Quiero ser tu amante, papá.

No te enfades. Quiero ser tu amante, papá. Quiero ser tu secreto mejor guardado. Quiero que me des el cariño que me falta.

Angelines era una muchacha de 18 años. Hacía seis meses que le muriera el novio corneado por un buey y estaba enfadada con Dios, con la gente, con los animales, estaba enfadada con el mundo. Se había vuelto arisca, maleducada y a toda pregunta daba una mala contestación.

Isidro, un hombre moreno, de 44 años, complexión fuerte y bastante atractivo, había vuelto a España después de muchos años de estar trabajando en el extranjero. Estaba sentado delante de un banco que había delante de la taberna de Rosa, apodada la Rubia cuando la vio venir de la fuente con un cubo de agua en una mano, despeinada y vestida cómo una veja. Al llegar a su altura, la muchacha, le dijo:

-¡¿Qué mierda miras?!

-Que mucho en ropa no gastas.

-¡Y a ti que hostias te importa, capullo!

Se había parado delante de él y lo miraba con resentimiento, Isidro, le respondió:

-Nada, pero por lo menos te podías peinar. No es muy agradable mirarte.

-¡Pues mira para otro lado, chulo de mierda!

Lo dijo por qué Isidro llevaba gafas de sol y una camiseta de tiras roja que mostraba los músculos de sus brazos. Se mosqueó, y le dijo:

-Circula morriñenta (sucia) que me quitas el sol.

Angelines se marchó diciendo:

-¡Presumido de los cojones!

La Rubia, que era prima de Isidro, al irse Angelines, salió de la taberna, y le dijo:

-Habló más contigo de lo que habló con nadie en seis meses. Le gustas.

-Es una cría.

-Los diecisiete ya no los cumple. Ya sabe bien para qué la tiene.

Isidro, un putero incorregible, le dijo:

-¿Y a ti te gusto?

-Hombre, mal no estás.

-¿Como andas de polla?

-Llevo seis meses sin follar.

Rosa era una mujerona de unos cincuenta años, rubia cómo su apodo indicaba, sin hijos y por sus palabras, con ganas. Isidro, extrañado, le dijo:

-¡¿Tanto?!

-El tiempo que lleva mi marido embarcado.

-¿A qué hora cierras la taberna?

-A las doce.

-¿Le damos una alegría al cuerpo?

Rosa nesitaba esa alegría.

¿Qué le vas a decir a tu mujer?

-No va a estar en casa.

-Ven por la huerta.

A las doce y cuarto de la noche, Isidro, entraba por la puerta de atrás de la casa de Rosa, la cerraba con llave y subía al piso de arriba. Vio una habitación con la luz encendida con la puerta entreabierta, la abrió y se encontró con su prima Rosa desnuda sobre la cama en la misma posición que la maja desnuda de Goya, aunque las tetas de Rosa eran más grandes y con areolas oscuras. Tenía pelo en las axilas y mucho más pelo en el coño. Desde la puerta a la cama fue dejando su ropa. Desnudo y con la polla a media asta se echó a su lado. Rosa se puso encima de él, lo besó en el cuello y después en la boca, lo besó largo y tendido... Le dio un cursillo de besos con lengua. Luego rozando sus grandes tetas con su cuerpo bajó y besó y chupó sus mamilas, de ahí bajó lamiendo su vientre, cogió la polla empalmada. Su mano fue de abajo a arriba y de arriba a abajo... Le lamió el glande y después la metió en la boca hasta los huevos, la volvió a sacudir, y luego le pasó la lengua alrededor de la corona, para después seguir mamando el glande sin dejar de sacudirla... Poco después se quitaba de encima y le decía:

-Date la vuelta.

Isidro se puso boca abajo y Rosa besó y lamió su nuca, su cuello, bajó besando y lamiendo su espalda, luego, lamiendo su culo, le cogió la polla y comenzó a ordeñarlo. Isidro gemía cómo una nena. Rosa tenía el coño cómo una piscina cuando metió la polla en la boca. La masturbó y la mamó hasta que Isidro soltó un chorro de leche en su boca, y otro, y otro, y otro... Leche que Rosa se fue tragando hasta dejarlo seco.

Cuando Isidro se dio la vuelta ya tenía la polla flácida. La Rubia le puso el coño en la boca, Isidro le metió la lengua dentro y le echó las manos a las tetas. Rosa, poco más tarde, acariciando el clítoris y frotando el coño contra la lengua se corrió en su boca, sin estridencias, sin ruidos, sin temblores, solo gimiendo en bajito, cómo si tuviera miedo de que la oyeran.

