Quince mil razones 24
Samuel es un heterosexual al que le ofrecen quince mil euros por acostarse con un hombre, pero no sabe que éste guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro.
SINOPSIS
Samuel está arruinado, lo ha perdido todo: su empresa, la casa, el coche, incluso a su mujer. Duerme en el sofá de un amigo y trabaja en un bar de mala muerte para sacar un mísero sueldo con el que apenas va tirando. Cuando Damián, un antiguo compañero de clase, aparece en su trabajo para ofrecerle quince mil euros a cambio de acostarse con él durante sus vacaciones, Samuel se encuentra ante la encrucijada de decir que sí y perder su dignidad o negarse y vivir en la miseria. Tras muchas dudas, decide aceptar, pero no sabe que Damián guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro por el mero hecho de estar junto a él.
CAPÍTULO 24
Nunca he estado tan asustado en toda mi vida, ni siquiera la primera vez que Damián me puso la mano encima se puede comparar a esto. Tomé la decisión de venir a la comisaría de policía en busca de ayuda aun sabiendo que mi antiguo compañero de clase tiene contactos aquí dentro y cualquiera puede trabajar para él. Lo hice por miedo y desesperación. Sin embargo, empiezo a arrepentirme y me pregunto si no habré cometido un error garrafal. Tenía la corazonada de que ese inspector, Ignacio Castro, era un hombre honrado, pero existe una posibilidad enorme de que me haya equivocado. No me caracterizo precisamente por tomar buenas decisiones. Ahora, la puerta del despacho se está abriendo y me aterra que sea Damián el que cruce el umbral. No quiero ni imaginarme cuál será el castigo que me impondrá por mi traición. Quizá tenga que pagarlo con mi propia vida. La primera cara que veo es la del inspector. Le sigue muy de cerca un hombre de mediana edad que no reconozco. Los dos me miran como si fuese un objeto en exposición, estudiándome con suma atención. Antes de que abran la boca ya sé que he metido la pata hasta el fondo. No tengo ni idea de lo que va a pasar, pero intuyo que no será nada bueno.
—Samuel, este es Jaime Salas, es agente de la UDEV —me explica Ignacio—. Le he contado todo lo que me ha dicho y…
—También le dije que debía quedar entre nosotros —protesto, indignado—. ¿No comprende que me estoy jugando la vida al hablar con usted?
—Lo entiendo perfectamente, pero le aseguro que Jaime es de absoluta confianza. Pongo la mano en el fuego por él. Lleva años investigando a Damián Vallejo y a su familia.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?
—Usted vino aquí buscando ayuda y protección porque piensa que Damián está detrás de la desaparición de su exmujer. Y yo le creo. Estoy convencido de que dice la verdad.
—La mejor forma de librarse de Damián Vallejo es ayudándonos a encerrarlo —interviene Jaime—. Me he pasado una buena parte de mi carrera detrás de ese individuo, pero es terriblemente escurridizo. Hasta el momento, no hemos conseguido acercarnos a él lo suficiente como para reunir pruebas que lo incriminen en las actividades ilícitas que sabemos que realiza. Todos los intentos de infiltrarnos en su organización han sido infructuosos.
—Sigo sin entender —murmuro.
—Queremos que nos ayude —responde Jaime.
—¡¿Qué?! ¿Cómo?
—Usted está cerca de ese hombre. Puede averiguar más cosas sobre él en un día que nosotros en años de investigación.
—¿Quieren que espíe a Damián para ustedes? —No doy crédito a lo que escucho. Yo he venido aquí buscando protección y estos dos imbéciles pretenden ponerme en la primera línea de fuego—. Se están equivocando de hombre. Damián no me cuenta nada en absoluto. Ni siquiera sabía a qué se dedicaba exactamente hasta que su compañero me lo dijo. Sólo soy su… su… su amante. —¡Dios, qué vergüenza! Pronunciado en voz alta suena incluso peor.
—Pero tiene acceso a su casa, a su despacho, a lugares a los que nosotros no podemos entrar.
—Si sospechan de él, pínchenle el teléfono, pongan micrófonos en su oficina, lo que sea antes de involucrarme a mí… —repongo, furioso.
—Ya hemos hecho todo eso y muchas otras cosas más, pero no ha dado resultado. Damián Vallejo es muy precavido y sabe como evadir a la policía. Lo aprendió de su padre. Usted es el único del que no sospechará.
—Yo no puedo ayudarles. No se me da nada bien fingir. Me ha costado mucho conseguir que me trajese aquí sin que desconfiase de mis verdaderas intenciones.
