Quince deseos para Thomas (II parte)

A veces el amor y la razón no van de la mano...

No dejabas de besar mi mano, ni llegaste a soltarla ni un segundo, el auto iba a más de doscientos kilómetros por hora, afortunadamente en este país no hay límites de velocidad en las autopistas, y conduces muy bien, me sentía segura, en menos de dos horas estabamos en una ciudad muy cerca del mar, llegamos a una pequeña cabaña que poseías en ese lugar, hacía muchos años que no iba allí, salimos del auto y entramos, al encender la luz, pude apreciar lo hermosa que era, cosa que ni recordaba, quizás la última vez que estuve allí tendría unos cinco años.

-Pasa, esta también es tu casa, -dijiste sin dejar de mirarme.

Me quedé toda desorientada, ya no estaba en mi casa, no tenía una habitación para refugiarme o mejor dicho para escapar, como cual cobarde, a pesar que esa no era una de mis cualidades; pasé, me recosté en la puerta de medio lado y empecé a temblar involuntariamente…

-No tengas miedo, no sucederá nada que tú no quieras que suceda, -dijiste sin dejar de mirarme.

-Precisamente eso es lo que no sé, y también es lo que temo, -respondí.

Me preguntaste si quería tomar algo, te comenté que un trago de whiskey, lo cual me prohibiste de entrada, resignada con una sonrisa pedí una cola o agua en su defecto. Fuiste en dirección a la cocina, una vez allí podia divisar perfectamente tu esbelta figura escondida detrás de esa camisa negra que te sentaba tan bien, y de ese jeans que la acompañaba; trajiste el vaso con agua disculpándote de que no había nada más, por lo cual la tomaste directo del tubo, para pasar un poco el momentazo, empecé a preguntarte medio en broma algunas cosas, que al final era más en serio que nada…

-¿Así que este es tu refugio?, imagino que traerás aquí a todas tus conquistas, -afirmé con un tono de hembra celosa.

-¿Acaso me crees un galán de cine o algo así?, -pregúntaste mientras empezabas a abrazarme.

-Precisamente, por eso es que lo digo, y sabes que estás…

El sonido de tu risa no se pudo disimular y me cortó la charla, después de eso nada se escuchó, esos instantes de silencio se hicieron interminables hasta que me preguntaste si quería escuchar algo de música, lo cual no pensé y accedí. Creo que era una suave balada la que inició el repertorio, volviste muy cerca de mi, pero esta vez no te acercaste como antes, te quedaste a un pie de la escalera mientras yo no sabía que decir y mucho menos que hacer, lo único que se me ocurrió fue sacarte a bailar, me acerqué a ti tendiendo mi brazo, te aproximaste y posaste tus manos en mi cintura, al igual que yo lo hice alrededor de tu cuello, aún llevaba el uniforme del colegio, tú si que te habías cambiado de ropa, ya no lucías tan serio como lo hacías con el traje a mediodia, pero aunque debo confesarte que hubiese preferido verte en esos instantes con el puesto, quizás sea un fetiche, ó quizás no, pero menos mal que no lo llevabas porque se me hubiese hecho muy dificil no comerte con la mirada.

La música no paraba de sonar, mientras más pasaba el tiempo más hermosas eran las pistas y más peligro se respiraba en el ambiente, mis manos empezaron a acariciar los rubios mechones de tu sedoso y delicado cabello, era lo único que me atrevía a acariciarte, claro por dentro me estaba deshaciendo de las ganas de acariciarte todo, tus manos también mostraron indicios de buscar algo donde quedarse tranquilas, pero lo curioso fue que no lo encontraban, hasta que no pudieron más, y mientras tu boca me pedía perdon, tus manos avanzaban poco a poco por toda mi espalda, se posaron en mis hombros y al parecer allí encontraron un refugio, temblaban, podia sentirlas, al escuchar un ruido ambos nos asustamos y en medio de esos instantes al girar la cara en direcciones diferentes, nuestros labios tuvieron un pequeño pero extasiado roce al girarnos, después de más de una hora en aquella sala, empezaste a hablarme al oido, la calidez de tu aliento me hacia sentir espasmos por todo mi cuerpo, te respondía de la misma manera, y por lo agitado de tu respiración supe que tenías la misma sensación que yo, la diferencia fueron tus palabras…

-¡No!, ¡no!, ¡esto no puede ser!, ¡tienes quince años!

-Acéptalo, ahora está contigo una mujer que sin darse cuenta empezó a amarte sin condición.

