Quince mil razones 10

Samuel es un heterosexual al que le ofrecen quince mil euros por acostarse con un hombre, pero no sabe que éste guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro.

SINOPSIS

Samuel está arruinado, lo ha perdido todo: su empresa, la casa, el coche, incluso a su mujer. Duerme en el sofá de un amigo y trabaja en un bar de mala muerte para sacar un mísero sueldo con el que apenas va tirando. Cuando Damián, un antiguo compañero de clase, aparece en su trabajo para ofrecerle quince mil euros a cambio de acostarse con él durante sus vacaciones, Samuel se encuentra ante la encrucijada de decir que sí y perder su dignidad o negarse y vivir en la miseria. Tras muchas dudas, decide aceptar, pero no sabe que Damián guarda un oscuro secreto que podría ponerlo en peligro por el mero hecho de estar junto a él.

CAPÍTULO 10

Estoy muy enfadado con Damián. No entiendo por qué cojones era necesario para su protección que le hablase de nuestro acuerdo al cretino de su guardaespaldas. A mí me parece algo irrelevante. Odio la idea de que la gente sepa lo que estoy haciendo. Me hace sentir como una mierda sin más valor que el precio por el que me he vendido. Tampoco me ha gustado nada la forma en la que Damián me habló antes, como si él fuese mi dueño y controlase todos los aspectos de mi vida, incluso lo que debo vestir. Y a pesar de todo, le he obedecido y me he puesto el bañador, como él me ordenó, en lugar de mandarlo a la mierda e irme, que es lo que realmente me gustaría hacer. Pero estoy con el agua al cuello y, por desgracia, sé que ya no puedo dar marcha atrás. Me guste o no, ahora soy una de las muchas posesiones de mi antiguo compañero de clase, al menos durante los catorce días que aún debo estar aquí. Después, me largaré y no miraré atrás. No veo el momento de que llegue la hora de irme. Creo que nunca había deseado nada tanto en mi vida como perder de vista a Damián.

De hecho, ya hace un buen rato que me cambié, pero estoy haciendo tiempo porque no me apetece nada volver con él. Aunque supongo que ya no puedo posponerlo mucho más; seguro que ya se está impacientando y, en cualquier momento, vendrá a buscarme más enfadado que antes por hacerle esperar. Estoy a punto de salir por la puerta cuando oigo la melodía de llamada de mi móvil. Tardo un buen rato en encontrarlo porque no recuerdo dónde lo puse. Al final, lo localizo en uno de los bolsillos de la bolsa de viaje en la que he traído mi ropa. Lo metí ahí cuando hice el equipaje y, con todo lo que ha pasado, ya ni siquiera me acordaba de él. De todas formas, no esperaba la llamada de nadie. Muchas de mis amistades desaparecieron al mismo tiempo que lo hizo mi dinero, los demás tienen sus propios problemas y ya no se acuerdan de este viejo fracasado en el que me he convertido. Solamente hay una persona a la que le sigo importando: Tino, mi mejor amigo desde la infancia. Y como no podía ser de otra forma, es él quien me telefonea. Dudo unos instantes de si contestar, no sé qué excusa ponerle para haberme ido de su casa de una forma tan repentina y, desde luego, no hace ni falta decir que lo último que haría sería contarle la verdad. Cuanto menos gente lo sepa, mejor. Ya bastante humillado me siento. Al final, me armo de valor y respondo porque no quiero preocuparlo.

—¿Dónde coño te habías metido? ¡Ayer te llamé una treintena de veces! —me espeta a modo de saludo sin darme tiempo a decir nada.

—Perdona, no tenía el teléfono conmigo.

—Estamos muy preocupados por ti. Cristina me contó que cogiste tus cosas y te largaste sin decir a dónde ibas. —Cristina es su mujer y, para ser sincero, no parecía muy afectada por mi marcha. No me extrañaría que hubiese montado una fiesta por todo lo alto para celebrar que ya no tenía que compartir su sala de estar conmigo—. Luego, fui al Buho Azul para hablar contigo y me enteré que habías dejado el trabajo de un día para otro. ¿Qué te ha pasado? ¿Tienes algún problema?

—No, nada de eso. — «Me he vendido por quince mil euros» —. He encontrado un trabajo mejor, haciendo de chófer para un ricachón, pero está fuera de la ciudad y, por eso, he tenido que mudarme. No te dije nada porque fue una cosa muy repentina. —Espero haber sonado creíble.

