Quiero vivir

Una madre abandonada entra en una profunda depresión, de la que saldrá gracias a su hijo

Estoy desnuda en mi cama. Siento su cuerpo caliente abrazado a mi cuerpo. Oigo su suave respiración, tranquila, sosegada. Duerme plácidamente. Sus últimas palabras antes de dormirse fueron "Te quiero, mami".

Yo también estoy a punto de caer el un profundo sueño. Aún puedo notar mi vagina llena de su caliente semen. Me agarro a sus fuertes brazos, cierro los ojos. En mis labios se dibuja una suave sonrisa.

Apenas hace unos días, quería morir. Y ahora, sólo deseo vivir. Quiero vivir.

A mi mente vuelven, como flashes, lo que me ha pasado en los últimos años.

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Cuando Israel tenía 15 años, mi marido nos abandonó. Un día me dijo que había conocido a otra y que se iba. De la noche a la mañana me quedé sola, con un hijo adolescente. El mundo se me cayó encima, pero tuve que armarme de valor. No podía abandonar también yo a mi hijo.

Nunca había trabajado. Mi marido nos mantenía. La necesidad me obligó a buscar lo que fuera, para traer un sueldo a casa. Al principio, amigos y familiares nos echaron una mano, pero poco a poco la ayuda fue desapareciendo y nos quedamos solos Isra y yo.

Siempre fue un buen chico. Me destrozó el corazón el día que me dijo que iba a dejar de estudiar. Que buscaría trabajo para ayudarme con la casa. Pero no lo permití. No quería que cometiese el mismo error que yo. Debía de terminar sus estudios. Hacer una carrera y ser un hombre de provecho.

Conseguí convencerlo. Siguió estudiando. Gracias a que es un buen estudiante consiguió una beca. Aún así, tuve que trabajar mucho. A veces en dos trabajos a la vez.

Salimos adelantes. Sin grandes comodidades, pero seguimos a flote. Mi adorado Israel, Isra, se hizo abogado. Será amor de madre, pero no había mujer más feliz en el mundo que yo cuando asistí a la entrega de su orla. Las lágrimas, de inmensa alegría, se me saltaron cuando lo nombran y el rector, estrechándole la mano, le hizo entrega de su diploma. Desde lo alto de la tarima me miró y le lanzó un beso. Apenas lo vi, ya que las lágrimas empeñaron mi visión.

Ese fue un gran día. Un magnífico día. Miré a los demás chicos y chicas, todos perfectamente vestidos, felicitados por sus padres, por sus hermanos, por sus compañeros. Risas, felicidad. Isra se acercó a mí, me cogió en sus brazos, levantó mis piernas del suelo y giró sobre sí mismo, mirándome. Era como si bailáramos.

-¡Mamá! ¡Ya soy abogado!

Es sus ojos también vi lagrimas. Se las sequé, orgullosa. Después me presentó a sus compañeros, algunos de los cuales ya conocía. Hasta un par de chicas muy monas. ¿Quizás una futura novia?.

Después de la celebración en el campus, me sorprendió invitándome a cenar. Creí que se iría con sus amigos de fiesta, pero en vez de eso, prefirió ir conmigo. Hacía muchos, muchos años que no me la pasaba tan bien. Me colmó de atenciones. Casi de madrugada volvimos a casa.

El día había sido maravilloso, pero agotador. Menos mal que el día siguiente era sábado y pude dormir. Me acosté feliz. Mi niño era abogado. Era un hombre maravilloso.

Me desperté bastante tarde. Aún adormilada, me levanté a hacer pis. Cuando terminé, me miré al espejo.

Es extraño como la vida puede cambiar así, de improviso. Sin avisar. El día anterior fue uno de los más felices de mi vida.. Y ahora...

Me vi en el espejo. El pelo revuelto. Ojeras. Vi una mujer de casi 50 años, maltratada por la vida. Fue como si una losa inmensa cayera sobre mí. Cuando mi marido me abandonó, no tuve tiempo de compadecerme. Tenía un hijo que sacar adelante. Pero ahora ya era un hombre. Y me dejaría también él. Se iría a hacer su vida.

Sería abandonada otra vez. Y ahora, me quedaría sola, para siempre. Sin nadie por quien luchar. Sin nadie con quien compartir la vida. Sentí que un velo caía sobre mí. Me derrumbé.

