Quince mil razones 11

Samuel es un heterosexual al que le ofrecen quince mil euros por acostarse con un hombre, pero no sabe que éste guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro.

SINOPSIS

Samuel está arruinado, lo ha perdido todo: su empresa, la casa, el coche, incluso a su mujer. Duerme en el sofá de un amigo y trabaja en un bar de mala muerte para sacar un mísero sueldo con el que apenas va tirando. Cuando Damián, un antiguo compañero de clase, aparece en su trabajo para ofrecerle quince mil euros a cambio de acostarse con él durante sus vacaciones, Samuel se encuentra ante la encrucijada de decir que sí y perder su dignidad o negarse y vivir en la miseria. Tras muchas dudas, decide aceptar, pero no sabe que Damián guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro por el mero hecho de estar junto a él.

CAPÍTULO 11

La noticia que me dio Damián me ha dejado petrificado. De no haber sido por el impago de esa obra podría haber capeado el temporal, seguramente habría resistido hasta que llegasen tiempos mejores, pero construir ese edificio sin cobrar acabó de arruinarme. Y ahora sé que fue Rafael Cortegoso quien lo planeó todo para llevarme a la quiebra, todavía no sé con qué propósito, pero sospecho que lo hizo para recuperar a Irene. Decir que estoy furioso con él es quedarse muy corto. Nunca he sido una persona violenta, pero en este preciso momento, lo mataría con mis propias manos si lo tuviese delante. Incluso puedo visualizarme a mí mismo estrangulándolo, comprimiendo su cuello hasta que no quede ni una pizca de oxigeno en sus pulmones. Si esta mañana lo odiaba un poco al saber que había vuelto con mi exmujer, ahora se ha convertido en mi peor enemigo. Y por una vez en mi vida, la escurridiza suerte me sonríe porque tengo la posibilidad de vengarme al alcance de mi mano. Sólo necesito decir “sí” y Damián dará la orden a quien corresponda para dejarlo “muy jodido”, según sus propias palabras. Todo mi cuerpo me grita al unísono que acceda, que le dé su merecido, pero mi conciencia no deja de preguntarme qué implicaría aceptar esa proposición. No puedo evitar cuestionarme si no estaría vendiendo mi alma al Diablo al permitir que un hombre como Damián, cuya ocupación es tan sospechosa y dudosa, lleve a cabo una vendetta en mi nombre. También me preocupa que todo esto salpique de alguna forma a Irene porque, a pesar de la forma en la que terminaron las cosas entre nosotros, no quiero hacerle daño por nada del mundo. Se trata de la madre de mi hija y, por muy ridículo que me sienta al confesarlo, también es la mujer de mi vida. Me parece imposible que llegue a querer tanto a nadie como la amo a ella.

—Si decido acceder a tu proposición, ¿qué le pasaría exactamente? —pregunto con mucha cautela.

—Eso depende —dice Damián con una gran sonrisa—. Alguien podría atracarlo y dejarlo malherido en un callejón. Aunque yo me inclino más por la opción de que lo estafen y se quede sin blanca. Sería un castigo más apropiado por lo que él te hizo a ti. Cualquiera puede recobrarse de una paliza, pero perder todo tu dinero dificulta mucho la recuperación. — «¡Que me lo digan a mí!» .

—¿Y tú puedes hacer eso? —Este hombre me da un miedo terrible. Me habla de dar tundas y de timar a la gente con la misma naturalidad con la que se charla del clima. Una vez más, ¿dónde coño me he metido?

—Necesitaré un poco de tiempo para planearlo, pero sí, puedo llevarlo a cabo si tú quieres.

—¿Has hecho esto antes?

—Créeme, lo mejor es que no te diga nada. Cuanto menos te cuente sobre mis actividades, más seguro estarás. —¡Ahora sí que me ha dejado flipado!—. Es suficiente con que sepas que, si tú me lo pides, tengo todos los medios necesarios para hundir a Rafael Cortegoso, y además estaré encantado de hacerlo por ti.

