Quiero que lo disfrutes como yo

Un regalo de mi novio, una de nuestras historias... Se las comparto

Cabello negro, baja estatura y una sonrisa que te dejaba paralizado… No sé cómo

describirlo, aunque quizá siempre me quedo corto al describir a una mujer…

Después de mucho tiempo de no escribir, me dedico nuevamente a relatar mis

experiencias. Yo sé que no les interesa mi vida, pero… quisiera corresponder en alguna

manera a los lectores y escritores de ésta página.

Este relato es un poco diferente a los que comúnmente escribo, ya que, la experiencia

que relataré a continuación, es diferente. Si me estás leyendo por primera vez, te invito a

que leas alguno de mis relatos anteriores y vayas teniendo una idea del loco perverso que

soy. Nada del otro mundo, pero puedo asegurar que siempre he tenido la suerte de vivir y

experimentar cosas extravagantes. (link) Pido una disculpa de antemano, ya que soy muy

extenso a la hora de escribir un relato. Si lo que buscas es sólo sexo, éste no es el relato. Si

disfrutas de una buena trama (claro que mucho sexo) entonces puede ser un buen relato.

Se paciente, llegaré al sexo, pero siempre se debe comer la sopa antes de llegar al plato

fuerte.

Comenzaré describiéndome. Soy alto, de complexión delgada (aunque ya estoy

engordando), ojos cafés y dotado de un instrumento normalón. Nunca he sido el tipo que

llama la atención, pero si tengo mi pegue.

Para mi existen dos maneras de enamorarse. La primera es el tradicional e

inverosímil “amor a primera vista”. Yo nunca pensé que fuera real hasta que me sucedió.

Siempre pensé que eso sólo sucedía en las películas o en los cuentos, pero bien dicen por

ahí que uno no experimenta en cabeza ajena. Y si… me enamoré a primera vista de una

mujer.

La segunda manera de enamorarse es trabajando la relación. Hacer crecer una pequeña

semilla de confianza, respeto, honestidad y un sinfín de aspectos que giran en torno a las

relaciones. Éste tipo de enamorarse, en lo personal, es mucho más placentero y, a la larga,

mucho más fuerte y resistente. Dado que trabajas y te esfuerzas, el sabor es consistente

y fuerte, mientras que el primero es intenso y exótico. Los enamorados y los que lo han

experimentado me comprenderán.

Y así ha sido mi relación con ella. De ésta manera me he enamorado de ella. Mi historia

comienza cuando salía de una decepción de mi único enamoramiento a primera vista. Me

había enamorado de una mujer hermosa, tanto por fuera, como por dentro. Era un sueño

y creí que me había correspondido, pero resultó ser “apta para todo público” (una zorra o

una puta, para los que no entendieron).

Intenté sacarla de mi mente, corazón y alma con alguna otra mujer (un clavo saca a otro

clavo, dicen...), pero no sirvió de nada. Hasta que la conocí. Ahí estaba y, ahora que lo

rememoro, siempre estuvo ahí. Cabello negro, baja estatura y una sonrisa que te dejaba

paralizado… No sé cómo describirlo, aunque quizá siempre me quedo corto al describir a

una mujer…

Las palabras nunca se me han resistido, al contrario: a menudo me resulta muy fácil decir

lo que pienso, y eso me ha creado problemas muchas veces. Sin embargo, he de confesar

que con ella, más de una ocasión me he quedado sin habla. No sé cómo describirla, ya que

siento que me quedaría corto, incluso utilizando todos los adjetivos y halagos posibles.

Me ha cautivado de una manera increíble y a pesar de que he intentado demostrárselo,

no lo cree. De hecho, este es un intento más de demostrarle mi amor. Espero lo tome en

cuenta.

Ella tiene una sonrisa dulce, cariñosa y tímida, como una flor que se abre. Ella es cordial,

sincera y ligeramente turbada. No sé cómo describirla, así que diré que es simplemente

preciosa. Endiabladamente preciosa.

La conocí justo cuando acababa la universidad y hasta ahora ha sido una relación plena,

satisfactoria, intensa y muy feliz. A pesar de los sucedáneos y adversidades que se han

presentado, nunca nos hemos peleado. Llevamos poco tiempo, pero después de poco más

de un año, puedo decir con orgullo que no hemos tenido una sola pelea.

Debido a mi pasado, he descubierto que en el sexo soy intenso. Conozco la forma de

acariciar a una mujer y arrancarle suspiros. Sé cómo ser delicado y tierno si así lo requiere

la mujer. Yo, en cambio, soy muy diferente. Soy, como dije, intenso. Me gusta tomar las

riendas. Amasar, estrujar, morder. Soy apasionado. Claro, siempre me amoldo a cada

mujer con la que estoy. Si a ella no le va eso de ser intenso, entonces soy tierno. Pero si le

gustan las cosas como a mí, tanto mejor.