—Ah, bueno, me alegro de que hayas encontrado otra cosa. La verdad es que el curro del bar era una mierda.

—Por eso he cambiado. Trabajo menos horas y cobro casi el doble. — «Y me paso el día en mansiones, restaurantes caros y yates a cambio de hacerle pajas al idiota del que solíamos reírnos en el instituto. Al menos, de momento, porque tiene toda la intención de encularme» .

—Ayer vimos a Irene por la calle —me dice de un modo que suena de cualquier forma menos casual—. Iba con el ricachón que salía con ella antes de que vosotros dos os liarais.

—¿Rafael Cortegoso? —Supongo que la noticia no debería sorprenderme, pero lo cierto es que me sienta como un verdadero jarro de agua fría. No es nada agradable saber que la mujer que amas ya te ha olvidado y ha rehecho su vida con otro hombre.

—Sí, Rafael Cortegoso. ¡De menuda te has librado! ¡Esa tía es asquerosa! Anda que no hace falta tener estómago ni nada para follarse a ese viejo por pasta… — «¡Si tú supieses lo que estoy haciendo yo!» .

—No te pases, Tino. Estás hablando de la madre de mi hija —murmuro sin poder disimular mi tristeza.

—A ti lo que te pasa es que sigues enchochado por tu exmujer y eres incapaz de ver lo zorra y manipuladora que es. Hasta que no te des cuenta de que estás mucho mejor sin ella, no podrás volver a ser feliz. Lo siento mucho si te parezco demasiado duro, pero en el fondo sabes que tengo razón: Irene es una buscavidas a la que no le importa nadie más que ella misma, y para mantener su alto tren de vida es capaz de tirarse a vejestorios ricachones como Rafael Cortegoso.

—No puedo discutir contigo, Tino. —Porque, a pesar de lo mucho que la quiero, yo pienso lo mismo de ella—. Escucha, tengo que dejarte, debo ir a trabajar. Hablamos otro día.

—De acuerdo, cuídate.

Estoy dejando el teléfono sobre la mesilla de noche cuando Damián entra en mi habitación sin llamar. ¡Odio que haga eso! Soy muy consciente de que esta es su casa, pero creo que al menos podría tener el detalle y la educación de darme un poco de intimidad en mi cuarto. Le dedico una mirada de desagrado y estoy a punto de abrir la boca para protestar cuando la expresión de furia de su rostro me deja completamente paralizado. Mi antiguo compañero de clase avanza hacia mí en silencio y yo retrocedo un par de pasos de forma instintiva hasta que mi espalda choca contra la pared. Damián me agarra por las muñecas de manera brusca y las eleva por encima de mi cabeza. Luego, pega su cuerpo al mío, atrapándome entre él y la pared, y acerca su cara a escasos centímetros de la mía. Me siento acorralado y mi instinto me grita que lo aleje de un empujón y salga corriendo para nunca mirar atrás, pero estoy totalmente paralizado. Su ataque me ha cogido tan de sorpresa que soy incapaz de reaccionar.

—Vamos a dejar un par de cosas claras —murmura contra mis labios—. Estás aquí por tu propia voluntad, yo no te obligué a venir, pero si quieres quedarte vas a tener que cambiar de actitud, o de lo contrario las cosas se volverán muy desagradables para ti, ¿me he explicado con suficiente claridad?

—Sí —mascullo, estupefacto y un poco asustado.

—Bien, así me gusta —responde, satisfecho, y me besa con cierta rudeza antes de soltarme por fin—. Entonces, nos vamos.

Damián echa a andar hacia la puerta y yo lo sigo. ¡No puedo creer lo que acaba de suceder! Estoy furioso con él por lo que me ha hecho, pero aun lo estoy más conmigo mismo por consentírselo. Tendría que haberle partido la cara por tratarme de una forma tan humillante, pero en lugar de eso me he comportado como un niño atemorizado al que maltrata cualquier abusón de patio de colegio. ¿Qué me está pasando? ¿Qué clase de poder maligno tiene este hombre sobre mí? No me puedo creer que el adolescente retraído del que me burlaba en el instituto sea el mismo tipo que acaba de someterme con una facilidad pasmosa. A veces, no puedo evitar preguntarme si todo esto no será más que una retorcida y elaborada venganza por las cosas que le hice en el pasado. Desde luego, eso explicaría lo que ha pasado en esta habitación hace tan solo un momento.

