Quince mil razones 17

Samuel es un heterosexual al que le ofrecen quince mil euros por acostarse con un hombre, pero no sabe que éste guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro.

SINOPSIS

Samuel está arruinado, lo ha perdido todo: su empresa, la casa, el coche, incluso a su mujer. Duerme en el sofá de un amigo y trabaja en un bar de mala muerte para sacar un mísero sueldo con el que apenas va tirando. Cuando Damián, un antiguo compañero de clase, aparece en su trabajo para ofrecerle quince mil euros a cambio de acostarse con él durante sus vacaciones, Samuel se encuentra ante la encrucijada de decir que sí y perder su dignidad o negarse y vivir en la miseria. Tras muchas dudas, decide aceptar, pero no sabe que Damián guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro por el mero hecho de estar junto a él.

CAPÍTULO 17

Me parece increíble y casi surrealista decirlo, pero tengo un hombre entre las piernas que me besa y se restriega contra mí como si no hubiese un mañana. Las manos de Damián se cuelan por debajo de mi polo prestado y me recorren la espalda como si de verdad esperase encontrar algo ahí. Su lengua se roza y resbala contra la mía en una húmeda y caliente danza a la que, por desgracia, ya me tiene muy acostumbrado. Después, atrapa mi labio inferior entre sus dientes, mordiéndolo levemente, y sonríe con malicia contra mi boca. Dejo escapar un lastimero gemido y le devuelvo el favor con un poco más de presión de la estrictamente necesaria. No sé por qué lo he hecho, quizá es porque se trata de la única venganza que podré cobrarme por lo que me está forzando a hacer, o puede que sólo lo esté imitando por pura inercia. Sea como fuere, a Damián parece no molestarle ni un poco mi mordisco, todo lo contrario, sus labios se vuelven más posesivos y la palma de su mano derecha se instala en mi entrepierna con esa descarada naturalidad que tanto me descoloca. No deja de parecerme desconcertante que algo que me resulta tan traumático y difícil a mí sea tan simple para él.

Sin dejar de besarme, mi anfitrión desabrocha el botón de mis vaqueros y luego baja la cremallera para meter los dedos por la abertura. No puedo evitar dar un pequeño respingo ante el repentino contacto. Sé que ya no debería sobresaltarme por sus caricias, pero de momento no puedo evitarlo. Es posible que dentro de unos días me resulte más fácil, o al menos eso espera la parte de mí que sólo piensa en las quince mil razones de peso que tengo para estar aquí. Hay otra parte, una muy ruidosa, a la que también le preocupa perder la poca dignidad que me queda, pero reconozco que estoy tratando de silenciarla con todos los medios de los que dispongo, aunque por ahora no lo he conseguido del todo. Las yemas de los dedos de Damián recorren todo mi pene flácido con una deliberada lentitud, como si tratase de memorizar cada centímetro de piel, cada vena, cada imperfección. Me parece que ha llegado el momento de evadirme de la realidad y pensar en algo que me ayude a provocar que mi cuerpo reaccione del modo que se supone que debe hacerlo. La última vez rememoré mis encuentros con Irene para empalmarme y, a pesar de que ahora el recuerdo de mi exmujer está empañado por la preocupación de cuál será su paradero, creo que hoy por hoy sigue siendo el recurso más efectivo para conseguir una erección.

Damián se separa de mi boca, me quita el polo y lo arroja al otro lado de la estancia. Y yo, por pura inercia, le correspondo sacándole su camiseta y tirándola al suelo. Mi antiguo compañero de clase sonríe con satisfacción y hace algo totalmente inesperado: me abraza con fuerza. La verdad es que no parece un abrazo sexual, sino algo más cariñoso, como si fuésemos dos amigos que se reencuentran tras mucho tiempo sin verse. Reconozco que me coge tan de sorpresa que, durante unos largos segundos, soy incapaz de hacer nada más que quedarme con los brazos caídos a mis costados. Finalmente, logro reaccionar y rodeo su cintura, tratando de imitar la misma efusividad que él me dedica a mí. Esto es tan nuevo para mí que la única forma que encuentro de adaptarme a la situación es copiar todo lo que él hace. No sé si a Damián le agradará, pero de momento me está ayudando a salir del paso.

—Me encanta sentir tu piel —susurra en mi oído—. No creo que seas consciente de lo jodidamente caliente que eres.

