Quince mil razones 21

Samuel es un heterosexual al que le ofrecen quince mil euros por acostarse con un hombre, pero no sabe que éste guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro.

SINOPSIS

Samuel está arruinado, lo ha perdido todo: su empresa, la casa, el coche, incluso a su mujer. Duerme en el sofá de un amigo y trabaja en un bar de mala muerte para sacar un mísero sueldo con el que apenas va tirando. Cuando Damián, un antiguo compañero de clase, aparece en su trabajo para ofrecerle quince mil euros a cambio de acostarse con él durante sus vacaciones, Samuel se encuentra ante la encrucijada de decir que sí y perder su dignidad o negarse y vivir en la miseria. Tras muchas dudas, decide aceptar, pero no sabe que Damián guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro por el mero hecho de estar junto a él.

CAPÍTULO 21

Estoy cansado, muy cansado. Ha sido un día muy largo y lleno de sorpresas desagradables. Me gustaría meterme en la cama y dormir durante dos semanas y al despertar descubrir que todo se ha solucionado por arte de magia, que Irene ha vuelto a casa sin un solo rasguño y mi tiempo con Damián ha terminado, y ya no tengo que preocuparme de nada más. Sin embargo, sé que eso no puede ser. Debo afrontar la realidad y buscar un modo de solucionar todo el entuerto. Me pregunto cuándo se han torcido tanto las cosas, en qué momento mi vida se convirtió en un absoluto caos. ¿Fue cuando Damián entró en el bar en el que trabajaba con una sonrisa de suficiencia en los labios y una proposición indecente en las manos o empezó mucho antes? Ahora que lo pienso, creo que comenzó cuando mi socio y yo aceptamos realizar esa obra que nos costaría la empresa y a él su propia vida. Eso es, Rafael Cortegoso quería arruinarme a toda costa y no le importó a quien hiriera en el camino. Ese hombre es el culpable del suicidio de mi socio y cuando llegue el momento tendrá que pagar por todo lo que nos ha hecho.

Damián y yo estamos de nuevo en el coche. Pensaba que volveríamos con el detective privado para comenzar el seguimiento de Rafael, pero mi anfitrión me ha dicho que Javier tiene cosas que preparar y debe hacerlo solo. Al parecer, pretende colocar micros en su casa y en su despacho para poder escuchar todo lo que diga y ver si así alguna de sus conversaciones nos lleva hasta Irene. No podemos acompañarlo porque con nosotros aumentaría el riesgo de ser descubiertos, así que volvemos al ático. Esta noche podré descansar, o al menos espero ser capaz de hacerlo porque no estoy muy seguro de que logre conciliar el sueño después de todo lo que he descubierto hoy. El tráfico de la ciudad provoca que avancemos lentamente para desesperación de todos los que estamos en el automóvil y de los demás conductores que hacen sonar sus claxons con agresividad. Mientras tanto, Damián discute con Rodrigo para tratar de decidir la ruta más corta hacia casa. Echo la cabeza hacia atrás y cierro los ojos. No sé cuánto tiempo estoy así, pero cuando vuelvo a abrirlos descubro que ya hemos llegado al garaje y Rodrigo está estacionando el coche en su plaza asignada. Los tres nos bajamos del vehículo, cogemos el ascensor y entramos en el ático. Rodrigo se dirige a la cocina, donde está Manuela trasteando con los fogones para prepararnos la cena, por lo que Damián y yo nos quedamos solos en el pasillo.

—¿Estás bien? —me pregunta.

—Sí, sólo un poco cansado, física y emocionalmente.

—Tienes demasiadas cosas en la cabeza. Necesitas relajarte.

—Eso me gustaría, pero no sé cómo.

—Tengo una idea. Ven conmigo.

Damián me tiende una mano que yo acepto. Me parece un poco ridículo que caminemos por el pasillo cogidos de la mano como si fuésemos dos colegiales enamorados, pero no digo nada. Después de todo, es él quien paga y tiene todo el derecho a imponerme sus manías por muy excéntricas que estas me parezcan. Entramos en su dormitorio y luego pasamos al cuarto de baño privado. Es la primera vez que estoy en esta estancia y me sorprenden bastante sus dimensiones. Debe de tener el doble de tamaño que el mío y cuenta con un jacuzzi inmenso. No sé por qué, pero ya me estoy temiendo las intenciones de mi anfitrión.

—Sé que te fascina el mar —dice Damián al tiempo que abre el agua y tapa el desagüe de la bañera—, pero como estamos algo lejos creo que esto puede ser un buen sustituto.