Al acabar de correrse, Isidro, la cogió por la cintura y le llevó el coño a su polla empalmada. La polla se deslizó por la raja de su culo, Rosa la cogió con la mano, la puso en la entrada del coño y echando el culo hacia atrás la metió hasta el fondo. Comenzó una serenata de besos donde bailaron las lenguas al ritmo de los movimientos del culo de Rosa, ahora pegado, ahora suelto, ahora, lento, ahora rápido, hasta que de nuevo sin estridencias, sin ruidos, si temblores, solo gimiendo en bajito, le bañó la polla de jugos. Isidro, sintiendo cómo el coño le bañaba y estrujaba la polla se lo llenó de leche.

Con su polla dentro del coño, besándose tras los orgasmos, Isidro, le dijo:

-Dámela.

-¿Que quieres que te de?

-Tu corrida.

-También tengo en el coño la tuya.

-Lo sé, dámela.

-¿La prima te la da?

-Sí.

-¡Qué guarra! Yo nunca haría eso.

-Me la da y se la como hasta que se vuelve a correr, dámela.

Cambió de idea.

-¡Ay, cómo eres! ¡¡Vicioso, que eres un vicioso!!

Le puso el coño en la boca y el resto os lo podéis imaginar.

Dos días después, a Isidro se le dio por ir a merendar al monte, ya que su esposa fuera de visita a casa de los padres. Estaba cortando un trozo de queso cuando vio venir a Angelines con una cuerda en la mano. Se paró delante él, y le dijo:

-¡Comiendo a escondida, ladrón!

A Isidro ya le empezaba a caer gorda.

-Ni que te tocara en una tómbola, mocosa.

-¡A mí lo que me tocas es el coño cada vez que te veo con esa pinta de chulo de playa!

-Habla bien, maleducada.

-¡Yo hablo cómo me sale del coño!

-Será cómo te sale de la boca.

Se puso altiva.

-¡¡Cómo me sale del coño, inglés!!

Isidro se levantó, le quitaba cabeza y media. Mirando hacia abajo, le dijo:

-A mi no me chilles... Y a ver si te lavas que hueles mal.

Mirando hacía arriba con cara de mala leche, le espetó:

-¡No te meto dos hostias porque te dejaría tonto y no quiero pagarte por bueno!

Isidro no pudo evitar reírse. Aquella cosita menuda y bajita lo acababa de amenazar. Se volvió a sentar y cambió de tema.

-¿La cuerda para qué es, gatita?

-¡Para colgarte cómo me sigues tocando el coño!

La cuerda solía llevarse al monte para hacer un atado de leña y de otras cosas, pero ya no quiso saber que iba a hacer con ella.

-Tienes mal genio.

Ahora era ella la que lo miraba desde arriba.

-Malísimo. ¡Hostia que pego familia de luto!

-¿Se te pasaría el genio con un poco de queso, pan y vino?

-¡No soy ninguna muerta de hambre, mamón! Me voy, me voy, antes de que se me acabe la paciencia.

Con retranca, le dijo:

-Vete, vete antes de que se te acabe.

Se fue, tenía un culo respingón, y ojos en la espalda. Se giró y le preguntó:

-¡¿Me estás mirando para el culo, maricón?!

Le salió sin querer.

-Si te lavaras, a lo mejor te miraba para él.

-¡Para el chulo de playa me voy a lavar! ¡¡No te jode!!

Se fue caminando con aires de marquesa.

La tercera vez que la vio fue tres días después en el velatorio de un vecino. Isidro al salir de la sala donde estaba el féretro con el digunto, donde le diera el pésame a la viuda, fue a la cocina de la casa donde corría el vino, el jerez, el coñac, el ponche, el anís y el aguardiente. La vio con una copa de anís en la mano, estaba de pie, lavada, peinada, con un vestido limpio y calzando unos zapatos negros de tacón plano. Se fijó bien en ella. Su cabello, que creía marrón, era de color negro, sus tetas eran pequeñas, su cintura era estrecha... Angelines no era guapa, era guapísima y aquel vestido le hacía un cuerpo estilizado y muy sensual. Salió a tomar el aire a la puerta de la casa, la siguió. Angelines le dijo, con voz triste:

-Qué corta es la vida, ¿verdad?