—No, nadie me lo había dicho antes —le confieso.

—Pues las personas con las que has estado no tenían ni puta idea porque a mí me pareces un dios del sexo. —Damián se separa de mí y se me queda mirando tan fijamente que consigue ponerme nervioso—. No sabes las ganas que tengo ahora mismo de follarte. —Su confesión despierta en mí el pánico más terrible e intenso que he experimentado en toda mi vida. La sola idea de tener una polla dentro de mi culo hace que mi corazón vaya a mil por hora y mi respiración se acelere tanto que estoy a punto de hiperventilar—. Tranquilo, Samuel. No voy a hacerlo todavía. Sé que aún no estás preparado.

—No creo que lo esté nunca —reconozco mientras trato de calmarme—. ¿No podríamos prescindir de eso?

—¡No renunciaría a penetrarte ni por todo el dinero del mundo! —Damián se ríe con ganas al ver mi cara de espanto—. Ya te he dicho que no voy a intentarlo por el momento. Sé que será más placentero para ambos si espero un poco y dejo que te vayas habituando a la situación. Pero no creo que pueda aguantar tanto si solamente me desahogo con pajas. Necesito algo más.

—Casi me da miedo preguntar pero, ¿qué quieres que haga? —Me estoy temiendo la respuesta y con sólo pensarlo ya siento nauseas.

—Inténtalo con la boca. — «¡La puta madre que me parió! ¿Por qué coño he tenido que acertar?» .

—Damián, yo… no tengo ni idea de cómo hacer eso

—Tienes más idea de la que crees. Supongo que alguna vez te habrán practicado alguna mamada, ¿no? —Asiento—. Entonces, sabes cómo te gusta que te las hagan a ti. Además, yo voy a guiarte paso a paso, ¿vale?

Vuelvo a mover la cabeza afirmativamente mientras trago saliva con cierta dificultad porque, de pronto, se me ha formado un nudo horrible en la garganta. Este podría ser el momento perfecto para salir corriendo y nunca mirar atrás. Sería tan fácil como cruzar el umbral a toda prisa, recoger la maleta con mis cosas y dirigirme a la calle. Podría enumerar una lista gigantesca de motivos por los que debo irme y otra igual de larga con razones para quedarme, pero no lo voy a hacer. Creo que ya he perdido demasiado tiempo con debates internos que no me llevan a ninguna parte, he decidido que eso se terminó. Por esta razón, cuando Damián me coge en peso para levantarme del escritorio y dejarme de nuevo en el suelo, yo rodeo su cuello con los dos brazos y me dejo mover como si fuese un muñeco sin voluntad, que me guste o no es lo que seré durante los trece días que aún debo estar con mi antiguo compañero de clase. Nada más mis pies tocan el parquet, me dejo caer de rodillas frente a mi anfitrión. Mis dedos trabajan rápido, más de lo esperado dada la situación, para desabotonarle la bragueta y bajarle el pantalón hasta los tobillos. En cuanto lo libero también de la ropa interior, una polla erecta de un tamaño nada despreciable sale disparada hacia adelante para saludarme burlona. Durante unos segundos, soy incapaz de hacer nada más que quedármela mirando como si fuese alguna clase de depredador que viene a por mí para devorarme. Soy consciente de que la comparación incluso podría tener gracia para cualquier espectador ajeno, pero lo cierto es que yo no se la encuentro por ninguna parte. Estoy tan nervioso que he empezado a temblar. Cierro los ojos y respiro hondo. Necesito calmarme.

—Tranquilo —me susurra al tiempo que me acaricia el cabello—. No tengas miedo.

—Es fácil decirlo desde ahí arriba —protesto, abriendo los ojos para mirarlo con cara de pocos amigos.

—Creo que ya sabes que estoy más que dispuesto a bajar. Me encanta tenerte dentro de la boca y más aun degustar el sabor de tu lefa.

Opto por no realizar ningún comentario ante semejante guarrada y me concentro en mi labor. Tengo que hacer algo ya, pero no sé ni por dónde empezar. Una cosa es que te practiquen una mamada y otra muy distinta es tener que hacerla tú. El que crea que estas dos cosas son lo mismo es que nunca se ha visto en mi situación. Por fin, decido que lo mejor es comenzar con algo conocido y agarro firmemente el miembro de Damián con la mano derecha para recorrer toda su envergadura de delante atrás y vuelta a empezar. Mi anfitrión suspira, satisfecho, pero sé que eso ya no es suficiente, él espera algo más de mí. ¡Mierda, joder! ¿Cómo coño me he metido en este lio? Acerco la boca a la polla de Damián, pero me quedo petrificado a escasos centímetros de ésta, incapaz de mover la cabeza para salvar la poca distancia que me separa de ese erecto y babeante trozo de carne.