—Si lo ha conseguido una vez, puede seguir haciéndolo…
—Además, debo recordarle que ha cometido un delito al robar pruebas de una escena del crimen —me dice Ignacio—. Podría detenerlo ahora mismo si me apeteciese.
—¿Me está chantajeando? —No me lo puedo creer.
—No, solamente le estoy proponiendo un trato: usted nos ayuda a coger a Damián Vallejo y, a cambio, yo hago la vista gorda con el allanamiento a la casa de su exmujer y la substracción de sus diarios.
—Eso en mi pueblo se llama chantaje. —Ahora estoy casi gritando—. ¿Y qué pasa con Irene? Les importa una mierda lo que le haya sucedido a ella siempre que puedan trincar a Damián, ¿verdad?
—Baje la voz. No querrá que toda la comisaría se entere de lo que estamos hablando aquí. —Ignacio me dedica una sonrisilla de suficiencia y a mí me entran ganas de estamparle el puño contra esa cara de gilipollas—. No voy a dejar de buscar a su exmujer. Ahora tenemos un sospechoso y un posible móvil, por no hablar de esos diarios. Por cierto, necesito que me los traiga. Pero le prometo que haré todo lo que esté en mi mano para encontrarla.
—No podría sacar esos cuadernos de casa de Damián sin levantar sospechas aunque quisiese, y no quiero —le espeto—. Ustedes pretenden utilizarme como carne de cañón en su lucha por detener a Damián y a mí no me quedan más cojones que cooperar si quiero librarme de ese psicópata y dar con Irene, pero va a ser bajo mis propios términos. No pienso consentir que un desconocido hurgue entre los pensamientos más íntimos de mi exmujer. Por supuesto que le mantendré al tanto si encuentro algo de interés para su investigación, pero no voy a darle los diarios. Puede detenerme ahora mismo si no está de acuerdo.
—Hay que reconocer que los tiene bien puestos. —Jaime se carcajea ante la mirada atónita de su compañero.
—De acuerdo, puede quedarse con las libretas. Entonces, ¿ha decidido a cooperar?
—¿Tengo otro remedio? —repongo con sarcasmo.
—No. En realidad, no lo tiene si quiere estar a salvo. Si Damián Vallejo se ha obsesionado con usted, la única forma de salir airoso de esta situación es conseguir que vaya a la cárcel.
—Aunque lo detengan, nada me garantiza que no vaya a enviar a un sicario a por mí para vengarse.
—Eso no es cierto. Podemos ofrecerle protección.
—Quiero que esa protección se extienda también hacia mi exmujer y mi hija.
—Por supuesto. —Eso es suficiente para mí.
—Lo único que sé es que Damián se reunió hace poco con un ruso, un tal Sergey, y quedó de enviarle algo dentro de una semana, pero no sé ni el día exacto ni el lugar.
—¿Puede averiguarlo?
—Aún no tengo ni idea de cómo voy a hacerlo, pero lo intentaré.
—Este es mi número —me dice Jaime al tiempo que me tiende una tarjeta—. En cuanto averigüe algo, llámeme. A partir de ahora, sólo contactaremos de esta forma. No es conveniente que vuelva a la comisaría.
—De acuerdo.
No puedo creer lo que acaba de pasar. Pensaba que al venir aquí arreglaría mis problemas y el resultado es que me he creado otros mayores. Lo último que podía imaginarme es que ese inspector de policía iba a utilizar todo lo que le he contado para extorsionarme y obligarme a hacer algo que podría costarme la vida. No me lo esperaba. Además, soy incapaz de discernir cómo voy a hacer para espiar a Damián sin que éste se dé cuenta. Mi anfitrión no es tonto y yo soy un manojo de nervios. Estoy seguro de que va a percatarse de todo y entonces estaré perdido. Abandono el despacho, no sin antes darle la mano de mala gana a los dos policías, y salgo de la comisaría. Localizo el coche de Damián y avanzo hacia él con paso lento. No quiero llegar a mi destino y, por un momento, se me pasa por la cabeza la idea de salir corriendo. No obstante, sé que no puedo hacerlo porque hay demasiadas cosas en juego. Para cuando me quiero dar cuenta, ya estoy al lado del automóvil. Agarro la manecilla de la puerta, respiro hondo y entro.
