Quince mil razones 19
Samuel es un heterosexual al que le ofrecen quince mil euros por acostarse con un hombre, pero no sabe que éste guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro.
SINOPSIS
Samuel está arruinado, lo ha perdido todo: su empresa, la casa, el coche, incluso a su mujer. Duerme en el sofá de un amigo y trabaja en un bar de mala muerte para sacar un mísero sueldo con el que apenas va tirando. Cuando Damián, un antiguo compañero de clase, aparece en su trabajo para ofrecerle quince mil euros a cambio de acostarse con él durante sus vacaciones, Samuel se encuentra ante la encrucijada de decir que sí y perder su dignidad o negarse y vivir en la miseria. Tras muchas dudas, decide aceptar, pero no sabe que Damián guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro por el mero hecho de estar junto a él.
CAPÍTULO 19
No alcanzo ni a imaginar qué es lo que me dice mi exmujer en ese correo que nunca envió y que está fechado dos días antes de su desaparición para que yo tenga que replantearme si necesito los servicios del detective. Confieso que estoy muy intrigado y, a la vez, siento un poco de inquietud porque me aterra lo que pueda encontrar. Mi relación con Irene es demasiado complicada. Siento como dos pares de ojos se clavan en mí, mirándome con impaciencia, a la espera de que lea el contenido de ese email. Respiro hondo para armarme de valor y me dispongo a hacerlo. En apenas unos segundos, lo que tardo en empezar a leer, pasan por mi mente un docenas de posibilidades sobre lo que Irene tenía que decirme, pero ni en un millón de años podría haber llegado ni a sospechar lo que iba a encontrarme:
«Querido Samuel:
Le he dado mil vueltas a cómo empezar esta carta, me he pasado horas mirando a la pantalla en blanco sin ser capaz de decidirme a comenzar, he escrito y borrado tantas veces que ya he perdido la cuenta, pero al final he comprendido que la única forma posible de iniciarla es pidiéndote perdón. Sé muy bien que no me lo merezco, que podría vivir cien años y ni así tendría tiempo suficiente para compensar todo el daño que te hice. Fui una mala esposa y una peor persona. Sin embargo, tengo la imperiosa necesidad de mendigar tu perdón, de darte al menos una explicación que te ayude a comprender mejor el porqué de mis actos. No pretendo justificarme, sólo quiero que entiendas que nada de lo que pasó entre nosotros fue culpa tuya y, sobre todo, quiero que sepas que no fuiste una muesca más en la suela de mi zapato, que sí te quise a mi modo aunque no supe demostrártelo como te merecías.
Solamente me he enamorado dos veces en mi vida. La primera vez tenía dieciocho años. No era más que una cría romántica con una visión muy edulcorada del amor y las relaciones. Pensaba que todo era color de rosa y me di de morros con la triste realidad. El hombre con el que estaba me utilizó desde el principio como si yo fuese un vulgar objeto sin sentimientos y, cuando dejé de serle útil, no tuvo ningún reparo en dejarme y romperme el corazón. No sé ni por dónde empezar a describirte el profundo daño que me hizo y lo oscura que se volvió mi vida durante los meses que prosiguieron a esa ruptura. Estaba destrozada, completamente rota. Tuve una depresión muy severa e incluso necesité medicación para superarla. Nunca te conté esta parte de mi vida porque prefería dejarla en el olvido y fingir que jamás había pasado. Cuando por fin logré sobreponerme un poco, me juré a mí misma que no volvería a sentir nada por nadie, que utilizaría a los demás como él me había usado a mí. Y durante un tiempo, años en realidad, mi plan funcionó a la perfección. Conocí a varias hombres adinerados y conseguí que estos bebiesen los vientos por mí hasta el punto de proporcionarme una vida de lujo y colmarme con regalos caros o incluso grandes sumas de dinero. Supongo que ahora estarás pensando que me convertí en una prostituta de lujo por culpa de un desengaño amoroso y tienes toda la razón; soy muy consciente de ello y quizá no me creas, pero lo cierto es que me avergüenza de un modo que no te puedes ni imaginar. La prueba es que, a pesar de llevar una vida repleta de comodidades, jamás dejé de sentirme vacía y sucia.
