Quiero sentir cómo te corres en mi polla, madre

Rogelia es la última contrabandista de tabaco rubio de Galicia.

Atilano tenía diecinueve años, era moreno, alto, bien parecido y no le faltaba de nada, no en vano su madrastra era la última contrabandista de tabaco rubio en las costas gallegas y él era el heredero de aquel pequeño imperio.

Un sábado por la tarde, Rogelia, la contrabandista, estaba sentada en una hamaca, caña en mano, pescando en su yate, un yate que fuera de su marido Alejandro. Atilano estaba en cubierta en bañador tomando el sol, y le preguntó:

-¿Te importa si tomo el sol desnudo?

Rogelia que tenía 38 años y que era morena, de estatura mediana, delgada, con buenas tetas, buen culo y guapa, le respondió:

-Haz lo que quieras.

Atilano quitó el bañador y le preguntó a su madrastra:

-¿Te gusta mi polla, Rogelia?

Rogelia giró la cabeza y miró para Atilano, pero no fue para opinar sobre su polla, fue para decirle:

-¡No me llames Rogelia, llámame, mamá o madre!

Atilano estaba por joder a su madrastra, y nunca mejor dicho.

-Dime, Rogelia. ¿Te gusta mi polla?

Rogelia volvió a girar la cabeza para poner a Atilano en su sitio, pero la vio sonriendo, meneando la polla, y le preguntó:

-¿Qué buscas, Atilano?

-Follarte.

Rogelia, curtida en mil batallas, no iba a permitir que la toreara su hijastro.

-¿Qué has fumado, Atilano?

-Un peta. Estoy a tope full.

-¿El porro te da alas para buscar el morbo de una relación con tu madre?

-Mi madre me abandonó.

-Y yo siempre he estado cuando me has necesitado.

-Ahora te necesito.

Rogelia mirando para la polla empalmada, le dijo:

-Tú lo que necesitas es una chica de tu edad.

Atilano entró en terreno pantanoso.

-Con el helicóptero de la guardia civil dando pasadas no tendría tanto morbo cómo te dio a ti cuando te folló el cura apoyada en el féretro abierto de mi padre, pero...

Rogelia no tenía idea de que Atilano la viera.

-¡¿Tú cómo sabes eso?!

-Espiaba por la ventana. ¿Tanto odiabas a mi padre cómo para meterle los cuernos de cuerpo presente?

-Yo quería a tu padre. El cura era el del morbo. Tuve que follar con él para que me revelara quien lo matara. Se lo dijeran en secreto de confesión y para quebrantarlo, pues pasó lo que viste.

-¿Quién lo mató?

-El Bicho.

El Bicho era un Narco que fuera socio del padre de Atilano.

-¡Hijo de puta! Aún lo sigue buscando la guardia civil después de cinco años de desaparecido. ¿Qué fue del cura? También desapareció sin dejar rastro.

-Está en el fondo del mar con unos zapatos de cemento y a su lado está el Bicho.

-Te sobraron huevos

-Y a ti te sobran chicas con las que follar.

-Sí, y a ti hombres y mujeres, pagando, pero follas con quien quieres. Quiero sentir lo que sienten ellos.

Rogelia sintió curiosidad.

-¿Qué quieres sentir?

-Quiero sentir cómo te corres en mi polla, madre.

-Ahora me llamas madre. El porro te dejó mal la cabeza.

-¿Tanto te extraña que quiera follar contigo?

-¡Soy tu madre aunque tú no lo veas así! ¡¡Cómo no me va a extrañar!! ¿Qué coño ves en mí?

-Veo a una mujer con un polvo brutal.

Esperando que le diera cera, le dijo:

-¿Qué te gusta de mí? Soy una mujer normalita.

Cera quería y cera le dio.

-Todo, de ti me gusta todo, hasta tus andares me gustan.

-Hablas cómo si estuvieras hablando de una cerda.

-¡Más quisiera yo que lo fueras!

-Con tu padre lo era... ¡Te pareces tanto a él!

-Anímate, sería cómo si follaras con mi padre otra vez.

-Tientas cómo un diablo.

Vieron pasar de nuevo el helicóptero de la guardia civil. Atilano mirando para arriba, le dijo a su madrastra:

-Ya andan ahí otra vez los cabrones.

-Esos hijos de puta no descansan.

Al rato llegó una patrullera y les hicieron un registro. Es obvio que no encontraron nada. Rogelia no era tan tonta ni cómo para tener una cajetilla de tabaco rubio de contrabando para fumar.