-Sí, y no se debe desperdiciar ni un segundo. Estás para comerte.

-Si estuviéramos en otro sitio te partía los morros.

-Y yo a ti.

Lo miró, y con cara de sorprendida, le preguntó:

-¿Me las devolverías?

-No, te los partiría de otra manera.

-¿Cómo?

-A besos.

A Angelines, sin querer, se le escapó una sonrisa.

-Te la estás jugando, inglés.

-No creo.

Se volvió a poner seria para decir:

-Sabía que eras un chulo, pero no pensaba que lo fueras tanto.

Isidro le dio un beso en la boca. Le cayó una hostia con la mano abierta que hasta el muerto debió oír el ruido que hizo. Volvieron a la cocina. Al rato llegó Camila, que fuera novia de Isidro, novia que abandonara para salir de la miseria. Se sentó al lado de Angelines. Tanto Camila cómo Angelines lo miraban y hablaban entre ellas. Se enteró allí mismo que Camila era la madre de Angelines y que nadie sabía quien era el padre. No se atrevió a hablar con Camila. Fuera muy grande la putada que la hiciera. Se despidiera de ella con un beso y un espérame y volviera casado y con hijos. Le pasó por la cabeza que podría ser el padre de Angelines.

De niño, Isidro se pasaba el día en el monte, con los cerdos en el robledal, o con las ovejas, que criaban para comer y para vender, y cómo la cabra tira al monte, seguía yendo para tumbarse a la bartola debajo de un pino, debajo de un eucalipto... Estaba tumbado debajo de un roble cuando oyó la voz de Angelines.

-¡Pero tú nunca trabajas!

Miró hacia arriba, estaba al lado de él con una cuerda y una hoz en la mano derecha. Le vio las bragas. No quiso ver más. Se sentó, y le preguntó:

-¿Qué te dijo tu madre de mí?

-¡Que eres un hijo de puta!

-¿Y no te dijo nada más?

-¡Sí, que eres un cerdo! Casi tan cerdo cómo el cabrón que la preñó y la dejó tirada.

Lo que le había dicho significaba que él no era su padre. Se volvió a echar sobre la hierba, le volvió a mirar para las bragas, y le dijo:

-Preciosa vista

-¡¿Me estás mirando para las bragas?!

-Sí, y debajo de lo blanco se intuye algo negro.

Angelines, que vestía una camiseta blanca y una falda marrón que le daba por encima de las rodillas sin apartarse, le dijo:

-¡Eres un sinvergüenza!

Isidro le cogió una pierna. Angelina le puso un pie en el pecho.

-¡Suelta o te aplastó, chulo de mierda!

Ahora aún le veía mejor las bragas. Le acarició la pierna del pie que le pisaba el pecho, y le dijo:

-Tienes unas piernas preciosas.

-¡Y una hoz en la mano!

-Y una cuerda con la que te ataba y te hacía de todo.

Angelina parecía que estaba a punto de perder la paciencia. Apretó el pie con la sandalia de goma contra el pecho.

-¡Qué te aplasto, cucaracha!

Le quitó la sandalia.

-¿A qué sabrán tus tetas?l

-¡Te estás jugando el físico!

-¿A qué sabrá tu coñito?

Se escandalizó.

-¡Ay lo que dijo! ¡¡Qué cochinada!

-¿Me dejas que te lo huela?

Le puso el pié en la frente, tiró la cuerda sobre la hierba y levantó la hoz.

-¿Quieres morir?

Le quitó la otra sandalia.

-¿Y el culo?

No entendió lo que le quería decir.

-¡¿Qué le pasa a mi culo?!

-¿Me dejas que te lo huela?

Le quitó el pie de la frente y le dijo:

-¡Estás mal de la cabeza, inglés!

-¿Y un beso? Deja que te de un beso.

Angelines sacó la burlona que llevaba dentro.

-¿En el culo?

-Eso después, antes en la boca.

Volvió la dura.

-¡Antes muerta que dejar que me babees!

Isidro miró para sus bragas blancas y vio una pequeña mancha de humedad. Quiso incorporarse y le puso el pie encima de la polla.

-¡Quieto parado o te rompo los huevos!

A Isidro se le puso dura y se lo dijo:

-Me acabas de empalmar.

-¿Y qué?

Isidro se incorporó, la cogió por las piernas y la puso boca arriba sobre la hierba. Angelines tiró la hoz y lo abofeteó con las dos manos... Isidro le dio un pico y después le metió la legua en la boca, Angelines, se la mordió, lo cogió por los pelos, tiró de ellos, y poniendo cara de asco le dijo:

-¡Déjame, cabrón!