Damián me mira con expresión interrogante, esperando a que le cuente lo que ha sucedido dentro de esa comisaría. Debo mantener la calma o de lo contrario los nervios me delatarán. No puedo dejar que el pánico se apodere de mí porque si lo hago mi vida podría correr peligro. Fuerzo una sonrisa y le digo que tenía razón, que el inspector solamente quería hacerme algunas preguntas y asustarme un poco para que confesase que yo estoy detrás de la desaparición de Irene, le explico que lo he negado todo y le he increpado para que dejase de perder el tiempo conmigo y se pusiese a buscar a mi exmujer. Damián asiente, satisfecho. A medida que las palabras salen de mi boca, me voy tranquilizando y siento que mentir se vuelve más y más fácil. Al menos, parece que mi anfitrión me está creyendo porque no hay nada en su lenguaje corporal que me indique lo contrario. No obstante, inventarse una excusa cualquiera para salir del paso y espiar a un traficante de armas no es lo mismo. Todavía no sé cómo voy a hacer para averiguar qué se trae Damián entre manos con ese ruso.
Me siento atrapado. Estoy entre la espada y la pared. Si no hago lo que me dice la policía, podría acabar en la cárcel, y si lo hago, es muy posible que Damián termine por descubrirlo todo y me mate. Me pregunto en qué momento se torcieron tanto las cosas y por qué tengo esa maldita tendencia a tomar tan malas decisiones. En este momento, tengo la impresión de que mi vida es como una película proyectada en una gran pantalla sobre la que no poseo ningún poder porque son otros los que deciden por mí. Me siento como si fuese un mero espectador que se desgañita tratando de advertir al protagonista de que está a punto de caer en una trampa, pero éste no lo escucha y continúa avanzando inexorablemente hacia su propio final. Ese soy yo. El personaje trágico que está condenado a sufrir un horrible destino desde el primer minuto del film sin importar lo mucho que se esfuerce por evitarlo. No importa lo que haga, esto no puede terminar bien para mí de ninguna de las maneras. Ahora lo sé.
—Mientras estabas en la comisaría, he llamado a Javier —me comunica Damián—. Ha puesto micros ocultos en la casa y el despacho de Rafael Cortegoso. De momento, no ha descubierto nada relevante, pero va a seguir vigilándolo. En cualquier momento, podría llevarnos hasta Irene.
—Entonces, supongo que no me quedará más remedio que tener paciencia. —No me creo ni una palabra de lo que dice.
—Me temo que así es. Sé que esta situación es muy frustrante para ti, pero no debes perder la esperanza de que vamos a encontrarla sana y salva.
No digo nada. Me cuesta contener la rabia por la hipocresía de mi anfitrión. Fue él quien la hizo desaparecer y ahora finge que se preocupa por ella. No alcanzo a comprender cómo alguien puede llegar a ser tan vil y retorcido. Supongo que no debería sorprenderme, ahora sé a lo que se dedica realmente y no creo que haya llegado tan alto en la jerarquía del crimen a base de ser buena persona. Lo que él hace es totalmente incompatible con la honradez y la decencia. No debería sorprenderme que Damián hubiese tratado de hacer desaparecer a Irene por las buenas, haciéndole esa proposición que ella relata en su diario, y al no conseguirlo, hubiera optado por la vía violenta. Sin embargo, confieso que su actitud conmigo me descoloca. Es un mafioso, ya no tengo ninguna duda al respecto, pero a mí me ha tratado muy bien en todo momento, incluso en la cama ha sido paciente y atento. Es cierto que si él hubiera querido, nuestros encuentros sexuales podrían haber sido mucho más desagradables para mí. Y por eso, no puedo evitar preguntarme cuáles son sus verdaderas intenciones. ¿Qué está buscando Damián? ¿Venganza? ¿Amor? Sea lo que sea, no lo va a conseguir.
—Me ha surgido algo —murmura Damián al tiempo que mira fijamente la pantalla de su teléfono móvil—. Lo más seguro es que esté fuera todo el día.
—¿Algún problema? —¡Cómo si me importara!
—No, sólo son cosas del trabajo.
—Creía que estabas de vacaciones.
—Yo nunca soy capaz de desconectar del todo. —Parece que la vida del mafioso es muy absorbente—. ¿Te dejo en mi casa o prefieres que te lleve a ver a tu hija mientras yo no estoy?
—No, a estas horas ella estará en el colegio y no quiero molestar más a mis amigos.
En circunstancias normales, no dudaría en usar cualquier excusa para salir de ese lugar aunque solamente fuese por unas horas, pero ahora me conviene quedarme allí solo porque necesito buscar algo que incrimine a Damián y creo que no voy a tener mejor ocasión que esta. Mi antiguo compañero de clase mueve la cabeza afirmativamente y le da indicaciones a Rodrigo para que se dirija al ático. No puedo evitar preguntarme qué clase de asuntos son los que van a mantener a Damián lejos de casa todo el día y si tiene algo que ver con Irene. Quizá la retiene en alguna parte y va a ir a verla. Espero que ese inspector esté haciendo su trabajo, como me prometió, y lo siga. No sabemos por cuántos días va a mantenerla con vida, si es que aún lo está, y el tiempo corre en nuestra contra.
