Quince mil razones 15

Samuel es un heterosexual al que le ofrecen quince mil euros por acostarse con un hombre, pero no sabe que éste guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro.

SINOPSIS

Samuel está arruinado, lo ha perdido todo: su empresa, la casa, el coche, incluso a su mujer. Duerme en el sofá de un amigo y trabaja en un bar de mala muerte para sacar un mísero sueldo con el que apenas va tirando. Cuando Damián, un antiguo compañero de clase, aparece en su trabajo para ofrecerle quince mil euros a cambio de acostarse con él durante sus vacaciones, Samuel se encuentra ante la encrucijada de decir que sí y perder su dignidad o negarse y vivir en la miseria. Tras muchas dudas, decide aceptar, pero no sabe que Damián guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro por el mero hecho de estar junto a él.

CAPÍTULO 15

Si hace unos días alguien me hubiera dicho que terminaría irrumpiendo furtivamente en el piso de mi exmujer, le habría aconsejado que fuese a ver a su psiquiatra para que le ajustase la medicación, pero aquí estoy, rebuscando entre las cosas de Irene como un vulgar ladrón. Es curioso, en los dos últimos días, he hecho cosas que jamás llegué ni a pensar que haría. En este momento, me encuentro en su dormitorio, mientras los demás inspeccionan las otras habitaciones, todos a excepción de Rodrigo, quien se ha quedado junto a la puerta de la entrada con los brazos cruzados. Imagino que es su forma de dejarme claro que, aunque no le queda más remedio que acompañarme porque Damián también ha venido conmigo, no está dispuesto a ayudarme en nada más. Tampoco es que me importe demasiado porque la idea de que sus manazas hurguen entre los enseres personales de mi exmujer me repugna.

Por mi parte, he buscado a fondo para tratar de encontrar el teléfono móvil de Irene, pero no he dado con él. Imagino que se lo habrá llevado la policía. Es una lástima porque creo que podría contener alguna pista sobre su paradero. Debí cogerlo cuando tuve la oportunidad. En fin, ahora ya no tiene remedio, de nada sirve lamentarse, lo único que puedo hacer es tratar de averiguar dónde está haciendo uso de todas las herramientas que Damián ha puesto a mi disposición. Uno a uno, voy abriendo los cajones de la mesilla de noche y vaciando el contenido sobre la cama. No sé muy bien qué estoy buscando y la verdad es que lo único que encuentro son productos de belleza femeninos y ropa interior. Sigo con la cómoda y luego con el armario, pero el resultado es el mismo. Mi exmujer tiene toneladas de ropa, bolsos y zapatos, pero no hay nada que me sirva para hacerme una idea de dónde podría haber ido al marcharse de aquí o de quién fue su agresor. Estoy a punto de darme por vencido e ir al encuentro de los demás para saber si han tenido mejor suerte que yo cuando se me ocurre mirar debajo de la cama. Para mi sorpresa, me encuentro con un pequeño baúl de madera, no mucho mayor que una caja de zapatos, lo arrastro para sacarlo y descubro que está cerrado con un candado. Entonces, recuerdo que vi una llave entre las cremas y potingues varios del primer cajón que arrojé sobre el colchón y remuevo el montón de cosméticos hasta dar con ella. Después, los aparto de un manotazo para poder sentarme en el borde de la cama y pongo el cofre a mi lado. Pruebo la llave y descubro con satisfacción que abre el candado. Aunque supongo que el detective podría forzarlo al igual que hizo con las cerraduras de las puertas, debo admitir que esto nos facilita mucho las cosas.

Estoy muy intrigado por saber qué guarda Irene en este baúl cerrado con llave. En apenas unos segundos, lo que tardo en levantar la tapa, me vienen a la mente docenas de teorías, a cada cual más absurda, sobre cuál puede ser su contenido. Desde fajos de billetes a joyas antiguas. Sin embargo, lo que encuentro supone para mí una sorpresa totalmente inesperada porque el cofre está lleno de cuadernos. Nada más. Ni dinero ni bisutería cara, sólo simples y vulgares libretas como las que usan los estudiantes para tomar apuntes o hacer deberes. No sé qué esperaba encontrar, pero desde luego no era esto. Saco la primera libreta y la abro por una página cualquiera al azar. Lo que descubro me deja incluso más estupefacto de lo que ya estaba porque parece que se trata de un diario. Hay fechas y anotaciones con una letra muy cuidada que reconozco enseguida como la de mi exmujer. No sabía que Irene escribiese un diario y, desde luego, no la tenía por esa clase de personas a las que les gusta plasmar sus vivencias en un papel, pero parece que me equivocaba. La verdad es que no sé de qué me extraño, me he confundido mucho en todo lo referente a Irene. A veces, me pregunto si llegué a conocerla de verdad tan siquiera un poco o si solamente vi en ella lo que yo quería ver y no la realidad. Tampoco es que eso importe demasiado ahora, puesto que soy muy consciente de que nuestra relación ha muerto y ya sólo nos une el vínculo de tener una niña en común.