—Hay algo más: mi exmujer está saliendo con él, no quiero que nada de esto la salpique a ella o a mi hija.

—Tienes mi palabra de que no les pasará nada a ellas. —No sé cuánto vale realmente su palabra, pero a pesar de todo, asiento—. Entonces, ¿eso quiere decir que aceptas mi oferta?

—Sí. —¡Espero que Dios me perdone porque acabo de venderle mi alma al  Diablo!

—De acuerdo. Te mantendré informado de todo lo que haga. —Vuelvo a mover la cabeza afirmativamente y Damián, que aún tiene el brazo sobre mis hombros, tira de mí hacia él para pegarme más a su cuerpo—. No sabía que tu exmujer había vuelto con él.

—Ni yo. Me enteré esta mañana —respondo con tristeza—. Irene es de esa clase de mujeres que se enamoran del grosor de la cartera y de la cantidad de ceros que tengas en la cuenta corriente. Ha sido de esa forma desde que la conozco, así que la noticia no debería haberme sorprendido tanto, pero reconozco que me ha dejado un poco…

—Hecho polvo.

—Sí, esa es la expresión: hecho polvo. —Damián gira la cabeza para mirarme, pero yo me mantengo con la vista clavada en el horizonte—. Todos me dicen que divorciarme de ella fue lo mejor que me pudo pasar.

—¿Y tú qué piensas?

—Creo que tienen razón, pero…

—A pesar de todo, sigues enamorado de tu exmujer, ¿verdad?

—No puedo evitarlo. Todavía me acuerdo de los años buenos que pasamos juntos. Antes de que me arruinase, éramos muy felices, al menos yo lo era. —No sé por qué demonios le estoy contando esto a él. Quizá es porque, después de saber que Irene ha vuelto con Rafael, necesito decírselo a alguien y Damián parece ser el único que aún está dispuesto a escuchar sin juzgarme, puesto que Tino no puede ni oír hablar de ella sin criticarla al instante, y debo confesar que me molesta mucho—. Sé que soy un idiota por querer a una mujer como esa, pero…

—No eres ningún idiota —me interrumpe—. El ser humano es  así, lo llevamos escrito en el ADN: a menudo nos enamoramos de quien menos nos conviene, queremos lo que no podemos tener e ignoramos lo que está a nuestro alcance. A veces, damos muchas vueltas en la vida buscando la felicidad sólo para darnos cuenta de que estaba al principio del camino y la pasamos por alto.

—Tienes razón. Tuve una novia antes de Irene: Rebeca, ella estuvo conmigo desde que no era más que un don nadie con sueños de grandeza, me quería por lo que era, no por lo que tenía. Y no puedo evitar preguntarme cómo habría sido mi vida si me hubiese quedado con ella, en lugar de dejarme deslumbrar por la belleza de Irene. Supongo que ya nunca lo sabré.

—En mi opinión, no tiene mucho sentido darle vueltas a lo que pudo ser y no fue. Creo que la mejor actitud es mirar hacia delante y concentrarte en planear cómo quieres que sea tu vida a partir de ahora.

—No tengo muchos planes de futuro más allá de estos quince días contigo. Llevo dos años sobreviviendo en lugar de vivir y tú eres lo más parecido a un idilio que he tenido en este tiempo.

—¡Vaya, no sé si sentirme halagado o apenarme por ti! Debo ser la persona menos indicada del planeta para tener un idilio conmigo de ninguna clase. Pero no te voy a negar que me encanta tenerte aquí, aunque tú no sientas lo mismo.

—¿Por qué crees que no eres el indicado? ¿Por ese trabajo del que no quieres hablarme por mi propio bien?

—Entre otras cosas.

—Pero has debido de tener a alguien especial en todos estos años, ¿no?

—Sí, hubo un par de personas.

