Quiero verlo 2....

Siendo montada por aquel mastodonte deslumbrante que me penetraba con una avidez desbocada provocándome un hasta entonces ignoto multiorgasmo mientras el estiraba la espalda, cerraba los ojos, hundía su culo entre mis piernas para llenarme con unas eyaculaciones tan generosas que durante minutos parecía una fuente abierta de par en par.

(Dedicado a Salamandra, por sus buenos consejos...solo que te anticipaste a que colgara la segunda parte).

Dos horas más tarde, caí agotada sobre el pecho de Fernando.

Nuestros cuerpos, jadeantes, sudados, tratando de recuperar el resuello, permanecían pegados por esa ecléctica mezcla de sudor, semen y flujos.

Lo había sentido con tanto ardor…tan adentro.

Si, un alarde, una fuga, una debacle de sin amor, con sexo…con mucho y maravilloso sexo.

Fernando me había follado penetrándome con una enérgica violencia.

Yo había follado a Fernando montándole con una enérgica violencia.

Ambos nos habíamos follado desesperados por un deseo….enérgicamente violento.

Hice, grité, supliqué, rasgué, mordí, lamí, me dejé gritar, suplicar, rasgar, morder y lamer como si toda aquella bacanal de carne y humedad, no fuera nunca más a repetirse.

Sé que Pascual nos contemplaba.

Sé que cada una de nuestras embestidas y fueron tres en 120 minutos, fueron juzgadas por sus retinas traicionadas.

Cuando sobre la cómoda, mi coñito recibía las lamidas lentas y ensalivadas del amante, cuando al hacerlo contemplaba a mi marido con una botella de vino en la mano, mirando sin retirar los ojos, supe que, no sabía el que ni cuanto, algo había mutado.

Cosas de quererlo tanto, descubría que acababa de abrirse, entre nosotros, no un abismo…sino una puerta.

En lo álgido del tercer polvo, mientras nos corríamos como posesos, escuché en un hilillo, como Pascual se incorporaba.

Cuando apreté el culo, las caderas contra aquel miembro sobrehumano, arqueando la espalda para sentirla más adentro, apretando los dientes, ojos en blanco y nuestro reflejo en el espejo del cabecero, sentí que se vestía, abría la puerta y nos abandonaba, solos y exhaustos.

Al despertar, incluso Fernando se había marchado.

No sabía que hora era, no sabía si todo lo obligado estaba encauzado, pero necesitaba quitarme de encima ese olor a deseo, anhelante cuando se practica, pringoso cuando cae encima, como en mi caso, el peso asqueroso del cargo de conciencia.

La ducha fue larga…pensando.

Fernando sabía follar.

¡Vaya si sabía!.

¡Pero no sabía amar!.

Fernando era un inmaduro ingrato que apenas me saturaba las entrañas con su leche, o encendía la tele, o llamaba por el móvil o se quedaba dormido sin soltar un agradecido.

Un egoísta que nunca me preguntó si tomaba la píldora, ausente de las responsabilidades que nos hubieran caído si no lo hiciera.

Si, egoísta tras hacerlo pero no durante, desde luego.

Porque en ese durante, a su ego le satisfacía saber que la mujer que se estaba tirando, entre sus cultivados bíceps, se derretía.

Y a esta impresentable….se derretía…desde luego.

Lo conocía en el banco, cuando sus padres acudieron a negociar la compra del apartamento.

Negociación era poca.

Ellos eran de aquellos nuevos ricos satisfechos de serlo, con mucho dinero y ninguna educación a la hora de utilizarlo.

Uno sobre otro, depositaron sobre la mesa los ciento cuarenta y seis mil euros que les costó satisfacer el capricho.

La operación pasó por mi despacho y con ella, terminé conociendo al muchacho.

Nada reseñable la verdad.

Cierto, Fernando era guapo, muy guapo.

Pero la mujer de aquel entonces estaba sobradamente servida y aquel chico, que dudo llegara a veinte, por muy portento físico que fuera, se desmoronaba comparándolo con mi marido.

Llegar, verlo, firmar, dar la mano, olvidar.

Hasta que pasaron los años y llegaron mis dos maravillas.

Entonces no quedó otra que abandonar lo que tanto llenaba, sacrificar vida propia e independencia y condenar a nuestro colchón de espuma, a ser exclusivamente lugar para el descanso.

Pobre Pascual.

Él nunca se quejaba.

Él siempre estaba allí con esa cara de inocencia, dispuesto a insertarse diez manos, dormir diez minutos y soportar diez mil de mis caprichosos cabreos…todos frutos de mi necesidad de desahogo.

Me transformé en un ser aislado e insoportable en el trato cercano al que cualquier propuesta “Venga sal con tus amigas, Llamamos a tus padres y nos vamos a cenar, Estas tan guapa”….era respondida con un alarde de gritos y malas formas.

Lo dicho, una insoportable.

Ni tan siquiera se enfadó cuando llevábamos ya dos meses sin verme sin bragas.

Ni en esas, siendo como es, un buen amante de los que dan y toman y luego se quedan.

-          Tú tranquila – era su respuesta cada vez que buscaba otra excusa.

