Quiero ser tu esclava favorita (ADVERTENCIA SNUFF)

Relato fuera de la saga de Hacker. Ayla, últimamente te tengo mosqueada, probemos a ver si este relato te gusta más. Los hechos expresados en el relato son ficticios, no justifican dicho comportamiento en la realidad. Pueden herir sensibilidades, no entres si buscas algo light. Que lo disfrutéis.

Me encontraba sentado en mi despacho, la última habitación del ala de mi mansión recién adquirida. Un regalo de uno de mis numerosos clientes y mi residencia favorita. Mis clientes gustaban de pagarme con blanqueo de dinero. El negocio de la droga colombiana reportaba grandes beneficios, y podía permitirme esa clase de pagos. Dirigente de una importante empresa multinacional de día; traficante de droga, mujeres, órganos y demás cosas alejadas de la mano de dios por la noche. Sería capaz de vender a mi madre, si la conociese. Sí, me gustaba esa vida… Todos aquellos imbéciles querían lo que yo les ofrecía, ¿era malo aprovecharme de la situación? Estaba a punto de meterme una raya con un billete de 500 cuando llamaste a la puerta. Me quedé algo molesto, no me gusta que me interrumpan. Lo dejé todo dispuesto en la mesa, me tranquilicé un poco y me acomodé en el sillón.

  • Adelante.

La gigantesca puerta se abrió poco a poco, tímidamente. Tu cabeza, la de una chiquilla de unos 20 años, asomó por ella, y me miraste, indecisa, quizás preguntándote si habías cometido un error. Lucías un vestido precioso de color aguamarina y unas sandalias, algo que te daba mayor aspecto de niña porque no ayudaba a proyectar tus ya de por si pocas curvas. Pero tu cara mostraba una inocencia muy provocativa.

  • No te quedes ahí y pasa. – Miraste al suelo, pero no tardaste en entrar y cerrar la puerta tras de ti, aunque sin atreverte a darme la espalda. - ¿Ocurre algo?

  • N-no, mi amo… es que… - Cuando alzaste la mirada, tus mejillas cobraron color y tus ojos brillaron, con ese matiz de admiración que detectaba en mis chicas.

  • ¿Eres una de las esclavas de la casa? – Dije, ya interesado.

  • Sí, mi amo.

  • No te recuerdo, ¿cuándo tiempo llevas aquí?

  • D-dos meses, mi amo.

  • Dime tu nombre.

  • A… Araceli.

  • Bonito nombre… - Me recliné en el mullido sillón de piel, y con mi brazo barrí la mesa, tirando la coca al suelo – Bueno, Araceli, me has interrumpido para algo, ¿no? ¿De qué se trata? ¿Has tenido algún problema con alguna de las otras esclavas?

Cuando clavé la mirada en ti aún se pusiste más nerviosa. Inexperta. Recién llegada. Venías a verme en solitario. Dejes de enamoramiento en tu comportamiento…

Podía ser divertido.

  • M-mi amo… yo… yo… - Tragaste saliva – Sólo vengo porque… quiero servirle. Qu-quiero decir que… yo… - Levantaste por un momento la mirada, pero la bajaste de nuevo en cuanto viste mis ojos clavados en ti, expectantes. – Amo, yo… quiero ser… - Tomas aire y lo sueltas de golpe - ¡quiero ser su esclava favorita!

No dije nada. Noté que querías que te tragase la tierra. Te habías armado de valor para venir a verme y decirme eso. Tus manos se retorcían, no paraban quietas. Tus ojos no sabían dónde posar la mirada, aunque parecía fascinarte el suelo. Habías sido valiente, pero no sabías cómo iba a reaccionar. Me quedé callado unos segundos más, estudiando tus gestos de niña buena.

  • ¿Estás segura de querer eso, Araceli?