Horas después llegaron en el Ferrari de Atilano al pazo donde vivían. Una sirvienta salió a recoger los bártulos de la pesca de Rogelia, y con ella delante, Rogelia y Atilano entraron en el pazo al tiempo que otro sirviente llevaba el Ferrari al garaje.

Todo estuvo tranquilo mientras el servicio no abandonó la casa, luego en la sala de estar, sentados en dos sofás enfrente uno de la otra Atilano volvió a la carga.

-¿Me dejas que te dé un masaje en los pies?

-No.

-Iría subiendo...

-¡Calla de una puñetera vez!

Atilano cambió de tema para no cabrear más a su madrastra.

-¿Hacemos una raya?

-De la raya te estás pasando tú.

Después de mucho camelar a Rogelia se hicieron la raya de coca. Colocados, quiso besarla, pero Rogelia le hizo la cobra y le dijo:

-Vete a tomar algo que cuando vuelvas puede que te lleves una sorpresa.

Atilano se puso más contento que un cuco en primavera.

-¡¿Follaremos, Rogelia?!

-Conmigo no vas a follar, pero... Hasta aquí puedo hablar.

-Nunca digas de esa leche no voy a beber.

-Vete antes de que me arrepienta.

Atilano se levantó y se fue a tomar unas copas en el bar de su madrastra, bar que Rogelia no pisaba, pero que servía para blanquear una pequeña parte de su dinero negro.

Al volver a casa sintió ruidos en la habitación de Rogelia, fue a mirar y la vio comiendo el coño de una chica de compañía mientras un mulato le taladraba el coño. Era la primera vez que traía a chaperos o a lesbianas al pazo y la vez que los traía lo hacía por partida doble.

Entró en la habitación y preguntó:

-¿Puedo unirme a la fiesta?

Le respondió Rogelia.

-Puedes, pero ya sabes que a mí no me puedes tocar.

Atilano se desnudó. La chica de compañía, una rubia de pelo cortito, alta, de ojos azules y con un buen cuerpo, se agachó delante de él, le mamó y le chupó la polla y le lamió las pelotas hasta ponerle la polla dura.

Rogelia se puso encima del moreno, un tipo cachas y con una buena verga y comenzó a follarlo. Al rato, Atilano se metió en cama. Arrodillado detrás de su madrastra le frotó la polla en el ojete. Rogelia le dijo:

-¡No, hijo, no!

-Sí, Rogelia, sí.

Atilano le lamió el ojete.

-Nooo.

Se lo folló lentamente con la punta de la lengua. La chica le lamió la espalda y le echo las manos a las tetas. Rogelia se quedó muda. Al ratito ya jadeaba, sintiendo cómo le entraban y le salía la polla del coño y la lengua del culo, dijo:

-¡Me corro!

Rogelia con un tremendo temblor de piernas se corrió jadeando cómo una perra.

Al acabar de correrse, el mulato le sacó la polla del coño, Atilano le clavó la suya en el culo de un golpe, Rogelia levantó la cabeza cómo becerra a la que le clavan una estocada en todo lo alto, y exclamó:

-¡Cooooñoooo!

Atilano, echándose hacia atrás sobre la cama, le dijo:

-El coño que te lo coman.

Rogelia quedó ofreciendo su coño abierto y lleno de babas, la chica de compañía, la puta para entendernos mejor, lamió las babas y después lamió su clítoris de abajo a arriba, hacia los lados, alrededor y se lo chupó, todo esto mientras el mulato le comía las tetas y la polla entraba y salía de su culo. Rogelia estaba tan cachonda, que dijo:

-Rómpeme el culo, hijo, rompe.

Atilano le dio caña cada vez más aprisa hasta que Rogelia tuvo un orgasmo anal. Atilano le llenó el culo de leche... Le siguió otro orgasmo clitoriano que le llenó la boca a la puta, mientras decía:

-Me voy a morir de gusto.

No se murió, ninguna mujer se muere de gusto, y menos Rogelia.

Al irse el chapero y la puta, Rogelia se fue a dar una ducha, al regresar, tapada con una toalla fue a la sala y vio a Atilano sentado en un sofá, desnudo y con una copa de coñac en la mano. Echando una copa de jerez, le preguntó:

-¿Te gustó la sorpresa?

-Me gustaste más tú.

-¿Más que la rubia?

-Sin comparación.

Rogelia bebió el jerez de un trago y después le dijo:

-¡Qué mal mientes!

-¿A quién follé?

