Quince mil razones 22

Samuel es un heterosexual al que le ofrecen quince mil euros por acostarse con un hombre, pero no sabe que éste guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro.

SINOPSIS

Samuel está arruinado, lo ha perdido todo: su empresa, la casa, el coche, incluso a su mujer. Duerme en el sofá de un amigo y trabaja en un bar de mala muerte para sacar un mísero sueldo con el que apenas va tirando. Cuando Damián, un antiguo compañero de clase, aparece en su trabajo para ofrecerle quince mil euros a cambio de acostarse con él durante sus vacaciones, Samuel se encuentra ante la encrucijada de decir que sí y perder su dignidad o negarse y vivir en la miseria. Tras muchas dudas, decide aceptar, pero no sabe que Damián guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro por el mero hecho de estar junto a él.

CAPÍTULO 22

No doy crédito a lo que estoy leyendo. Es imposible. No paro de decirme que debe tratarse de un error o que quizá yo lo estoy malinterpretando de alguna forma, pero las palabras de Irene no dejan mucho lugar a dudas. Sé que se trata de un diario personal y por tanto todo lo que se cuenta en él tiene que ser real, carecería de sentido que mi exmujer mintiese en un cuaderno que estaba destinado a ser leído sólo por ella, pero es que si esto es cierto, querría decir que me han estado mintiendo y manipulando dese el principio, que no soy más que otro peón en una retorcida partida de ajedrez jugada por dos individuos muy peligrosos, o lo que es peor, que la mujer que más he amado en toda mi vida y el hombre que dice querer ser mi amigo me consideran una moneda de cambio con la que poder negociar, una vulgar mercancía, un objeto sin más valor que el que ellos quieran darme. No, esto no puede ser verdad porque si lo fuera significaría que he caído con todo el equipo en la trampa que han urdido para atraparme, que soy un ingenuo al que es muy fácil engañar y que toda mi preocupación por encontrar a Irene no ha sido más que un esfuerzo inútil. Me niego a creerlo y sin embargo parece que no hay otra explicación posible. La fecha de la anotación está datada en un mes y medio antes de su desaparición y lo que he encontrado me llena de dudas e inquietud:

«Creo que he encontrado la forma de deshacerme de una vez por todas de Rafael y de paso devolverle a Samuel todo lo éste le arrebató. No puedo decir que vaya a ser fácil, ni tampoco agradable. Tengo que dejar todo lo que conozco y quiero atrás, renunciar a la vida que siempre soñé por una nueva mucho más incierta y solitaria. Sin embargo, no me queda otro remedio. Las cosas se han puesto muy difíciles para mí. Yo misma me he ido metiendo cada vez más en un complicado y terrible enredo del que ahora soy incapaz de salir sin ayuda. Resulta irónico que sea precisamente él quien se ofrezca a echarme una mano después de cómo me trató hace doce años. Pero si algo he aprendido durante todo ese tiempo es que los aliados y los enemigos pueden aparecer cuando menos te los esperas y en los lugares más insospechados. De cualquier forma, me alegro de que un hombre tan extremadamente peligroso como Damián quiera ser mi aliado y no mi enemigo. Puedo manejar a Rafael, pero Damián es otra historia muy diferente. Él podría borrarme de la faz de la tierra con tan sólo chasquear los dedos. Eso lo tengo muy presente.

Hacía tanto tiempo que no lo veía que cuando me lo encontré en esa cafetería a la que voy siempre me costó un poco reconocerlo al principio. Tengo que admitir que está muy guapo, los años parecen haberle sentado bien, y aún conserva esa sonrisa maliciosa de la que me enamoré cuando era poco más que una cría. Sin embargo, él supo quién era yo al instante. Estaba en la barra y yo acaba de sentarme en una mesa. Avanzó hacia mí con paso decidido y me dijo: “Hola, Irene”. Lo miré, desconcertada, tratando de dilucidar quién era ese hombre que me hablaba. Y cuando por fin lo reconocí, sentí un amago de rabia. Me quedé tan despechada después de que él me confesase que no podía casarse conmigo porque era homosexual, que había estado fingiendo durante todo el año que estuvimos juntos porque era lo que sus padres esperaban de él, pero que ya no podía seguir así porque lo estaba haciendo terriblemente infeliz. Entonces, me sentí tan utilizada que esa conversación marcó el resto de mi vida, todas las malas decisiones que tomé a partir de ese momento fueron la consecuencia de aquel doloroso desengaño. Quería decirle que se fuera y me dejara en paz, pero lo único que me salió fue un escueto: “Hola, Damián”.