  • ¡Sí, completamente! – Y por primera vez tus ojos se quedaron fijos en los míos. Tardé unos segundos en desviar la mirada y levantarme para avanzar hacia ti. Podía notar tu respiración acelerada, el calor de tu cuerpo, los nervios que te hacían temblar entera.

  • ¿Hasta qué punto estás dispuesta a entregarte a mi? – Dije, metiendo mis manos en los bolsillos del pantalón, parándome justo enfrente de ti, dejando clara la diferencia de altura.

  • He dedicado toda mi vida a usted, mi amo. Abandoné mi casa, mi familia, mis amigos, mis estudios. Todo mi pasado. Cuando una amiga mía me presentó ante usted, supe que mi vida le pertenecía. Por eso estoy aquí.

  • Sí, pero tú no sabías que había otras chicas, ¿verdad?

Noto como te pones tensa. Te corroen los celos. Seguramente habrás participado en castigos grupales y el ama de esclavas te ha puesto a cargo de algunas tareas del hogar. Tienes poco pecho, apenas eres una cría, no estás dentro de mis gustos y es normal que te hayan relegado así, a pesar de tu entrega. Pero tu inocencia me cautiva.

  • ¿Estás segura de querer esto? – Te digo, tomando tu barbilla entre mi mano derecha y forzándote a mirarme a los ojos. Tú te derrites ante este gesto, el rubor de tus mejillas es más intenso aún.

  • Sí, mi amo. Haré lo que sea por ser su favorita.

Me inclino sobre ti, deposito un beso en tus labios, y tú respondes cerrando los ojos y disfrutando del momento. A ratos, paro los besos para hablar contigo.

  • No sabes de lo que soy capaz.

  • No me importa.

  • Ni siquiera sabes quién soy realmente.

  • No necesito saberlo.

Te aparto empujando tu barbilla hacia atrás con mi mano y miro directamente a tus ojos.

  • Necesito que vuelvas a decírmelo. Lo que dijiste antes.

  • Mi vida entera le pertenece, mi amo. Sólo me importa complacerle.

Sabiendo aquello, te doy por perdida. Eres completamente mía. Cualquier cosa que diga o haga, tú la acatarás. Ya teniéndote completamente doblegada a mí, me retiro de tu lado, regreso a la mesa del despacho, y empujo el sillón de ruedas delante de la mesa. Tú me miras durante el proceso y esperas a que me siente.

  • Ven aquí.

Tú obedeces de inmediato. Abro las piernas y te obligo a ponerte de rodillas frente a mí. Tú entiendes y desabrochas mi cinturón y bajas la cremallera de mi pantalón. Cuando noto tus manitas sobre mi polla, cojo tu pelo con fuerza y empujo tu boquita contra ella. Tú la succionas, aguantándote una arcada. Lo ignoro, y muevo tu cabeza al ritmo que me resulta más placentero mientras miro al otro lado de la sala, escuchando los sonidos de succión que proceden de tu mamada.

  • Quiero que me escuches con atención. No acostumbro a repetir las cosas. Has venido hasta aquí a pedirme algo, y estoy dispuesto a concedértelo. Seré claro desde un principio, y tú serás libre de decidir si quieres seguir adelante con esto o no, pero debes decidirlo en cuanto termine de hablar. Hay una cosa que nadie jamás ha hecho por mí. Me gustas, Araceli. Me gusta tu valentía y quiero que seas tú quien lo haga. Pienso que eres la persona indicada. – Noto que me la chupas con más entusiasmo al oírme decir esto, y noto un ligero estremecimiento cuando digo tu nombre. Miro hacia abajo, te veo centrada en comérmela, con los ojitos cerrados y moviéndote de atrás adelante. – Araceli, quiero ahorcarte.

Te paras en seco, aún con mi miembro en tu boca. Me miras, noto tu sorpresa y tu miedo. Te dejo un tiempo para que te recuperes del shock, pero mi mano empuja de nuevo, marcándote el ritmo, no deseo que pares. Ahora me la mamas, pero tus ojos están bien abiertos y fijos en mí.