Quiero decirle que lo último que necesito ahora mismo para relajarme es follar con él en su cuarto de baño, pero no puedo hacerlo porque se supone que para eso estoy aquí. No importa que la desaparición de Irene haya interrumpido las vacaciones de Damián y le haya obligado a contratar a un detective privado para ayudarme a buscarla. Todavía tenemos un trato: quince mil euros a cambio de quince días de sexo. Eso no ha cambiado. Así que me limito a asentir y me voy sacando la ropa muy despacio para arrojarla sobre la tapa cerrada del váter. Mi antiguo compañero de clase me imita sin quitarme los ojos de encima. Me mira de arriba abajo y ni siquiera se molesta un poco en disimularlo. Supongo que ya debería estar acostumbrado, pero confieso que todavía me pone muy nervioso porque es como un depredador a punto de saltar sobre su presa. Ahora mismo, sólo soy un vulgar trozo de carne. Sí, sé que había decidido no seguir dándole vueltas a lo mismo, pero no puedo evitarlo, es así como me siento y no puedo hacer nada para cambiarlo.

—Espero que llegue el día en que dejes de mirarme con ese miedo —me susurra al tiempo que da un paso hacia mí—, y te des cuenta de que conmigo no tienes nada que temer.

—Tú mismo me dijiste que eras un hombre muy peligroso —repongo.

—No lo soy para ti. —Avanza otro paso.

—¿No? Entonces, ¿qué eres para mí exactamente?

—Soy tu amigo si me dejas. —Ahora está tan cerca que puedo notar su respiración.

—Resulta un poco extraño hablar de amistad cuando estamos los dos completamente desnudos y con tu cara a diez centímetros de la mía.

—La amistad puede adoptar muchas formas —murmura contra mis labios—. Puedo ser tu amigo y tu amante. Puedo apoyarte cuando necesites mi ayuda y aún así querer inclinarte contra esa pared para poder follarte duro hasta que jadees de placer y supliques por más.

—¿Me dices eso y no quieres que te tenga miedo? —Trago saliva.

—La idea te aterroriza, ¿verdad?

—¿Qué esperabas? No puedes pretender que de la noche a la mañana cambie todo lo que soy por ti. No importa lo que me pagues, es sencillamente imposible. Lo único que puedo hacer es tratar de soportarlo.

—No lo pretendo y no sé qué esperaba cuando entré esa noche en el bar. No estaba pensando. Solamente quería…

—Querías cumplir una fantasía de tu adolescencia —lo interrumpo—. Aunque no lo creas, te entiendo. Todos hemos deseado a alguien imposible en el instituto. La única diferencia es que tú tienes los medios para lograrlo y yo estoy tan desesperado que aceptaría cualquier cosa con tal de salir del agujero en el que estoy metido. ¿Entiendes ahora por qué no podemos ser amigos? La amistad se basa en una relación entre dos personas en igualdad de condiciones y nosotros no lo somos. Tú tienes una posición de poder con respecto a mí.

—Lamento que pienses así. —Pero no parece muy apesadumbrado que digamos.

—Lo siento, pero es la verdad.

—No lo sientas. En el fondo, me encanta que seas tan cabezota. —Damián no se aparta de mí ni un solo centímetro y sonríe como si en lugar de rechazar su amistad le hubiese prometido amor eterno. Definitivamente, nunca entenderé a este hombre—. Es lo que te hace ser tan jodidamente irresistible. Además, creo que me gustan los retos. Quizá es que soy un poco masoquista.

—O que estás algo loco. —Mi anfitrión se ríe con ganas y luego me besa con tanta pasión que parece que pretende absorberme el alma.

—¡Me encantas! —exclama al tiempo que cierra el agua de la bañera que casi se ha llenado mientras hablábamos—. Después de ti.