Después de un interminable trayecto en coche, llegamos al edificio donde vive Damián. Éste me acompaña hasta la entrada para abrirme la puerta, se despide de mí con un rápido beso en los labios y me asegura que va a tratar de tardar lo menos posible. No es que me importe demasiado el tiempo que esté fuera, pero asiento de todas formas y finjo que su afirmación me alivia. Entonces, se marcha con una sonrisa de satisfacción en los labios. «¡Imbécil!» , pienso mientras lo veo alejarse. Entro en el piso y cierro la puerta muy despacio. No quiero que Manuela se entere de que ya estoy aquí. Agudizo el oído para tratar de averiguar dónde se encuentra y la escucho trastear dentro de la cocina. Me descalzo para no hacer ruido al andar y camino por el pasillo de puntillas con las deportivas en la mano.
Espero que Damián no haya cerrado con llave su despacho porque yo no tengo la habilidad del detective para forzar cerraduras. Por suerte, el pomo gira sin problemas y puedo acceder al interior de esa pequeña estancia. Uno a uno, voy revisando todos los cajones del escritorio y compruebo consternado que no hay nada más en su interior que material de oficina y algunos sobres con facturas, pero nada que pueda implicarlo en delito alguno. Me pregunto dónde guardará Damián las cosas importantes. Tiene que haber una caja fuerte en algún lugar de este ático. Pero, ¿dónde? Y aunque así fuera, ¿cómo me las iba a arreglar para abrirla? Creo que he llegado a un callejón sin salida. Cuando tiro del último cajón, éste no cede y, al mirarlo más de cerca, descubro que tiene una cerradura. La llave no está en ninguno de los cajones que he abierto anteriormente, así que echo un vistazo por encima de la mesa y, cuando estoy a punto de darme por vencido, la encuentro dentro de un lapicero que contiene varios bolígrafos pilot de color negro. Debo decir que no es un escondite demasiado elaborado, no sé por qué la policía está teniendo tantas dificultades para encontrar algo que lo incrimine. Si es así de descuidado en todo, no debería ser tan difícil.
Abro el cajón y su contenido me sorprende bastante. No sé qué esperaba encontrar, pero desde luego no era esto. Está lleno de fotos. Ni papeles incriminatorios, ni armas de ningún tipo, solamente simples fotos. Las cojo con cuidado y las voy ojeando una a una. En ellas, un Damián sonriente y un poco más joven me devuelve la mirada. Está acompañado de otro hombre al que abraza de forma cariñosa o da la mano en la mayoría de las instantáneas. Es un chico bastante atractivo con unos penetrantes ojos azules, muy similares a los del propio Damián, y una media melena rubia. Ambos parecen muy felices y enamorados. Supongo que es Ángel, el hombre con el que mi anfitrión dice que pasó los años más felices de su vida. Cuando llego a la última imagen, ésta me quita la respiración. En ella, un Damián de mirada triste pasa el brazo por encima de los hombros de un demacrado Ángel, quien ha perdido el pelo, ha bajado mucho de peso, tiene la tez muy pálida y unas profundas ojeras enmarcando sus ojos. Imagino que para aquel entonces ya estaba enfermo y esta es la última foto que la pareja se tomó antes de su muerte. Puedo entender por qué Damián guarda estos recuerdos con tanto celo y no quiero ni imaginar el sufrimiento por el que tiene que pasar una persona que, día tras día, ve apagarse al amor de su vida sin poder hacer nada para evitarlo. No puede ser fácil ni agradable vivir una situación así. Si no supiera todo lo que sé sobre mi antiguo compañero de clase, incluso sentiría lástima por él.
De repente, el ruido de unos pasos en el pasillo me sobresalta. Me quedo muy quieto, esperando a que pase de largo, pero no lo hace y se detienen justo delante de la puerta del despacho. Si Manuela entra aquí y me ve, estoy perdido. Lo más seguro es que se lo cuente a Damián y me resultaría muy difícil explicar mi presencia en esta habitación. Sabría que he entrado aquí para registrar sus cosas y no quiero ni imaginarme lo que podría hacerme. Como si sucediese a cámara lenta, veo girar el pomo de la puerta y me tiro al suelo para esconderme detrás del escritorio. Contengo la respiración y rezo para que no me vea. Entonces, reparo en que he dejado mis deportivas abandonadas cerca de la entrada, pero ya es demasiado tarde para recogerlas porque ella acaba de entrar.
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