  • No, no es una broma, Araceli. Todas mis esclavas dicen que harían lo que fuera por mí, pero ninguna ha sido tan decidida como para entrar aquí y decir que su vida me pertenece. Si es cierto lo que has dicho, si de verdad me deseas hasta este punto, sin duda serás mi favorita.

Sabes de sobra que te estoy poniendo contra la espada y la pared. ¿Ser mi esclava favorita merece que mueras? ¿Hasta tal punto llega tu deseo? Noto de sobra que tus ojos comienzan a lagrimear ante la idea, algo que me está poniendo más cachondo aún. Quieres servirme, pero no morir. Pero esto es un todo o nada. Ahora la pelota está sobre tu tejado, tienes que decidir, sopesar las consecuencias de tu respuesta. Y yo mientras tanto dejo mi imaginación fluir, sintiendo mi miembro entrar y salir de tu boca.

  • Te imagino colgando para mí, Araceli, es la máxima entrega que podría mostrarme alguien. Tu cuello, alargado por la cuerda… - Mi mano libre lo acaricia – Tus brazos atados a tu espalda… tus piernas pataleando… tu pecho subiendo y bajando, buscando desesperadamente aire… es el baile más sensual que jamás una mujer puede concederme.

Noto que ya lloras sin reprimirte, pero la imagen de verte colgando frente a mí me ha puesto muy cachondo y, en vez de darte un respiro, acelero mi cadencia y no tardo en correrme en tu boquita. Tú, obedientemente, esperas a que termine de descargar para tragarte todo y limpias con tu lengua los restos de lefa. Te retiras de mi miembro pero no dices nada. Tienes baja la mirada, y las lágrimas escurren por tus mejillas. Me inclino para lamer esos surcos salados, y tú sueltas un suspiro de alivio.

  • ¿Qué me dices, Araceli? ¿Bailarás para mí? – Susurro en tu oído.

Tardas en contestar, la lucha en tu interior te impide hablar.

  • Tengo miedo. – Terminas murmurando.

  • Es lógico.

  • ¿Va a doler?

  • Sí.

Sueltas un hipido fuerte y llevas tus manos a la cara para disimular tu congoja. Yo espero, paciente. Has visto cómo me he puesto cuando te imaginaba. Me has visto correrme con otras esclavas. Sabes que nunca he estado tan excitado como ahora. No comprendes cómo la muerte de alguien puede ponerme así. Pero estás demasiado obsesionada conmigo como para plantearte que estoy loco o que está mal. Sólo piensas en que tu muerte es lo que realmente va a complacerme de forma que ninguna otra esclava rivalice con el placer que supondrá para mí.

  • Si es algo tan importante para mi amo… - dices por fin entre lloriqueos - si de verdad nadie se lo ha concedido antes… ese alguien quiero ser yo. Quiero ser yo, para que me recuerde siempre.

  • Para ser mi favorita. – Quito tus manos de tu rostro, quiero verte.

  • Para ser… su favorita. – Tragas saliva y con el envés de tu mano retiras las lágrimas de cara, respiras hondo – Mi vida le pertenece, mi amo. Quiero colgar para usted.

Sonrió, demostrándote que tu decisión me hace muy feliz, y nos fundimos en un abrazo. Te mezo, dejando que te desahogues, que descargues tu miedo. Lloras sobre mi hombro haciéndote a la idea de que vas a morir por tu amo, algo que, en cierto modo, te hace feliz, sabiendo que te entregarás a mi como ninguna otra de las chicas. Que serás realmente lo que quieres ser para mí. Este pensamiento nubla tu lógica y va calmándote.

Cuando veo que ya estás mejor, me separo de ti. Me levanto, colocándome los pantalones y el cinturón correctamente, y abro uno de los cajones de mi escritorio. Observas que comienzo a dejar cosas sobre la mesa: una soga, unas cuantas cuerdas más finas y de color rojo, unas tijeras. Primero tomo las tijeras, y hago un gesto para que te pongas en pie mientras avanzo hacia ti.