-Coño, pues es cierto, a ella ni la oliste.

Rogelia se sentó en el tresillo enfrente de Atilano, que le dijo:

-Abre las piernas -abrió las piernas y vio su coño-. Quita la toalla -la quitó y vio sus gordas tetas con areolas rosadas y gordos pezones-. ¿Quieres que te coma el coño?

-Esas cosas no se preguntan, se hacen.

Atilano fue a su lado, le cogió el pie derecho, le masajeó la planta, la lamió, le chupó los cinco dedos, luego cogió a la otra planta y le hizo lo mismo. Rogelia con las piernas abiertas de par en par vio cómo Atilano subía lamiendo en interior de sus muslos. All llegar a su coño besó el clítoris y siguió subiendo, besó y lamió su ombligo, su vientre y llegó a las tetas, magreándolas, lamió y chupó tetas y pezones y después le dio un pico, dos tres, y acto seguido las lenguas se unieron en un largo beso... Bajó, y de nuevo magreó, besó, lamió y chupó tetas y pezones, vientre, ombligo y llegó al coño, que ya estaba abierto y muy mojado. Su lengua se internó en su vagina hasta que no le entraba más, después salió y lentamente lamió sus labios vaginales. Rogelia, con los ojos cerrados imaginaba que era su difunto marido quien le comía el coño, al abrirlos le levantaba la cabeza, miraba a su hijastro, que era el vivo reflejo de su padre y gimiendo los volvía a cerrar. Sin previo aviso, y sin llegar a lamer su clítoris una docena de veces, Rogelia se corrió en la boca de Atilano, y al hacerlo dijo:

-Te quiero.

Rogelia se lo decía a su marido, pero Atilano creyó que se lo decía a él, por eso después de tragar el néctar de la corrida de su madrastra, le dijo:

-Yo también te quiero, Rogelia.

Al acabar de correrse Rogelia la cogió en brazos y la llevó a su habitación, allí la puso sobre la cama, se echó encima de ella, le clavó la polla en el coño, le cerró as piernas, echó las suyas por fuera y recordó las palabras de su padre cuando le pidiera consejo para follar a una chavala que ya estaba de vuelta y media: "A esa espabilada, cómo es delgada, métele la polla hasta el fondo, ciérrale las piernas y echa las tuyas por fuera. La polla le va a entrar muy apretada, fóllala cómo si tu polla fuera un pico y estuviera picando en el techo de una mina y no te olvides de apretar tu pelvis contra su clítoris. Gozará cómo una perra, y si quieres que no te olvide dale la última corrida comiéndole el coño."

Rogelia al ver que Atilano la iba a follar cómo la follaba su difunto marido volvió a cerrar los ojos. Atilano comenzó a picar en la mina, justo en un punto llamado G. Las manos de su madrastra en su culo le ayudaban a que picara cada vez con más y más y más y más ahínco.... El techo de la mina estaba llena de agua y le encharcó la polla. Rogelia se corrió clavándole las uñas en las nalgas, estremeciéndose y devorándole la lengua. Atilano al acabar de correrse su madrastra, le llenó el coño de leche. Rogelia estaba cómo loca.

-¡Lléname, lléname, lléname!

La llenó, pero Rogelia quería más. Le volvió a coger el culo y se lo movió de atrás hacia delante y de delante hacia atrás. La polla de Atilano no perdiera dureza y Rogelia no tardó en decir:

-¡Me corro otra vez!

De nuevo sintió Atilano la riada bañar su polla, el coño de su madrastra apretándola y soltándola y las uñas volviéndose a clavar en sus nalgas.

Esta vez Rogelia quedó cómo muerta con el gusto que sintió, pero Atilano no tuvo compasión, comenzó a picar de nuevo cada vez más aprisa. Quería volver a llenarle el coño de leche, pero se le adelantó Rogelia. La muerta estaba muy viva, corriéndose, exclamó:

-¡Me mataaaas!

Rogelia temblaba, se sacudía y clavaba sus uñas en la espalda de Atilano, que la volvió a llenar.

Al ratito, cuando recuperaron el aliento, Rogelia, dándole un pico a Atilano, pensó: "Mira que si ahora me la comiera..."

Atilano sacó la polla pringada de jugos y leche, se metió entre las piernas de su madrastra, y comenzó a comerle el coño. Diez o doce minutos más tarde, al correrse en la boca de Atilano, dijo:

-¡Traga, cariño, tragaaaa!

Y aquí lo dejo, solo decir que siguieron follando.

Quique.