La gran parte de relaciones sexuales que he tenido, han sido con mujeres extravagantes.

Eso me ha llevado a expandir mis horizontes y siempre tener la mente abierta. Jamás

negarme a nada. He cogido y hecho el amor con mujeres exhibicionistas, con lesbianas,

con masoquistas, con sadomasoquistas, con exhibicionistas, con hippies, darketas,

mujeres planas, feas, gordas y mujeres muy hermosas, con mujeres que les gusta la

coprofilia e, incluso, de mi propia familia.

Y digo esto, porque ahí fue donde se me plantó mi primer problema. Sabiendo que la base

de toda relación, además de la honestidad y confianza, es la COMUNICACIÓN. Yo siempre

soy directo y me gusta ser transparente. Así que desde un inicio le pregunté cómo era ella

en el sexo; que le gustaba hacer y qué cosas le gustaba sentir o que le hicieran. Nunca me

respondió. Siempre sus respuestas eran ambiguas o demasiado generales.

Yo siempre he dicho que el hombre debe de hacer gozar a la mujer. Debe de consentirla

y satisfacerla. La mujer (si eres hetero) es el objeto de nuestro deseo. A un hombre,

mientras le abran las piernas y pueda tocar todo, queda satisfecho y más que bien servido.

Una mujer es un caso muy distinto. Una mujer siente, percibe y es más difícil que llegue al

orgasmo. Por eso siempre he sido partidario de que la principal tarea de un hombre en el

sexo, es satisfacer a la mujer. Uno, como hombre, siempre va a quedar satisfecho siempre

y cuando le hagan una mamada, descargue sobre un coño o un culo y toque pechos o

nalgas. Así de simple.

Y así intenté abordarla a ella. Quería satisfacerla. Quería hacerla gozar. Quería que gritara

de placer. Quería enamorarla también en ese aspecto. Pero como dije, jamás me dijo

nada concreto. Siempre fue un misterio… Aún ahora no adivino que es lo que le gusta. Sé

que poco a poco lo descubriré.

No quiero aburrirlos con tanta explicación, así que iré al grano. Nuestra primera vez juntos

no es algo digno de mención. Fue algo normal y un poco intenso, pero al fin y al cabo

normal. No era lo que yo esperaba provocar en ella. Y lo entiendo, porque aún no sé qué

le excita en sobremanera.

Nuestros siguientes encuentros fueron similares al primero. No la sentía completamente

satisfecha. No sé cuál fuese la razón. Deduje, por diferentes razones, que ella era del tipo

tierno, pero que si se excitaba lo suficiente, podría llegar a ser un poco intensa.

Por ende, trabajé más en una situación que en el acto en sí. Aproveché la fortuna de un

viaje que ella tenía por parte de la escuela a Veracruz, que es un estado con playa de mi

bonito México. “Sol arena y mar” era todo lo que necesitaba.

Y todo sucedió en el primer día. Traté de ayudarla en todo lo posible. Cargar maletas,

ayudarle en los deberes del viaje escolar… en fin, ser un novio ejemplar. Y no lo hice para

obtener una noche de sexo. La amo y haría cualquier cosa por ella. De hecho, su manera

de ser y por cómo es conmigo, me insta a mejorarme, a ser un mejor hombre. Me reta a

intentar ser el mejor. Me insta a ser un caballero. Sé que en ocasiones no lo logro, pero lo

intento. De hecho, todas las mujeres se merecen que un hombre trate de comportarse así,

pero ella lo merece aún más…

Todo el día transcurrió bien. Risas, besos, apapachos y un buen ambiente. Cuando llegó la

noche hice mi jugada.

Cerca del hotel, había un bar donde se escuchaba trova y todos fuimos ahí para calentar

gargantas con un poco de cerveza antes de ir a un antro. Aquel local estaba a media luz.

Varias mesas acomodadas frente a una pequeña tarima donde un joven interpretaba

canciones de aquel estilo de música. Las notas suaves, pero profundas, inundaban el local.

Ordenamos bastante cerveza y dos horas pasaron sin que me diera cuenta. Fuera de

las pláticas superficiales que mantenía con sus amigas e incluso con ella misma, yo

estaba embelesado observándola de vez en vez. Hubo un momento muy especial donde

tocaron “entre pairos y derivas” de Fernando Delgadillo. Ésa era nuestra canción y casi

durante toda ella nos fundimos en un largo, cachondo y profundo beso. El escuchar una

canción que llega al corazón, compartirla con alguien más, amar a ese alguien más y

disfrutarla mientras la besas es una experiencia que quedará grabada en mi alma por

siempre. Hasta la fecha ese ha sido uno de los mejores besos de mi vida.

