Quince mil razones 25

Samuel es un heterosexual al que le ofrecen quince mil euros por acostarse con un hombre, pero no sabe que éste guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro.

SINOPSIS

Samuel está arruinado, lo ha perdido todo: su empresa, la casa, el coche, incluso a su mujer. Duerme en el sofá de un amigo y trabaja en un bar de mala muerte para sacar un mísero sueldo con el que apenas va tirando. Cuando Damián, un antiguo compañero de clase, aparece en su trabajo para ofrecerle quince mil euros a cambio de acostarse con él durante sus vacaciones, Samuel se encuentra ante la encrucijada de decir que sí y perder su dignidad o negarse y vivir en la miseria. Tras muchas dudas, decide aceptar, pero no sabe que Damián guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro por el mero hecho de estar junto a él.

CAPÍTULO 25

Estoy metido en un lio muy gordo. Vine al despacho de Damián para buscar pruebas que lo incriminasen en algún delito, pero no sólo no he encontrado nada de utilidad sino que además ahora podría ser descubierto. Manuela ha entrado aquí y yo he tenido que esconderme detrás del escritorio para que no me viese. El problema es que he dejado mis deportivas junto a la puerta y cuando la sirvienta repare en ellas estaré perdido. Si Manuela me encuentra en este lugar, lo más seguro es que se lo cuente a su jefe y él sabrá que he venido a husmear entre sus cosas. Sólo Dios sabe lo que podría hacerme. Tengo indicios más que suficientes para pensar que incluso sería capaz de matarme. El corazón me late muy deprisa, noto como un sudor frío surca mi piel y la respiración se me entrecorta. Siento un pánico tan helado y espeso que incluso podría cortarlo con un cuchillo.

Permanezco agazapado en mi rincón tras el escritorio, esperando a que suceda lo inevitable. Escucho pasos por la habitación. Manuela tiene una forma muy característica de andar, como si arrastrase un poco los pies, y eso me pone aún más nervioso. La oigo acercarse lenta, pero inexorablemente hacia mi escondite y sé que estoy sentenciado. En cuestión de segundos, trazo un plan de huida: la sirvienta es una mujer mayor y no será capaz de retenerme si echo a correr hacia la salida. Podría recoger a mi hija en el colegio y abandonar la ciudad lo más rápidamente posible. Quizá, con un poco de suerte, logremos dar esquinazo a Damián y a esos dos policías que pretenden usarme como carnaza humana. Pero, ¿qué pasaría con Irene? No puedo irme sin ella.

Cuando estoy a punto de levantarme para salir corriendo, suena un teléfono en algún lugar del ático. Entonces, Manuela sale del despacho a toda prisa y cierra la puerta tras de sí. Respiro, aliviado. Parece que por esta vez me he librado. Me yergo del suelo con cierta dificultad y reparo en algunos sobres que han quedado abandonados sobre la mesa. Parece que la sirvienta solamente había venido a dejar el correo de su jefe y no tenía ni idea de que yo estaba dentro. Les echo un vistazo rápido, pero no veo nada de utilidad, así que decido salir de este lugar de una vez por todas. Supongo que ahora debería registrar el dormitorio de Damián, pero no lo voy a hacer, ya he tenido suficientes emociones fuertes por un solo día y además estoy bastante seguro de que no encontraría ninguna prueba. Sea lo que sea lo que esconde Damián, estoy seguro de que no lo ha dejado en ningún lugar donde pueda ser hallado por cualquiera. El policía tenía razón al afirmar que mi anfitrión es un hombre muy precavido y yo me temo que he llegado a un callejón sin salida porque ya no sé qué más puedo hacer. Recojo las fotos que habían caído al suelo cuando tuve que esconderme, las meto en el cajón, lo cierro con llave y vuelvo a ponerla dentro del lapicero. Después, cojo mis zapatillas deportivas, abro la puerta muy despacio y asomo la cabeza para comprobar que Manuela no esté cerca. No la veo, así que salgo y pongo rumbo a mi habitación.

