Quince mil razones 18

Samuel es un heterosexual al que le ofrecen quince mil euros por acostarse con un hombre, pero no sabe que éste guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro.

SINOPSIS

Samuel está arruinado, lo ha perdido todo: su empresa, la casa, el coche, incluso a su mujer. Duerme en el sofá de un amigo y trabaja en un bar de mala muerte para sacar un mísero sueldo con el que apenas va tirando. Cuando Damián, un antiguo compañero de clase, aparece en su trabajo para ofrecerle quince mil euros a cambio de acostarse con él durante sus vacaciones, Samuel se encuentra ante la encrucijada de decir que sí y perder su dignidad o negarse y vivir en la miseria. Tras muchas dudas, decide aceptar, pero no sabe que Damián guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro por el mero hecho de estar junto a él.

CAPÍTULO 18

Estoy de nuevo en mi habitación. Me he vuelto a duchar para sacar de mi cuerpo los restos de mi encuentro con Damián, me he lavado los dientes a conciencia hasta quitarme ese sabor a semen de la boca, he deshecho la maleta y me he vestido con mi ropa. Ahora estoy sentado en el borde de la cama con el baúl que contiene los diarios de Irene en mi regazo. Sé que si quiero encontrarla, no me queda más remedio que leerlos, pero confieso que tengo ciertos reparos porque se trata de sus pensamientos más íntimos, sus confesiones, sus anhelos… y no puedo evitar sentirme como un intruso que se está entrometiendo en algo que no le corresponde. Si Irene sigue viva, y de verdad espero que lo esté, no creo que le guste demasiado que yo lea sus diarios. Sin embargo, no puedo hacer otra cosa, el contenido de estos cuadernos puede ayudarme a encontrarla y creo que eso es más importante que respetar su intimidad. A veces, es mejor pedir perdón que pedir permiso.

Levanto la tapa del baúl, lo dejo en el suelo y saco la primera libreta, es la misma que ojee en casa de mi exmujer y cuyas fechas corresponden a este último año. La verdad es que ni siquiera sé por dónde empezar. Aquí hay páginas y páginas repletas de anotaciones con la bonita y cuidada letra de Irene. Creo que tardaré más de una semana en poder revisarlo todo y no estoy seguro de que ella tenga tanto tiempo. Ahora mismo podría estar herida o en peligro. Supongo que lo mejor es ir desde el final hacia atrás para reconstruir sus últimos días antes de que se desvaneciera en el aire. En su última entrada, la cual escribió una semana antes de desaparecer, hablaba de que tenía miedo porque alguien la acosaba y confesaba su arrepentimiento por haber vuelto con Rafael Cortegoso, el constructor responsable de la quiebra de mi empresa. Quizá en sus anotaciones anteriores se confirme mi teoría de que Rafael era su acosador.

Comienzo a leer y lo que encuentro me parte el alma porque las hojas de esta libreta están repletas de pánico y ansiedad. Irene vivía aterrorizada por un hombre que la seguía a todas partes, la llamaba en mitad de la noche para luego colgar y le enviaba correos amenazantes o le dejaba notas en el buzón. Pero en ningún momento dice quién es y siempre se refiere a él como “el psicópata” o “el chalado”. Por desgracia, eso no me sirve de mucho. Necesito un nombre o alguna pista que me ayude a descubrir su identidad. Así que sigo leyendo hasta que doy con algo que me deja completamente atónito. Es una anotación breve, pero muy esclarecedora, y corresponde a un mes antes de su desaparición. Aún no lo he confirmado, pero creo que esta podría ser la explicación de la persecución que sufría por la enorme gravedad de lo que relata:

«Rafael es un asesino. Llevo horas repitiéndomelo a mí misma y todavía no soy capaz de creerlo, pero es cierto: Rafael es un asesino. No soy una ingenua, siempre sospeché que no había amasado su fortuna jugando limpio y más en los tiempos que corren, sobre todo para la construcción, pero nunca llegué ni a imaginar que Rafael fuese capaz de ordenar un asesinato. Sin embargo, lo he escuchado con mis propios oídos, no se trata de un rumor malintencionado que me haya contado alguien, no, yo misma pude oír claramente como llamaba por teléfono a alguno de sus matones para pedirle que liquidase a un empresario rival que estaba tratando de robarle un trabajo muy importante que él ya tenía apalabrado. Se suponía que yo no debía estar allí y creo que me fui antes de que él me viese, pero no estoy del todo segura porque me puse tan nerviosa que hice algo de ruido al marcharme. Ahora tengo el corazón en un puño. Cuando retomamos nuestra relación me dijo que me mataría si volvía a dejarlo y en este momento esas palabras han cobrado un nuevo significado para mí. Creo que lo decía en serio. Estoy atada a un delincuente de la peor calaña. ¿Por qué tomo siempre tan malas decisiones? En realidad, no me importa demasiado lo que me pase a mí porque sé que me lo merezco, lo que de verdad me asusta es que pueda hacerle daño a mi hija ».

Leo y releo este párrafo media docena de veces y aun así me cuesta bastante asimilar lo que cuenta Irene en su diario. ¿¡Rafael Cortegoso es un asesino!? Ni se me había pasado por la cabeza la idea de que este hombre se hubiese enriquecido a base de realizar actividades ilícitas, ya no digamos que fuese capaz de decidir una muerte con la misma facilidad del que elige un plato de la carta de un restaurante. Tengo la impresión de que me he pasado toda la vida dentro de una burbuja y no me he enterado de nada de lo que sucedía a mi alrededor. Pero, ¿tan ingenuo soy? Empiezo a pensar que sí. En fin, ahora comprendo por qué me arruiné, soy el único que ha tratado de ganarse la vida honradamente y eso no es fácil cuando compites con delincuentes como Rafael Cortegoso. Tengo que contarle a Damián lo que acabo de averiguar. Es muy posible que Rafael tenga retenida a Irene en alguna parte y voy a necesitar la ayuda de mi anfitrión para encontrarla y liberarla porque yo solo no puedo enfrentarme a un tipejo tan peligroso. Por una vez me alegro de tener a un criminal de mi parte. Algo bueno tenía que salir de todo esto.

Dejo el diario sobre la cama y voy en busca de Damián. Lo encuentro en la terraza fumándose un pitillo. Sin mediar palabra, me siento a su lado y cojo un cigarrillo de la cajetilla que encuentro encima de la mesa. Lo enciendo con el mechero que está al lado. No soy fumador, pero ahora mismo necesito tranquilizarme de algún modo y el tabaco es una manera tan buena como cualquier otra de hacerlo. Doy un par de caladas antes de hablar:

—He descubierto algo muy preocupante.

—¿El qué?

—Hace dos semanas Irene escuchó como Rafael Cortegoso ordenaba un asesinato por teléfono.

—¿Y?

—¿Cómo que “y”? —protesto, contrariado—. ¿A ti te parece algo normal?

—Creo que mi concepto de “normal” es bastante diferente del tuyo. No obstante, me refiero a si sabes qué pasó después.

—No, ella se fue antes de que Rafael la viera. He leído todas las anotaciones del último mes y no volvió a mencionar el tema. Pero la amenazó con matarla si volvía a dejarlo y creo que eso es un indicio bastante claro de que él está detrás de su desaparición. Por otro lado, Tino me dijo que los vio juntos por la calle hace dos días, así que no sé qué pensar.

—Bueno, todavía no sabemos si estaba con él por su propia voluntad. Quizá iba obligada. Hay que barajar todas las posibilidades.

—Sí, eso también se me ha pasado por la cabeza. —Doy otra calada a mi cigarrillo—. ¿Por qué tengo la impresión de que lo que acabo de contarte no te sorprende ni un poco?

—Pues sencillamente porque ya sabía que Rafael Cortegoso anda metido en asuntos turbios.

—¿¡Qué!? ¿Y no se te ocurrió decírmelo?

—No pensé que eso tuviese ninguna importancia para el caso, pero si dices que la amenazó la cosa cambia.

—¿Qué no pensaste que tuviese importancia? —pregunto, indignado—. ¡Joder, Damián! Me convenciste para que me vengase de un tipo que es capaz de ordenar un asesinato sin pestañear. ¿No se te pasó por la cabeza que podía ser peligroso para mí?

—Planeaba hacerlo de forma que no te salpicase a ti de ningún modo. Además, créeme cuando te digo que Rafael Cortegoso no es ni la mitad de peligro de lo que lo soy yo.

—Gracias. Eso me tranquiliza mucho —repongo con sarcasmo.

