Quiero ser la puta de Abi

En la Playa del Contrabandista, un chico supuestamente hetero da rienda suelta a parte de sus fantasías con un amigo.

—Quiero probar tu leche—murmura Max al oído de su amigo Abel, sin dar crédito a sus propias palabras que suenan como el ruego imperioso de un niño—Te la quiero chupar y tragarme tu corrida, toda.

Max tiene la inexplicable sensación de estar conteniéndose. Ni en un millón de años habría imaginado que le diría algo como eso precisamente a Abel; eran amigos desde pequeños, casi hermanos, amigos sin roce aunque eso parecía no importar ahora, pero aún así siente que se reprime. No le pide ni de lejos todo lo que desea, no se atreve más que a mostrar la punta del iceberg y, de alguna manera loca, también eso le enciende sabe dios por qué.

—Maxi, Maxi...

Abel jadea como perro hambriento en la boca de Max. Escuchar aquello le pone tan cerdo que babea los labios de éste cuando abre la boca para capturarlos en un mordisco feroz, después saca la lengua y concluye con un furioso y frenético, obsceno beso de tornillo. Sin embargo Max rompe el contacto en cuanto puede para suplicarle, ofuscado en su petición.

—Por favor... déjame mamarte hasta que te corras, Abi... te juro que me lo trago todo.

Aquellas palabras en un hilo húmedo de voz hacen que la polla le palpite a Abel dentro de los pantalones. Mierda, Max acaba de pedirle que se le derrame en la boca, quiere ordeñarle la polla hasta que se corra y tragárselo... la urgencia en el tono de su voz puede aún palparse y le ha dejado huella, ¿cómo no responder a algo como eso? Pues bien, si Max quiere tragarse su leche, desde luego Abel quiere dársela toda y que se atragante con ella. No puede sino seguir besándole, secuestrándole cada respiración y exhalando quebrado en su boca al tiempo que le toma la mano para colocarla donde su cuerpo arde: hace tiempo ya que tiene la polla insoportablemente dura y quiere que Maxi le sienta, que se de cuenta de cómo le pone.

Max no puede reprimir un gemido y un taco cuando le nota tan duro.

—Joder...—no puede evitar pensar que su amigo lleva mucho tiempo sin follar de tan rígido y grande como le nota contra la palma de su mano.

—No sabía que te gustara comer pollas—Abel le lanza una sonrisa jadeante a Max y le lame los labios, presionándole la mano contra su paquete a reventar. Lo cierto es que lleva mucho tiempo deseando algo como esto , desde hace años en realidad, pero nunca se lo ha dicho a Max porque hasta donde él sabía su amigo era profundamente hetero. Siempre lo había sido.

Al principio, Abel pensó que esta noche Maxi estaba pasado de copas o le estaba calentando en balde por hacer el tonto. No sería la primera que su amigo fuera a la Playa del Contrabandista a pillarse un pedal y, por otra parte, ambos bromean habitualmente sin la menor trascendencia sobre encular y empotrar gente. Sin embargo, el tonteo y el calentón al parecer habían ido en serio y lo que comenzó con besos idotas y risotadas había terminado así... qué cosas. Nunca lo hubiera pensado.

Max siente cómo Abel se derrite a besos y se endurece más a su contacto. Puede notar perfectamente el tamaño y el grosor que ha adquirido el miembro de su amigo contra la tela de los pantalones, le parece que incluso puede sentir cada accidente geográfico de su contorno. Empieza a frotarle llevado por puro impulso al tiempo que avanza sobre la arena para montarse a horcajadas en su rodilla.

—No sé...—ríe quedamente a milímetros de los labios de Abel. La fricción en el periné y en las pelotas al cabalgarle la pierna le arranca un gemido de auténtica puta—sólo quiero la tuya...

—Eso se lo dirás a todos...—replica Abel sonriendo, el rostro pegado al de Max nariz con nariz. Aunque sólo ve manchas por estar demasiado cerca de su cara, no quiere cerrar los ojos. Está tan cachondo que sus movimientos son torpes cuando le acaricia la cara , a lo que el otro responde reclinando la mejilla contra el hueco de su mano.