No puedo seguir con esto. Estoy corriendo un riesgo muy grande al tratar de investigar a Damián por mi cuenta y tengo que pensar en mi hija. Su madre ha desaparecido, incluso puede que esté muerta. Aunque no me guste pensarlo, debo reconocer que esa posibilidad está ahí. Si yo muero también, ¿quién se ocupará de Laura? La idea de que mi niña termine en un hogar para menores o pasando de una casa de acogida a otra me rompe el corazón. No, se acabó. Voy a llamar a ese policía y a decirle que se busque a otro idiota para que le haga de espía, que yo no estoy dispuesto a jugarme la vida para que él pueda apuntarse un tanto al atrapar a Damián y medrar en su carrera. Busco la tarjeta que me dio Jaime en la comisaria dentro del bolsillo trasero de mi pantalón y marco el número. El teléfono suena unas cuantas veces antes de que alguien conteste.

—Lo dejo —le digo a modo de saludo.

—¿Samuel?

—Sí, soy Samuel. Y he terminado con ustedes, ¿lo oye? ¡Se acabó!

—¿Qué ha pasado?

—¿Que qué ha pasado? Pues que han estado a punto de pillarme hurgando entre las cosas de Damián y no he encontrado una mierda. Eso ha pasado. —Ni siquiera me había dado cuenta de que lo enfadado que estaba hasta que he empezado a hablar—. Él no es idiota, ¿sabe? No va dejando pruebas tiradas por ahí como si fuesen trastos. Y yo no estoy dispuesto a arriesgar más mi vida para que usted pueda ascender.

—Vamos a tranquilizarnos —me dice el policía con un tono conciliador—. Usted y yo teníamos un trato, ¿se le ha olvidado? Nosotros le ofrecemos protección a usted y a su familia a cambio de que nos ayude a detener a Damián Vallejo.

—¿Es que no me escucha? He registrado a fondo su despacho y no he encontrado nada, absolutamente nada. No puedo ayudarles.

—Hay otra forma. —Jaime parece dudar durante unos segundos y luego continúa hablando—: Tiene que ganarse su confianza y conseguir que le diga lo que necesitamos saber: ¿Dónde y cuándo hará la entrega de armas a ese ruso? Con eso bastaría.

—¿Y cómo coño pretende que lo haga exactamente? Ya les he dicho que no me cuenta nada.

—Piénselo bien, ¿qué cree que busca Damián en usted?

—Ya se lo dije a su compañero: me ha ofrecido dinero por acostarme con él. Eso es todo. —Siento una vergüenza terrible cada vez que lo digo en voz alta.

—¿Y no le parece muy raro que se haya tomado tantas molestias, investigándolo primero e incluso haciendo desaparecer a su exmujer, solamente por quince días de sexo? A mí sí, mi instinto me dice que quiere algo más: lo quiere a usted.

—No le voy a negar que la idea se me ha pasado por la cabeza unas cuantas veces, pero sigo sin entender qué pretende que haga yo al respecto.

—Muy sencillo, hágale creer que ha logrado su objetivo.

—No se lo va a tragar. Ya les he dicho que no se me da bien fingir. Además, ni siquiera me gustan los hombres y él lo sabe.

—Aún no se ha dado cuenta, ¿verdad? Precisamente por eso, usted tiene el control de la situación. Un hombre enamorado está predispuesto a comprar todo lo que el objeto de su devoción quiera venderle, sin importar lo inverosímil que parezca para el resto del mundo.

—No creo que esté enamorado, encaprichado tal vez, pero no enamorado. —No sé por qué, pero la idea me incomoda de un modo indescriptible.

—Para el caso es lo mismo.

—Y aunque finja corresponderle como usted me propone, ¿por qué cree que me va a contar algo?

—Más le vale que lo haga o de lo contrario no puedo garantizar su seguridad.

—¿Me está amenazando?

—No, solamente le digo que, si no logramos detener a Damián Vallejo, usted y su familia correrán peligro.

—Está bien. Trataré de averiguar dónde y cuándo será la entrega, pero eso es todo. Después lo dejo. ¿Me oye?

—Ha tomado una buena decisión. Seguiremos en contacto.

Me despido del policía y cuelgo el teléfono. Yo no estoy tan seguro de que haya tomado una buena decisión. Existen muchas posibilidades de que esto salga mal. No creo que sea tan fácil engañar a una persona como Damián, quien seguramente está acostumbrado a desconfiar de todo y todos para poder sobrevivir en ese mundo en el que se mueve. Ni siquiera tengo idea de cómo debo comportarme para que éste crea que siento algo por él. Si muestro demasiado interés de repente, podría resultar sospechoso, pero si sigo como hasta ahora, jamás me contará nada. El mayor inconveniente es que sólo tengo una semana para ganarme su confianza y averiguar qué es lo que se trae entre manos con ese ruso. Después de eso, quién sabe cuándo volveré a tener otra oportunidad de sacar a la luz sus actividades delictivas. Nunca me cansaré de repetir que no soy un buen actor, pero me temo que ahora no me queda más remedio que llevar a cabo la actuación de mi vida y convencer a un mafioso de que estoy enamorado de él. Solamente espero que lo que voy a hacer también sirva para encontrar a Irene.