Al lunes no pude ir a trabajar. A los pocos días, me dieron la baja por depresión. La tensión acumulada tantos años al final salió a la luz y acabó conmigo.

Fueron meses oscuros, que apenas puedo recordar. Apatía, soledad, silencio. Y por las noches, sólo lágrimas. Ni los terapeutas que me trataban consiguieron nada. Simplemente, no tenía ganas de vivir.

No todo era oscuridad. Había momentos de lucidez. Momentos en los que era consciente de que el mundo seguía adelante sin mí. Mi Isra consiguió trabajo, pero no se fue. Seguía conmigo. Aunque yo no con él. Era sólo una sombra.

Una noche, estaba en mi cama. Él entró a ver como estaba y darme las buenas noches, como hacía todos los días. La mayoría de las veces yo no decía nada. Él se acercaba, me daba un beso en la frente y se iba. Yo, ni le miraba.

Esa vez, sí le miré.

-Por favor. No me dejes sola. Quédate un rato conmigo.

-Claro, mamá.

Se sentó a mi lado, en la cama. Yo cerré los ojos y sentí su mano acariciar mi cabello. Fue como un bálsamo en mi torturada alma.

-Ummm, gracias mi amor. Y....perdóname.

-¿Perdonarte? ¿Por qué?

-Por ser una carga para ti.

-No hables así. No eres ninguna carga. Eres mi madre, y te quiero. Te pondrás bien, ya verás.

-Eres un sol.

Continuó acariciándome hasta que me dormí. Esa noche descansé como hacía tiempo que no descansaba. Y al día siguiente, estaba algo mejor, al menos por la mañana.

Días después, cuando vino a darme las buenas, noches, yo estaba llorando. Tantas veces me había visto llorar últimamente, que no se alarmó. Se sentó a mi lado.

-Tranquila, mamá. No pasa nada.

Me di la vuelta, dándole le espalda. No quería que me viese así. Pero qué más daba. Ya me había visto así muchas veces. Israel, como el otro día, empezó a pasar su mano por mi cabello. Me calmó enseguida. Las lágrimas cesaron, mi respiración se calmó y me dormí. En lo más profundo de mi ser yo me sentía rechazada como mujer, y aquellas caricias de mi hijo calmaban aquella tortura interior.

Todo empezó a cambiar un viernes. Había sido un mal día. No había salido de mi cuarto, apenas había comido. Me sentía al borde del abismo, tenía miedo. Por eso, cuando él vino a darme las buenas noches, le pedí que no me dejara.

-Por favor, quédate un rato conmigo. Lo necesito.

-Claro, mamá.

Empezó a acariciar mi cabello como las otras veces, pero no fue suficiente. Le daba la espalda.

-Abrázame, mi vida. Necesito sentirme abrazada.

Noté como se acostaba a mi lado, como se acercaba. Cuando su brazo me rodeó, me sentí flotar. Su calor, su olor, su respiración. Todo mi mal desapareció.

-Gracias, mi amor. Lo necesitaba.

-Shhhhhhs... Tranquila. Estoy aquí. Descansa.

Estaba cansada. Necesitaba dormir, pero luché por no hacerlo. Me sentía tan bien así que no quería dejar de sentirlo. No era nada sexual. Era, simplemente, necesitad de contacto, de afecto, de aceptación.

Al final, el sueño me venció. Lo primero que hice al abrir los ojos fue buscarlo. No estaba. Seguía sola.

Me di cuenta de que eran aquellos momentos con mi hijo los únicos del día en los que no me sentía en el fondo de un pozo. Los necesitaba. Por eso, las siguientes noches le pedía que se acostara mi lado.

Él me complacía. Se tumbaba a mi espalda, y me abrazaba. Sus fuertes brazos eran como un salvavidas al que me aferraba con fuerza, temiendo soltarme y ahogarme. Me decía cosas, muy bajito, mientras me acariciaba el cabello.

Y así me dormía. Pero por la mañana, despertaba otra sola, en el fondo del pozo que era mi vida.

Una noche conseguí aguantar despierta más rato que el habitual. Al rato, noté que él se separaba de mí.

-Abrázame más, por favor, no me dejes aún. Sólo un poquito más.

-Claro mamá.

Volvió a rodearme con sus brazos, pero no se pegó del todo a mí. Solo me rozó con su pecho en mi espalda.