—¿Y qué pasó? —Damián se ríe—. Bueno, si no quieres no me lo digas.

—Si de verdad te interesa, no tengo ningún problema en contártelo. La primera era una mujer y, aunque la quería mucho, no la deseaba de la forma en la que se supone que debes desear a alguien que amas de verdad. ¿Recuerdas que te dije que hubo una época de mi vida en la que me acostaba con mujeres porque no terminaba de aceptar mi orientación sexual? —Asiento—. Pues la conocí en esa maldita época. Era una chica maravillosa: guapa, lista y simpática. Estuvimos casi tres años juntos y, por un tiempo, pensé que podríamos formar una familia juntos. Incluso llegué a pedirle matrimonio, pero mi cuerpo y mi mente se rebelaron: empecé a tener insomnio y ataques de ansiedad cada vez más frecuentes que no cesaron hasta que rompí con ella. Ese día comprendí que nunca podría cambiar lo que era y que no sería feliz hasta que me aceptase.

—Creo que cortar con esa chica fue lo más valiente que pudiste hacer. —Me sorprendo a mí mismo sintiendo cierta simpatía por Damián, pero es que tomar esa decisión no pudo ser nada sencillo para él—. Lo más fácil hubiera sido seguir adelante con la boda y vivir una vida de mentiras, en lugar de enfrentarte a la verdad.

—Te sorprendería saber la cantidad de gente que he conocido que hicieron eso, pero te aseguro que tampoco es un camino fácil: engañan constantemente a sus mujeres con hombres anónimos que conocen en los lugares más lúgubres que te puedas imaginar, mienten sin parar, se sienten vacios y solos… No, no puede ser agradable una existencia así.

—Supongo que tienes razón —murmuro, pensativo—. ¿Y la otra persona? Dijiste que hubo dos.

—Sí, Ángel, a él lo conocí poco después de que falleciesen mis padres, cuando ya tenía muy asumido lo que era. Estuvimos muchos años juntos y puedo afirmar sin lugar a dudas que fue la época más feliz de mi vida.

—¿Y qué pasó?

—Murió de cáncer el año pasado. Todavía estoy tratando de hacerme a la idea de que no voy a volver a verlo nunca más. —No lo ha superado, es evidente con sólo mirarlo.

—Oh, lo siento.

—Sí, mis seres queridos tienden a irse demasiado pronto. Creo que es una especie de maldición familiar. —Por primera vez veo un destello de tristeza en el rostro siempre sonriente de Damián—. En fin, no hablemos más de cosas deprimentes, hemos venido aquí para disfrutar del mar y el buen tiempo, no para lamernos las heridas el uno al otro.

—¿Sabes? Creo que, cuando estés preparado, encontrarás al hombre adecuado para ti: aún eres joven, tienes dinero y no careces de cierto atractivo.

—¿Me estás piropeando? —pregunta entre carcajadas. Empieza a irritarme otra vez.

—Solamente digo que cuentas con todo lo necesario para atraer a otra persona sin tener que pagarle por estar contigo… y rehacer tu vida —«A pesar de ese misterioso trabajo del que no quieres hablar y que te permite proyectar venganzas como quien planea una fiesta de cumpleaños».

—Lo había entendido. El problema es que ahora me apetece besarte —me susurra, agarrándome por la nuca para acercar mi cara a la suya.

Sus labios se posan en los míos y una lengua intrusa pugna por abrirse paso en mi boca. Cierro los ojos y le permito la entrada a regañadientes. No quiero hacerlo, pero no opongo ninguna resistencia. En lugar de eso, dejo que mi propia lengua se deslice y restriegue contra la de Damián. Esta parte me resulta relativamente fácil. Mi antiguo compañero de clase besa bien y su aliento es agradable. Sin embargo, él no me paga por besarnos, quiere algo más a cambio, y eso es lo que me da pánico. La primera vez se conformó con una paja, pero temo que llegará un momento en que eso no le baste y querrá algo más, y sinceramente no sé si seré capaz de dárselo. Tengo miedo, mucho miedo.