  • Esto es para hacerte más apetecible. Lo siento por el vestido.

Meto una de las puntas rompiendo la tela, y comienzo a cortarlo dejando dos agujeros que coinciden con tus pechos, casi pueriles. Al ver tus pezones, no puedo evitar tirarme a ellos, los lamo, arrancándote un gemido que contradice tu miedo y tu nerviosismo. Los muerdo y sueltas un gritito. Mis dedos levantan tu falda y acarician tu vulva por encima de tus braguitas, notándote algo húmeda. Me aparto de ti, dejándote con ganas de más. Regreso al escritorio, y cojo la soga. Tú te apartas de mi camino cuando sopeso en qué parte del techo puedo colocarla mejor.

  • ¿Qué te parece aquí? Así podrás ver el jardín mientras mueres. Es una bonita vista. – Noto que te estremeces, me disculpo. Algunas veces no sé dónde me dejo la sensibilidad. Pero tus pezones siguen erectos. ¿Quizás a ti también te empieza a poner esta situación? Veo cómo tus ojos no se apartan de mis manos mientras elaboran el nudo.

Tomo el banquito que suelo usar de reposapiés de debajo de mi mesa. Lo coloco en donde quiero colocar la soga, subo y me aseguro de que quede a la altura correcta. Tú me observas mientras tanto, un gesto de horror se dibuja en tu cara, pero no dices nada, ya te has hecho a la idea. Sabes que en unos minutos colgarás allí. Cuando bajo, vuelvo a acercarme a ti y levanto tu falda. Quiero comprobar algo. Mis dedos vuelven a acariciarte.

  • ¿Pero qué es esto? Estás más mojada que antes. – Gimes ante mis caricias, y te pones aún más cachonda. - ¿Qué pasa, preciosa? ¿Acaso hay algo que no me has contado? ¿No me digas que a ti también te va este rollo?

  • N… no lo sé… mmggmh… sólo sé que me siento muy rara.

  • Rara. – Sonrío. – Es una forma incorrecta de definir esta humedad. – Retiro las braguitas un poco y mis dedos se cuelan directamente en tu agujerito, invadiéndolo. Ya no te cortas y casi gritas de placer.

  • Amo, por favor, basta… si sigue así, me correré.

  • ¿Acaso no quieres? – Ya sólo gimes y resoplas, pero tienes razón, debo parar. Tomas aire tratando de controlarte. Yo aprovecho para retirarte las braguitas, las paso por tus piernas y tú me ayudas a desprenderte de ellas. Las lanzo a la mesa.

He traído conmigo una de las cuerdas rojas, sin decir nada te volteo y tomo tus brazos. Coloco tus muñecas juntas y comienzo a atarte. Tú bajas la cabeza, humillada. Puedo oír un sollozo apagado mientras ato fuerte tus manos a tu espalda. Hago caso omiso, ambos sabemos que ya no hay marcha atrás. Sólo me limito a cogerte con fuerza en un abrazo a la altura de tu cintura y a alzarte para encaramarte al banquito. Te descalzo y te hago darte la vuelta. Admiro la visión de tu cuerpo, pero no veo tu rajita. Con las tijeras termino de cortar el vestido a la altura de tu pubis y tiro la tela sobrante al suelo. Tú me miras, tus ojos piden piedad, pero tu respiración y la humedad de tu entrepierna me gritan que continúe. Intento grabar tu imagen en mis retinas, quiero que tus últimos instantes perduren para siempre en mi recuerdo. Valiéndome de tu entrega, alzo el brazo y tomo la soga. La coloco alrededor de tu cuello. No hay lucha. Tiemblas, se te escapa un hipido, de nuevo las lágrimas. Acaricio con el envés de mi mano tu mejilla, suspiras y ladeas el rostro para intensificar el contacto de mi piel contra la tuya. Me aseguro de que el nudo quede justo a un lado de tu cuello para que cuelgues correctamente. El salto es pequeño, cuando golpee el banco apenas bajarás 5 centímetros, y te quedarán 2 para apoyarte en el suelo. Me retiro, caminando hacia atrás un par de pasos para verte completamente, mientras tú abres los ojos y me miras.