-Isra... lo necesito. Abrázame fuerte.

-Mami...es que....

¿Me iba a rechazar también él? Si lo hacía entonces sí que estaría perdida para siempre. Entonces sí que mi vida habría acabado.

-Por favor...no..no me hagas esto. Abrázame, con fuerza. Por favor, por favor.

Le supliqué, al borde del pánico, hasta que lo hizo. Se pegó a mí. Y entonces fui yo la que me separé. Noté su erección en mis nalgas. Me cogió por sorpresa, y me separé unos centímetros de él.

-Yo... lo siento, mamá.

-No pasa nada.

-No lo pude evitar. Me siento avergonzado.

Fue a soltarse de mí. Me iba a dejar sola. Sentí miedo, y me volví a pegar a él.

-No te vayas, no me dejes, por favor - le supliqué, agarrándolo con fuerza.

Dudó un poco, pero volvió a abrazarme con sus brazos. Se pegó a mí. Volví a sentir su dureza, contras mis nalgas. Una extraña sensación, ya que hacía años, muchos años, que no la sentía. Y, además, era mi hijo. Pero la necesidad de sentir sus brazos era mayor que cualquier otra cosa. Cerré los ojos y me calmé al sentir una de sus manos en mis cabellos.

Me desperté al día siguiente muy suavemente. Sola en mi cama. Eché de menos el calor de mi Isra. Entonces, me acordé de lo que pasó la noche anterior. El sentir su excitación. Me puse a pensar, y caí en la cuenta de que no sabía nada sobre la vida de mi hijo en los últimos meses. Intenté recordar. Siempre a mi lado. Siempre en casa. Apenas salía. Del trabajo, a casa. De casa, al trabajo. Alguna salida esporádica, y corta, con sus amigos.

¿Tendría novia? No lo creí. Estaba casi tan enclaustrado como yo, sin vida social. Por mi culpa, por cuidarme. Un peso más que cayó sobre mi alma. Pero no podía hacer nada. Bueno, sí, morirme y liberarlo de todo.

Fue un mal día, que sólo mejoró cuando volvió a casa. Me trajo la comida a la cama y luego vino a buscar los platos. Me abracé a él.

-Cariño, perdóname.

-¿Por qué mamá?

-Por lo que te estoy haciendo pasar. Tienes que hacer tu vida, dejarme.

-Calla. No digas esas cosas. Ya mejorarás. Todo será como antes.

-Ojalá tengas razón.

-¿Te quedarás conmigo un ratito?

-Claro.

Me acosté, y él, lo hizo a mi lado.

-Abrázame.

Como siempre, su calor me calmó. Me pegué más a él, pues deseaba sentirlo con todo mi cuerpo. Cerré los ojos, calmada. Él trataba de no pegarse del todo, pero yo me movía, buscándolo.

Hasta que nuevamente, noté su erección. Esta vez no retrocedí. Él se quedó quito y yo también.

-Lo siento, mamá.

-Shhhhhh, no pasa nada. Tú sólo abrázame.

Ya no intentó esconder su estado. No intentó separarse más. Me apretó contra su pecho y al poco tiempo, me dormí.

Imagino que él, al poco se iría, dejándome dormir toda la tarde. Al despertar, nuevamente me acordé de lo sucedido. Y pasó algo extraño. Sonreí. Me sentí bien. Estaba postrada en mi cama desde hacía meses porque me sentía vacía, abandonada, despreciada, y vieja, sin atractivo. Pero un hombre, joven y guapo, se había excitado con mi cuerpo. Había notado su duro sexo apretado contra mis nalgas.

Ya sé que era mi hijo. Ya sé que quizás me estaba agarrando a un clavo ardiendo,  que él, simplemente, se excitara por el roce, por estar todo el día en casa, yo que sé. Sólo quise pensar en que yo era una mujer, y que un hombre, se excitaba. Eso me hizo sentir bien. Y sentirme bien era lo que más anhelaba.

Esa noche, cuando me abrazó, me pegué a él, desando sentir sus brazos. Y sí, deseando sentir otra vez su excitación. Sólo para sentirla, nada más. Sólo con eso sería feliz.