Sé que leer el diario de otra persona es algo poco ético y no puedo evitar sentirme como si la estuviese traicionando por el mero hecho de tener este cuaderno entre mis manos, pero también soy muy consciente de que sus hojas podrían contener alguna pista que me ayude a saber cuál es su paradero o al menos me dé una idea de quién la atacó. En este momento, creo que eso es más importante que respetar su intimidad. Ya le pediré perdón cuando la encuentre y pueda volver a casa con su hija. Por lo que estoy viendo, las fechas del diario que he cogido corresponden a este año, por lo que imagino que es el más reciente y que los demás cuadernos pertenecerán a años anteriores. Creo que aquí podría haber algo importante. Paso las hojas hasta llegar al final y encuentro la última anotación que corresponde a hace una semana. Parece que Irene no escribía todos los días o que, por alguna razón que desconozco, no ha podido hacerlo durante la última semana. El contenido de la última entrada me deja aún más estupefacto de lo que estaba:

«Tengo miedo. Mucho miedo. En los últimos días, vete tú a saber por qué, el acoso ha empeorado. Hoy lo vi sentado dentro de un coche aparcado al otro lado de la calle cuando volvía del supermercado. Lo miré durante un instante y él me devolvió la mirada con una sonrisa torcida en los labios. Sus ojos… ¡Dios! Sus ojos eran los de un loco demente sin nada que perder. Me asusté tanto que me costó varios intentos infructuosos meter la llave en la cerradura. Estaba convencida de que, en cualquier momento, bajaría del automóvil, cruzaría la carretera y vendría a por mí. Pero no lo hizo, se limitó a quedarse allí sentado, amenazándome con esos ojos carentes de emociones humanas. Por fin, conseguí abrir la puerta y entré en mi edificio a toda prisa. Le eché un último vistazo mientras cerraba y comprobé que seguía en el mismo lugar, aún con la vista clavada en mí.

No respiré tranquila hasta que estuve en el interior de mi piso con el cerrojo puesto. Y, una vez dentro, me eché a llorar a moco tendido. No sé por qué, no es propio de mí, yo no sollozo así como así, pero creo que todos los nervios acumulados durante estas últimas semanas me han pasado factura y al final he terminado por explotar. Por suerte, Laura aún estaba dormida y no me vio. Lo que más me preocupa de todo esto es que mi hija se vea involucrada en mis problemas. Todavía es demasiado pequeña para comprender que los errores de los adultos a menudo nos pasan factura de las formas más terribles e insospechadas. Y yo he cometido muchos errores, demasiados, y ahora estoy empezando a pagarlos todos. A veces pienso que las cosas me habrían ido mejor si me hubiese quedado con Samuel. Quizá no tuviese dinero, pero gozaría de cierta tranquilidad de la que ahora carezco. Ese hombre bebía los vientos por mí, hacía todo lo que yo le pedía y como una idiota lo dejé escapar. Aunque, sin duda, mi mayor metedura de pata ha sido volver con Rafael. Pensaba que gozar de la posición acomodada de ser la pareja de un rico empresario traería estabilidad a mi caótica vida, pero no me ha acarreado más que quebraderos de cabeza.

Creo que debería buscar ayuda, no sé, tal vez llamar a la policía o hablar con alguien para que nos proteja a mi hija y a mí, porque está situación no puede seguir así durante mucho más tiempo o me voy a volver completamente loca. No dejo de pensar que cualquier día ese acoso podría ir a más y él pasará de seguirme a agredirme físicamente. No es sólo por mí, también tengo que pensar en la niña. Si le pasara algo a ella por yo no hacer nada, no podría perdonármelo nunca. Laura es la única relación real y sincera que he tenido en toda mi vida, es la razón de mi existencia y no quiero ni pensar qué sería de mí sin esa pequeña. Estoy pensando que voy a…».

El diario de Irene acaba ahí. Parece como si algo o alguien la hubiese interrumpido antes de poder terminar de escribir la frase que tenía entre manos. No sé qué o quién pudo ser, pero sí que he sacado algo en claro de este fragmento del diario de mi exmujer que acabo de leer: un hombre la acosaba desde hacía tiempo y, a juzgar por las reflexiones de Irene sobre sus errores, creo que se trataba de Rafael Cortegoso, el empresario responsable de la quiebra de mi empresa. Supongo que tiene bastante sentido, ya había conseguido vengarse de mí por quitarle a Irene y el siguiente paso fue ir a por ella. Necesitaré leer todo el diario con más calma, pero al menos ya contamos con una pista de la que partir, que es más de lo que teníamos antes de venir. ¡Y menos mal! Porque empezaba a creer que esto iba a ser un total pérdida de tiempo.

