Quince mil razones 20

Samuel es un heterosexual al que le ofrecen quince mil euros por acostarse con un hombre, pero no sabe que éste guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro.

SINOPSIS

Samuel está arruinado, lo ha perdido todo: su empresa, la casa, el coche, incluso a su mujer. Duerme en el sofá de un amigo y trabaja en un bar de mala muerte para sacar un mísero sueldo con el que apenas va tirando. Cuando Damián, un antiguo compañero de clase, aparece en su trabajo para ofrecerle quince mil euros a cambio de acostarse con él durante sus vacaciones, Samuel se encuentra ante la encrucijada de decir que sí y perder su dignidad o negarse y vivir en la miseria. Tras muchas dudas, decide aceptar, pero no sabe que Damián guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro por el mero hecho de estar junto a él.

CAPÍTULO 20

No tengo palabras para describir el profundo agradecimiento que siento hacia Damián. En estos tres días, no he hecho más que comportarme como un gilipollas con él y a pesar de todo me está ayudando a buscar a Irene con el mismo ahínco como si su desaparición también le afectase. No sé qué pasará en el futuro, ni si lograremos encontrarla o no, aunque espero que sí, pero mi anfitrión ya se ha ganado todo mi respeto y gratitud. Ahora estamos de camino para visitar a Laura. El correo de mi exmujer ha provocado en mí un profundo deseo de verla y estrecharla entre mis brazos. Pensar que podríamos haberla perdido si Irene se hubiese negado a volver con Rafael me llena de rabia y desazón. Puedo perdonar muchas cosas, pero no que amenacen a mi hija. Eso jamás. Tarde o temprano, ese hombre va a tener que pagar por todos los agravios que ha cometido contra mi familia y espero poder estar ahí para verlo. Nada me haría más feliz que regodearme en su sufrimiento. Y por caprichos de destino, tengo a Damián a mi disposición para que lleve a cabo esa venganza en mi nombre. Sé que estoy firmando un pacto con el diablo. Todavía no lo conozco lo suficiente para saber hasta dónde es capaz de llegar, pero intuyo que se trata de una persona muy peligrosa, quizá incluso más de lo que soy capaz de imaginarme. Él se mueve en un mundo que me resulta totalmente ajeno y desconocido y en el que yo no debería entrar nunca. No obstante, dadas las circunstancias, puede que no me quede otro remedio y reconozco que eso me preocupa, aunque no tanto como para dar un paso atrás y marcharme. Es posible que todo lo que me ha pasado en los últimos tres días me haya cambiado de un modo tan profundo que aún me resulta imposible discernirlo, pero reconozco que no me gusta pensar en eso. Prefiero fingir que sigo siendo el mismo y que son las circunstancias las que me van arrastrando inexorablemente hacia cualquiera que sea mi final.

—La carta de Irene me ha hecho pensar y no puedo dejar de darle vueltas a una cosa —dice Damián, arrancándome de mis cavilaciones internas—, ella ha dicho que te quiere y que Rafael Cortegoso es el responsable de vuestra separación, ¿qué pasará cuando la encontremos?

—¿Qué quieres decir? —pregunto, confuso.

—¿Estás dispuesto a volver con ella?

—No lo sé, ella me hizo mucho daño, pero aunque fuese así, Rafael nunca nos dejaría en paz. Por lo que parece, ese hombre está obsesionado con mi exmujer.

—Imagina por un momento que desaparece del mapa, ¿qué harías?

—¿Desaparecer del mapa? ¿Y cómo va a suceder eso exactamente? — «¿Estás insinuando lo que yo creo?» .

—Oh, hay muchas formas: podría sufrir alguna clase de accidente o simplemente evaporarse en el aire y no volver a aparecer jamás.

—¿Hablas de matarlo? —Un escalofrío recorre mi espina dorsal para luego instalarse en mi estómago y provocarme un terrible nudo en la garganta que me impide tragar.

—No necesitas saber los que voy a hacer, es suficiente con que tengas claro que si tú me lo pides ese individuo no volverá a molestaros nunca más. Podrías recuperar tu vida y ser feliz junto a tu familia.

—¿A costa de cargar con un asesinato en mi conciencia? —repongo, indignado.

—Él se ha buscado todo lo malo que le pase.