—Lo siento mucho, pero creo que no voy a ser capaz de hacerlo —murmuro, abatido.

Me duele reconocerlo, pero me parece que ya puedo ir despidiéndome de los quince mil euros y de la ayuda de Damián para encontrar a Irene, y todo porque soy incapaz de meterme un jodido pene en la boca. ¡Asco de vida!

—No importa. Sigue con la mano.

A pesar de la fugaz sonrisa que me dedica, Damián parece decepcionado y no sé muy bien por qué, pero eso me hace sentir como una mierda. No es que la idea de practicar una felación me hiciese mucha gracia, pero quería ser capaz de corresponderle de alguna forma por lo bien que se está portando conmigo y por la paciencia que está teniendo.

—Quizá pueda si me ayudas un poco… —mascullo, avergonzado.

La cara de Damián se ilumina, parece satisfecho con mi petición. Lleva una mano a la base de su polla y la otra la coloca en mi nuca para impedirme retroceder. Avanza los escasos centímetros que aún nos separan y me restriega el glande por los labios cerrados, dibujando su contorno. Instintivamente, cierro los ojos mientras le dejo hacer. La sensación es extraña, nunca antes había experimentado algo así, y sinceramente no sé cómo sentirme al respecto. Lo único que puedo decir es que no es tan desagradable como esperaba, sólo raro de un modo que no podría describir ni aunque mi vida dependiese de ello.

—Saca la lengua. —Obedezco de inmediato como un autómata sin voluntad—. Muévela.

La punta de mi lengua recorre el glande lentamente, se detiene un momento en la uretra y después avanza a todo lo largo del tronco. Mi olfato y mis papilas gustativas se impregnan de ese olor y sabor a hombre tan característicos. Una mezcla de sudor, orina y algo más que no logro identificar. De momento, estoy bien, pero no me atrevo a abrir los ojos porque no sé cómo reaccionaría al ver semejante espectáculo. Deshago el camino y vuelvo al principio para estimular al frenillo. En algún momento, he optado por olvidar que era yo el que estaba haciendo esto y simplemente me he limitado a imitar lo que me han hecho a mí tantas veces. Damián parece satisfecho porque lo oigo suspirar con mis caricias. Tal vez esto no se me dé mal del todo, aunque la verdad es que no tengo muy claro que sea algo por lo que sentirse orgulloso.

—Muy bien, Samuel, lo estás haciendo genial. — «¿Gracias? »—Ahora abre la boca. Y ten cuidado con los dientes.

Inspiro profundamente y separo los labios de forma muy lenta, como tratando de postergar lo inevitable, y un largo trozo de carne se cuela y resbala entre ellos muy despacio hasta llegar a mi límite. Al principio, ni siquiera tengo que moverme porque es Damián quien bombea contra mi boca, entrando y saliendo de mí, mientras yo me quedo petrificado, tratando de contener mi pavor y las arcadas que me produce esta intromisión. Noto como dos hilillos de baba resbalan de las comisuras de mis labios y me surcan el cuello de camino al pecho. Si tuviese que calificar mi estado de ánimo en este momento sólo podría decir que me encuentro total y completamente aterrorizado, como si estuviese manipulando una bomba en lugar de una polla. Aunque lo cierto es que no siento asco como creí que pasaría, me parece que se debe a que el miedo ha inundado cada una de las neuronas de mi cerebro y no ha dejado cabida para ninguna otra emoción. Por fin, mi anfitrión deja de moverse y me permite marcar a mí el ritmo, lo que lo hace un poco más tolerable. Con el paso del tiempo, me voy acostumbrando a la situación y, con cada entrada y salida, mi labor se vuelve más fácil. Eso no quiere decir que practicar mamadas se vaya a convertir para mí en algo tan natural como respirar, pero al menos mi corazón ha dejado de latir tan rápido y la tensión de mis músculos se ha relajado un poco.

—Usa también la lengua y las manos —me recomienda Damián entre jadeos.