Sólo nos miramos unos breves segundos, tus labios buscaron los mios sin reparos, sin remordimiento alguno, estos a su vez correspondieron, el miedo dominaba el sentimiento, no permitía ir más allá, parecias un niño ante el primer beso, tu timidez de pronto se detuvo, colocaste tus manos en mi rostro mientras nuestras bocas se ofrecían sin reserva a la pasion que iba desatándose poco a poco, no se cuanto tiempo pasó entre cada beso, ni cuanto en total habíamos estado alli, detenidos en el tiempo, hasta que mis manos comenzaron a desabrochar cada boton de tu camisa, creo que tendría como cien, ya que parecían no terminarse nunca, cuando por fin logré sacar el último, empecé a distinguir la diferencia de piel entre tus mejillas y tu pecho; era la primera vez que lo acariciaba desde que me había convertido en mujer, lo sentia ardiendo, los latidos de tu corazón eran más fuertes, tus vellos en el despertaban mis instintos de hembra en celo, de una hembra salvaje, poco a poco fui besandólo hasta que sentí el ruido de los botones de tu camisa al caer al suelo. Tus manos no dejaban de tocar mi cabello, tus ojos cerrados indicaban que en esos momentos no pensabas, solo sentias, ¿para qué cometer dicho error en ese momento?, sí, porque para el ser humano es un frecuente error pensar cuando debe sentir, y sentir cuando debe pensar,el pensar lo hubiese sido, seguí bajando hasta quedar de rodillas frente a tu atlético vientre, levanté un poco la mirada para verte y allí estaban tus ojos, como corderitos asustados pidiendo piedad, la tuve, hice un esfuerzo para bajarte a mi nivel y caiste de rodillas frente a mi, esta vez eras tú quien empezaba a romper los botones de mi camiseta, no porque fueses brusco, sino quizás por los nervios y el miedo, que paraliza, ese miedo no dejaba que tus movimientos voluntarios se controlasen.

Lo más excitante fue que mientras lo hacías no dejabas de mirarme, yo para ese entonces me había desprendido de toda verguenza, sonreía, hasta que al final de ese interminable episodio quede a tu merced, en ese momento el corderito asustado era yo, pero como todo un caballero me abrazaste y colocaste muy delicadamente sobre la alfombra, estabamos frente la chimenea, que apagada estaba claro, con ese calor de verano no era para menos, sin mediar palabra, sin pedir permiso alguno, estabas besando mis pechos encima del sujetador de encaje blanco que llevaba, mi respiracion y la tuya se acompañaban como un conjunto de música, mis manos tomaban las tuyas para llevarlas donde yo te necesitaba en ese entonces, hubo un momento que levantaste la mirada con una expresión que en el momento me asustó, pero que ahora con el tiempo me da algo de gracia, quizás sea porque tu mano yacía allí sobre mi sexo, no te atreviste a mover ni un solo músculo de tu cuerpo, solo la gotas de sudor caían por tu frente cuales hojas en el otoño, en presencia de una tormenta claro; mis palabras te hicieron volver en tí…

-¿Asustado?

-No lo se, -respondiste-, lo único seguro es que te amo como hombre, y con tal grado de locura que ya no me importa nada más que amarte, así mañana mismo muera, lo pierda todo, ó me encarcelen por esto el resto de mis días.

Tus palabras resonaron en mí desde ese momento, y ahora que estoy escribiendo esto después de mucho tiempo, lo hacen como si acabase de escucharlas.

Quitaste el sujetador, lograste bajarlo con tus labios, hasta el medio de mi cintura, tus manos tan ocupadas no podían hacer ese trabajo por ti, aún no movias la mano que coloqué en mi sexo, permaneció asi hasta que bajaste con tus caricias en esa dirección, tus labios usurparon ese lugar, en cambio ella (tu mano), tuvo que resignarse a seguir acariciando mis muslos. Ya era imposible volver atrás, solo quedaban dos caminos, detenerse o continuar hasta el fin con todas las consecuencias, eso fue lo que tácitamente acordamos con nuestras miradas y nuestras emociones desbordadas.

Recuerdo los indicios de mi primer éxtasis, no sabía lo que me sucedía, bueno lo sabía, pero como nunca lo habia experimentado me costó un poco darme cuenta, seguia perdida en tus caricias, no me cansaba de mirarte, ¡SI!, mirarte, lo más normal hubiese sido que tuviese los ojos cerrados en esos momentos, pero una de las cosas que no puedo controlar es dejar de mirarte, eres tan, pero tan atractivo que a veces pienso que con verte ya llego al climax, y ni se diga con tus elegantes trajes, ¡que como me dieron dolores de cabeza!

El primer contacto de tus labios con mi intimidad despertaron un placer indescriptible, a pesar de no haberme despojado de mi ropa interior, a lo mejor la ausencia de vello en esa zona ayudó a esas sensaciones, tu prodigiosa lengua la sentía cálida y humeda, así como desesperada mientras degustaba el principio de lo que sería ‘MI PRIMERA VEZ’, y a su vez como que fuese la última para ti.

Aún no encuentro una respuesta de porque no me dejaste complacerte con mis labios y mi sentidos allí donde quería ir, imagino que aún el pudor, el sentimiento de culpa, que no te había dejado asimilar que eramos un par de amantes que trataban de saciarse con unas ganas recién descubiertas del uno por el otro; tampoco se consumó todo esa noche, aunque te confieso que al principio me disgusté un poco, pero quiero decirte que mejor así, porque gracias a ello, MI PRIMERA VEZ fué mucho mejor, más apasionante, y más digna de recordar…