  • ¿Algún último deseo?

Te veo sonreír, por difícil que parezca. Sonríes, y, aunque es un susurro quebrado por el llanto, alcanzo a oír tus últimas palabras.

  • Deseo que disfrute de mi muerte, amo.

Dicho esto, no esperas a que sea yo quien empuje el banquito, y caminas como si tu pie derecho fuera a encontrar el suelo. En vez de eso, te precipitas al vacío, y la soga se hunde inexorable en tu cuello. El banquito termina por ceder y cae de lado al suelo, fuera del alcance de tus pies. Me sorprendo ante tu entrega y sonrío, satisfecho.

  • Buena chica.

Al principio no pataleas. Te mantienes serena porque aún sientes el aire en tus pulmones. Pero poco a poco el oxígeno se acaba y, segundos después, comienza a dolerte y a quemarte. Es la apnea. Has comenzado a asfixiarte.

  • Aggg…. Uggggggggaaaagagagagg… - Te escucho emitir esos sonidos roncos que surgen de lo más profundo de tu pecho, tu cara comienza a tornarse roja presa de la presión de la soga y del esfuerzo por buscar aire. Tus manos se mueven, pero están bien atadas a tu espalda. Tus piernas comienzan a moverse solas, buscando un apoyo.

  • Sé que duele, Araceli, pero si pataleas te va a doler más. Mantente conmigo, si continúas consciente podrás controlar tus movimientos y hacer que todo sea menos doloroso.

Me miras, tus ojos están más fuera de las órbitas de lo que se podría considerar lo normal, pero haces un esfuerzo y detienes tus pataleos, o por lo menos, los haces menos fuertes y más separados. Un hilo de saliva resbala por tus labios y cae al suelo. Tu cuerpo gira sobre el eje de la cuerda, pero alcanzas a ver que me dirijo nuevamente al escritorio para coger las cuerdas.

Ambos nos sobresaltamos al ver que la puerta se abre sin previo aviso. Es mi secretaria.

  • Disculpe, señor, le traigo los documentos que me pidió… - Tú quedas fuera de su vista, pero su atención se dirige a ti a causa de tus quejidos y del crujir de la cuerda. - ¿Y esto?

  • Cierra la puerta, Angélica. – Angélica, lejos de extrañarse o de huir aterrorizada, hace lo que le pido. Tú no puedes evitar sentirte humillada y sorprendida ante su reacción, pero apenas te das cuenta de algo, estás demasiado ocupada intentando respirar. La ves de reojo en otro giro a causa de tus patadas involuntarias: viste chaqueta roja, blusa blanca que deja ver sus pechos operados, una falda de corte ejecutivo de cuero negro y zapatos de tacón de aguja de al menos 10 centímetros. Aparta su pelo rizado y oscuro de su cara y te observa mientras camina hacia mí con los documentos que traía.

  • Vaya por dios, ¿ya has hecho picar a otra?

  • Por favor, un poco de respeto hacia la chica, te está oyendo. – Le digo sin mirarla, estoy ocupado desenrollando las cuerdas rojas.

  • Por poco tiempo, ¿no? ¿Cuánto tiempo lleva colgando?

No puedes creer lo que estás oyendo. Levanto el brazo con un gesto enérgico para dejar que el traje muestre mi reloj.

  • No llega a un minuto. Tiene buen autocontrol, así que espero que dure unos 2 o 3 minutos más.

Desesperada al oírme decir esto, pataleas y tratas de resistirte. Estás armando bastante jaleo, suelto un suspiro de frustración.