Tengo la impresión que mi anfitrión se ha tomado muy en serio eso de guiarme y no deja de sugerirme cosas, lo que me toca un poco las narices, pero en lugar de protestar decido hacerle caso y voy intercalando la lengua con los labios al tiempo que acuno sus testículos con una mano. Parece que esta combinación explosiva es demasiado para Damián porque de repente su polla se ha puesto aún más dura, aunque pensaba que eso era imposible, y él ha empezado a jadear de una forma escandalosa. No pasa mucho tiempo hasta que noto como un salado y caliente chorro sale disparado dentro de mi boca, cogiéndome tan desprevenido que no puedo evitar tragar un poco. ¡El muy cabrón se ha corrido dentro de mi boca y ni siquiera me ha advertido! Escupo en el suelo lo que no me he tragado y le dedico una mirada asesina.

—¡Joder, eso se avisa! —protesto.

—Perdona, Samuel. Pensé que podría aguantar un poco más, pero me has puesto tan cachondo que me ha resultado imposible —se disculpa con una sonrisilla burlona en los labios. ¡Será mamonazo!

Estoy a punto de abrir la boca para soltarle algún improperio cuando Damián se arrodilla en frente de mí y me planta un apasionado beso en los labios. Cuando nos separamos ya me he olvidado de todo lo que tenía que decirle. Este hombre sabe como descolocarme de verdad.

—Tú no te vas a quedar a medias —dice mientras me empuja para que me acueste en el suelo. Aquí vamos de nuevo.

Me gustaría decirle que no me importa en absoluto que me deje a medias, que por mí podríamos parar ahora y me quedaría tan feliz y satisfecho, pero sé que no me serviría de nada porque eso no lo detendría, así que me permanezco callado y lo dejo hacer. Me encuentro tumbado en el frío y duro parquet de su despacho. Clavo la vista en el techo para tratar de evadirme de la realidad e intento pensar en cosas calientes que hagan reaccionar a mi cuerpo, como rememorar mis encuentros con Irene. Mientras tanto, Damián se afana en abrirme la bragueta de los vaqueros y sacar mi polla todavía flácida. Noto la humedad de su lengua en mi piel y un escalofrío me recorre la espina dorsal al tiempo que un pequeño gemido se escapa de mi boca. Resulta un poco confuso admitirlo, pero debo reconocer que sus caricias me gustan. De hecho, no pasa demasiado tiempo hasta que mi pene comienza a ponerse duro dentro de la boca de Damián. La verdad es que éste no necesita las indicaciones de nadie para llevar a cabo una mamada frenética y digna de un maestro en las artes amatorias que logra hacer que me revuelva en el suelo y gima como un poseso hasta que ya no puedo más.  Yo tampoco le advierto y dejo que mi semilla salga disparada hacia lo más profundo de su garganta, pero a diferencia de mí, a Damián no parece molestarle ni un poco. Y para demostrarlo, sube hasta mi cara y me planta un beso de tornillo, haciendo que los frutos de nuestros respectivos orgasmos se mezclen en nuestras bocas. Sin duda, esto es lo más guarro y asqueroso que he hecho en toda mi vida, pero debo admitir que no me incomoda tanto como debería, y confieso que eso me asusta bastante.

—Me encanta esa expresión de satisfacción —me susurra al oído—. Podría estar comiéndotela todo el día con tal de verla.

—Ninguno de los dos aguantaría tanto tiempo. Ya tenemos una edad. —Damián se ríe con ganas, se pone de pie y luego me tiende una mano para ayudarme a levantarme, que yo acepto sin rechistar.

—No me importaría intentarlo, pero en una superficie más blanda… ¡El suelo es incomodísimo!

Podría decirle que el suelo no ha sido mi mayor problema, que estoy mucho más perturbado por el hecho de que he tenido que tragarme la polla de otro hombre y, para colmo, aún noto el sabor de su semen en la boca, que me muero por salir corriendo para ir a escupir hasta que no me quede ni una gota de saliva en la boca y a hacer doscientas gárgaras con un enjuague bucal, pero en lugar de eso me limito a asentir como un bobo mientras me adecento la ropa.

—Si no me necesitas para nada más, me gustaría seguir leyendo el diario de Irene, creo que ahí puede estar la clave para saber qué le ha pasado.

—De acuerdo. Avísame si encuentras algo importante. Te ayudaré en todo lo que pueda para encontrarla.

—Gracias, Damián.

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