Me siento psicológica y emocionalmente agotado. No entiendo cómo mi vida ha podido complicarse tanto en tan poco tiempo. Hasta hace unos días, mi única preocupación era llegar a fin de mes y sin embargo ahora estoy temiendo por mi seguridad. Me he involucrado con dos mafiosos, Damián y Cortegoso, y mi exmujer ha desaparecido. No sé por qué, pero tengo la sensación de que la explicación a la mayoría de las cosas que me están sucediendo se encuentra en los diarios de Irene. Ella sabía muchas cosas que yo desconocía. Abro el baúl que he dejado encima de la mesilla, saco el primer diario y me siento en la cama. Busco la marca que dejé para saber dónde me había quedado y me dispongo a leer. Lo malo de ir leyendo hacia atrás es que algunas cosas me resultan confusas y tengo que esperar a ver las anotaciones anteriores para comprender del todo su significado, pero he decidido que lo mejor es hacerlo así porque lo que me interesa es descubrir lo que sucedió durante los días previos a que Irene desapareciera. La última anotación que ojee, la misma que arranqué para enseñársela al inspector, hablaba de la antigua relación que unía a Irene y Damián y de cómo éste le había propuesto ayudarla a desaparecer para deshacerse de Cortegoso. Las entradas anteriores no relatan nada destacable, tan sólo más de lo que ya sé: su vida cotidiana, el acoso al que estaba sometida y algunos sucesos relacionados con Rafael Cortegoso. Pero, de repente, doy con algo que no podría haber imaginado ni en mis peores pesadillas. Esa entrada corresponde a dos meses antes de su desaparición y lo que encuentro en ella me produce escalofríos:

«Me siento sucia y usada. Pensaba que Rafael ya no podía ser más retorcido, pero me equivocaba, es mucho peor de lo que creía. Lo que ha hecho conmigo lo demuestra. Ni siquiera sé por dónde empezar a relatar lo que ha sucedido. Lo único que puedo decir es que no he parado de llorar desde que he vuelto a casa. He tenido que encerrarme en mi habitación para que mi hija no me viera en un estado tan lamentable. En momentos como este, me pregunto qué clase de madre soy para permitir que Laura siga cerca de ese horrible caos que es mi vida y si no estaría mejor con su padre. Al menos con él tendría una estabilidad que yo jamás podré ofrecerle. No soy capaz de imaginarme mi existencia sin ella, es lo más valioso que tengo en este mundo, pero me preocupa ser un mal ejemplo para mi niñita. No quiero ni pensar qué podría suceder o qué pensaría ella de mí si se viese involucrada de alguna forma en mis problemas.

Rafael no ha tenido suficiente con extorsionarme y amenazar a mi familia para que dejase a Samuel y volviese con él. Ahora, ha decidido ir un paso más allá y utilizarme como una moneda de cambio en sus negocios sucios. Para él no soy más que un vulgar trozo de carne, sin sentimientos ni voluntad, del que disponer como mejor se le antoje. Ni yo misma doy crédito a lo que me ha pasado, tengo la sensación de que nada de lo que ha sucedido puede ser verdad, que estoy inmersa en una desagradable pesadilla de la despertaré de un momento a otro. Sin embargo, en el fondo sé que no es así, lo que aconteció en esa habitación de hotel fue muy real. Aún tengo marcas en mi cuerpo que lo demuestran y un profundo dolor físico y emocional. Me han violado. Sí, no hay otra forma de definir lo que me ha pasado porque nunca habría aceptado participar en esa desagradable orgía si Rafael no me estuviese chantajeando. Me han violado y Rafael lo ha consentido, incluso lo ha incitado. Y todo para poder cerrar un negocio.