—Lo que quiero decir es que no es más que un matón de tres al cuarto. Juega en una liga muy inferior a la mía.

¡Yo alucino! Pensaba que Damián ya no podía sorprenderme más, pero por lo visto estaba equivocado. Este hombre es una caja de sorpresas, a cada cual más desagradable que la anterior. Ahora resulta que los delincuentes tienen jerarquías y, a juzgar por lo que dice, mi anfitrión es algo así como de la realeza. Soy muy consciente de que debería tener miedo al estar cerca de un individuo como él, pero para mí sorpresa lo único que siento en este momento es una enorme curiosidad por saber a qué se dedica. No voy a negar que me asusta en otros aspectos, principalmente en el tema sexual con su determinación por encularme. Sin embargo, no lo veo como un peligro real para mi seguridad más allá de la posibilidad de que la policía pueda llegar a relacionarme con sus negocios sucios y por ironías del destino termine en prisión por su culpa. No puedo creer lo que voy a decir, pero lo cierto es que confío en Damián. Sé que es una persona muy peligrosa, probablemente mucho más de lo que me imagino, pero también estoy seguro de que nunca me haría daño. O eso espero.

—¿Alguna vez has matado o mandado matar a alguien? —le pregunto y al momento me arrepiento porque en el fondo prefiero no saber la respuesta.

—¿Por qué me haces preguntas que sabes que no te voy a contestar? —Respiro, aliviado—. Centrémonos en el asunto de Irene. ¿De acuerdo? —Asiento.

—¿Qué vamos a hacer?

—Creo que lo mejor es contárselo todo a Javier y que él siga a Rafael Cortegoso. Si ese tipejo ha llevado a tu exmujer a alguna parte, él la encontrará.

—Me gustaría ir con él.

—Samuel, Javier es un profesional, sabe cómo hacer su trabajo.

—Lo sé, pero no puedo quedarme aquí cruzado de brazos, esperando a que llegue alguna noticia, o me voy a volver loco. —Damián resopla, visiblemente fastidiado—. Tú no tienes que venir si no quieres.

—Está bien. Voy a llamarlo y le preguntaré si podemos acompañarlo.

—Gracias.

—No me las des. Pienso cobrarme todos los favores que te estoy haciendo con intereses, así que no te sorprendas cuando te espose a la cama. —Damián se ríe a carcajadas al ver mi cara de espanto—. ¡Relájate, hombre, que es una broma! Nunca te ataría sin tu permiso, aunque confieso que no me importaría hacerlo si tú me das el visto bueno—. No sé qué responder a eso. La idea de estar inmovilizado y totalmente a la merced de mi anfitrión me da pánico. No creo que lo aguantase. Aunque, por otro lado, últimamente estoy haciendo cosas que nunca pensé que haría y tengo que admitir que no han salido mal del todo. Ante mi silencio, mi antiguo compañero de clase opta por cambiar radicalmente de tema—: Voy a llamar a Javier.

Damián telefonea al detective para explicarle lo que he descubierto en el diario de Irene y comunicarle nuestra intención de acompañarlo cuando siga a Rafael Cortegoso. Parece que Javier pone alguna objeción porque mi antiguo compañero de clase le vuelve a asegurar que le pagará bien por sus servicios, lo que parece zanjar la discusión. No puedo evitar preguntarme cuánto le va a costar en total a mi anfitrión cumplir todos y cada uno de mis caprichos. Supongo que no va a ser barato y eso hace que sienta una oleada de gratitud hacia él. No importa que me haya asegurado que se va a cobrar los favores de otra forma porque, en el fondo, sé que no me va a presionar para que dé más de lo que soy capaz de dar. Mis experiencias con él me lo están demostrando. Después, Damián guarda silencio mientras su interlocutor le cuenta algo que, a juzgar por su expresión impertérrita, no parece sorprenderle demasiado. Tras asegurarle que estaremos en su despacho a la hora que Javier le ha sugerido, se despide y cuelga. En lugar de contarme en seguida lo que le ha dicho Javier, da una calada a su cigarrillo y expulsa el humo muy despacio. Yo le dedico una mirada de impaciencia. Este hombre puede ser de lo más irritante a veces.

—¿Y bien? —le pregunto, ansioso.

—Javier ha encontrado algo en el ordenador de Irene —me responde tan tranquilo.