Me decepcionó un poco no sentirla. Y me sorprendí a mí misma cuando empecé a rozarme, a moverme lentamente contra él. Fui consciente de que trataba de excitarlo, pero eso no me detuvo. No quería sexo. Sólo quería saber que aún era capaz de excitar a un hombre. En lo más profundo de mi ser, mi autoestima como mujer estaba destruida, y sentir un duro sexo contra mi cuerpo me subiría la autoestima.

Entonces empecé a sentirlo. Noté como se excitaba, como su sexo se inflamaba y se endurecía contra mis nalgas. Me sentí tan bien, tan a gusto. Me acurruqué más contra él, hasta quedarme plácidamente dormida.

Y eso siguió durante los siguientes días. Buscaba su contacto. Es extraño, pero para mí no era nada sexual, al menos no en el sentido estricto. No deseaba sexo, y menos con mi propio hijo. Sólo quería saber que como mujer podía excitar a un hombre. Con eso me bastaba.

No pensé en él. En lo que sentiría. Sólo me importaba yo. Sentirme bien en esos mágicos momentos. Ni siquiera intenté cambiar o cortar todo aquello la noche en que me di cuenta de que Israel, después de dejarme, iba a su cuarto a masturbarse. Cuando me creyó ya dormida, se levantó sin hacer ruido y se fue. Sentí curiosidad y lo seguí. En la oscuridad del pasillo se distinguía luz por debajo de su puerta. Y al acercarme, le oí gemir. Suaves gemidos. Tuve la tentación de mirar por la cerradura, pero no lo hice. Volví a mi cama.

No sólo él se excitaba con mi roce, con mi cuerpo, sino que llegaba al punto de tocarse. Quizás, en otras circunstancias, cualquier otra madre se hubiese enfadado, molestado. Yo, al contrario, me sentí aún mejor. Mi marido me había abandonado por otra mujer, y me creía inservible, sin valor. Por eso, saber que alguien sentía excitación por mí, me aliviaba. Pero era mi hijo. No se me pasaba por la cabeza ir más allá. Sólo saber que despertaba su lívido era suficiente.

Las noches siguientes, me hacía la dormida, esperando que él se marchara. Lo seguía y cuando oía sus gemidos, volvía a mi cama, feliz. Me dormía plácidamente.

Empecé, lentamente, a mejorar. Seguía deprimida, pero cada vez eran más los momentos buenos. Cada vez salía más de mi cuarto. No renuncié a sus abrazos nocturnos. A su calor. A su sexo contra mi cuerpo. No podía. Lo necesitaba. Era casi una necesidad física.

Noches después, el me acariciaba el cabello. Contra mis nalgas, bien erecto, su hombría.

-Mamá...¿Estás despierta? - me susurró al oído.

No contesté. Fingí dormir, esperando que se levantara, para seguirlo y escuchar fugazmente sus gemidos. En vez de eso, se pegó más a mí, frotándose suavemente. Su mano bajó por mi costado, acariciando con sus yemas. Sentí como toda la piel de mi cuerpo se erizaba. Y cuando me dio un suave beso en el cuello, me estremecí. Él se asustó y se fue.

No lo seguí. Me quedé petrificada en la cama. ¿Qué había pasado? ¿Por qué me sentía tan extraña? Caí en la cuenta de que lo que sentía era excitación. Aquellas caricias, aquel beso, me habían excitado. El deseo que mi hijo había despertado mi deseo, largamente dormido.

Me horroricé. Todo había llegado demasiado lejos. No podía seguir así. ¿Pero cómo renunciar a sus abrazos? ¿Cómo renunciar a sentirme deseada? Eso me estaba dando poco a poco la vida que había perdido. No podía renunciar a eso. No quería renunciar a eso.

Entonces pensé en él. En mi hijo. En lo que estaba haciendo. Se quedaba en casa, creyendo estar obligado a cuidarme. Y yo, además de darle sólo problemas, encima hacía que su cuerpo se excitara con el mío. Lo llevaba a tal grado de deseo que se masturbaba después de estar un rato conmigo. ¿Qué pensaría de mí? Lo había dejado seguir, por egoísmo. Tendría que haberlo parado todo el primer día.

No lo hice. No lo paré aquella primera vez. Quise más. Quería más. Y por eso, la noche siguiente, cuando volvió a acariciarme, a rozarse, lo dejé seguir. Me volví a estremecer. Me volví a excitar. Lo dejé seguir, con sus besos cada vez más osados, con sus caricias cada vez más profundas. Rozó mis pechos sobre el pijama, apretando su sexo contra mí. Lo oí gemir, hasta que se quedó, de repente, tenso, sin respiración. Luego se levantó y se marchó, a prisa.