  • Con lo bien que íbamos, Angélica. Es por tu culpa.

  • Oh, vamos, ¿tú engañas a la chica y es por mi culpa?

  • Ha sido decisión suya. Me ama. Quiere ser mi favorita.

  • Anda, déjame que te ayude.

Cuando logro desenrollar la madeja de cuerdas gracias a Angélica, cojo un par de pinzas dobles unidas por una cadena de metal de otro cajón, y voy otra vez hacia ti.

  • Shhhh-shhhhh… tranquila, Araceli… vamos a ver si con esto te podemos ayudar a pasar el mal trago mejor.

Angélica avanza hacia ti para mirarte de cerca – Pobrecita, es muy joven.

Abro tu conchita, veo tu rajita y tu clítoris. Atrapando uno de tus labios vaginales, tiro hacia fuera y uso la pinza sobre él.

  • ¡¡AHHGGGGGG!! – Te quejas gritando ante la fuerza del mordisco. Paso la cadena por tu culo y hago que de la vuelta completamente, tomando tu otro labio vaginal y pinzándolo también - ¡¡¡UUUHHHHHGGGG-AGHHH!!! – Así quedas completamente expuesta a mí. Lamo aquella zona para intentar traerte algo de placer, pero uno de tus pataleos casi me alcanza y me fuerzas a retirarme.

  • Ayúdame, quiero que deje de patalear. Yo cogeré su pierna derecha. Tú coge la izquierda.

Mi secretaria me ayuda y te alzamos entre los dos. La soga ya no aprieta tu cuello, al menos no tanto, y puedes coger un poco de aire. Veo que ha dejado una fea roncha en la zona. Toses desesperada, tus pulmones se inundan de aire, pero en cuanto recuperas el aliento comienzas a emitir una letanía, presa del miedo a volver experimentar el ahorcamiento.

  • Por favor, por favor, por favor, por favor… no quiero morir… no quiero… quiero parar esto, por favor…

  • Lo siento, Araceli, te dije que no hay marcha atrás. ¿Acaso ya no quieres ser mi favorita?

Lloras con fuerza – Por favor, por favor, por favooooor… no quiero, duelo demasiado, no…

Mientras sigues intentando buscar mi compasión, notas que estamos forzándote a doblar las piernas para atarte el tobillo contra el muslo. Nos está costando porque no te dejas, pero pronto te doblegamos y lo conseguimos. Termino el trabajo pasando otro trozo de cuerda por tus rodillas y hacia tu espalda, de tal forma que no puedas cerrar las piernas. Ya sólo lloras desesperada, presa de un ataque de nervios. Yo no quiero que te vayas así.

  • ¿Sabes? Sería cómico que la enterrásemos luego así. Con las piernas abiertas, como la putita que es, y la soga apretando el cuello. ¿Te imaginas la cara de los familiares? – Yo miro a Angélica, reprendiéndola. No me gustan esas bromas de mal gusto.

  • Angélica, ¿tú aguantas bien? Quiero que me la sujetes en alto.

  • Sí, puedo con ella. ¿Qué vas a hacer?

No la contesto, sencillamente te suelto y confío en ella. Me acerco a ti, vuelvo a mirarte a los ojos, tienes la mirada perdida.

  • Sé que duele, Araceli, pero te prometo que pasará pronto. Por favor, necesito que cumplas este sueño para mí. Aprovecha este descanso, respira hondo – De nuevo tu obsesión hacia mí quiebra tu lógica, y vuelves a escucharme y a hacerme caso, obedeciéndome. Respiras hondo para asombro de Angélica – Bien, eso es. Ahora, voy a darte placer. – Con una mano froto tu clítoris, los dedos de la otra se meten con fuerza en tu coñito expuesto – Sujétala fuerte, Angélica, ahora se va a mover de verdad.