—¡Dios, qué ganas tengo de follarte! —exclama contra mi boca. Supongo que no hace falta decir que eso no me tranquiliza demasiado.

—Delante de él no, por favor —suplico, refiriéndome al idiota del chófer que sigue en la proa del barco.

—¡Ya lo sé! ¿Por qué clase de pervertido me has tomado? —repone, burlón—. Vamos dentro.

Damián se pone de pie y me tiende una mano para ayudarme a levantarme que yo acepto sin demasiadas ganas. Sin soltarme la mano, me conduce al interior de una estancia equipada con una pequeña cocina y un saloncito. Tras cruzar una segunda puerta, encontramos el dormitorio con una cama espaciosa, un par de mesillas y un armario. La verdad es que si no hubiese estado en la cubierta del barco, podría confundirlo con un apartamento normal. Mi antiguo compañero de clase cierra la puerta, me abraza con firmeza por la espalda y me besa en el cuello. Yo inclino la cabeza hacia el otro lado y lo dejo hacer, resignado. Puedo sentir como su miembro se va endureciendo contra mi culo y un escalofrío me recorre toda la espina dorsal. No puedo creer que hace un momento sintiese pena, incluso simpatía, por él. Porque ahora mismo, lo único que estoy experimentando son unas ganas irrefrenables de darle un codazo en las costillas para apartarlo de mí. Pero me contengo y permito que una de sus manos se cuele por dentro de la goma de mi bañador para acunar mi pene, mientras la otra sube y me pellizca un pezón. Dejo escapar un lastimero gemido por la incomodidad que me produce el roce, pero él parece confundirlo con un jadeo de placer porque intensifica sus caricias.

—¡Joder, Samuel, no creo que sepas lo tremendamente cachondo que me pones! —me susurra al oído—. Daría todo lo que tengo sólo por poder tener tu polla erecta en la mano o, mejor aún, dentro de mi boca… ¡Te chuparía hasta dejarte seco!

—No estoy seguro de que sea capaz de empalmarme —le confieso—. Lo siento, pero no puedo controlar las reacciones de mi cuerpo…

—Déjame probar una cosa —dice, alejándose de mí para rebuscar en el armario del camarote. Al poco rato, vuelve con lo que parece ser una pañoleta.

—¿Qué pretendes hacer con eso? —pregunto, extrañado y un poco asustado.

No me fio ni un pelo de este hombre, es capaz de querer atarme a la cama o algo así. Pero si cree que yo me voy a dejar es que no me conoce ni un poco. No permitiría que nadie me inmovilizara ni por todo el dinero del mundo. Soy demasiado controlador para eso.

—Es para vendarte los ojos. Confía en mí —dice, avanzando hacia mí con ese trozo de tela en la mano. ¿Confiar en él? No podría aunque quisiera, y no quiero. Tengo todos los motivos del mundo para desconfiar de un hombre como Damián, quien está rodeado de misterios e intrigas por todas partes.

—¿Me queda otra opción? —repongo con sarcasmo.

—Sí, esta es de esa clase de cosas que sí son negociables, puedes negarte, pero te suplico que no lo hagas. Sólo quiero comprobar si hay alguna forma de darte placer…

—¿Privándome de la visión?

—Exactamente.

—De acuerdo. —¿Pero qué digo? Podía negarme, ¿por qué coño he aceptado? ¿Me estaré volviendo loco?

Pensándolo fríamente, supongo que se debe a que al darme la oportunidad de elegir ha creado en mí la ilusión de que en realidad tengo poder de decisión sobre lo que me pasa, aunque sea mentira, y eso ha provocado que me fie un poco más de él. Total, ¿qué es lo peor que me puede pasar? ¿Que no le vea la cara mientras me jode? Eso más bien sería una bendición.