Isidro tiró la toalla. Se echó boca arriba, y le dijo:

-Perdona, me dejé llevar por la pasión. ¡Es que estás tan buena...!

Angelines se levantó, y le dijo:

-¡Tengo edad cómo para ser tu hija, asqueroso!

-Y las bragas tan mojadas que se podrían escurrir.

Angelines puso las manos entre las piernas sobre la falda para que no le viera las bragas, y visiblemente enfadada, le dijo:

-¡Cabrón!

Isidro siguió atacando.

-Y un coño que debe ser una delicia.

-¡Cerdo!

No se iba, y eso le decía que casi la tenía.

-¿Sabías que tienes una legua con sabor a Sandía?

Angelines le respondió sin levantar la voz.

-Sabe a sandía porque la comí antes de venir para el monte.

Isidro se tiró en plancha a la piscina para ver si había agua.

-¿Lo hacemos, Angelines?

-¡No! No voy a hacer cochinadas contigo.

-¿Me ves demasiado viejo?

-No es eso.

Le cogió una pierna y Angelines se volvió a sentar a su lado. Ya la tenía. Le preguntó:

-¿Entonces qué es?

-No voy a hacer cochinadas contigo por que eres un hombre casado.

-Los casados sabemos cómo darle placer a una mujer.

-De eso no me cabe duda.

Le acarició la mejilla con el dorso de su dedo medio.

-Tienes una piel muy suave. Anímate.

Bajó la cabeza, y le dijo:

-No estaría bien.

Le apartó el cabello que le caía sobre la cara.

-Vas a disfrutar. Dame un beso.

-No quiero.

-Es para que me quede un recuerdo imborrable de ti.

-Sería muy peligroso.

-¿Tienes ganas?

-No te lo voy a decir.

-¿Estas muy mojada?

-Tampoco te lo voy a decir.

-Bésame.

-Si te beso vas a querer más, lo sé.

-Sí, tú no quieres llegar más lejos, no.

-Júralo.

-Te lo juro.

Angelines acercó sus labios a los de Isidro y le metió la puntita de la lengua entre ellos. Isidro abrió la boca y rozó la punta de su lengua con ella. Luego se la chupó y después le dio un pico. Angelines le metió toda la lengua en la boca para que se la chupara, luego fue Isidro el que se la metió a ella. Angelines, en un tris, de no saber que se daban besos con lengua, pasó a ser una experta. Luego, Isidro, le dijo:

-¿Me dejas comerte las tetas?

-Si te dejo que juegues con mis tetas vas a querer mas.

-Sí, comer tu coñito.

-¿Solo comer? ¿Sin meter?

-Eso ya lo decidirás tú.

-Vale, juega con mis tetas.

Isidro le quitó la camiseta, se quitó la suya y después le quitó el sujetador. Angelines tenía unas tetas pequeñas, duras cómo piedras, con pequeñas areolas rosadas y pequeños pezones. Isidro se las magreó y después las mamó... Las metía enteras en la boca y acababa chupando las areolas y dando mordisquitos a los pezones. Luego le quitó la falda, vio sus bragas encharcadas, le olió el coño profundamente. Angelines arqueó el cuerpo, y exclamó:

-¡Ayyyyyyyy!

Le quitó las bragas y vio su coño peludito. Lo lamió de abajo a arriba. La besó con la lengua pringada de jugos. Angelines comenzó a temblar. Con la boca abierta y con los ojos en blanco se corrió expulsando jugos cómo si fuera una fuente.

Al acabar de correrse, le dijo:

-Necesito tu cariño, papá.

Isidro quedó de piedra.

-¡¿Qué me has llamado?!

-Papá.

-Si habías dicho...

Con la cabeza gacha y poniendo morritos, le dijo:

-Tenía muchas ganas de ti.

Isidro estaba que lo comían los demonios.

-¡Vístete!

-¿Estás enfadado conmigo?

-¡Cómo para no estarlo!

-No te enfades. Quiero ser tu amante, papá. Quiero ser tu secreto mejor guardado. Quiero que me des el cariño que me falta.

Tuvieron una charla en la que Isidro le dijo que si quería la reconocería cómo hija. Que no se iba a repetir el roce carnal... Pero los incestos son un encargo del diablo.

Continuará.

Quique.