Y efectivamente, tu placer crece a causa de la falta anterior de oxígeno. Tu cuerpo está tan sensible que mis caricias las sientes multiplicadas. Tu coño está rebosante de fluidos. Mi boca se dirige a tus pechos y arremete contra tus pezones. El placer que te provoco te hace gritar como una posesa, algo que nos está poniendo a todos muy cachondos. Angélica apenas puede sostenerte, tus caderas se mueven instintivamente ante las sacudidas de mis dedos. De pronto, tu espalda se arquea, tu cuerpo se tensa, retienes el aire y lanzas el grito del orgasmo. Angélica lo observa todo extasiada. El orgasmo aún te dura cuando me separo de ti y saco mis dedos de tu raja, tu cuerpo convulsiona. Camino dándoos la espalda a ambas, hacia el sillón, oigo tu respiración pesada y acelerada. Cuando me siento, saboreo mis dedos, probando tus jugos, y con la otra mano me saco la polla. Miro a Angélica juguetonamente.

  • ¿Qué dicen las chicas buenas a sus amos después de estas cosas, Araceli?

Tú me miras, extasiada, y te sabes vencida. Al menos, te has corrido antes de morir. – Gracias, amo.

  • Suéltala. – Ordeno a Angélica. Y mi secretaria no tarda en obedecerme.

Caes y vuelves a colgar, totalmente expuesta a ambos. Las pinzas en tus labios vaginales y las cuerdas te hacen ver realmente hermosa mientras eres ahorcada por segunda vez. El nudo del lazo esta vez se posa en la parte delantera de tu cuello y te oprime la tráquea. Te queda muy poco para irte.

Angélica te ve emitir de nuevo esos sonidos quejumbrosos y sacudirte por la sensación de asfixia. Está muy sorprendida ante tu entrega; aunque sabes que ha habido otras antes que han pasado por eso, has querido regalarme tu vida para mi placer. Mi secretaria avanza hacia mí y se coloca de rodillas mientras me masturbo.

  • No, no me la chupes, eso ya lo ha hecho la nenita. Monta sobre mí.

Angélica obedece, se desprende de su ropa, mostrando sus curvas pronunciadas, sobretodo su poderosa delantera, y se sienta a horcajadas sobre mi miembro, penetrándose ella sola. Comienza a moverse, arriba y abajo, dándome placer. Pero yo sólo tengo ojos para ti, tu cara ya se ve azulada y apenas te mueves, ya estabas muy cansada del anterior ahorcamiento. Tu lengüita asomándose entre tu boca y los ojitos en blanco mirando al techo me indican que te quedan pocos segundos para morir. Espero que lo hayas pasado tan bien como yo. Angélica irrumpe mis pensamientos.

  • ¿Cómo… consigues que… todas caigan ante ti… mmmmm… así? – Me pregunta, disfrutando de mi polla.

  • No lo sé, Angélica, pero dime, ¿por qué tú permaneces a mi lado? – La agarro por las caderas y la ayudo a subir y bajar más rápido. Le arranco un grito. No tardaré en correrme.

  • Supongo que… por lo mismo… que ellas. Aaaah… mmmm… síiii, dame así…

  • ¿Te excita verla colgada, Angélica?

  • Mmmmm… sólo puedo decir que me das miedo… aaaah… aun así, dime, ¿soy… uugh-ahhhhh… tu favorita?

Yo no puedo evitar sonreír, y mi atención se ve desviada por un momento; estoy oyendo cómo te meas, has muerto mientras hablábamos y has perdido el control de tu vejiga. Todo queda en silencio y alcanzamos a oír tu último estertor. Un “aghhh” ahogado que me pone a mil.

  • Al parecer… ¡umph!... ¡ya sí lo eres, Angélica! – Y finalmente descargo en el fondo de su útero. Ella suelta un grito al dejarse ir, echando la cabeza hacia atrás y sintiéndose inundada por mi esperma, mientras tu cuerpo inerte se balancea de un lado al otro.