No voy a negar que sea cierto. Rafael Cortegoso se ha empleado a fondo en destrozar mi vida. Es el responsable de la quiebra de mi empresa, de mi divorcio, amenazó a mi hija y seguramente también retiene a Irene en contra de su voluntad en algún lugar. Sin embargo, no puedo concebir la idea de ordenar su muerte. Yo no soy así. Creo en las leyes y en la justicia. Ningún hombre tiene derecho a decidir si otra persona vive o muere. Eso solamente es potestad de un poder divino, si es que existe algo por el estilo. No, no puedo construir mi felicidad sobre los cimientos de un homicidio por muy horribles que sean los actos de ese tipejo. Por otro lado, el hecho de que Damián me haya propuesto un acto tan terrible con la misma tranquilidad y soltura del que charla sobre algún tema intrascendental enciende todas mis alarmas y hace qué me pregunte a quién tengo exactamente sentado a mi lado en el asiento trasero de este coche. Siempre supuse que mi antiguo compañero de clase estaba metido en asuntos turbios, pero creo que no podía ni alcanzar a imaginar la envergadura de esa sospecha. Él ya no es el adolescente gordito y tímido que conocí en mi época de instituto. Ahora, se ha convertido en un hombre seguro de sí mismo y sobre todo muy peligroso. No puedo negar que me asombra ese cambio, pero lo que más me sorprende de todo es que inexplicablemente no siento miedo a su lado porque tengo la irracional certeza de que nunca me haría daño. Es más, por alguna extraña e incompresible razón me siento seguro con él.

—Prefiero dejar que la justicia siga su curso. Si él es el responsable de la desaparición de Irene, tendrá que responder ante un juez por lo que ha hecho. Otra cosa es que quiera darle un escarmiento por arruinarme, pero sin violencia.

—Entendido. Nos ceñiremos al plan inicial.

Respiro con alivio al comprobar que Damián está conforme y no insiste más en el tema. El resto del trayecto hacia la casa de Tino lo hacemos en medio de una charla intrascendental. Puedo ver como los ojos de Rodrigo se clavan de vez en cuando en mí a través del espejo retrovisor, pero lo cierto es que eso ya no me irrita tanto como antes. No sé por qué, quizá porque tengo otras preocupaciones más apremiantes, como descubrir el paradero de Irene, que ser el objeto de cotilleo de un armario empotrado con uniforme. Confieso que empiezo a pensar que el chófer está enamorado de su jefe y me ve a mí como a un estorbo, porque de otro modo no puedo explicarme su actitud. Estoy seguro de que si él supiera todo lo que se me pasa por la cabeza, no me consideraría un rival. No tengo ningún interés romántico en Damián. De hecho, la simple idea me parece absurda y si me apuras hasta divertida. Debo reconocer que Damián se está portando muy bien conmigo y creo que, si no fuera por las circunstancias que rodean nuestra relación, incluso podría llegar a considerarlo un amigo. Pero un hombre heterosexual no puede enamorarse de otro varón por muy bien que éste lo trate o por muchos favores que le haga. El mundo real no funciona así.

Llegamos a nuestro destino. El chófer estaciona el coche en doble fila cerca del portal de Tino. Salgo del vehículo solo. Resultaría muy difícil inventar una excusa creíble para explicarles a mis amigos la presencia de Damián y su molesto acompañante. Y creo que no hace falta ni decir que no estoy dispuesto a contarle a nadie la verdad sobre lo que hago con mi anfitrión a cambio de dinero. Ese es un secreto que pretendo llevarme a la tumba. Llamo al telefonillo y es Cristina quien responde y me abre. Subo en el ascensor. Cuando llego al piso en el que viven, me encuentro con que ambos ya me están esperando en la puerta con una cálida sonrisa en los labios. Le doy dos besos a Cristina y estrecho la mano de Tino con efusividad. Nunca podré pagar todo lo que esta pareja ha hecho por mí, tanto dándome asilo en su casa cuando no tenía donde caerme muerto como acogiendo a mi hija porque ahora mismo no puedo cuidar de ella. Son las dos mejores personas que he conocido en toda mi vida.

—Laura está jugando en nuestro dormitorio —me comunica Cristina—. Esta tarde le he comprado algo de ropa y varios juguetes para que se entretenga y aún no los ha soltado desde que hemos llegado a casa.

Su comentario me coge por sorpresa y me deja abatido. Ni siquiera había caído en que mi hija necesitaba cosas tan esenciales como ropa y juguetes. Estaba tan concentrado en encontrar a su madre que olvidé por completo lo más importante. Soy un padre horrible. Espero que Irene aparezca porque de lo contrario no tengo ni idea de cómo voy a arreglármelas yo solo para cuidar de una cría de cinco años.