—No, no se lo digo a nadie. A nadie más.

Max se separa un poco, traga saliva y se muerde el labio devolviendole la mirada a Abel, armándose de valor y enfrentándose a esas pupilas que parecen no tener fondo. Suena loco, pero siente que de buena gana se quedaría a vivir allí en esos ojos y al mismo tiempo no le importaría nada dejarse morir capturado en ellos. No pretende retarle con esa mirada quebrantahuesos, lo único que quiere es que él le crea... ya que por fin le ha dejado entrever aquello con lo que desde hace tanto tiempo fantasea, al menos quiere que le crea, joder. No está jugando ni nada parecido aunque tenga la vaga sensación de no saber lo que hace, como si todo lo que ocurre formara parte de una película en la que él no sólo participa sino que es espectador.

—Ya...

—Por favor, Abel...—no sabe lo que hace pero sí lo sabe, no sabe lo que hace pero hace lo que quiere. Su mano ha dejado de frotar la erección de su amigo para pelearse con la hebilla de su cinturón; los dedos le tiemblan por el hambre atrasada y no acierta a desabrocharlo así que se ayuda con la otra mano, moviendose sobre el muslo de Abel y volviendo a comerle la boca con glotonería.

—Maldito demonio, ahógate con ella...

Abel no puede evitar levantar las caderas cuando por fin Max consigue abrir sus pantalones y liberar la presión sobre su henchido miembro, ahora sólo cubierto por el boxer de color gris. Maxi retrocede aún montándole la pierna, se queda mirando el pollón cuya gruesa punta asoma por la goma y se muerde el labio con fuerza. Al segundo siguiente se ha inclinado hacia delante para oler, lamer y mordisquear el tronco duro por encima del boxer, llegando a restregar contra él la nariz, los labios y la frente al tiempo que empapa la tela de saliva. Siente a su amigo temblando bajo él, el abdomen contraído como una tabla y las caderas bloqueadas a tensión como si se contuviera para no embestirle la cara, y nota también que ese miembro rígido y caliente se humedece de forma brusca contra su lengua a través de la tela.

—Abel...—jadea y gruñe su nombre un par de veces entre lamida y lamida, tímidamente pidiendo más. De pronto siente la mano de su amigo presionando sobre su cabeza y cómo los dedos de éste se encrespan entre sus cabellos. Oh, dios...

—Quítamelos—Maxi entiende que Abel se refiere a los boxer cuando bufa esa orden—Cómemela...

Ya tiene entre los dientes la goma del calzoncillo y retrocede sobre la pierna de Abel para bajarlo y quitarlo de enmedio. A lo tonto se da cuenta de que le está montando la pierna como perro en celo: lleva tiempo restregándose duro contra él porque la polla le duele pidiendo fricción y contacto, ¡qué puta se siente al verse a sí mismo así! La puta de su amigo de toda la vida que es casi un hermano, y cómo desea que le rompa el culo aunque no lo admitirá. La puta de su mejor amigo, la puta que está a punto de comerse esa polla que oscila ahora congestionada a reventar a tan sólo milímetros de su cara. Joder, qué hambre.

No se le ocurre nada más placentero que obedecer a Abel así que sin más apresa el jugoso glande entre los labios y succiona con cierta ansia. El sabor de su amigo le hace cerrar los ojos, un escalofrío sube por su espalda y sus manos se engarfian como garras en los pantalones abiertos cuya tela resiste de milagro sin rasgarse.

Abel gime fuerte notando el tirón de la succión. Max abre los labios y suelta la golosa punta, no para joder sino por inclinarse un poco y así poder pegarle un par de lamidas al tronco surcado de venas; está "hambreado" de él y quiere chuparle, comerle y probarle por todas partes. Le lame esos buenos centímetros de polla de abajo a arriba terminando en el glande y rizando la lengua para jugar allí, deleitándose con su sabor e incluso mordisqueándolo suavemente. Le lame a la inversa también, de arriba a abajo para terminar en los huevos, porque quiere calentarle las pelotas y dejarle bien mojado, joder, quiere comerselo todo. Sólo segundos transcurren hasta que le acucia de nuevo la necesidad de meterse la polla de su colega en la boca.