¿Había tenido mi hijo un orgasmo? Mi cordura me decía que no. Mi cuerpo me decía que sí. Mis pezones, duros. Mi sexo, húmedo después de tantos años. También deseé placer. Sentir ese olvidado estallido atravesar mi cuerpo. Bastó que apretara mis piernas, que las frotara la una contra la otra para que todo mi ser se cargara de energía hasta que no pude más y estallé en un intenso orgasmo que me dejó agotada, casi sin poder respirar, ahogando el grito que pugnaba escapar de mi garganta.

Por la mañana estaba fresca. Hasta sonreía. Ya no sentía aquella losa en mi cabeza. Me levanté y sorprendí a mi Isra preparando yo ese día la comida. Y durante el almuerzo, hablamos, y reímos. Era casi como antes.

-Hoy te veo muy bien, mamá. No sabes cuánto me alegro.

-Y yo, mi vida. No sabes como deseaba poder estar así, tan bien. Me has ayudado mucho, ¿Sabes? - le dije, mirándole a los ojos

-Nah, sólo te he cuidado como cualquier hijo cuidaría de su madre.

Me levanté y le di un beso en la mejilla.

-No cualquier hijo hubiese aguantado todo lo que tú has aguantado. Gracias.

-De nada.

Después de comer, volvió al bufete, y yo me quedé en casa. No en la cama, a oscuras, sino en el salón, con la luz inundándome. Fui al baño, a orinar. Me miré en el espejo.

Ya no era una niña, el tiempo no había pasado en balde. Tenía ojeras, iba despeinada. Hacía unos meses, esa visión fue el detonante de mi depresión. Pero ahora, sabía que era una mujer que aún podía despertar deseos en un hombre. Mi hijo, sí, pero un hombre. Me lavé la cara, me peiné, me arreglé y hasta me perfumé.

Me miré otra vez. Casi ni me reconocí. Era otra mujer. Salí a la calle, a dar un paseo. La gente que me conocía me saludó efusivamente, contentos de verme otra vez, recuperada.

¿Recuperada? ¿Estaba ya recuperada? No estaba segura del todo, pero sentí que sí. Las miradas de la gente, me reafirmaban. Sobre todo la de los hombres. No noté rechazo, al contrario. Noté admiración. Volví a casa como en una nube, casi eufórica.

Preparé una cena especial. Cuando Israel llegó a casa y me vio, me miró de arriba a abajo, con una expresión en la cara que me encantó.

-¡Mamá! Estás preciosa.

-Gracias, hijo. La verdad es que me siento estupendamente.

Cenamos. No dejaba de mirarme, de admirarme. Y yo, cada vez más henchida de orgullo. Recogimos la mesa y fuimos a ver la tele. No recuerdo el tiempo que hacía que no veíamos la tele juntos.

Cuando llegó la hora de acostarme, me despedí de él.

-¿Vendrás a abrazarme, mi amor? Creo que son esos abrazos los que me han curado.

-Claro que sí, mamá.

Fui a mi cuarto y esperé a que él llegara. Me di la vuelta, dándole la espalda. Se acostó a mi lado, se pegó a mí, y me abrazó. Al poco, su dureza se apretaba contra mí.

¿Pasaría como el día anterior? ¿Esperaría a creerme dormida para acariciarme? Yo deseaba más-

-Mi vida. Acaríciame como ayer.

Se puso tenso, de repente, sabiéndose descubierto. Cogí su mando, que me rodeaba la cintura, y la llevé a uno de mis pechos.

-Acaríciame. Bésame.

-Mamá....

-Agggggg - gemí cuando su mano apretó mi seno y sus labios besaron mi cuello

Durante varios minutos, me besó las mejillas, el cuello, acariciando mis pechos, buscado mis duros pezones. Y frotándose contra mí. Apretando su duro sexo contra mis nalgas.

Metí la mano por debajo de mi pijama y atrapó mis pechos, libres de sujetador alguno. Apretó uno de mis pezones entre sus dedos y mi cuerpo no lo pudo resistir más, estallando en un fuerte y largo orgasmo. Esa vez no reprimí mi grito, que llenó la habitación con las pruebas de mi placer. Volví mi cara hacia él y selló mi boca con un beso. Un beso de un hombre a una mujer.