Quizá debería irme ahora, mientras aún estoy a tiempo de conservar algo de dignidad, y olvidarme del dinero. Supongo que, si se lo pido, Tino me volvería a prestar su sofá para dormir, aunque no creo que a su mujer le hiciese mucha gracia, y podría encontrar otro trabajo similar al que tenía. Solamente tengo que abrir la boca y pedirle a Damián que me lleve de regreso a la ciudad, es muy fácil, y sin embargo soy incapaz de decirle nada porque sé que ya he ido demasiado lejos para dar marcha atrás. Hay muchos motivos para marcharme, pero aunque me avergüence reconocerlo, pesan más las quince mil razones que tengo para quedarme.

Acompaño a Damián hasta el coche, donde ya nos espera el imbécil de su chófer, quien me dedica una mirada burlona sin cortarse ni un pelo. Me pregunto si su jefe no se da cuenta o es que simplemente no le importa. Supongo que no debe interesarle demasiado si su servicio me respeta o no, mientras él pueda utilizar mi cuerpo como mejor le apetezca. El viaje en coche es tan incómodo como lo fueron los anteriores y vuelvo a sorprender a Rodrigo espiándome a través del espejo retrovisor. La verdad es que no entiendo qué coño le resulta tan fascinante de mí para observarme tanto. Por suerte, no dura demasiado porque el puerto está cerca de la casa de Damián.

Cuando por fin llegamos y subimos a bordo de su yate, me viene a la cabeza la idea de que Damián y yo tenemos un concepto muy diferente de lo que significa la palabra “pequeño”, porque eso es cualquier cosa menos pequeño. Yo más bien diría que es mediano tirando a grande, aunque tampoco sé demasiado sobre yates. Lo único que puedo decir es que se trata de una embarcación bastante espaciosa y muy lujosa. Damián suelta las amarras y coge el timón para alejarse de de la costa mientras yo me relajo en la popa. El sonido del oleaje y la tenue brisa marina me ayudan a calmar los nervios y, poco a poco, mi enfado se va disipando. ¿Qué más da que Damián me haya acorralado contra la pared para amenazarme? ¿Y qué si el guardaespaldas sabe que me estoy prostituyendo? ¿Qué importa que mi exmujer ya esté con otro? Me encuentro en medio del mar con una de las vistas más espectaculares que he tenido el placer de contemplar en mucho tiempo y el sol calentando mi piel, y no hay nada en el mundo que pueda ponerme de mal humor en este preciso momento.

—Es bonito, ¿verdad? —dice Damián, sentándose a mi lado.

—Sí, y muy relajante. — «A pesar de tu presencia» .

—Esto me trae recuerdos de la infancia. Mi padre solía llevarnos a navegar a mi madre y a mí todos los domingos. Partíamos por la mañana y no regresábamos hasta el anochecer. Aprendí a manejar uno de estos antes que a conducir un coche… —me relata, al tiempo que una de sus manos va a parar “por accidente” a mi muslo izquierdo. Me gustaría apartarla de un manotazo, pero en lugar de eso me quedo quieto, dejándolo hacer a su voluntad. Lo único que me consuela es que el gilipollas del chófer está en la proa y no puede vernos, o eso creo.

—¿No hace falta un carnet de patrón de barco o algo así?

—Sí, me lo saqué en cuanto tuve la edad.

—Me das envidia. Siempre me ha fascinado el mar. No sé por qué, supongo que porque en la ciudad en la que vivía no lo había y tenía que desplazarme varios kilómetros para poder verlo. La primera vez que estuve frente a él fue en esa excursión que hicimos en el colegio. Recuerdo que pensé que no había nada tan majestuoso en el mundo como ver el mar batiendo contra las rocas.

—He viajado mucho por trabajo y te aseguro que no lo hay. Podemos venir siempre que quieras.

—Gracias, eso sería agradable.

—Samuel, siento mucho lo que pasó hace un rato en tu habitación. Creo que me extralimité. Estaba muy enfadado contigo, pero no es excusa. —Es un detalle que se disculpe, pero eso no cambia el hecho de que me trató como a un objeto cualquiera de su propiedad.

—¿Siempre te pones tan… violento cuando estás enfadado?

—Tengo un carácter muy fuerte aunque no lo parezca.

