por su hipocresía, pero hago un esfuerzo sobrehumano por disimularlo.

—No me das asco. — «¡Y una mierda que no!» —. De hecho, una vez superado el miedo inicial, mis encuentros sexuales contigo son incluso placenteros y reconozco que eso me desconcierta bastante. Cuando acepté tu proposición, no esperaba que me gustase.

—Ya te dije que el sexo era sólo sexo. Tu cuerpo reacciona a los estímulos, pero eso no cambia quien eres, ni lo que te gusta. Solamente significa que puedes obtener placer de otros modos que antes no habías tenido en cuenta.

—Pues yo no lo tengo tan claro. —No me puedo creer que esté tratando de convencer a un mafioso de que ha logrado que me replantee mi orientación sexual… ¿Cuantas gilipolleces más tendré que decir para ganarme su confianza?—. Quizá es que tú has hecho que descubra una parte de mí que desconocía.

—Créeme, a nadie le gustaría más que eso fuese cierto que a mí. —Damián me sonríe—. Pero no es el caso. Solamente estas confuso.

—Supongo que el tiempo lo dirá. —Me inclino sobre él para besarlo mientras mi mano va recorriendo su pecho y desciende lentamente en dirección a su polla—. Podemos empezar a descubrirlo ahora —susurro contra sus labios.

—¿No querías que te hablara de Ángel? —me pregunta con una sonrisa enorme.

—Puedes hacerlo después.

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