-

Te noto algo raro amor, ¿todo bien? – me preguntó cuando salíamos de aquel bar

y nos disponíamos a ir al antro.

  • No tengo muchas ganas de ir de antro – respondí desganado.- Pero yo sé que

quieres ir, así que vamos

Conversamos un poco más y la convencí de caminar por la playa y regresar al hotel a

dormir. Ella, aunque tenía muchas ganas de ir, se quedó conmigo en un acto puro de

amor. Por eso y muchas otras cosas más, la amo.

Así que caminamos por la playa. La luz de la luna era perfecta. Las estrellas brillaban

fuertes y el sonido del mar era calmo. Era una situación perfecta y demasiado romántica

para desaprovecharla. Además los dos estábamos ya algo tomados. No mucho, pero si lo

suficiente para desinhibirse un poco.

Caminamos largo rato hasta que nos encontramos frente al hotel donde nos hospedamos.

Y ahí, la besé con toda la pasión y ardor que me fue posible. No estoy tan seguro, pero

puedo decir que ese beso fue un placer compartido. Mis labios se entreabrieron y

aventuré un poco mi lengua. Me sorprendí al sentir la punta de la suya.

Nos separamos, nos vimos a los ojos. “Te amo Valeria” le dije y ella me respondió con

un “yo también”. Valeria levantó otra vez la cara cerrando los ojos. Al cabo de un instante,

mi boca cubría la suya nuevamente. Sentía aquella sensación tan familiar de éxtasis.

Me vi embargado de la necesidad de tenerla siempre abrazada a mí, de sentir su piel y su

pelo, de sentir sus piernas, sus pechos y todos sus huesos lo más cerca posible de mi piel.

De estar dentro de ella y ella dentro mío.

Nuestras lenguas se encontraron y me excité al pensar que podía compartir con ella algo

tan íntimo como entrelazar nuestras bocas y hacer tocar su lengua con la mía. Sin darnos

cuenta, nuestra respiración había aumentado de ritmo. Ambos respirábamos con fuerza.

Yo sostenía entre mis manos su cabeza y cuello, mientras que ella me acariciaba los

brazos. Aquellas caricias suyas pasaron a mi espalda y después a mis caderas a la par con

nuestros besos, cada vez más intensos. Nuestros corazones latían con fuerza. Por último,

ya sin aliento, rompí el beso.

La miré. Traté de expresarle con mis ojos todo el amor y deseo que sentía. Ella tenía el

rostro enrojecido y me sonrió. Tenía toda la cara envuelta con la fuerza del deseo. Al cabo

de un momento, rompí el silencio.

-

-

¿Te parece si continuamos en el hotel? – le pregunté jadeante

Vamos – me dijo casi en un susurro entrecortado

El camino hacia el hotel fue una deliciosa tortura. Nos besábamos y tocábamos

apasionadamente. No nos importaron las miradas de las demás personas. En el elevador

hicimos otro tanto y salimos como torbellinos hacia la habitación.

La puerta seguía cerrándose cuando ya estábamos casi en pelotas ella. Yo estaba ya en

bóxer y ella sólo con bra y su tanga, presas de la pasión juvenil y el alcohol. Yo parecía un

pulpo tocándola por todo el cuerpo y ella también. Paré un instante y bajé el ritmo. Quería

hacer esto bien.

Me incliné para besarla y ella lo hizo con pasión, pero impuse mi propio ritmo que

ella aceptó, aunque un poco recelosa. Me separé de ella y la miré a los ojos. Volví a

inclinarme para besarla, pero en lugar de besarla en la boca le levanté la barbilla y la besé

suavemente al pie de la garganta. Escuché un gemido de placer, lo cual me indicó que iba

por buen camino. Bajé lentamente entre besos hacia su pecho y rocé el nacimiento de sus

senos. Alcancé a vislumbrar como se le inflamaron los pezones baje el bra que llevaba. Mis

labios se cerraron sobre uno de ellos.

-

Despacio – murmuró excitada

Besé su pezón por encima de la prenda y, a pesar de que lo hice de la manera más suave

posible, sentí que Valeria estaba disfrutando. Al escuchar un leve gemido, caí de rodillas

ante ella. Apreté mi cara contra su entrepierna y me embargó un olor delicioso. Olor a

sexo. Olor a ella. A hembra.