Entonces, apareciste tú. Nunca olvidaré la primera vez que te vi en esa fiesta ni la larga conversación que mantuvimos y cómo nos olvidamos de los demás para centrarnos el uno en el otro. Eras el hombre más guapo e interesante que había conocido en toda mi vida. Y también eras muy diferente a todos los ricachones con los que había estado en los últimos años, pero sobre todo me recordabas a lo que había perdido hacia tanto tiempo: a la Irene de dieciocho años que miraba el mundo con inocencia e ilusión. Reconozco que me asusté, y mucho, porque tú hacías tambalear todo el mundo artificial que me había creado a mi alrededor. No tenías tanto dinero como los hombres que solía frecuentar, con el tiempo y la práctica he aprendido a identificarlos con tan sólo echarles un vistazo, pero lo que más miedo me daba es que tú me hacías sentir algo, lo nuestro no era una mera transacción mercantil, tú provocabas en mí emociones que ya creía olvidadas. Me recordaste lo que era amar y, por eso, dudé tanto cuando me propusiste matrimonio. Sabía que si me casaba contigo tendría que rebajar mi tren de vida, pero lo que más pánico me daba es que me volvería vulnerable otra vez. Y, a pesar de todo, acepté porque ya no podía imaginarme mi vida sin ti.
Te quería mucho, aún te quiero, pero admito que entré en pánico cuando las cosas empezaron a irte mal. Yo me crié en una familia en la que teníamos que hacer auténticos malabares para llegar a final de mes. Sabía lo que era crecer con ciertas carencias y tener que renunciar a muchas cosas simplemente porque no podíamos permitírnoslo, y me decía a mí misma que no quería que mi hija pasase por lo mismo. Ahora, con la perspectiva que solamente te da el tiempo, empiezo a darme cuenta de que quizá estaba pensando más en mí misma que en Laura. Lo admito, me equivoqué. Una buena esposa habría permanecido a tu lado, apoyándote a pesar de las adversidades, pero yo soy una persona extremadamente egoísta y dejé que el miedo me dominara.
Mientras atravesaba esos momentos de duda, Rafael Cortegoso volvió a entrar en mi vida. Me propuso que retomásemos nuestra relación y me hizo cientos de promesas que resultaban muy difíciles de ignorar. Te confieso que le di muchas vueltas y que me costó mucho tomar una decisión, pero al final pensé en Laura y, por su bien, opté por rechazar la oferta de Rafael. No quería que mi hija creciese sin su padre y yo no podía vivir sin ti. Entonces, empezaron las amenazas. Me aseguró que él era el responsable de la quiebra de tu empresa, dijo que se había pasado años preparando la estafa que te condujo a la ruina, y que aún era capaz de hacer que tu vida y la mía empeorasen mucho más si yo me negaba a aceptarlo. Llegó incluso a insinuarme que podía mover algunos hilos para que perdiésemos la custodia de Laura. Ahora, tras haber descubierto cosas muy turbias sobre Rafael, estoy segura de que si yo hubiese mantenido mi negativa a volver con él es muy probable nos hubiese matado a los dos. Sin embargo, acepté por miedo a perder a mi hija. Y te confieso que nunca me he arrepentido tanto de nada en toda mi existencia ni me he sentido tan desgraciada como en estos últimos años que he pasado sin ti. Puede que el imbécil que me rompió el corazón a los dieciocho años fuese mi primer amor, pero tú has sido, eres y serás el amor de mi vida.
No te digo todo esto porque pretenda volver contigo, aunque te confieso que nada me haría más feliz, sé que te he hecho mucho daño y hay demasiados obstáculos en mi vida que lo impiden. He tomado muy malas decisiones y he hecho cosas que me han sentenciado para siempre. No voy a contártelas porque creo que ya te he hecho sufrir suficiente y pienso que no puede salir nada bueno de que tú las sepas. Lo sé, nuestra relación siempre ha estado llena de secretos y no puedes ni imaginarte cómo me arrepiento de no haber sido más sincera contigo. Quizá las cosas podrían haber sido diferentes entre nosotros, pero eso nunca lo sabremos.