Eso era todo.

Pero los nervios, los nervios, los putos nervios me estaban devorando.

Y no se porque, terminé por ver su foto no con odio, sino echándole en cara, cuando no estaba, el que nos estuviéramos apagando.

¿Pero que culpa podía tener?.

Ninguna.

No tenía ninguna culpa de que sintiera mi vida coartada, mi futuro encasillado, mi presente programado y muchos menos que mi libido rebrotara automáticamente aquella mañana en la que acudí rauda a por pan al supermercado, para toparme de bruces con Fernando.

-          ¿Te acuerdas de mi?.

¡Como no me iba a acordar!.

Guapo era guapísimo pero en ese instante, cuando noté que un inexplicable resucitaba desde la ultratumba fría de mis pezones ensanchados, lo vi mucho más….macho.

No me pregunten porque.

No me juzguen.

Todos, al fin y al cabo, estamos expuestos.

Cuando media hora más tarde me sorprendí a mi misma, de rodillas frente a él, insertando su polla entre los labios, en la mente no quedaba obligación alguna.

Solo aquel miembro.

Pascual es un digno rival de cualquiera.

Pero lo de ese chico no tenía definición en el diccionario.

Incluso cuando intentaba inútilmente sostenerlo entre las manos, este se rebelaba dentro de mi boca, palpitando como si el corazón de Fernando parara en el capullo…allá abajo.

La devoré con tal gana, con tal ansia, que incluso el…”Eh para, que aun te espera lo mejor”…tuvo que echar freno.

No recordaba las peleas con la asociación de padres cuando me puso a cuatro, olvidé los roces con la insoportable existencia de mi suegra, cuando desencajé la mandíbula al sentir como me ensartaban veintitantos centímetros, uno tras otro, arrinconé la factura de la luz, el precio de los pimientos, la barra de pan con poca miga, mis agresivos tres kilos de más cuando cogió ritmo y sus abdominales de fábula, toparon vigorosamente con mi culo , torpedeándome con tal potencia, que tuve que hundir la cara en el sofá para no derrumbarme….”Ufff Fernando como me estas follando”.

Por la noche, acurrucada, lloré.

Y mi amor, que se las sabe todas, aunque eran las tres de la mañana y estaba agotado no de follar, como la asquerosa de su mujer, sino de trabajar para sacarnos adelante, se giró pensando que estaba agobiada por los críos, para abrazarme por la espalda…”tranquila, lo estas haciendo tan bien”.

Juré que ya tenía lo que buscaba, que ya estaba satisfecha que nunca más volvería a verlo.

Pero encima de infiel, era una mentirosa.

Las dos horas semanales, jueves de 11 a 13 que disfrutaba en aquel apartamento, eran las únicas que no me entregaba a nadie que no fuera yo mismo.

Dos horas de pocas filosofías….”Cómeme….métemela…me haces daño sigue….fuerte, fuerte, fueeeeeerte”.

Aquellos metros cuadrados eran nuestros, dedicados exclusivamente a caminar desnudos en busca de un Martini, follar, lamernos, otro Martini, volver a follar, ducharnos, adiós.

Sexualmente…!me sentía tan hembra!.

Ya sabía que Fernando era uno para todas y que aquella estancia, olía a otras.

Otras más niñatas, arregladitas, crías sin universidad y discoteca que follaban por probar pensando que la vida no las arrastraría.

Pero me daba igual.

Era una puta hembra.

Siendo montada por aquel mastodonte deslumbrante que me penetraba con una avidez desbocada provocándome un hasta entonces ignoto multiorgasmo mientras el estiraba la espalda, cerraba los ojos, hundía su culo entre mis piernas para llenarme con unas eyaculaciones tan generosas que durante minutos parecía una fuente abierta de par en par.

Y al cuarto de hora…!estaba otra vez en forma!.

Una manera de buscarme y desearme que parecíamos, yo al menos, haber regresado a los tiempos universitarios.

No puedo justificarme.

Tampoco explicarlo.

Solo, solamente que lo necesitaba.

Y no era culpa de Pascual ni de mis hijos.

Solo mía y de las circunstancias.

Pero cuando sentía aquel sexo tan vibrante dentro de mis entrañas, cuando me follaba con aquel ánimo, volvía a llamarme como me llamo, dejando todo lo demás, al momento en que introducía las llaves en la cerradura.

Me sequé.

Caminé desnuda suplicando porque estuviera en el salón, esperándome con los brazos abiertos.

En su lugar, encontré un sobre.

Me vestí y decidí regresar a casa caminando.

Era media hora pero lo necesitaba.

Lo hice con el sobre sin abrir.

Miedo.

Nunca como entonces supe que lo amaba.

Miedo.

Nunca como entonces supe como lo necesitaba a él…

Miedo.

…y a lo otro.

Cuando llegué, antes de entrar, escuché el griterío de nuestros hijos y la voz calmada y animosa de Pascual jugando con ellos.

Sonreí.

Solo entonces, al otro lado de los quince centímetros de roble americano rasgué el papel y leí el contenido.

“Hoy he descubierto un nuevo amor….por ti. Abre la puerta y dame un abrazo”.