Guardo el cuaderno dentro del cofre y, acto seguido, vuelvo a colocar todos los trastos que arrojé sobre la cama en sus respectivos cajones, o al menos lo intento porque es difícil recordar dónde iba cada cosa. De todas formas, estoy seguro de que cuando Irene vuelva a casa notará que alguien ha rebuscado entre sus objetos personales, pero va a tener que comprender que lo hice porque estaba preocupado por ella y no porque me produjese ningún tipo de placer especial el hurgar entre sus enseres. Lo que realmente me inquieta es que sea la policía quien se dé cuenta, ya que podría meterme en un lío muy gordo. Llevo los guantes que me dio Damián cuando entramos en el piso, así que no he dejado huellas, pero aún así podría haber olvidado algo que me delatase. Y tengo la sensación de que a ese inspector de policía que vino a investigar la desaparición de mi exmujer no le caigo demasiado bien. Estoy guardando los últimos bártulos cuando Damián entra en el dormitorio visiblemente acelerado.

—Tenemos que irnos —me dice—. Rodrigo ha oído ruidos en el descansillo. Pensamos que puede ser algún vecino que ha venido a cotillear y sólo es cuestión de tiempo que éste llame a la policía.

—De acuerdo.

Cojo el cofre debajo del brazo y lo sigo hasta el recibidor, donde ya nos esperan el guardaespaldas y el detective privado.

—¿Habéis encontrado algo? —les pregunto una vez hemos abandonado el edificio.

—Solamente algunas cartas personales, facturas de teléfono, álbumes de fotos y un ordenador portátil viejo. Me lo llevo todo para revisarlo con más calma en mi despacho —responde Javier—. ¿Y tú? ¿Qué es eso? —Señala al baúl que llevo debajo del brazo.

—Son diarios. Apenas he podido leer un pequeño fragmento de uno de ellos, pero he descubierto que alguien acosaba a Irene y creo saber quién es: Rafael Cortegoso.

—Pues ya tenemos por dónde empezar… ¡Bien hecho! —exclama el detective con una amplia sonrisa en los labios—. Dámelos, los inspeccionaré junto con las otras cosas.

Le dedico una mirada de duda. La idea de que un completo desconocido hurgue entre los pensamientos más íntimos de Irene me parece inconcebible y no creo que ella me lo perdonase nunca. Soy muy consciente de que necesitamos la ayuda de este hombre para encontrar a mi exmujer, pero no puedo darle los diarios porque la información que contienen es demasiado personal. Ni siquiera debería leerlos yo, pero al menos en mi caso existe un vínculo que no une, o nos unía. No, no puedo dárselos, no estaría bien.

—Voy a quedármelos —le comunico—. Si encuentro algo más que sea de utilidad para la investigación te lo diré enseguida.

—Necesito tener toda la información para hacer bien mi trabajo —protesta, molesto.

—Lo siento, pero no creo que nadie más que yo deba leer esto.

—¡Yo no hago las cosas así!

—No te preocupes, Javier.  Samuel se ocupará de los diarios y tú puedes revisar las demás cosas —interviene Damián—. Te avisaremos si hallamos alguna información relevante.

—Está bien, pero quiero que quede claro que así solamente estáis entorpeciendo mi investigación. Esto es tremendamente inusual.

—Serás muy bien recompensado por tu trabajo, tienes mi palabra.

El detective privado parece satisfecho con la promesa de mi antiguo compañero de clase y no vuelve a insistir en el tema de que le entregue el cofre. Casi había olvidado lo solícita que se vuelve la gente cuando tienes dinero. Solamente hay que ver lo que Damián ha hecho conmigo para darse cuenta. Javier se despide de nosotros y sube a su coche. Nosotros volvemos al nuestro y ponemos rumbo al ático de Damián. No he escuchado sirenas, así que supongo que al final ningún vecino llamó a la policía. Aún no ha amanecido y la calle está desierta, a excepción de algún que otro conductor trasnochador con el que nos vamos cruzando en nuestro camino de vuelta. Al final, el cansancio me vence y echo una cabezada en el asiento de atrás. Damián me deja dormir hasta que llegamos a su piso.

—Descansa. Creo que lo necesitas y yo también —me dice ya en la puerta de mi dormitorio.

—Gracias por lo que estás haciendo por mí. Quiero que sepas que nunca lo olvidaré.

Damián me toma de la cintura y me besa. Yo le rodeo el cuello con los brazos y le correspondo con la misma efusividad que él me dedica a mí. Hace un par de días la idea de besar a un hombre me resultaba absurda, ahora creo que ya me estoy acostumbrando. Me pregunto si también lograré habituarme a otro tipo de contactos más íntimos. Supongo que eso me facilitaría mucho el trabajo, pero la idea me da un poco de miedo porque temo olvidar quien soy y convertirme en una persona completamente diferente. Me asusta que el dinero me corrompa.

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