Él se agachó para darme dos besos en las mejillas, que no le devolví, y se sentó frente a mí. Estaba preparada para que la conversación girase en torno a cómo habían sido nuestras vidas durante los últimos doce años. Esperaba que me contase que se había hecho cargo de los negocios sucios de su padre después de que éste muriese en aquel extraño accidente de coche, a pesar de que siempre aseguraba que no quería ser como él, y que mantenía alguna relación feliz con otro hombre. Sin embargo, sus primeras palabras fueron: “Creo que tienes problemas”. No supe qué decir, así que me limité a dedicarle una mirada de asombro y a esperar a que continuase hablando. “Se rumorea que Rafael Cortegoso te está extorsionando”, añadió. “¿Cómo lo sabes?”, pregunté yo. “Cortegoso y yo somos viejos conocidos. Digamos que procuro mantenerme al tanto de todo lo que él hace”.

Su explicación no me sorprendió demasiado. Siempre he sabido que Damián pertenecía a una larga saga de delincuentes de alto standing. Él mismo me lo confesó cuando aún estábamos juntos. Y también sospechaba que Rafael andaba metido en asuntos turbios. Así que el hecho de que ambos se conociesen no fue un gran descubrimiento para mí. No obstante, confieso que sí me provocó mucha curiosidad. Quería saber por qué mi exnovio mantenía vigilado a mi actual amante, pero por alguna razón no me atreví a indagar sobre el tema. Creo que me daba miedo la respuesta. En lugar de eso, le hice la pregunta que había estado rondando por mi cabeza desde que se acercó a mi mesa: “¿Qué quieres de mí?”. Él me miró fijamente y me dedicó una media sonrisa que me puso la carne de gallina. No sé por qué, pero supe que sus intenciones no eran buenas, que no se había acercado a mí con ánimos de buen samaritano, sino que pretendía proponerme alguna clase de trato que fuese beneficioso para él. No me equivocaba. “Puedo ayudarte a desaparecer. Cortegoso no te encontrará jamás”, me respondió. Me quedé boquiabierta. Por primera vez en mi vida, no supe qué decir. Ante mi silencio, Damián optó por proseguir: “Pero si decides aceptar mi oferta, tendrás que dejarlo todo atrás, incluida tu hija, y no podrás volver”.

En ese momento, tenía ganas de mandarlo a la mierda, de decirle que se metiese en sus asuntos, que volviese al lugar donde había estado escondido los últimos doce años y me dejase en paz. La sola insinuación de que abandonase a mi hija me indignaba y enfurecía de una forma que soy incapaz de describir. Pero admito que, a la vez, la idea de librarme de una vez por todas de Rafael me pareció demasiado tentadora como para dejarla pasar. Solamente tenía una duda: “¿Qué ganas tú con esto?”. Y entonces me lo contó todo. Me dijo que había contratado a un detective privado para que investigase a Samuel porque pretendía hacerle una estrafalaria proposición indecente, que estoy segura de que mi exmarido jamás aceptará. De esa forma, descubrió que habíamos estado casados y que teníamos una hija. También averiguó que Rafael le había tendido una trampa para llevar su empresa a la quiebra. Me sorprendió la extrema frialdad con la que me relataba todo esto. Cuando yo conocí a Damián, no era tan calculador, o eso creo, quizá lo fingía como todo lo demás. Supongo que después de tantos años al frente del negocio familiar, su corazón se ha endurecido sin remedio.