Giré mi cuerpo, quedando boca arriba. Su mano aún atrapaba mi pecho por debajo del pijama. Nuestras bocas estaban unidas, nuestras lenguas, entrelazadas. Levantó lentamente su cabeza, y me miró.

-Llevo tanto tiempo deseándote, mamá.

-Lo sé. Perdóname por...

-Shhhhhh ... no hay nada que perdonar.

Lentamente, abrió los botones de la camisa de mi pijama, a apartó y admiró mis pechos.

-No son los pechos de una jovencita, me temo

-Son... preciosos

Sus manos me acariciaron, encendiéndome otra vez. Gemí con sus caricias. Su mirada no hacía más que excitarme aún más. Y cuando bajó su boca y empezó a lamer mis pezones, lo apreté con fuerza contra mí. Iba de un pezón al otro, a cual más duro. Lo lamía, lo chupaba, lo mordía con suavidad. Y mientras, mi empapado sexo mojaba mis bragas.

Una de sus manos, bajando por mi estómago hacia mi pubis, me cortó la respiración. Sus dedos jugaron con el elástico de mis bragas, para luego introducirse por debajo. Ahora, era con mi vello púbico con quien jugaron sus dedos, antes de seguir bajando, lentamente, para recorrer mi sexo. Por fuera, y luego, subiendo por la hendidura hasta encontrar mi inflamado clítoris.

Un nuevo orgasmo partió mi cuerpo, llenando sus dedos de mis abundantes jugos. Yo casi había olvidado el placer que se sentía con un hombre. Pero juraría que nunca había sentido nada tan intenso como ahora. Era como si fuera la primera vez.

Nos besamos, sin descanso. No dejaba de acariciarme, de mirarme.

-Te deseo, mamá. Deseo hacerte el amor.

-Ummm y yo a ti. Deseo sentirte dentro de mí. Deseo que vuelvas al seno de tu madre.

Me quitó las bragas, con dulzura. Después, se desnudó, sin dejar de mirarme, de sonreír, como yo le sonreía a él. Al fin pude ver su poderoso sexo, apuntando al cielo. No pude resistirme a tocarlo, agarrarlo con una mano y dirigirlo hasta el mío. Abrí mis piernas, él se puso en medio, se acostó sobre mí y me penetró.

Tuve que cerrar los ojos al sentir aquella placentera invasión, al sentir como su miembro separaba las paredes de mi vagina a medida que entraba en mí. Hasta el fondo, hasta que estuvo bien dentro.

Nos miramos, sonriendo. Empezamos a besarnos y él a moverse, con exasperante lentitud. Su sexo frotaba el mío, y el placer se intensificaba cada vez más. Lo abracé, lo besé, lo gocé.

-Agggg no puedo más, mamá....no..puedo..más...

Dio una última embestida, profunda, y cuando noté en el fondo de mi vagina el calor de su semen inundarme, mis piernas rodearon su cintura, atrapándolo entre ellas, y lo acompañé con mi orgasmo. Cada pulsación de su miembro, seguida de un caliente chorro de su esencia, era seguido de una contracción de mi vagina, que recibía con agrado aquel regalo.

Largos minutos estuvo sobre mí, besándome tiernamente. Mis manos, en su nuca.

-Duerme hoy conmigo, mi amor.

Antes de quedarse dormido, me susurra: Te quiero, mami.

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Quiero vivir. Deseo vivir. Ya estoy curada, del todo. El amor y el deseo de mi Isra me han curado.

Y ahora que mi mente está lúcida otra vez, sé que todo tiene que terminar. No es justo que él siga a mi lado, así. Tiene que hacer su vida. Salir, buscar una mujer con la que pueda compartirlo todo, tener hijos. Yo no soy esa mujer, lo sé. Sólo soy su madre.

Mañana pediré el alta. Volveré a trabajar. Y voy a aceptar la invitación de uno de mis compañeros de trabajo, que lleva años pidiéndome salir a tomar un café.

Quiero vivir, y quiero rehacer mi vida. Mi hijo me ha enseñado que aún soy una mujer

Él se da la vuelta. Sigue dormido. Lo miro. Es tan guapo. Y me ha hecho gozar tanto. No sé, quizás, por la mañana, le pida que me haga el amor una última vez.

FIN