—Lo que más me cabrea de todo es que no comprendas por qué me molesta que tu guardaespaldas sepa lo de nuestro acuerdo. No sabes lo humillado que me siento.

—Oye, sí que lo entiendo. —Lleva su mano a mi mejilla y me obliga a girar la cara para mirarlo—. ¿Crees que no soy consciente de lo difícil que esto es para ti, de lo mucho que te fuerzas para quedarte conmigo? No estoy ciego, Samuel. Rodrigo sabe lo nuestro porque forma parte de su trabajo conocer a todas las personas que me rodean. Además, fue él quien me puso en contacto con el detective que te investigó. Sabía de ti desde el principio.

—¿Y por qué me mandaste investigar? ¿Querías averiguar si era peligroso para ti?

—Entre otras cosas. Pero en lugar de eso descubrí algo mucho peor que tiene que ver con la quiebra de tu empresa. He dudado mucho de si contártelo o no, pero creo que te mereces saber la verdad.

—¿De qué estás hablando? —inquiero, contrariado.

—Sé que te arruinaste porque el trabajo escaseó con la crisis y tus últimos clientes no te pagaron. En concreto, construiste un gran edifico que nunca llegaron a abonarte, ¿estoy en lo cierto?

—Sí, pero, ¿a dónde quieres llegar?

—Después de indagar mucho, el detective que contraté rastreó la empresa que te hizo el encargo. Como sabes, se había declarado en quiebra y por eso no pudiste cobrar. Pero resulta que la dirigía una sociedad que a su vez estaba indirectamente relacionada con un empresario de la construcción llamado Rafael Cortegoso, quien averigüé que era la antigua pareja de tu exmujer. No sé qué opinarás tú, pero a mí no me parece una mera casualidad.

Damián se me queda mirando a la espera de una respuesta por mi parte, pero yo soy incapaz de hablar. Me he quedado total y completamente atónito. Si lo que dice es cierto, significaría que Rafael Cortegoso me tendió una trampa para terminar de arruinarme. No sé muy bien con qué propósito, quizá para vengarse por haberle robado a Irene, o puede que con la intención de recuperarla, como hoy he descubierto que ya ha hecho. Me pregunto si ella sabe algo de esto. En el fondo de mi corazón, espero que no. Lo último que quiero pensar es que la madre de mi hija conspiró en mi contra para llevarme a la bancarrota. La idea me resulta tan dolorosa que con sólo considerarla hace que se me estremezca todo el cuerpo.

—¿Estás seguro de lo que dices?

—Muy seguro. Me enseñaron pruebas que lo demuestran. —Damián me pasa el brazo por los hombros—. Escucha, Samuel: yo podría acabar con ese hombre con tan sólo chasquear los dedos. Solamente tienes que pedírmelo y daré la orden.

—¿No estarás hablando de matarlo? —pregunto, estupefacto.

—¡No, hombre! Matarlo no. —Damián suelta una sonora carcajada—. Pero puedo dejarlo muy jodido.

—Yo… estoy demasiado aturdido para pensar en vendettas .

—Como quieras, pero creo que deberías pagarle con la misma moneda por lo que él te hizo a ti, y yo tengo los medios y el poder necesarios para llevarlo a cabo. — «Y eres lo bastante peligroso» .

Ahora ya es oficial: Damián me da miedo. No sé a qué coño se dedica, pero lo que está claro es que no es una hermanita de la caridad. Me está ofreciendo la posibilidad de una venganza con la misma facilidad y soltura como la de quien te presta una chaqueta porque tienes frío. También me ha quedado otra cosa clara: es mejor tenerlo a tu favor que en tu contra porque es una persona peligrosa. Nunca me dio buena espina ese negocio del que no quería hablarme y que le permite llevar una vida con tantos lujos. Ni tampoco me gustó nada ese “amigo” ruso con el que nos encontramos en el restaurante. Pero ahora ya no me queda ninguna duda: sea lo que sea lo que hace Damián, no es algo legal. Y yo estoy metido en medio y no tengo ni idea de cómo voy a salir. Lo peor de todo es que realmente me estoy planteando aceptar su oferta porque ahora mismo me siento muy rabioso por lo que Rafael Cortegoso me ha hecho. Por su culpa estoy en esta situación, vendiendo mi cuerpo a alguna clase de mafioso por un puñado de euros.

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