A medida que profundiza en la mamada siente como su amigo se recuesta contra una roca cercana y empieza a tirarle del pelo en serio para marcarle el ritmo. Nunca le había hecho sexo oral a un tío y temía no hacerlo bien, pero parece que a Abi le está gustando la chupada a juzgar por su lenguaje corporal.

Max succiona cada vez más fuerte, avanzando con los labios hasta que puede notar el glande de Abel contra su paladar. Ha empezado a estremecerse y a babear, y cuando digo babear quiero decir babear de verdad, con una saliva distinta que va asociada al reflejo de la arcada y chorrea por el tronco del pollón en gruesas gotas. Tiene el miembro de Abel agarrado con la mano derecha y le masturba cuando a ratos retrocede con la boca, presionando la verga con deseo en su puño y pajeándole contra su lengua por puro morbo, alternando los rápidos movimientos con el abrazo apretado y húmedo de sus labios.

Sin dejar de pajearle, se detiene un momento a jugar con la lengua trazando sinuosas curvas de nuevo sobre el glande, probando deliciosas gotitas de líquido preseminal cuyo sabor le hace gemir y acelerar la masturbación. Juraría que las pelotas de su amigo se han inflamado, cargadas hasta arriba de semen sólo para él, ¿cuánto tiempo hace que no te corres, Abi?

Lo que Abel no sabe es que a Max le gusta meterse dedos y objetos en el culo cuando se masturba pensando en él, y se pega unas corridas de campeonato en la intimidad de su habitación cada vez que lo hace. Son tan intensos los orgasmos que hasta muerde almohada para no gritar como un becerro o como la maldita niña de El Exorcista. No es que lo lleve escrito en un diario, pero de paja en paja comprueba sus progresos y se asombra de cómo su culo se vuelve cada vez más tragón a una velocidad pasmosa, admitiendo y gozándose ya buenos diámetros. Empezó con objetos delgados como mecheros o rotuladores Carioca; ahora después de meses de entrenamiento anal tiene ya un nivel. En este momento desea sentir ahí la polla que se está comiendo y el ojete le palpita; su rostro se enrojece ardiente por la vergüenza y él mueve poderosamente las caderas contra la pierna de Abi casi sollozando. Lo está pasando mal, deseando que le enculen y no queriendo pedirlo... pero al mismo tiempo está en el cielo. Sí, el cielo... el cielo es comerse la polla de Abi.

No le dirá a su colega que quiere que se la meta pero le exprimirá hasta la última gota de lefa con esta mamada, oh sí. Es hora de tragar. Sin dejar de mirar a Abel desde abajo, toma su pollón de nuevo en la boca y baja de golpe hasta que los labios y la punta de la nariz se le escachan contra el estómago de su colega. Abi está tan grande y duro que Max tiene que abrir mucho la boca para acogerle en todo su tamaño pero no le importa en absoluto, fuerza la mandíbula dejando escapar un gemido ahogado y reprime otra arcada cuando por fin logra alojar la punta en el inicio de su garganta, woilà. Ya le tiene, ya está.

Abi mueve las caderas tratando de medirse, Max está llorando por pura reacción fisiológica tragandose aquello. La saliva, transparente pero densa, sale a ríos ya empapando el estómago del afortunado y su vello púbico.

Los tirones de pelo y los gemidos de Abel, la tensión de la mano de éste en su cabeza, los ruidos de la chupada que afortunadamente nadie oirá en esa playa desierta...todo esto es demasiado para Max. ¿Tendrá Abi ganas de petarle el culo? de pronto siente que se va a correr sólo por pensar esto, por imaginarle haciéndolo, y es tan brusco el subidón que tiembla temiendo no poder controlarse. Por su parte, Abel ha notado que desde hace tiempo su amigo ya le monta la pierna como animal así que ha empezado a mover la rodilla para crear más roce en respuesta. Tendría gracia que Maxi, el hetero recalcitrante que recitaba tan a menudo el mantra "no soy gay", terminara corriéndose en los pantalones comiéndole la polla.