Suavemente retiré su tanga y me encontré con una pequeña mata de pelo que conocía

perfectamente. Me incliné y la besé suavemente, precisamente allí. Traté de hacerlo como

si fuera la cosa más maravillosa del mundo. Al menos para mí lo era, lo es y lo será.

Sin previo aviso, ella también cayó de rodillas frente a mí. Los dos respirábamos

entrecortadamente, como si hubiéramos corrido un kilómetro. Yo la necesitaba

terriblemente. Sentía la garganta seca por el deseo. Y sentí sus manos en mis rodillas. Una

subía lentamente hasta que encontró mi verga.

Estaba caliente, seca y dura como un palo. Cerré los ojos y gemí hondo, mientras ella

exploraba mi miembro a todo lo largo con su mano. Finalmente, ella se inclinó, me saco el

pene del bóxer y me lo besó, tal y como yo había hecho con sus pechos.

Yo acariciaba su espalda, a veces con las uñas y a veces con las yemas de los dedos,

mientras ella me daba una mamada que me arrancaba gemidos de placer. Pasaron

como 10 minutos cuando ella se detuvo, se irguió y lentamente, sin dejar de mirarme, se

desabrochó el bra y lo arrojó lejos. Ya estaba completamente desnuda.

-

-

Son hermosos – le dije al ver sus pechos

No es cierto – respuesta muy común en ella cuando recibe un halago mío – Estoy

plana

  • ¿Plana? – repetí como si aquella afirmación fuese ofensiva y además errónea.

Alargué el brazo y toqué el seno izquierdo con la mano derecha. Se lo acaricié

suavemente con las yemas de los dedos. Valeria me miraba y añadí. – Son

perfectos

Me incliné nuevamente para besarlos. Los besé suevamente, como si besara alguna

cadena u objeto preciado. Mientras los acariciaba. Toque con mi lengua el pezón y sentí

una exclamación por parte de ella. Jugué con el pezón y mi lengua.

-

¡Más fuerte! – me dijo con voz enronquecida. – Necesito sentirte más

Obedecí de inmediato esa voz que me hizo enardecer. Amasé y apreté sus senos con

fiereza y con las yemas de los dedos apreté uno de sus pezones, pero sólo con la fuerza

suficiente para que le doliera un poco. Eso pareció enloquecerle, pero me separó de ella al

instante.

-

Métemela – me ordenó

Me levanté mientras ella se recostaba en la cama. Al quitarme el bóxer me miró con deseo

y no pude reprimir una sonrisa de felicidad. Me acerqué a ella y me abrió las piernas

invitándome a entrar. Su sexo estaba rojo, palpitante.

Me recosté a un lado de ella y la palpé. Contra airada, me miró repitiéndome que quería

que la penetrara, no que la dedeara. “Shhhh” le dije y se dejó hacer. Tras unos cinco

minutos de aquel tratamiento, aparté mi mano. Me tumbé sobre ella y apoyándome

sobre un codo, la besé. Entré un poco y un suspiro salió de su boca. Me detuve con toda la

intención de hacerla suplicar por más.

-

-

-

¿Qué pasa? – me dijo con urgencia.- Métemela

Dilo más fuerte – le dije con una sonrisa

¡Métemela!

Sin más la penetré de un solo golpe. Cerré los ojos, incapaz de contener tanta felicidad. No

dejaba de sonreír mientras imponía un ritmo semi lento. La escuché dar pequeños gritos

de placer mientras nuestros cuerpos chocaban rítmicamente. Bajé con una mano hasta

tocar uno de sus pechos y cuando lo apretaba con fuerza sentí que hundía sus uñas en mi

espalda. De pronto, sentí un impulso irrevocable de besarla, así que tome su cuello y la

atraje hacia mí. Mi lengua perforaba su boca y aumenté el ritmo casi sin notarlo.

El hecho de sentir su lengua junto a la mía, mientras la penetraba, me hacía enloquecer de

placer. Comencé a aumentar el ritmo aún más y a ella pareció gustarle. Comenzó a gritar

y yo me sentía pleno, feliz. No sé si lo fingía, pero quiero pensar que sí. Por fin le estaba

dando el placer que merecía. Sentí que por fin lo gozaba tanto como yo.

Cuando estuve a punto de terminar, paré y disminuí el ritmo. “¿Por qué paras?” me dijo y

le contesté que quería hacerle el amor. La besé con ternura y ardos mientras reanudaba

aquél delicioso mete y saca, pero ahora, más lento. Aquel vaivén de nuestros cuerpos, los

besos, las caricias, los rasguños y los gritos de ella me estaban dando una experiencia de

placer indescriptible.