—Sácate el bañador y ponte en la cama.

Yo obedezco y Damián se sienta sobre mí a horcajadas para taparme los ojos con la dichosa pañoleta. Después, me empuja hasta que mi espalda toca el colchón y mi cabeza la almohada. Roza mis labios con los suyos un instante y luego su lengua se desliza hacia el lóbulo de mi oreja derecha, dejando un camino de saliva a su paso. Mientras tanto, hago un intento desesperado por relajarme y aliviar la tensión de mis músculos. Tengo que pensar en otra cosa o, de lo contrario, esto va a ser muy desagradable para mí. Mi mente vuela hacia el recuerdo de Irene, pienso en su cuerpo escultural desnudo, en lo mucho que me gustaban sus pechos y en todo el tiempo que podía pasarme jugando con sus pezones... ¡Dios, eso la volvía loca! Me concentro en recordar cómo era su tacto, su sabor cuando los tenía en la boca… La lengua de Damián desciende lentamente por mi cuello y llega a mi torso. Y mi cerebro evoca una imagen de Irene abierta de piernas, esperando impaciente a que mi cara se perdiese entre sus muslos, removiéndose excitada al dar el primer lametón en los pliegues de su coño. Noto como los labios de mi antiguo compañero de clase se cierran en torno a uno de mis pezones, succionándolo y lamiéndolo con suavidad, pero en mi cabeza es la boca de mi exmujer la que me está dando placer y jadeo con descaro. Eso parece animar a Damián, quien se entretiene unos segundos en mi otro pezón antes de descender lentamente por mi abdomen hacia la entrepierna.

Una mano rodea mi polla, que para mi sorpresa está ya un poco dura, para subir y bajar a lo largo de toda su envergadura. Vuelvo a gemir y la mano es sustituida por la calidez y humedad de una boca. Puedo sentir la punta de una lengua recorriendo mi glande, concentrándose en la uretra y el frenillo. Veo la mirada de viciosa que me dedicaba Irene mientras me la chupaba y eso me pone como una moto. Mis dedos se enredan con avidez en el cabello del hombre que me está dando placer. La sensación es diferente porque tiene el pelo corto y mi exmujer llevaba melena, pero decido omitir ese detalle y me concentro en marcarle el ritmo. A Damián no parece molestarle porque no protesta y sigue mis indicaciones con ciega devoción. Me avergüenza reconocer que no tardo demasiado en correrme, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien me hizo una mamada. Suspiro de placer y arqueo la espalda mientras descargo la semilla de mi orgasmo en la boca de Damián.

Mi antiguo compañero de clase escupe el semen en el suelo del camarote y luego me agarra de los hombros y tira de mí para que me siente en la cama. Me saca la pañoleta y mis ojos tardan un poco en acostumbrarse a la luz. Cuando por fin puedo ver con claridad, compruebo que una enorme sonrisa de satisfacción ilumina su cara mientras un sospechoso hilillo blanco se escurre por la comisura de sus labios y, antes de que pueda hacer nada para evitarlo, me planta un beso de tornillo. A todas las mujeres con las que he estado les daba asco que me corriese en sus bocas, así que esta es la primera vez que pruebo el sabor de mi propio esperma, y no estoy muy seguro de si me gusta o no. Lo único que tengo claro es que el truco de Damián ha dado resultado y acaba de conseguir que me corra, aunque con un poco de ayuda del recuerdo de mi exmujer. Es raro comprobar que la tensión de mi cuerpo ha desaparecido y, en su lugar, solamente ha quedado una profunda sensación de sorpresa e incredulidad. Sin perder la sonrisa, Damián me toma de la mano y la lleva hacia su entrepierna. Sé lo que quiere y voy a dárselo. Acaricio ese duro y caliente trozo de carne hasta que logro que también él llegue al orgasmo. Estoy empezando a pensar que esto podría volverse más fácil con el tiempo y la práctica.

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