El motivo de esta carta es otro muy distinto, uno que me rompe el corazón en mil pedazos y pisotea los fragmentos hasta convertirlos en papilla. Te escribo para decirte adiós. No quería irme sin hacerte saber todo lo que has significado para mí y lo feliz que me has hecho al darme una hija tan maravillosa. Ella es lo único bueno que tengo en mi vida ahora mismo. Y precisamente por eso me cuesta tanto dejarla, pero tengo que huir y no puedo llevarla conmigo. No voy a condenar a mi hija a una vida de fugitiva. Además, sé que estará bien cuidada y protegida contigo, tú eres un buen padre y estoy segura de que preferirías morir antes de permitir que algo malo le pasase. Sueño con que llegue el día en el que ya no sea necesario que me esconda y podamos estar los tres juntos de nuevo. Por favor, dile a Laura que su madre os quiere mucho a los dos y que todo lo que he hecho ha sido por ella. Espero que cuando sea mayor lo comprenda.
Te quiero ».
Me he quedado petrificado. Soy incapaz de asimilar todo lo que Irene me dice en su correo. Demasiada información condensada en muy poca líneas. Mis acompañantes me miran, expectantes, aguardando a que diga algo o reaccione de alguna forma, pero lo único que puedo hacer es releer el email para tratar de digerir las confesiones de mi exmujer. Tras la segunda lectura, dejo los papeles sobre el escritorio y levanto la vista para encontrarme con los ojos impacientes del detective.
—Irene no se ha marchado por su propia voluntad —le aseguro, aunque no puedo evitar que una sombra de duda sobrevuele mi cabeza.
—Eso no es lo que dice en el correo —repone Javier.
—Nunca llegó a enviarlo. Y no se llevó nada, toda su ropa seguía en el armario. Tiene que significar algo. Además, estuvimos en su casa y la puerta estaba abierta, había signos de lucha, incluso un cuchillo y gotas de sangre. Vosotros lo visteis —rebato, desesperado—. Quizá tenía la intención de irse, pero estoy seguro de que le sucedió algo antes de que tuviese tiempo a hacerlo. ¡No puedes dejar de buscarla por este email!
—No pensaba tomar esa decisión por mi cuenta. Vosotros sois los clientes y, por lo tanto, yo haré lo que me pidáis. Solamente quería que fueras consciente de que existe una pequeña posibilidad de que tu exmujer haya decidido irse.
—Javier, ¿te importa dejarnos solos un momento? —le pide Damián al detective. Éste asiente de mala gana y sale del despacho—. ¿Puedo? —pregunta al tiempo que alcanza los papeles que yo he dejado sobre el escritorio.
—Adelante.
Mi anfitrión lee el contenido del correo con atención y una expresión impertérrita en la cara. No parece que nada de lo que encuentra entre esas páginas le sorprenda o conmueva. Estoy empezando a pensar que Damián no se inmuta por nada. Imagino que su trabajo tiene mucho que ver en eso. Cuando por fin termina, vuelve a dejar los folios sobre la mesa y se me queda mirando.
—¿Tú también crees que se ha marchado por su propia voluntad? —inquiero.
—No, las pruebas que encontramos en su casa no cuadran. —No sé por qué, pero respiro aliviado. Supongo que me reconforta que alguien me crea. O quizá lo que me reconforta es que él me crea.
—¿Sabes? Siempre pensé que Irene no me quería, que estaba conmigo por puro interés, pero lo cierto es que eso no me importaba si a pesar de todo podía tenerla. Sin embargo, ahora me entero de que sus sentimientos por mí eran reales y no sé como sentirme al respecto porque tengo la sensación de que no la conocía en absoluto. ¿Por qué no me contó nada de eso mientras estábamos casados? ¿Por qué tuvo que esperar hasta este momento para decírmelo?
