Quiero que se follen a mi novia

La habitación estaba oscura, pero la luz solar que se filtraba por la persiana apenas abierta, era suficiente para ver a los dos cuerpos abrazados sobre la cama. Ambos estaban todavía vestidos, pero él ya deslizaba la mano por el muslo de mi novia, haciéndola desaparecer adentro de la pollera, mientras le besaba el cuello.

La habitación estaba oscura, pero la luz solar que se filtraba por la persiana apenas abierta, era suficiente para ver a los dos cuerpos abrazados sobre la cama. Ambos estaban todavía vestidos, pero él ya deslizaba la mano por el muslo de mi novia, haciéndola desaparecer adentro de la pollera, mientras le besaba el cuello.

Yo había tomado suficiente alcohol para no estar del todo lúcido. No estaba seguro de poder tolerar semejante escena. Observaba todo como en un sueño. En medio de la embriaguez me invadió el recuerdo nostálgico de cuando conocí a Emilia, en una fiesta que celebró una amiga en común. Ella me había deslumbrado con su aguda inteligencia, con su actitud relajada, su risa contagiosa, y sus piernas largas y torneadas. Las mismas piernas que ahora disfrutaba Gastón, quien ya había metido parte del antebrazo venoso, produciendo un bulto movedizo debajo de la pollera. Su lengua hábil le arrebató un gemido a Emilia, quien dirigió la mirada culposa al rincón oscuro, desde donde yo observaba todo. Fingí una sonrisa, para que no se detenga, y ella a su vez me regaló su sonrisa, y mantuvo el contacto visual conmigo, mientras Gastón le bajaba la ropa interior, para meter entre las piernas de mi novia su rostro barbudo de rockero despreocupado.

Le hice señas para que dejara de mirarme. Ya habíamos hablado de eso. Quería ver cómo se la cogía otro, y que hiciera de cuenta que yo no estaba ahí. Emilia cerró los ojos, y cuando la lengua de Gastón empezó a juguetear alrededor de su sexo, esbozó una sonrisa de placer, y sus dedos arañaron las sábanas.

Esa era la sonrisa que quería ver. Y ahora lo veía a Gastón, tragándose el sexo de mi novia, con el bulto enorme aprisionado en su pantalón. Un bulto que no daba señales de venirse abajo.

Gastón era todo lo que yo no era, y por eso lo elegí: Un músico talentoso, sin ataduras, corajudo, canchero, entrador. Se había sorprendido mucho cuando le pedí que se coja a mi novia, pero ahora no parecía dudar, mientras le comía la concha a Emilia.

Ella, instintivamente, agarró el pelo enmarañado de Gastón, cuando él comenzó a lamerle el clítoris. Amagó a mirarme de nuevo, pero pareció recordar que tenía que fingir que yo no estaba ahí, así que comenzó a desinhibirse. Frotaba la cabeza de Gastón, mientras él le acariciaba las piernas flexionadas, y continuaba concentrado en la entrepierna, que ya estaría empapada, atacándola con lamidas violentas, succionándola, como si quisiera sacar una ostra de su concha.

El cuerpo esbelto de Emilia se veía precioso en la oscuridad. Los tenues rayos del sol caían sobre sus piernas, que se deslizaban en el colchón, mientras empezaba a hacer suaves movimientos pélvicos, al ritmo que marcaba Gastón. Sus pequeñas tetas estaban hinchadas, y los pezones duros por la excitación, a tal punto, que se marcaban en la remera de verano que llevaba puesta. Su respiración era cada vez más entrecortada. Su pecho se inflaba por el aire, y ella lo despedía por su nariz y boca, en un gesto delicioso. Abarcó toda la cabeza de Gastón con las dos palmas bien abiertas, y cerró más las piernas. Yo conocía ese gesto. Estaba a punto de acabar ¿hace cuánto no la hacía acabar yo? Toda culpa desapareció de su semblante, cuando le arrancó los pelos a Gastón, y profirió el grito de hembra satisfecha.

Yo vi como sus músculos se contraían en la inercia del orgasmo. Terminó rendida, agitada, con el rostro perlado de transpiración, y el pelo desordenado. No podía estar más hermosa.

Gastón empezó a desnudarse, mientras mi novia comenzaba a recuperar el aliento. Se sacó la remera, dejando a la vista su espalda trabajada. Luego el pantalón, y finalmente se deshizo del bóxer, mostrando su verga dura, parada como mástil, un poco mojada en la punta.

Ahora él estaba parado en el piso, a los pies de la cama, y Emilia, con la pollera acomodada, se acercaba gateando en dirección a él. Cuando llegó al borde de la cama se quedó quieta un momento, como dudando, con la cara a centímetros de la verga de Gastón.

Por ridículo que parezca, esa imagen, sin desagradarme, me pareció mucho más fuerte que las que venía viendo hasta ahora. Una cosa era usar a un tipo para darle placer oral a mi novia, pero otra muy distinta era cuando ella pasaba a ser el objeto, mientras el otro la usaba para saciar su calentura. Así que me resultó muy impactante ver esa carita de labios gruesos salpicada por pecas, que tantas veces había besado con ternura, frente al tronco implacable del otro, y muy cerca también de esos testículos desiguales y peludos, que colgaban impacientes por expulsar su semen.

