Quince años

Tú, ¿no harías lo mismo?

Claudia bajó emocionada las escaleras. Las notas de la música y las espadas de los cadetes marcaban cada escalón. Era su fiesta de quince años, el momento que desde niña había anhelado y que, a pesar de que su madre había tratado de impedirlo, finalmente podía vivir. Lucía hermosa, radiante. El blanco del vestido, contrastando con el negro intenso de esos ojos que brillaban de manera especial por la ocasión, hacía un perfecto juego con su piel. Siempre había soñado con ser una princesa y esa noche lo era.

Uno de los chambelanes tomó su mano para dar inicio al vals, pero cuando los violines estaban por sonar, la festejada se paralizó. Su madre, esa que tanto se había negado a realizar la fiesta poniendo como excusa su enfermedad, estaba sentada en la mesa principal y la miraba directamente a los ojos como si estuviera retándola. La señora levantó su copa con la intención de proponer un brindis, pero no le fue posible hacerlo. Antes de que pronunciara una sola palabra, se desplomó víctima de un infarto.

Los invitados, tan sorprendidos como horrorizados por el suceso, rodearon el cuerpo de la mujer preguntándose si en verdad estaba muerta. Todos murmuraban, pero ninguno intentó si quiera corroborarlo o prestarle auxilio en caso de que no fuera verdad. Uno de los asistentes, el médico de cabecera de la familia, se abrió paso entre la multitud y se hincó al lado de la madre de la quinceañera. Colocó sus dedos en el cuello de ésta y respiró profundamente. Claramente apenado, confirmó lo que todos suponían.

Claudia caminó lentamente hacia donde yacía el cuerpo de quien en vida fuera su madre. Sus familiares y amigos sentían ganas de por lo menos tocar su hombro como muestra de apoyo, pero ninguno, ni los hipócritas ni los que en verdad sentían el dolor de la jovencita, lo hizo. Cuando su vestido rozó el brazo izquierdo del cadáver, la chamaca explotó en llanto. El maquillaje de sus ojos se empezó a correr, manchando su bello rostro y partes del corsé. Cerró sus puños y, provocando un escándalo, dijo:

"Como siempre...tenías que arruinar mi felicidad. ¿Por qué no esperaste a mañana para morirte? Te odio y te prometo, con Dios y toda ésta gente como mis testigos, que a partir de éste momento no derramaré otra lágrima en tu honor".

La reciente huérfana se puso de pie y le pidió al cuarteto de cuerdas que siguiera tocando. Luego de unos segundos de duda y confusión, sus órdenes fueron cumplidas. En cuanto escucharon la música y al ver que la chica no bromeaba, los chambelanes hicieron un círculo en torno a ella. Todos en el casino miraron hacia el centro de la pista asombrados por la actitud de Claudia, pero a ella poco le importaba lo que estos pensaran acerca de su persona. Era su fiesta de quince años y nada ni nadie...le impediría bailar el vals.