Cuando acepté acompañar a Rafael a esa cena de negocios, no podía imaginarme lo que me esperaba. Él no me dijo nada. Confieso que me extrañó que quisiese que fuese con él porque normalmente prefiere hacer esas cosas solo, pero pensé que se debía a que las esposas de sus futuros clientes también asistirían. No fue así. Yo era la única mujer del grupo de seis personas, contándonos a Rafael y a mí, que nos reunimos en el restaurante de ese hotel. Reconozco que me extrañó bastante, pero todavía no sospechaba nada de lo que me tenían preparado. Desde el primer momento, no me pasaron desapercibidas las miradas lascivas que aquellos cuatro hombres me lanzaban, la forma en la que me hablaban y la manera tan indiscreta de tocarme del que tenía sentado a mi lado. Me sentí incómoda y quise irme, pero cuando se lo dije a Rafael, éste me respondió con una mirada amenazante: “Tú no te vas a ninguna parte”. No insistí. Debería haberlo hecho, podría haberme levantado de la mesa y salido del restaurante cuando aún estaba a tiempo, pero le tengo demasiado miedo para contradecirlo y en el fondo estoy segura de que a la larga habría sido peor. No tenía otra opción, lo sé, pero eso no hace que me sienta mejor.

Al terminar de cenar, Rafael nos propuso que subiésemos a su suite a tomar las últimas copas y entonces empecé a sospechar lo que se proponía. No sé por qué, simplemente tenía el presentimiento de que algo no iba bien. Debí haber echado a correr en ese preciso momento, pero no me quedaba otra opción. Si me hubiese negado, Rafael se habría vengado cargando contra mi hija o contra Samuel. No podía permitirlo. Ellos son las dos personas más importantes del mundo para mí. Prefiero recibir yo los golpes antes de que algo malo les pase a ellos. Así que me monté en el ascensor con Rafael y aquellos cuatro hombres que me desnudaban con los ojos y entré en esa habitación de hotel que sería el escenario de la mayor humillación que he sufrido en toda mi vida.

Nada más cruzar el umbral, el primero de ellos se acercó a mí por la espalda y me agarró los pechos. Forcejee para intentar zafarme de él, pero la voz de Rafael hizo que me detuviese. “Estate quieta”, me ordenó. Un segundo hombre vino de frente y se pegó a mi cuerpo. Noté como una mano me levantaba el vestido y se colaba por dentro de mis bragas. Creo que grité, pero no lo recuerdo bien. Para cuando me quise dar cuenta, ya estaba completamente desnuda y me arrastraban hacia la cama. Lo que pasó a continuación está borroso en mi memoria. Recuerdo que se turnaron para follarme mientras Rafael miraba. También me acuerdo de que tuve una polla en mi boca mientras otra ocupaba mi vagina. Y jamás podré olvidar el terrible dolor que sentí cuando me la metieron bruscamente por el culo, ni las risas y las bromas que hacían al respecto. Pero llegó un momento en que mi cabeza simplemente desconectó de la terrible experiencia que estaba viviendo y todo se volvió borroso. No sé cuánto tiempo estuve así, pero creo que fueron horas. Cuando por fin terminaron y se fueron, Rafael me arrojó mi vestido arrugado a la cara y me dijo: “Lo has hecho muy bien, preciosa. Gracias a ti acabo de ganar un montón de dinero. Ya puedes irte a casa”. No lloré hasta que llegué a mi apartamento, pero una vez aquí, no pude parar de hacerlo. De hecho, creo que ya no me quedan más lágrimas que expulsar».

No hay palabras para describir el profundo sentimiento de rabia que estoy experimentando ahora mismo. Podría matar a Rafael Cortegoso con mis propias manos si lo tuviese frente a mí y no sentiría ni un ápice de remordimientos. Ese hombre es lo más asqueroso y rastrero que he conocido en toda mi vida. No puedo creer lo que le ha hecho a Irene. Simplemente es la tortura más repugnante y retorcida que un hombre puede infringirle a la mujer que supuestamente ama. No obstante, tengo muy claro que no la quiere. Urdió una complicada estafa para arruinarme a mí y obligó a Irene a volver con él para vengarse de nosotros por haberlo engañado tantos años atrás. Ahora lo tengo claro. Acepté la propuesta de Damián de llevar a cabo mi propia vendetta contra ese hombre por haber provocado la quiebra de mi empresa, pero en este momento ya no me conformo con que pierda su dinero, también deseo que sufra de una forma lenta y agonizante antes de abandonar este mundo para siempre. Quiero que muera y sé que, si se lo pido, Damián es muy capaz de llevarlo a cabo. Soy muy consciente de que si hago eso, me mancharé las manos de sangre y no seré mucho mejor que mi anfitrión, pero la tentación es demasiado grande para evadirla.

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