Entro en el jacuzzi y me siento en un extremo. Damián se acomoda frente a mí, con las piernas entre las mías, y conecta las burbujas. La tina es tan grande que cabemos los dos sin ningún problema, pero no lo suficiente para que no sienta como sus pies me rozan la entrepierna. A pesar de todo, debo admitir que esto es bastante relajante, aunque también es verdad que me sentiría más cómodo si estuviese solo. A mi anfitrión todavía no se le ha borrado la sonrisa de la boca y me mira como si yo fuese una tarta de chocolate en el escaparate de una pastelería. Trato de ignorarlo, pero fracaso estrepitosamente cuando su pie se mueve de una forma nada accidental para restregarse contra mi polla. No es que me sorprenda, lo único que a mí me extraña de verdad es que aún no esté encima de mí para comerme la boca y manosearme a voluntad. Si lo que pretende es crear suspense, lo está consiguiendo. No puedo creer lo que voy a decir pero, ¿por qué no hace algo ya y se deja de sutilezas? Quiero acabar con esto cuanto antes para poder regresar a mi habitación y estar solo por fin. Sin embargo, Damián sigue a lo suyo, sin hacer ningún otro movimiento más que frotar su pie contra mi pene. Supongo que lo que pretende es excitarme, así que cierro los ojos y dejo que mi mente vuele muy lejos de aquí. Pienso en tetas grandes, en coños húmedos y en culos respingones. E imagino que es el pie de una mujer el que está estimulándome. Y poco a poco, mi estrategia va dando resultado y me endurezco sin remedio.

—Ven aquí —musita Damián.

Me levanto con cierta dificultad y avanzo para poder sentarme a horcajadas sobre las piernas de mi antiguo compañero de clase. Él me sujeta por la nuca con brusquedad y me planta un beso eterno en la boca, mientras me agarra la polla con la mano libre para comenzar un suave y rítmico bombeo. Aquí vamos de nuevo. Su dedo pulgar se desliza por mi glande con movimientos circulares y yo soy incapaz de reprimir un lastimero gemido. Damián sonríe contra mis labios e intensifica sus caricias. Parece que se ha propuesto ablandar mis reticencias hacia a él a base de proporcionarme placer. Y no puedo negar que al menos está consiguiendo esto último. Damián tenía razón en una cosa: el sexo es sólo sexo. No importa que no tengas ningún sentimiento por la persona con la que estás, al final todos los encuentros sexuales terminan con un orgasmo, o al menos deberían. Lo demás, las emociones y los reparos que puedas sentir hacia esa persona en concreto, no es más que una cuestión mental que puedes aprender a controlar. Me ha costado mucho darme cuenta, pero creo que este conocimiento ayudará bastante a que mi estancia aquí sea un poco menos desagradable.

La mano que estaba en mi cuello desciende ahora muy lentamente por mi espalda, siguiendo el camino de mi columna vertebral, para instalarse en mi nalga derecha, donde intercala caricias con pellizcos. Resulta molesto, pero es soportable. Mientras tanto, la otra mano sigue subiendo y bajando por toda la envergadura de mi polla y los labios de Damián continúan reclamando a los míos. Lo único que se me pasa por la cabeza en este momento es que se trata de un terreno conocido y puedo aguantarlo. Sin embargo, creo que mi suerte acaba de esfumarse. Damián ha abandonado mi nalga y ahora uno de sus dedos se desliza por la raja de mi culo, desde el pirineo hasta el ano, donde se detiene para darle suaves toquecitos con la yema. Y no puedo evitarlo, estoy tan nervioso que todo mi cuerpo se pone completamente rígido entre los brazos de mi anfitrión.

—Tranquilo, Samuel —me susurra—. Solamente estoy jugando un poco con él. Me moría por tocarlo. Pero no voy a penetrarte aquí.

—Eres… —No puedo terminar lo que iba a decir porque de repente noto una leve presión en mi entrada. ¡Dios, está tratando de…!—. ¿Vas… vas a metérmelo?

—Sólo un dedo. Quiero enseñarte algo de ti mismo que desconocías —murmura con una sonrisa maliciosa—. Intenta relajarte, ¿de acuerdo?

Respiro hondo para tratar de calmarme cuando lo que realmente me apetece es mandarlo a la mierda y decirle que se meta ese dedo por donde le quepa, pero obviamente no puedo, así que me quedo callado y aguardo a que pase lo inevitable. Puedo notar como va presionando, tratando de abrirse paso en mi interior, y como poco a poco se va enterrando cada vez más dentro de mí. Lo hace de una forma muy lenta, pero sin detenerse ni por un momento para darme algo de tregua. Siento una pequeña punzada de dolor, pero no se aparece ni por asomo a la agonía que esperaba. Reconozco que soy un poco exagerado, un dedo no tiene mucha envergadura, supongo que estaré en problemas de verdad cuando trate de meterme su miembro, pero de momento esto es soportable. Damián comienza un mete y saca que me produce una sensación muy extraña. No estoy seguro de que me guste, solamente puedo decir que es raro. Después, empieza a moverlo de delante atrás y toca algo, no sé el qué, que envía una descarga eléctrica a todo mi cuerpo. Mis ojos se abren mucho, todo mi cuerpo se estremece y de mi boca sale un escandaloso y sorprendido gemido.

—Te gusta cuando toco ahí, ¿verdad? —Damián me dedica una mirada burlona y vuelve a presionar ese punto que me envía a una inevitable escalada de placer.

—¿Qué me estás haciendo? —pregunto entre gimoteos.

—Te dije que te enseñaría algo de ti mismo que desconocías. —Y lo toca otra vez—. Esto es lo que te has estado perdiendo todos estos años.

No se lo puedo discutir. Jamás había experimentado algo como esto y, aunque me joda reconocerlo, no puedo negar que me gusta, y mucho. Mi anfitrión continúa estimulando ese punto al tiempo que me pajea. El placer es tan intenso y abrumador que soy incapaz de aguantar demasiado tiempo y me corro sin remedio. Damián suelta mi polla y extrae el dedo de mi culo, mientras yo trato de recuperar el aliento y ralentizar los latidos de mi corazón desbocado. Se me queda mirando y sonríe.

—Te prometí que te ayudaría a relajarte. Nada mejor que un buen orgasmo. —Parece tan pagado de sí mismo, es de lo más irritante, pero lo peor de todo es que tiene razón. No me había quedado tan tremendamente relajado después de echar un polvo en toda mi vida—. Siento pedírtelo, pero verte disfrutar así me ha puesto a cien. Necesito que hagas algo con esto —dice señalándose la polla.

Ya lo ha estropeado. Supongo que no debería sorprenderme, pero casi lo había olvidado: yo estoy aquí para darle placer a él, no al revés. Me quito de encima de Damián para que pueda levantarse, él se pone de pie y yo me siento en el borde de la bañera. Tengo ese duro trozo de carne delante de la cara y no titubeo. Es mejor terminar cuanto antes. Lo agarro firmemente con la mano derecha y me lo meto en la boca. Ya no me resulta tan traumático como la primera vez, pero aun así reconozco que todavía tengo ciertos reparos. Mi cabeza se mueve de adelante atrás de forma rítmica y hago un esfuerzo sobrehumano para contener las arcadas que aparecen cuando intento introducírmelo más de la cuenta. Uso la lengua y las manos como él me enseñó. Le acaricio los testículos y le lamo el glande. Chupo como si la vida me fuera en ello con la única intención de que se corra lo antes posible. Cuando lo hace dentro de mi boca, ni siquiera me inmuto. Ya lo tenía previsto. Escupo la lefa dentro de la bañera y me pongo de pie. Damián me besa con efusividad y así sé que ha pasado un día más de mi penuria. Ya sólo me quedan doce.

—Cada vez lo haces mejor. Cuando te vayas de aquí, vas a ser un auténtico experto —murmura, burlón.

—¿Se supone que eso me tiene que hacer gracia? —repongo, molesto.

—Solamente era una broma para sacarle un poco de hierro al asunto. No tienes sentido del humor. —Su supuesta indignación es más falsa que las tetas de una actriz porno. Me apetece darle un tortazo para borrarle esa sonrisilla de suficiencia de la cara, pero en lugar de eso me encojo de hombros y salgo del jacuzzi—. Me muero de hambre. Vamos a ver qué nos ha preparado Manuela para cenar.

—Voy a mi habitación a ponerme ropa limpia. Nos vemos en la cocina.

Salgo del cuarto de baño a toda prisa y sin darle tiempo a que me plante otro de sus apabullantes besos. Por hoy ya he tenido suficiente. Entro en mi dormitorio para vestirme con ropa cómoda, una camiseta holgada y unos pantalones cortos, y me reúno con Damián en la cocina. Manuela ya tiene preparada la cena y debo reconocer que huele condenadamente bien. Me sirve un plato abundante y le doy las gracias. Es curioso, pero no me había dado cuenta del hambre que tenía hasta que he empezado a comer. Al terminar, me despido de mi anfitrión poniendo como excusa que tengo mucho sueño y voy a acostarme. En realidad, quiero echarle otro vistazo al diario de Irene. Sigo pensando que la clave de su desaparición tiene que encontrarse entre sus hojas. Me siento en la cama y cojo el cuaderno. Leo varias entradas en las que mi exmujer relata el calvario que sufre por culpa de su acosador. Resulta desolador, pero no es nada nuevo. Y cuando estoy a punto de dejarlo para irme a dormir de verdad, me encuentro con algo que me deja totalmente petrificado.

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