No sé cuánto tiempo pasó después de eso, pero aumenté el ritmo nuevamente. Ella

comenzó a gritar y sentí su cuerpo tenso y convulso. Entonces yo sentí una oleada de

placer y descargué en ella un chorro cálido, esperando que aquello la enardeciera como

ella lo hace con mi corazón y mi cuerpo.

Caí, exhausto a su lado, con la respiración agitada. Me encontraba demasiado aturdido

para hablar, aunque quería moverme de ella, para no aplastarla con mi peso. Por mi

mente había un sinfín de emociones que no podía controlar. Esto es hacer el amor, no

cualquier cogida.

Jadeando, acerqué mis labios a su oreja y le dije: “te amo”. Cuando intentaba

desafanarme y recostarme a su lado, me lo impidió. Lo intenté nuevamente y lo volvió a

hacer.

-

-

-

-

No quiero aplastarte – le dije jadeante.- Soy muy pesado

No, por favor, quédate encima de mí – me dijo en un susurro.- No pesas mucho

¿Segura? – pregunté dudoso de su petición.

Si – me respondió firme

Pasó un rato y me sorprendí disfrutando de una asombrosa paz. Una paz que hace tiempo

no sentía. Sin previo aviso para ella, me recosté a su lado, liberándola de mi peso. Se

quejó, pero la abracé inmediatamente. Le besé el cuello y los hombros.

Con una mano, acaricié uno de sus hermosos pechos y sentí nuevamente como se le

endurecía el pezón. Los miré. Eran (lo son y lo serán) simplemente hermosos, como ella.

Pequeños, pero llamativos y perfectos. Mantenía mi cuerpo pegado al de ella.

Mi pene comenzaba a despertar de nuevo. Bajé mi mano a su entrepierna y la encontré

mojada y palpitante. Seguía con pie de guerra y vaya que se la iba a dar. Comencé a

masturbarla lentamente mientras masajeaba uno de sus pechos. Ella gemía abiertamente

y de vez en vez me decía: “te amo”.

Se apartó bruscamente y puso una de sus manos en mi pecho. Se puso encima de mí y

sin más, buscó que la penetrara en aquella posición. Mi verga entró fácil en su concha.

Aquello me hizo perder la razón. La senté de un solo golpe sobre mí, levanté mis rodillas y

comencé un frenético mete y saca. ¡Qué placer! ¡Qué goce!

Mantuve el ritmo. Era delicioso. La vista bamboleante de sus pechos también hacía

estragos en mí. El verlos, presas de la gravedad y del movimiento, generaban un efecto

hipnotizante y placentero. La levanté un poco y me apoderé de ellos con mis dos manos.

Los apreté con una fuerza desmedida fuera de mí. Y aquello, en lugar de molestarle,

pareció gustarle. Me sorprendió aquella reacción, pues no la esperaba. “Hazlo otra vez”

me dijo.

Apreté con ganas y ella se retorcía de placer y gritaba. No bajaba el ritmo de mi cogida

porque no quería que dejara de sentir placer. La amaba y quería que disfrutara al

máximo. Por lo menos, yo sí lo estaba haciendo. Pero ya no pude más y caí rendido. Ella,

advirtiendo que me cansé, comenzó a dar pequeños brincos sobre mí, extendiendo ese

momento de infinito placer.

No sé cuánto tiempo duró con ese ritmo, pero ella se cansó también y yo aún no me

recuperaba. Pero hizo algo que me casi me arranca el orgasmo al instante. Comenzó a

mover simplemente su cadera en pequeños círculos. ¡Ufffffffff! Casi me vengo. El roce que

sus paredes vaginales generaba en mi pene era increíble.

Si he de ser sincero no aguanté mucho tiempo ese tratamiento y me vine. Me sentí

mal, por no haberle devuelto el favor como se merece, pero su cara denotaba felicidad.

Me miró a los ojos y me repitió aquellas palabras que hacían de mi mundo, un lugar

mejor. “Yo también te amo” le respondí.

Aquella fue una de las mejores cogidas que he tenido. Fue excitante, reveladora y

placentera. Disfruté de su cuerpo y ella del mío.

Fue un momento de amor puro. De amor carnal, de amor psicológico y de todas las clases

de amor juntos en una sola ocasión. Me sentía pleno y feliz. Esa noche, lo hicimos dos

veces más antes de caer en un sueño profundo y reparador.

Espero, dependiendo de sus índices de lectura y sus comentarios, seguir contando mis

experiencias con esta mujer, a la que poco a poco, voy pervirtiendo con todo mi amor.

Sin más, me despido. Felices pajas.