No está Abel para reirse aunque quiera, porque él mismo se derrite de placer y ahora sólo tiene cuerpo para eso. Y es que cómo no derretirse con esa boca caliente tragándole, con esa saliva cubriéndole, con esa lengua que hace maravillas... Joder, se da cuenta de que está ahogando a Max en fluído pre-corrida, a punto de alcanzar el punto de no retorno, ya es tarde para volver atrás...

—Gn-M...Maxi!— consigue pronunciar su nombre con urgencia, es el aviso que significa "me corro, apártate si no te lo quieres tragar porque voy a inundarte", sólo que eso ya no llega a decirlo.

Abi empieza a correrse con furia y Max no se aparta, claro que no. Todo lo contrario. Con los ojos llenos de lágrimas y la cavidad bucal invadida hasta más allá de la úvula, Max empieza a tragar la riada de semen gimiendo y dejándose ir, cabalgando su propio orgasmo cuando siente el sabor fuerte y fresco del primer chorro mientras lucha por no ahogarse. Abel llevaba tiempo sin correrse y ahora está literalmente disparando, arqueando la espalda y gimiendo largo con los labios apretados.

El bueno de Max se traga hasta la última gota y lo disfruta con demencia hasta el paroxismo. Bueno, se traga hasta la última gota o lo intenta, pues por más que ordeñe con los labios y succione la polla de Abi, la corrida de su amigo es tan jodidamente abundante que le desborda las comisuras de la boca. Tras tragar la mayor parte se lame los labios y recoge también las gruesas gotas que no pudo contener y ahora chorrean por su barbilla, esto último sin dejar de mirar a su mejor amigo con fuego en los ojos.

Abel está en shock. Sabe que Max se acaba de correr con él, ha sentido el calor húmedo contra la rodilla a pesar de que su amigo lleva los pantalones puestos. También lo ha sentido en su forma de gemir como cerdo y en la presión que ejercía con la boca en torno a su miembro, succionando como nunca y volviéndole loco de placer. Vaya, es de alguna manera excitante que se haya corrido así, pero ahora le da palo; Maxi se la ha comido de puta madre y realmente se merecía algo mejor que acabar en su pierna, ni siquiera le ha metido mano...

Intenta sonreír y le devuelve la mirada. Se siente desfallecido tras el colosal orgasmo pero reune fuerzas para estirar el brazo y acariciarle la cara. Aún siente espasmos de placer de cuando en cuando mientras le mira relamerse.

No entiende nada pero desde luego no va a pedirle explicaciones a Maxi por esto, ahora no. Lo que ha pasado le resulta muy extraño, en realidad él había ido a la playa del Contrabandista sólo para tomar un par de cervezas y charlar como lo más normal, como de vez en cuando lo hacían. Ahora que se estaban viendo menos por culpa de los apretados horarios, la pequeña y apartada playa era un buen lugar para ponerse al día cuando podían: era el sitio ideal, más íntimo que un bar por si había conversaciones profundas y/o confidencias, pero con el encanto de estar en el exterior. Siempre es bonito ver la luna y las estrellas sobre el mar con Max, y desde luego también los atardeceres, pero Abel nunca se lo ha comentado a él por temor a sonar raro. Raro, romántico, gay. Maxi sabe que él es gay, lo sabe desde hace años y aunque nunca le ha dicho explícitamente "que corra el aire" Abi le nota alguna vez incómodo con el tema. Vaya, ...no entiende nada. O sí, de golpe todo. O no, ni idea.

—¿...Lo hice...bien?—musita Max tras lamer el semen disperso, no se le escapa ni una gota que saltó al cuello de su camiseta.

Abi le mira atónito. Tarda unos segundos en contestarle y cuando lo hace le da la risa sabe dios por qué.

—Sí. Perdona—se disculpa por la carcajada inoportuna y desvía la mirada, la boca contraída en un rictus para no reír más—sí, sí. Lo hiciste... genial. Pero, Maxi...

—¿Ahá?

—Tú... ¿no eras hetero...?—la pregunta del millón.

El aludido es esta vez el que ríe y se encoge de hombros—Lo soy.