“Aún no tengo claro cuáles son tus intenciones”, protesté. Y su respuesta me dejó atónita: “¿No es evidente? Quiero conseguir a Samuel”. “Mi exmarido no es ningún objeto ni un capricho que puedas comprar cuando te dé la gana. Es una persona. Tiene sentimientos”, le recriminé, furiosa. “Sentimientos que tú has destrozado por lo que tengo entendido”, repuso con una voz tan calmada que logró enfurecerme incluso más. “Precisamente tú, entre todas las personas, no eres el más indicado para hablar de romper corazones. ¿Ya te has olvidado de lo que me hiciste a mí? Me usaste como a un vulgar trozo de carne para guardar las apariencias y cuando dejé de serte útil me arrojaste a la basura”, le espeté con lágrimas en los ojos. “No, Irene, no lo he olvidado. Y no me siento orgulloso de esa época de mi vida. Estaba hecho un lio y herí a una persona que no se lo merecía en el proceso. Lamento mucho lo que te hice, pero ya no puedo cambiarlo. Lo único que puedo hacer es ofrecerte una salida para el problema que tienes en la actualidad”, dijo mientras trataba cogerme una mano por encima de la mesa que yo aparté de forma instintiva.

Estaba furibunda, me sentía indignada, pero a la vez noté como un pequeño amago de esperanza nacía en mi interior. Si decía que sí, podría deshacerme de Rafael para siempre. Pero, ¿a costa de qué? De dejar a mi hija atrás, de renunciar a cualquier posibilidad de recuperar a mi marido. Sabía que no podía aceptar ese trato y a la vez una pequeña vocecita en mi interior me suplicaba que dijese que sí y terminase de una vez por todas con mi calvario. “¿Por qué Samuel?”, le pregunté. “Tú no lo sabes, pero fuimos compañeros de clase en el instituto. Por aquel entonces, estaba totalmente colado por él. Por supuesto, Samuel no lo sabía y jamás me habría correspondido de conocer mis sentimientos. Es una espina que tengo clavada desde entonces y necesito quitármela. Pero no se trata sólo de eso. Sé que no está pasando por un buen momento y quiero ayudarle. Pienso ocuparme personalmente de que Rafael Cortegoso pague por lo que os ha hecho a los dos. Voy a devolverle a Samuel todo lo que ese individuo le ha quitado. Sin embargo, no puedo hacerlo contigo aquí, necesito que te marches”, me explicó. “¿Por qué? ¿Por qué es tan importante que yo me vaya?”, le pregunté, extrañada. “Porque sospecho que él aún te quiere”. No le pregunté cómo había obtenido esa información. Me limité a levantarme de la mesa y salir por la puerta disparada sin tan siquiera despedirme. Sin embargo, Damián ya había conseguido lo que pretendía: sembrar un atisbo de duda en mí» .

La entrada termina aquí. No dice si Irene aceptó el trato o si Damián volvió a insistir en su ofrecimiento y las anotaciones que he leído del último mes y medio no mencionan el tema. Ahora mismo, ni yo mismo sé cómo me siento. En estos tres días que he pasado con mi antiguo compañero de clase, había empezado a confiar en él. Creía que realmente estaba tratando de ayudarme a encontrar a Irene y ahora descubro que era él quien había planeado su desaparición. No sé qué pensar. En este momento, tengo un montón de ideas rondándome por la cabeza: ¿Y si Irene aceptó el trato y todo lo que encontramos en su piso no era más que una puesta en escena para engañarme? ¿Y si lo rechazó y Damián la hizo desaparecer por otros medios más violentos? No dejo de preguntarme si debería ir a pedirle explicaciones a mi anfitrión por lo que acabo de descubrir o si es mejor fingir que no sé nada y tratar de obtener las respuestas por otros medios. Como no logro decidirme, me meto en la cama y me preparo a pasar una larga noche de insomnio.

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