Emilia también dudaba, pero en su gesto pude notar las ganas que tenía de llevársela a la boca.

Finalmente Gastón tomó la iniciativa. Puso la mano en la nuca de mi novia, y empujó su cabeza hacia adelante, mientras con la otra, apuntaba su lanza y la clavaba justo en el blanco.

Emilia abrió la boca y se ayudó con las manos para mamar la verga invasora. Lo hizo con pasión, como yo sabía que lo hacía. Un hilo de baba caía de su boca mientras el miembro venoso entraba y salía, una y otra vez. Noté que también se me hacía agua la boca, mientras ella se atragantaba con aquella pija.

Y pensar que cuando se lo propuse por primera vez me había tomado por demente. Pero ahora, después de tantas charlas, después de tantas indecisiones, ahí estaba. Ahora Gastón acababa en la cara de la mujer que amo, y en ese momento la amé más que nunca. Ella se fue al baño a limpiarse, y en la habitación quedamos los dos hombres solos, acompañados de un silencio denso que yo me encargué de cortar diciéndole “me gusta lo que le estás haciendo a mi novia. Ahora quiero que te la cojas bien cogida”

Ella volvió del baño con una sonrisa. Yo le sonreí, esta vez con sinceridad. Le dije te amo. Salí del rincón oscuro. La abracé, le di un beso apasionado. Ella me agarró de la verga que estaba durísima. “No digas nada”, le dije al oído, “andá a cogértelo. Quiero ver cómo te coge. Divertite. Te amo”, yo también te amo, me dijo, y dio unos pasos hasta llegar a la cama. Se sacó la remera, y luego la pollera. Gastón ya estaba con la pija dura, babosa, con fuerte olor a sexo. Emilia se acostó boca arriba, y abrió las piernas para recibir su lanza, que entró despacio, mientras ella hundía las uñas en los hombros de él, y se mordía los labios al sentir la verga adentro. Gastón lentamente intensificó los movimientos pélvicos. Yo vi su culo peludo menearse mientras la embestía una y otra vez. Tenía mucho vigor, y no parecía agotarse. Su cuerpo bronceado contrastaba con la piel clara de mi novia, pero se veían muy bellos juntos. Una imagen casi artística. Emilia levantó las piernas y las colocó en los hombros de Gastón, en un movimiento ágil que me sorprendió gratamente. Ahora él la penetraba con furia, y Emilia largaba un grito cada vez que la tenía adentro. La cama se movía por la violencia de los movimientos. Un resorte pareció romperse, pero ellos estaban perdidos en la excitación del momento. Sus cuerpos ardían, se notaba en el color rojo que tomaron ambos. Gastón tenía la cara transformada, y ella era la viva imagen de la satisfacción. Estuvieron copulando en esa posición acrobática un tiempo largo. El sol estaba bajando, y de repente dejó de iluminar la pieza. En la absoluta oscuridad se escuchó el grito liberador de la eyaculación de Gastón. Encendí la luz, y vi como él sacudía su verga encima de ella, depositado las últimas gotas de semen sobre el ombligo de mi novia. Se hizo a un lado, contento, con las piernas temblorosas por el enorme ejercicio que acababa de hacer. Me hizo un gesto en dirección a Emilia, como diciéndome, la comida está servida, andá, buen provecho. Ella estaba mirándome. Abrió un poco más las piernas, como llamándome. Recién ahí caí en la cuenta de que ella todavía no había acabado. La tenía ahí, calentita, necesitada de que le den un último estímulo. Gastón ya había hecho el trabajo duro, sólo tenía que terminarlo.

Me desvestí en un santiamén. Me tiré arriba de Emilia, que estaba con la piel pegajosa por el sudor, y principalmente por todo el semen que había en su ombligo. Se la metí con fuerza, porque ya estaba dilatada. Me miró con los ojos encendidos por la excitación. Le dije que la amaba, que me encantaba haber visto cómo la poseían. La besé, y la penetré al mismo tiempo, hasta que sentí como su cuerpo se contraía nuevamente, esta vez entre mis brazos, y de su sexo salía un montón de fluido que empapaba mi miembro.

Nos quedamos uno adentro del otro, abrazados, mientras Gastón nos observaba, tan contento como nosotros. Entonces como mi sexo seguía erecto, la hice ponerse boca abajo para seguir dándole verga. Gastón se unió enseguida y otra vez hizo que Emilia se la mamara. Estuvimos los tres, enredados, sucios, olorosos, hermosos, hasta que él le bañó la cara de leche. Entonces nosotros acabamos otra vez, casi al mismo tiempo.

Nos quedamos un rato en silencio, los tres desnudos en la cama. Yo acariciaba las piernas de Emilia mientras ella jugueteaba con el pene flácido de Gastón.

Ese fue el comienzo de un nuevo noviazgo. Ahora se abrían las puertas a miles de posibilidades. Desde entonces, la compartí con muchos hombres, y vi cómo la cogían de todas las maneras imaginables. Y fuimos más felices que nunca, a nuestra manera.

Fin