—No, ni de coña...—de pronto Abi siente miedo de volver a ponerse cachondo, ¿es que no ha tenido suficiente? ¿por qué le pone tanto la carita de ángel de Max al decirle esa mierda, por qué le enciende eso que lee en su mirada aunque sea vergüenza o culpa?—¿Después de esto vas a seguir diciéndome que no te gustan los tíos?

Max se gira levemente para mirar al mar. Tal vez le ha molestado lo que ha dicho Abel, no está seguro, no lo sabe.

—No sé, Abi. Sólo me gustas tú.

El nombrado alza una ceja pero Max no puede verle. No es que lo que dice Max le suene a "bla,bla,bla", pero tampoco sabe qué hacer con ello. Le resulta difícil de creer.

—¿...Desde cuándo?

—Eso da igual. Seguimos siendo amigos, ¿verdad?—inquiere de pronto Maxi tan pronto se le ocurre la pregunta, con un tono de voz algo más elevado.

—Claro.

Abi se sonríe. Le produce ternura que Max dude de eso aunque también le inquieta. Da risa pensar en dejar de hablarle porque ha probado su semen, qué gilipollez. Espera que ahora Maxi no le diga que lo siente o algo semejante; si lo ha disfrutado tanto, sería una pena que su amigo se arrepintiese de lo que acaba de hacer...

—¿Me llevas en la moto al embarcadero?—pregunta Max de sopetón, para variar.

¿Al embarcadero? Abi mira a su amigo con más detenimiento. Le encuentra algo pálido y con surcos oscuros marcados en torno a los ojos.

—¿Estás bien? ¿por qué al embarcadero? puedo acercarte a casa.

Maxi niega con la cabeza.

—No, déjalo. No creo que vaya a dormir allí esta noche. He tenido otra vez movida con mi viejo, ya te conté.

Cierto. Antes de empezar a besarse y toquetearse, antes de decirle "quiero probar tu leche", Max le había comentado acerca de una gran bronca con su padre. Discutían a menudo, y normalmente la cosa no se quedaba sólo en palabras sino que iba a más. El cabrón del padre de Max tenía problemas controlando su ira: muebles pateados, paredes marcadas a puñetazos y puertas rotas daban fe de ello.

—Ahm, ¿y vas a pasar la noche en el embarcadero?

—Sí. O aquí—murmura Max—Puede que duerma aquí.

Abi reune fuerzas al fin para subirse los pantalones y se apoya sobre un codo para acercarse más a su amigo arrastrándose sobre la arena. Qué penoso, tal vez sea la falta de costumbre pero sólo ese movimiento le cuesta un esfuerzo tremendo.

—¿Aquí? venga,hombre. Qué dices, qué chorrada.

—¿Qué pasa? la playa no tiene nada de malo.

Abel miró a Max con cara de srta. Rottenmeier, sólo que con el largo cabello revuelto en lugar de con moño.

—Hace frío en la playa de noche—le reprende—¿por qué no vienes a mi casa?

Maxi gira la cara para mirarle y titubea unos instantes.

—No, no creo que eso sea...

—Venga ya, ¿vas a hacerte el tímido ahora?

—Pero es que...

—Max, por favor, llevas los pantalones corridos—se exasperó Abel—¿dónde coño vas a ir así? Vente a mi casa, te das una ducha, cenamos algo y... te duermes. Y mañana ya hablarás con tu viejo.

El fiero león que ahora parece un muñeco pálido resopla. Detesta que le organicen la vida, aunque viniendo de Abel no le importa y la sola idea de ir a la casa de él le hace estremecer. Se siente muy pequeño de repente, cosa que pocas veces le ha pasado, y lo jodido es que no le disgusta del todo esa sensación.

—No sé, Abi...

El aludido tantea su cazadora que está sobre la arena y mete la mano en el bolsillo para sacar una bolsita de tabaco de liar.

—Nada. Me lío un cigarro y vamos para allá.

No era que Abel fuera cabezota o pesado. Simplemente era tan jodidamente cabrón que sabía cómo hacer para que no le dijeran que no. Encantador siempre, como ahora dando por hecho que Max aceptaría. Porque el hecho es que si Max dijera que no... le daría lo mismo a Abel.

¿Continuará?