—Quizá no sabía cómo hacerlo. Tengo la impresión de que tu exmujer es bastante reservada. —Damián coloca la mano sobre mi hombro para darme un cariñoso apretón—. De todas formas, no me sorprende ni un poco que estuviese enamorada de ti. Tienes todas las cualidades necesarias para que los demás te quieran. —No sé qué responder a eso, así que me limito a forzar una sonrisa que pretende ser de agradecimiento. Ante mi falta de respuesta, Damián cambia de tema—: Ahora sabemos que Rafael Cortegoso no sólo provocó la quiebra de tu empresa sino que también amenazó a Irene para que volviese con él. Y ella lo hizo para protegeros a ti y a vuestra hija. No sé qué pensarás tú, pero a mí me da la nariz de que Irene quería marcharse para huir de Rafael y éste la descubrió antes de que pudiese hacerlo.
—Estoy de acuerdo.
—Lo bueno es que no hay cadáver y la sangre que encontramos en la cocina no era suficiente para que se tratase de una herida mortal, así que perfectamente podría seguir viva.
—Sí, pero, ¿dónde está?
—Vamos a encontrarla, ya lo verás. Ahora, más que nunca, tenemos razones de peso para seguir a Rafael Cortegoso. He convencido a Javier para que nos deje acompañarlo.
—No sé ni cómo empezar a expresar el profundo agradecimiento que siento por todo lo que estás haciendo por mí. Creo que no podría pagártelo ni aunque viviese un millón de años.
—No tienes que darme las gracias, Samuel. Me alegro de poder serte de ayuda. Ojalá hubiese algo más que yo pudiese hacer para ayudarte a encontrarla, pero estos son todos los recursos de los que dispongo.
—Ya estás haciendo mucho.
El correo de Irene me ha tocado la vena sensible a base de bien y ahora mismo me siento muy frágil y vulnerable. De hecho, llevo un buen rato conteniendo las ganas de llorar. Estoy triste y furioso a la vez porque un desgraciado me destrozó la vida al arrebatarme dos de las tres cosas más importantes para mí: mi negocio y mi mujer. La tercera es mi hija y me hierve la sangre al recordar que también la amenazó a ella. No puedo ni imaginarme el horrible mal trago que tuvo que suponer para Irene el abandonarme para irse con ese hombre debido a sus coacciones. No dejo de pensar que ojalá ella me lo hubiese contado, quizá podríamos haber hecho algo para remediarlo, pero me lo ocultó, como muchas otras cosas, y ahora ya no tiene solución. Aunque Irene apareciese y Rafael se esfumase, ya no podríamos volver a estar juntos porque han pasado demasiadas cosas. Yo he cambiado. Ya no soy el mismo ingenuo que se enamoró con los ojos de la chica más guapa que había visto nunca. Ahora chupo pollas por dinero. Puede que suene muy fuerte, pero es la pura realidad. El culpable de mi cambio está sentado a mi lado, mirándome con evidente preocupación, y por mucho que me gustaría odiarlo por todo lo que me ha forzado a hacer solamente puedo sentir por él un infinito agradecimiento y una incipiente simpatía que va creciendo a medida que pasa el tiempo.
—Siento tener que pedirte más favores, pero ahora necesito ver a mi hija.
—De acuerdo. Le diré a Rodrigo que nos lleve a casa de Tino.
No puedo contenerme. Me levanto de la silla de un salto y me agacho para abrazar a Damián que aún sigue sentado. Al parecer, lo cojo desprevenido porque tarda un poco en reaccionar, pero al final termina rodeando mi cuello con sus brazos. No sé por qué he hecho eso, quizá porque necesitaba el contacto de otro ser humano y la verdad es que sentir el calor de su cuerpo me reconforta. No hay nada sexual en este abrazo, al menos por mi parte, pero estoy empezando a pensar que incluso podría llegar a considerar a mi antiguo compañero de clase como un amigo si el sexo y el dinero no estuviesen de por medio. Lo único que sé es que nadie me había ayudado tanto en toda mi vida como lo está haciendo él y eso no lo voy a olvidar nunca.
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