—¿El qué?

—No lo sé. Me ha dicho que nos lo explicaría en su oficina.

—Pero, ¿no te ha comentado nada? —insisto.

—No, Samuel, sólo que era algo importante. A Javier no le gusta tratar estos temas por teléfono. Nunca se sabe quién puede estar escuchando. Hemos quedado con él en su despacho a las seis de la tarde.

—¡Esto es desesperante!

—Tienes que tratar de tranquilizarte un poco. Poniéndote histérico no le haces ningún favor a tu exmujer. Vamos a encontrarla, ya lo verás.

—Ojalá tengas razón.

Las siguientes horas pasan tan insoportablemente despacio que termino por fumarme la mitad de la cajetilla de tabaco de Damián para calmar mis nervios. Éste trata de darme conversación para mantenerme distraído, pero no puede evitar que mi cabeza vuelva una y otra vez a lo que he leído en el diario de Irene y a preguntarme cuál será ese hallazgo que hizo Javier en el ordenador de mi exmujer. Y a pesar de que comemos tarde y Manuela nos prepara un delicioso manjar, apenas puedo probar bocado por culpa de la ansiedad. Cuando llega la hora de partir hacia el despacho del detective, estoy más nervioso de lo que recuerdo haberlo estado en toda mi vida. Ni siquiera mi primera vez con Damián se puede comparar a esto. Él parece darse cuenta y trata de calmarme con palabras tranquilizadoras que resultan completamente inútiles. El viaje en coche me parece interminable y cada atasco que encontramos es una pequeña agonía. Cuando al fin llegamos y Rodrigo aparca el automóvil cerca del edificio donde se encuentra el despacho del detective privado, bajo del vehículo a toda prisa y subo casi trotando los cuatro pisos por las escaleras porque no hay ascensor. Mi anfitrión y el chófer me siguen de cerca. El esfuerzo me pasa factura porque llego arriba jadeando y empapado en sudor, pero ni siquiera eso impide que llame al timbre repetidas veces hasta que la puerta se abre. Javier nos invita a entrar con un evidente gesto de irritación que decido ignorar. Nadie puede culparme por estar histérico, la culpa la tiene el detective por ser tan misterioso y no querer contarle por teléfono a Damián lo que había encontrado. Rodrigo se sienta en la sala de espera mientras mi anfitrión y yo pasamos con Javier a su oficina. Nada más cerrar la puerta a nuestra espalda, no aguanto más y le hago la pregunta que ha estado rondando por mi mente las últimas horas:

—¿Qué había en el ordenador de Irene?

—Pues he encontrado varias cosas —dice mientras se acomoda en su silla—. He podido acceder a su correo electrónico. La mayoría de la gente tiene la manía de guardar sus contraseñas. Es una práctica muy peligrosa porque cualquiera puede entrar en tus páginas personales desde tu ordenador, pero debo reconocer que a mí me facilita enormemente el trabajo. —Javier nos dedica una amplia sonrisa a la que yo no correspondo porque estoy demasiado atacado—. En fin, lo primero con lo que me he tropezado son una serie de correos amenazantes dirigidos a tu exmujer desde una dirección de email que es a todas luces falsa. Se nota que el individuo que la acosaba no era idiota y abrió un email nuevo sólo para poder amenazarla. Pienso investigarlo, pero no tengo muchas esperanzas de dar con él por esa vía.

—Eso ya lo sabíamos, lo ponía en el diario de Irene. ¿Qué más has encontrado? —Sé que estoy siendo muy brusco, pero no puedo evitarlo, los nervios me dominan.

—Lo segundo es un correo que estaba guardado en borradores e iba dirigido a ti. Te he imprimido una copia —dice mientras me tiende unos papeles que yo recojo con manos temblorosas—. Creo que deberías leerlo porque su contenido le da un sentido muy diferente a la desaparición de Irene. Quizá después de hacerlo quieras replantearte si de verdad necesitas mis servicios.

¿Queréis saber cómo sigue esta historia? Pues en mi página de wattpad tengo colgados más capítulos de esta novela y todos los jueves publico un capítulo nuevo. Podéis encontrar el enlace en mi perfil. Wattpad es una plataforma muy cómoda porque si os hacéis seguidores míos os saldrá una notificación cada vez que actualice.