—Os lo pagaré todo en cuanto cobre —le aseguro.

—Oh, no, no hace falta. Ha sido un placer ir de compras con ella y no me ha dado ningún problema. —responde Cristina, mientras pasamos a la sala de estar—. Tu hija es un encanto de niña. ¡Estamos los dos completamente enchochados con ella!

—¿Se sabe algo de Irene? —me pregunta Tino.

Mis amigos escuchan mi relato con atención y en el más riguroso silencio. Les cuento que estuve en el piso de Irene y todo lo que encontré en él, omitiendo sólo la presencia de Damián y su fastidioso guardaespaldas. Les hablo de la mala impresión que me dio la policía y de cómo me decidí a contratar a un detective privado para que buscase a mi exmujer. Ellos parecen sorprenderse, supongo que se preguntan cómo demonios voy a pagarlo, pero tienen la precaución de no decir nada. También les explico que irrumpí en el en el piso de Irene de madrugada y hallé los diarios que señalan a Rafael Cortegoso como principal sospechoso. Incluso les hablo del contenido del correo que Irene me escribió dos días antes de desaparecer.

—¿Estás seguro de que no se marchó voluntariamente? —me pregunta Tino—. No me sorprendería nada viniendo de esa mujer.

—No, el cuchillo y la sangre de su piso sugieren que allí pasó algo. Aún no sé el qué, pero pienso descubrirlo.

—No te ofendas, pero creo que lo mejor que te podría pasar es que se quedase donde está y no apareciese. Laura y tú viviríais más tranquilos.

—Es la madre de mi hija, Tino. —Sé que mi amigo tiene buenas intenciones, pero no puedo evitar que sus palabras me molesten, aunque trato de disimularlo sin demasiado éxito—. No quiero que Laura se quede huérfana con cinco años.

—A la larga sería beneficioso para ella. Así se evitaría que se volviese una zorra interesada como su madre. —No puedo reprimirme y le dedico una mirada asesina. Soy muy consciente de todo lo que estas dos personas están haciendo por mí y de lo mucho que les debo, pero no soporto oír cometarios tan ofensivos sobre mi exmujer. No creo en la violencia, pero ahora mismo le pegaría un puñetazo en la boca para que se callase—. Sé que no quieres escucharlo, pero…

—Bueno, ya es suficiente —le interrumpe Cristina—. Espero que Irene esté bien y que aparezca lo más pronto posible. Mientras tanto, sabes que Laura puede quedarse con nosotros todo el tiempo que haga falta. Nos encanta tenerla aquí.

—Gracias, Cris.

—Y, bueno, supongo que ahora querrás verla…

—Sí, si no tenéis inconveniente, voy a pasar a vuestra habitación para estar un ratito a solas con ella.

—Claro, adelante.

Entro en el dormitorio de mis amigos y me encuentro a Laura sentada al estilo indio en el suelo con una muñeca en el regazo. Ella levanta la vista y me dedica una sonrisilla de felicidad que hace que el corazón me dé un vuelco. Suelta la muñeca, se levanta a toda prisa y corre a abrazarme. Me agacho y la estrecho entre mis brazos. Esta niña es la luz de mis ojos. Es lo único realmente importante que he hecho en toda mi vida. El mundo no merecería la pena si ella no estuviese en él.

—¡Papi! —exclama.

—Hola, mi amor.

—¿Y mami? ¿No ha venido contigo? —Ella no lo sabe, no puede saberlo, pero me está partiendo el corazón.

—No, cariño. Ya te dije que está de viaje.

No sé si hago lo correcto al mentirle. Creo que no puedo decirle a una niña de cinco años que su madre se ha esfumado en el aire, dejando tan sólo un rastro que invita a pensar en lo peor. Ella no lo entendería y solamente serviría para causarle sufrimiento. Pero, ¿qué pasará si Irene no aparece? ¿Cómo le explicaré a mi hija que la he engañado por su propio bien? No quiero ni pensarlo.

—¿Cuándo va a volver?

—Muy pronto, ya lo verás.

—¿Te vas a quedar aquí?

—Solo un ratito. Tengo que ir a trabajar —le digo mientras me siento a su lado—. ¿Cris y Tino se portan bien contigo?

—Sí, son muy simpáticos… ¡Mira lo que me han comprado! —exclama al tiempo que sostiene con sus pequeñas manos un montón de Barbies que ha ido recolectando del suelo.

—Son muy bonitas.

—Papi, ¿juegas conmigo?

—Vale, pero yo quiero esta. —Cojo una de las muñecas al azar y le dedico a mi hija una amplia sonrisa.

—Esa se llama Irene, como mami, porque es la más guapa.

Claro que se llama Irene. Parece que está escrito en mi ADN que debo elegir siempre a la persona equivocada, o a la muñeca. Ahora mismo tengo unas ganas inmensas de llorar, pero me lo prohíbo a mí mismo. No quiero que nada perturbe la felicidad de mi hija. En su lugar, me dedico a sonreír y a seguirle la corriente en el juego. Verla tan contenta y ajena al drama que estamos viviendo me da fuerzas para afrontar cualquier cosa que el destino nos tenga preparado. Cada vez soy más consciente de que existe una gran posibilidad de que Laura y yo nos quedemos solos, no me gusta pensarlo, pero es una realidad de la que no puedo evadirme. Sin embargo, por el momento, prefiero pensar que las cosas van a terminar bien para los tres. No sé si Irene y yo acabaremos juntos de nuevo o si eso ya es imposible por todo lo que ha pasado entre nosotros, pero quiero creer que Laura volverá a tener a sus dos padres, que podrá crecer como una niña normal con las dos personas que más la quieren en el mundo. Porque si hay algo que sí tengo claro es que el amor de Irene por su hija es tan fuerte como el mío. Ella puede tener muchos defectos, pero es una gran madre.

El tiempo se me pasa volando. Miro el reloj y cuando vuelvo a hacerlo me doy cuenta de que ya ha transcurrido una hora. No quiero irme, pero no me queda otro remedio. He dejado a Damián aguardando en el coche y no creo que le haga mucha gracia que lo tenga esperando tanto tiempo dentro del automóvil con el calor que hace. Además, tenemos que volver con el detective privado para comenzar el seguimiento de Rafael Cortegoso. Es nuestra única pista para encontrar a Irene. Me despido de mi hija con un fuerte abrazo y un beso en la mejilla. Por suerte, en esta ocasión, se lo toma mejor que la vez anterior y no llora, aunque sí que me pide que no me marche con una voz tan triste que me parte el alma en dos. Le prometo que volveré a visitarla mañana y que muy pronto podrá regresar a casa con su madre y parece quedar conforme. No hay duda de que Tino y Cristina la están tratando muy bien porque se la ve feliz. Salgo del dormitorio, me despido de mis amigos sin escatimar agradecimientos por todo lo que están haciendo por mí y vuelvo al coche con Damián. Estoy a punto de abrir la boca para disculparme por tardar tanto cuando él me suelta una noticia que me deja muy sorprendido:

—Mientras te esperaba, he llamado a uno de mis contactos en la policía. Al parecer, también están bastante perdidos y aún no han podido dar con ninguna pista que les indique dónde podría estar tu exmujer. Pero tienen su móvil y han encontrado varias llamadas hechas a altas horas de la madrugada desde una cabina telefónica situada cerca de donde trabajabas tú. Por el momento, eres su principal sospechoso. —No doy crédito a lo que escucho—. De hecho, es muy probable que, de un momento a otro, te llamen para volver a interrogarte.

—¿Crees que debería decirles todo lo que hemos descubierto sobre Rafael Cortegoso en los diarios de Irene y en el correo que me escribió?

—Rotundamente no. Tendrías que contarles cómo has obtenido esa información y eso solamente te metería en más líos. Lo mejor es que te limites a decir que no sabes nada. Confía en Javier, él encontrará a Irene.

—De acuerdo.

No puedo creerlo. Nunca pensé que la policía fuese tan inepta. Si dejasen de perder el tiempo conmigo y se dedicasen a buscar a mi exmujer, quizá tendrían una pequeña posibilidad de encontrarla. Resulta irónico. Pensaba que relacionarme con Damián me podría meter en líos con las autoridades y resulta que yo solo me basto para eso. Es más, él podría ser el único que me ayude a evitar la cárcel al ser quien paga al detective que está buscando a Irene, que por lo visto es la única posibilidad que tenemos de encontrarla. Por otro lado, no puedo evitar pensar que todo esto es una trampa para inculparme a mí. Si no, ¿por qué otra razón iba alguien a llamarla desde una cabina cercana al bar donde yo trabajaba? Parece que Rafael Cortegoso lo tenía todo muy bien pensado, como si hubiese planeando esto desde hace mucho tiempo. Lo único con lo que no contaba es que yo me convirtiese en el amante a sueldo de un hombre que es mucho más peligroso y poderoso que él.

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