¡Quiero coger!

Se trata de una chica recién divorciada, que va a buscar compañía masculina y encuentra a tres señores bien dispuestos a hacerle el “favor”. Se pasa con ellos la noche improvisando una orgía donde ella es la estrella del show.

¡Quiero coger!

Resumen: se trata de una chica recién divorciada, que va a buscar compañía masculina y encuentra a tres señores bien dispuestos a hacerle el “favor”. Se pasa con ellos la noche improvisando una orgia donde ella es la estrella del show.

Luego de mi boda, que realicé con una gran ilusión, a las pocas semanas comencé a notar más y más desamor de la parte de mi marido que, según yo, también se había casado con un gran amor por mí, sin embargo, algo pasaba que no comprendía, hasta que, finalmente, luego de casi tres meses, me confesó que era “gay” y que tenía “pareja” y quería irse a vivir con él. ¡Me sentí de lo peor!, pero se lo acepté, aunque estaba completamente destrozada, moral y anímicamente.

Esto no pasó por desapercibido en la oficina, pues yo había pregonado y presumido, primero, que me iba a casar, luego, que me había casado y ahora…, no sabía como ocultar mi fracaso ni mi desilusión; la tristeza siempre estaba presente, el llanto también.

Las compañeras que me acompañaban en la hora de la comida trataban de distraerme; algunas me invitaban a salir, al cine, a fiestas, pero yo estaba completamente encerrada en mi desgracia.

Lo mismo pasaba con mi familia, trataban de ayudarme pero yo no me dejaba. Algunos amigos varones trataban de distraerme, pero yo siempre consideraban que iban tras de mí, como para hacer leña del árbol caído, que solamente me querían para satisfacer sus deseos sexuales que, al cabo de un mes sin sexuar, ya se me comenzaban a presentar.

Al cabo de un mes también, como no había hijos ni bienes mancomunados, optamos por el divorcio “exprés” y, se realizó nuestra separación.

Se lo comenté a una compañera y en menos de una hora, ya lo sabía toda la oficina: unos me felicitaban, otros se “solidarizaban” conmigo y otras me comentaban de su tristeza por mi situación.

Conforme el tiempo pasaba, mis deseos sexuales comenzaron a hacerse más y más grandes. Yo me daba dedo, primeramente sola, en mi cama; luego también lo hacía mientras me bañaba; más tarde también lo hacía estando en el trabajo, sentada en mi escritorio bajaba mi mano y lo hacía. ¡Cualquier escena en la tele o en revistas me hacía que me prendiera!. En las noches mis sueños eran completamente erógenos, siempre soñaba con “eso”:

¡quiero coger, quiero coger, quiero coger...!,

era la frase que se me repetía una y mil veces, en cuanto cerraba los ojos. ¡Andaba demasiado excitada!.

Los hombres, en cuanto supieron que “andaba disponible”, se me arremolinaban pero…, a todos les puse peros: unos por viejos, otros por jovencitos, la mayoría – de mi edad – estaban casados, muchos con amigas o conocidas y…, pues de tantos que me “llegaban”, con ninguno hacia yo ese clic, que tanta falta me hacía.

Un día, como tres meses después de mi divorcio, al llegar a mi auto vi una tarjeta en el parabrisas. Siempre me ponen propaganda de muchas cosas y creí que esta vez sería lo mismo. Generalmente tiro esa propaganda pero, esta la vi y me llamó la atención, aunque no la leí con detalle; la dejé encima del asiento de al lado del conductor y me fui hasta mi departamento.

Antes de bajarme la eché dentro de mi bolso de mano y me fui a la casa. Me preparé de cenar y, cosa rara, no prendí la tele, puse música mientras cenaba y, saqué la tarjeta del bolso; la vi:

“Fiestas para solteros”,

decía, o algo semejante.

Mis ojos se clavaron en ese volante o “flyer”, como le dicen actualmente y empecé a leer con más detalle.

“Todos los viernes…, a partir de las 20 horas…” “encuentra pareja”

Me sentí decidida. No lo quise comentar con nadie, ni con amigas ni con mi familia, menos con mis compañeras, así que, el viernes por la tarde me quedé un poco más tarde que de costumbre y entonces me cambié de ropa en el baño de mi trabajo; me puse lo más guapa que pude: me puse una blusita blanca, sin mangas, abotonable por el frente, una faldita azul marino, corta, plisada y me puse unas zapatillas blancas, de tacón alto.

Me paso a presentar: no soy fea, creo ser agradable, aunque delgada, y en ese tiempo, incluso hasta flaca me puse. Mido 1.60 m, sin tacones, y unos 7 u 8 cm más con tacones altos. Soy morena clara, ojos negros, bonitos, cara agradable, senos pequeños, pompas menudas, pero “paraditas”. En ese entonces tenía yo 23 años; llevaba casi un año en el trabajo, mismo tiempo hacía que había terminado la escuela.

Luego de haberme arreglado salí de mi oficina muy arreglada. No me había llevado el coche, pues era posible que hubiera que “beber” y era preferible tomar un taxi, así que, así lo hice, le di la dirección y me llevó hasta un bar, que estaba en la parte baja de un hotel, que vi desde el interior del taxi y…, me comenzó a temblar todo el cuerpo, pero…, no era momento de arrepentirme y…, con la mano temblorosa pagué y me bajé, dirigiéndome hacia el bar, que tenía puerta independiente, que da también a la calle.

Entré y una mujer me preguntó si tenía alguna reservación. Dije que iba al “club” y de inmediato me condujo hacia un privado, en el fondo del bar.

Al entrar me presentó a un hombre, quien me dijo ser el anfitrión de esa noche:

& ¿Esperas a alguien más?

Como le dijera que no, entonces:

& te voy a presentar… Te puedes quedar en la mesa que prefieras…, o también sola…, si así lo prefieres…

Y me llevó a varias mesas; generalmente habían dos mujeres o dos hombres en cada mesa; serían alrededor de 10 mesas, hasta que llegamos a una, la última, en donde estaban tres hombres, a los cuales me presentó. Eran de muy diversas edades: uno ya muy maduro, como de unos 50 años, otro maduro, entre 30 y 40 y uno de 21, el más joven.

  • ¿me puedo quedar aquí?,

le pregunté, de tal forma que los ocupantes oyeran, por lo que, impulsados por un mismo resorte, los tres se levantaron al mismo tiempo y me invitaron a sentarme con ellos.

= ¡Estamos tomando ron, cubas, con cocas y agua mineral!.

¿Se te apetece o pedimos alguna otra bebida para ti?,

me dijo Roberto, el mayor.

Les dije que eso estaba bien para mí, y de inmediato me sirvieron una cuba y al mismo tiempo que Roberto hacía las presentaciones:

= ¡les presento a Melisa...!,

les dijo, abrazándome.

Yo me sentí tremendamente excitada; sentía que mis mejillas estaban muy coloradas... y, al estrecharnos las manos, sentí que yo ardía. Sentía que los ojos de aquellos tipos me perforaban el cuerpo, me desnudaban casi totalmente y…, con la falta de sexo…, me sentí muy… “cachonda”.

  • ¡sigan sentados...!,

les dije

= ¡siéntate con nosotros!,

me dijo uno de ellos, y me señaló una silla, para que me sentara.

Más que silla eso era como un taburete, muy chaparro, pues la mesa también era baja y…, la minifaldita que llevaba se me subió y subió sin parar, conforme yo me iba sentando, descubriendo así todas mis piernas y muslos; ¡creo que les enseñé toda la calzonera a los que estaban sentados enfrente de mí!.

Esa noche llevaba una pantaletita blanca, de encaje, de las que les llaman “cacheteras”, que se me hundía por detrás, enmedio de mis dos nalgas, y por delante dejaba escapar algunos de mis vellos púbicos.

Me quedé con las rodillas cerradas, tratando de evitar que me vieran los “chones”, pero los tipos esos tenían fijos sus ojos en cualquier pequeño resquicio por donde los pudieran mirar.

¡Me sentía apenada conmigo misma de las ideas que tenía!, ¡me sentía yo excitada!: estaba presagiando algo así como una noche de lujuria y me imaginaba yo mi pantaletita por enmedio de mis dos piernas, pues no llevaba yo pantimedias.

¡Sentí que me ponía roja de la vergüenza...!. ¡Me sentí muy excitada!. ¡Algo muy caliente se empezaba a remover en mi vientre!.

Mi faldita se me había detenido por arriba de medio muslo. Me sentí casi desnuda y, de manera inconsciente me jalé mi mini hacia abajo, para tratar de cubrirme los muslos, pero no pude y…, en cuanto me dieron mi bebida, me puse a tomarla,  para ocuparme yo de algo, pero

+  ¡qué bárbaro..., se les pasó la manita..., está rete fuerte!.

No me hicieron ni caso; los tres se pusieron a interrogarme, a hacerme la plática y a tratarme de mirar mis pantaletitas.

Pusieron música y Roberto, el mayor, me sacó a bailar. Era un rock, bien padre. ¡Con lo mucho que me gusta bailar!, solo que, Roberto me giraba con tanta fuerza, que mi faldita, corta y amplia, se me levantaba con mucha facilidad y hasta muy por arriba de mi cintura, con lo cual “retrataba”, a todos los que estaban sentados, enseñándoles mis piernas y mis pantaletas. ¡Todos tenían clavados los ojos en mis piernas y pantaletas.

Al principio trataba de detener el vuelo de mi faldita, hasta que Roberto, con vasta experiencia, me dijo:

= ¡déjalos que te miren…, es una buena forma para “ligar”!

  • pero…

= ¡enséñales esa pantaleta blanca tan cachonda que traes…!.

Me dejó fría, y le pregunté:

  • ¿ya me la viste…?

= desde hace un buen rato…, ¡eres una mujer muy sensual…!.

Cuando acabaron la tanda del rock empezó a sonar una música lenta, romántica y Roberto me jaló de la mano. Sentí como me abrazaba y me jalaba hacia él; la luz era tenue, la música se oía lejana y..., el alcohol había sido muy... generoso...; ¡estaba caliente...!, ¡y estaba entrelazada en los brazos de ese hombre mayor...!; ¡me llevaba más de 30 años!, y su cuerpo estaba pegado al mío; ¡yo no había opuesto ninguna resistencia...!, ¡le pegué dócilmente mi cuerpo a su cuerpo!. Roberto me introducía su muslo hasta el contacto con mi entrepierna, me embarraba su cuerpo; ¡podía sentir su calor, y su excitación...!.

Cerré los ojos y sentí  cómo me encontraba "raspando" con ese señor, tan maduro, ¡de la edad de mi padre, quizás mayor!. Sentía su pierna enmedio  de las mías; su muslo me golpeaba insistentemente sobre mi monte de Venus...,  y sobre de mi ingle había una masa de carne que..., a cada instante parecía más voluminosa..., ¡la sentía yo muy grande...!, ¡seguramente que debía ser enorme...!.

Me mordí el labio inferior, ¡señal de que andaba caliente...!; ¡la verga de ese hombre mayor...!, ¡la estaba deseando...!, cuando, en ese momento se presentó Juan, el más joven de los tres, el de casi mi edad, y le dijo a Roberto:

& ¿Se puede…?,

y se puso a bailar conmigo, de la misma manera que Roberto lo estaba haciendo, muy pegadito, solo que, luego de unos minutos, trató de besarme en la boca pero...,

  • ¡No, