Quince mil razones 23

Samuel es un heterosexual al que le ofrecen quince mil euros por acostarse con un hombre, pero no sabe que éste guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro.

SINOPSIS

Samuel está arruinado, lo ha perdido todo: su empresa, la casa, el coche, incluso a su mujer. Duerme en el sofá de un amigo y trabaja en un bar de mala muerte para sacar un mísero sueldo con el que apenas va tirando. Cuando Damián, un antiguo compañero de clase, aparece en su trabajo para ofrecerle quince mil euros a cambio de acostarse con él durante sus vacaciones, Samuel se encuentra ante la encrucijada de decir que sí y perder su dignidad o negarse y vivir en la miseria. Tras muchas dudas, decide aceptar, pero no sabe que Damián guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro por el mero hecho de estar junto a él.

CAPÍTULO 23

Apenas he pegado ojo en toda la noche. Creo que sigo en estado de shock porque llevo un buen rato tratando de levantarme y soy incapaz de moverme. Me siento como un animal paralizado en medio de la calzada y deslumbrado por los faros de un coche que amenaza con atropellarlo si no se aparta, pero por alguna extraña razón no lo hace y se queda ahí, esperando la muerte. Así estoy yo en este momento. Sé que debería hacer algo. Podría recoger mis cosas y largarme de aquí tan rápido como mis piernas me lo permitiesen, o quizá debería ir en busca de Damián y pedirle una explicación a lo que encontré en el diario de Irene. Sin embargo, por muchas vueltas que le doy, no logro decidir cuál tiene que ser mi siguiente paso. Creo que se debe a que todavía no he conseguido asimilar que Damián e Irene tienen un pasado en común, que fue él quien le rompió el corazón y que además éste podría estar tras su extraña desaparición. Mi antiguo compañero de clase le propuso a mi exmujer ayudarla a deshacerse de Rafael Cortegoso, a cambio ella debía dejarlo todo atrás y no volver nunca. Según el diario, Irene se marchó de aquella cafetería sin responderle y no hay nada en las anotaciones posteriores que me haga pensar que aceptó el trato, pero también es verdad que dejó de escribir una semana antes de su desaparición y que su última entrada estaba llena de terror por el acoso que sufría por parte de Cortegoso. Durante ese tiempo, el mismo que yo pasé debatiéndome entre aceptar la proposición indecente de Damián o no, podría haber pasado algo que sirviese de detonante para que mi exmujer accediese a marcharse. No puedo olvidar que, dos días antes de esfumarse, ella me escribió un correo de despedida que nunca envió.

No obstante, ahora se me presentan toda una serie de dudas. No puedo evitar preguntarme cuál era la intención de Damián al ofrecerle ese trato a Irene y qué esperaba conseguir a cambio. Por muchas vueltas que le doy, no consigo entender qué gana él con todo esto. Mi anfitrión quería quitarse una espina al conseguir al que había sido su amor platónico de la adolescencia, pero no hacía falta que Irene desapareciese para lograrlo. De hecho, cuando acepté, todavía no sabía lo que le había pasado a ella. Eso me hace pensar que busca en mí algo más que sexo, pero no tengo claro el qué. Sé que no me porté nada bien con él en el instituto, yo era un idiota al que le importaban demasiado las opiniones de los demás y me reía de Damián porque todos lo hacían, no porque tuviese algo real en contra de él. Tal vez mi antiguo compañero de clase esté buscando venganza por la forma en la que lo traté en esa época. Puede que esta sea su retorcida forma de devolverme todo el daño que le hice hace tantos años. O puede que no. Quizá solamente sigue obsesionado conmigo y espera que yo le corresponda de alguna forma. En ese caso, no sería descabellado que viese a mi exmujer como una rival a la que tenía que borrar del mapa para lograr su propósito. No conozco bien a Damián, pero tengo la impresión de que es un hombre que siempre consigue lo que quiere y no se detiene hasta que lo ha logrado. Sin embargo, yo no soy otro de sus negocios sucios, a mi no puede manipularme hasta obtener un beneficio. Acepté alquilarle mi cuerpo, pero mi mente y mi corazón siguen siendo míos y no están a la venta. Si de verdad pretende algo más de mí, creo que va a llevarse una terrible decepción cuando se dé cuenta de la realidad. Y eso me lleva a pensar que mi vida podría estar corriendo un peligro real porque todas las pruebas que encontramos en casa de Irene, los signos de lucha, el cuchillo y la sangre, me hacen pensar que alguien se la llevó a la fuera. ¿Qué hará Damián cuando yo diga “no”? Me aterra descubrirlo.

Por otro lado, no entiendo por qué mi anfitrión ha montado todo ese paripé de contratar a un detective privado para ayudarme a encontrar a Irene. Ni tampoco por qué decidió interrumpir sus vacaciones en la costa para volver a la ciudad y buscar a mi exmujer. ¿Es todo una estratagema para engañarme? Tampoco comprendo por qué me dejó quedarme con los diarios si tenía una ligera idea de lo que estos podían contener. Al estar en mi poder, sólo era cuestión de tiempo que yo averiguase la relación que lo unía con Irene. ¿No habría sido más inteligente insistir para que se los quedase Javier? ¿O decirme la verdad antes de que yo tuviese que leerla en un trozo de papel? Definitivamente, soy incapaz de discernir la razón de sus actos. Lo único que tengo claro es que me ha mentido en muchas cosas y me ha ocultado otras tantas. Damián no es de fiar. Podría ir a pedirle explicaciones, pero estoy seguro de que volvería a engañarme. O lo que es peor, podría hacerme desaparecer como a Irene. Acabo de decidir que lo mejor es fingir que no sé nada y tratar de averiguar la verdad por otros medios. No puedo olvidar que el detective tampoco es una fuente fiable porque rinde cuentas a Damián que es quien paga sus honorarios, por eso creo que ha llegado el momento de confiar en la policía. El único problema es que voy a tener que contarles cosas que me avergüenzan y preferiría mantener en secreto y otras que podrían meterme en un lío muy grave, pero no me queda otro remedio. Necesito saber qué le ha pasado a Irene. Tengo una niña de cinco años esperando a que su madre vuelva a casa.

Esta decisión parece inyectar nuevas energías en mí porque por fin soy capaz de moverme y levantarme de la cama. Entro en el cuarto de baño para darme una ducha rápida y después voy a la cocina para desayunar algo, donde encuentro a Damián apurando una taza de café y charlando animadamente con Manuela. Los saludo con un escueto “buenos días” y me siento al lado de mi anfitrión en uno de los taburetes de la barra americana. Manuela me dedica una amplia sonrisa y me sirve el desayuno. Nunca me acostumbraré a que una mujer tan mayor me lo haga todo como si fuese un inútil, pero debo confesar que resulta agradable después de haber estado en el otro extremo al trabajar de camarero. Mi anfitrión me mira con interés y coloca una de sus manos sobre mi muslo. Me gustaría apártasela de un manotazo, pero me aguanto porque tengo que disimular para que no sospeche nada. El problema es que no sé cómo hacerlo. Nunca se me ha dado bien fingir.

—Tienes mala cara. ¿No has descansado?

—He dormido muy poco. —Lo cual es verdad—. Estaba preocupado por Irene. —Eso también es cierto—. Encima, está mañana me ha llamado el inspector de policía ese, Ignacio Castro, porque quiere que vaya a comisaría para hacerme unas preguntas. —Ahora, estoy mintiendo como un bellaco. Espero que cuele.

—Era cuestión de tiempo que te llamasen. No te preocupes. No tienen ningún indicio contra ti. Lo de la cabina de teléfono no prueba nada. Tratarán de intimidarte un poco para que hables y después te dejarán marchar. —Parece que se lo ha creído.

—Supongo que tienes razón. —Me encojo de hombros y le doy un sorbo a mi café. Estoy muy nervioso y el corazón me late tan deprisa que tengo la impresión de que va a salírseme del pecho en cualquier momento. Debo tranquilizarme o él acabará por darse cuenta de que oculto algo. El problema es que no sé cómo hacerlo. No se me da tan bien la interpretación como a Damián—. Cuando terminemos de desayunar, ¿puedes llevarme a la comisaría? Me gustaría acabar con esto cuanto antes.

—Sí, claro. —Me da un cariñoso apretón en la pierna, que yo siento como si me clavase una garra—. Pareces tenso. ¿Te ocurre algo?

—No, solamente estoy cansado de no dormir. Apenas he pegado ojo desde que Irene desapareció.

—Es comprensible, pero ya te he dicho que no debes preocuparte. Javier va a encontrarla. Es el mejor en lo suyo. — «¡Y una mierda! Él trabaja para ti, maldito cabrón, enfermo, hijo de puta» .

Me termino el desayuno en silencio porque tengo miedo de abrir la boca y cagarla. Damián parece no darse cuenta de mi mutismo ya que mantiene una animada conversación con Manuela, quien debo decir que lo trata más como a un hijo que como a un jefe. Tengo la impresión de que esta mujer sabe muchas cosas sobre mi antiguo compañero de clase, pero también estoy seguro de que preferiría morir antes que delatarlo. Ella le es totalmente leal. Antes de partir hacia la comisaría, vuelvo a mi habitación con la excusa de coger mi cartera y arranco las hojas del diario que hablan sobre el trato que Damián le propuso a Irene. Las doblo cuidadosamente y me las meto en el bolsillo trasero del pantalón, junto con la copia del correo de Irene, poniendo especial cuidado en que no se note que las tengo. Lo ideal sería llevar el diario completo para mostrárselo a ese inspector de policía, pero no puedo sacar el cuaderno del ático sin que Damián se dé cuenta. Y es crucial que no lo sepa, podría estar jugándome la vida con lo que voy a hacer. Después, salgo de mi dormitorio y me reúno con mi anfitrión y su chófer en la entrada. Los tres bajamos al garaje en el ascensor, subimos al lujoso automóvil de mi anfitrión y ponemos rumbo a la comisaría. El viaje en coche se me hace eterno, estoy demasiado distraído y me cuesta seguir la intrascendental conversación que mantengo con Damián. Aunque, debo reconocer que es agradable disponer de un vehículo que te lleva y te trae donde quieras. Cuando me arruiné, tuve que venderlo todo, incluido mi coche, y no me quedó más remedio que ir andando al trabajo o utilizar el transporte público. Por fin llegamos a la comisaría.

—¿Quieres que vaya contigo? —me pregunta Damián.

—No, tengo que hacer esto solo. Es conmigo con quien quieren hablar.

Me bajo del automóvil como si el asiento quemara y pongo rumbo al interior del edificio sin darle oportunidad a que insista. Lo último que quiero es que él me acompañe. Me dirijo a un policía que está en la entrada y le digo que necesito hablar urgentemente con el inspector Ignacio Castro porque tengo información sobre la desaparición de mi exmujer. El policía levanta el teléfono y le comunica todo lo que acabo de explicarle. Poco tiempo después, me hacen pasar a un despacho. El hombre que está detrás del escritorio es el mismo que me interrogó con tanta vehemencia en el piso de Irene. Me indica que entre y me siente. Está muy serio y parece evaluarme con la mirada, como si tratase de decidir si soy culpable o no con tan solo estudiar mi lenguaje corporal. Resulta bastante incómodo estar sometido a ese tipo de escrutinio.

—Usted dirá —me espeta.

—Creo que sé quién está detrás de la desaparición de Irene y tengo motivos para pensar que ambos estamos en peligro. Necesito su ayuda. —El inspector parece sorprenderse, pero no dice nada y me hace un gesto con la mano para que prosiga—. Lo que voy a contarle no puede salir de aquí. Él tiene contactos en la policía y si se entera, no sé qué podría hacerme.

—¿Quién es él? —Ahora parece que he captado su interés.

—Damián… Damián Vallejo. —El inspector abre mucho los ojos.

—¿El hombre que estaba con usted en el piso de su exmujer y que le sirvió de coartada? —Asiento—. Haga el favor de empezar por el principio.

Ha llegado el momento. Lo último que quería era que alguien se enterase de mi vergonzoso trato con Damián y ahora no me queda otro remedio que airearlo yo mismo. Inspiro profundamente para armarme de valor y comienzo a relatar mi historia. Le cuento al inspector como hace poco más de una semana mi antiguo compañero de clase entró en el bar en el que trabajaba para proponerme que me acostase con él a cambio de quince mil euros y le hablo de los problemas económicos que me llevaron a aceptar. Me detengo un momento para observar la expresión de Ignacio, pero al no encontrar ni rastro de rechazo en su cara, tan solo una incipiente curiosidad, decido proseguir. Le explico la mala relación que Damián y yo teníamos en el instituto y lo que él me confesó hace poco de que estaba enamorado de mí por aquella época. El inspector parece impacientarse porque semeja no comprender a dónde quiero llegar con mi relato. Es entonces cuando le cuento que, tras recibir una llamada del colegio de mi hija porque nadie había ido a buscarla y encontrar vacio el piso de Irene, pero con evidentes signos de lucha, Damián decidió interrumpir sus vacaciones y contratar a un detective que nos ayudase a encontrar a mi exmujer. Le confieso que el detective nos ayudó a irrumpir en casa de Irene después de que se marchase la policía y que encontré unos diarios dentro de un baúl que había sido abandonado debajo de la cama. Le cuento todo lo que he leído en ese cuaderno hasta la fecha: que Rafael Cortegoso la había extorsionado para que volviese con él, que estaba siendo acosada y que Damián le había propuesto ayudarla a desaparecer. Por último, le hablo del email que el detective había encontrado en la carpeta de borradores en la cuenta de correo de Irene. Después, me saco los papeles del bolsillo y se los tiendo al inspector para que los lea. Éste lo hace y su cara va cambiando de la leve sorpresa al asombro total. Cuando por fin termina, deja los folios sobre la mesa y se me queda mirando.

—Hay una cosa que no entiendo —me dice—, según todo esto, da la impresión de que Irene se marchó por su propia voluntad, pero usted parece muy seguro de que Damián Vallejo es el responsable. ¿Por qué? Si no entendí mal el día que les tomé declaración, los dos estaban juntos en el momento de la desaparición de su exmujer. ¿O me mintieron?

—No, eso es verdad, pero Damián tiene gente trabajando para él que podrían haberle hecho el trabajo sucio. Es… es un hombre muy peligroso. Un delincuente.

—¡Menudo eufemismo! —exclama entre carcajadas—. Damián Vallejo es el mayor traficante de armas de Europa y uno de los primeros en todo el mundo. Vende armas a países en conflicto y a organizaciones terroristas como el Daesh.

—Y… si lo saben, ¿por qué no lo detienen? —Me he quedado petrificado. Sospechaba que Damián era peligroso, pero no me imaginaba cuánto. Ahora más que nunca necesito ayuda.

—No es tan fácil. Una cosa es conocer la verdad y otra muy distinta es tener pruebas que se sostengan ante un tribunal. Amigo, se ha metido usted en un buen lio.

—Por eso necesito que me protejan. Quiero marcharme de su casa inmediatamente, pero tengo miedo de que si lo hago por mi cuenta, me ocurra lo mismo que a Irene.

—Acaba de confesarme que allanaron la vivienda de su exmujer y robaron pruebas. Eso es un delito. Podría hacer que lo detuviesen ahora mismo… ¿Y encima tiene la desfachatez de pedirme ayuda?

—Lo único que hice fue encontrar pruebas que ustedes dejaron atrás cuando registraron su piso. Si yo no hubiese cogido esos diarios, ahora ustedes no tendrían nada.

—Todavía no he decidido si le creo o no. Por lo que yo sé, esos diarios podrían ser falsos y todo lo que me ha dicho una simple estratagema para desviar la atención de su persona.

—Hay como una docena de cuadernos en ese baúl. No podría falsificar algo así ni en un millón de años. Además, todos están escritos con la letra de mi exmujer. ¿No tienen expertos para verificar eso?

—Sí, los tenemos, pero para hacerlo necesito que me traiga esas libretas.

—No puedo sacarlas de casa de Damián sin levantar sospechas. Hoy he tenido que mentirle para que me trajese aquí. No lo entiende, creo que mi vida corre peligro.

—Si lo que dice es cierto, tiene razón al afirmar que su vida corre peligro. Damián Vallejo es un hombre extremadamente peligroso.

—Entonces, ¿me va a ayudar?

—Espere un momento.

El inspector sale del despacho y me deja solo. Me quedo sentado, muy quieto, aguardando a que vuelva. Espero haber hecho lo correcto al confiar en este hombre. Cuando me interrogó en el piso de Irene, tuve la impresión de que se trataba de un policía serio que se preocupaba por hacer bien su trabajo. También intuí que no era uno de los agentes que Damián tiene en nómina. Pero si me he equivocado, ahora mismo podría estar informando a mi antiguo compañero de clase de todo lo que le he dicho y mi vida ya no valdría nada. No quiero ni pensar cuál sería la reacción de Damián al enterarse de que lo he acusado de la desaparición de Irene. Aún no me he olvidado de la vez en la que mi anfitrión me arrinconó violentamente contra una pared para darme un escarmiento por mi actitud. Algo me dice que en esta ocasión no se conformará con plantarme un beso brusco en los labios. Por un momento, se me pasa por la cabeza la posibilidad de huir. Podría abandonar la comisaría y tratar de darle esquinazo a Damián y a su chófer en la salida. Ir a por mi hija y abandonar el país. No tengo ni un duro, pero estoy seguro de que Tino me prestaría algo de dinero si se lo pido. Quizá así tuviese una pequeña posibilidad de sobrevivir. Entonces, la puerta del despacho se abre.

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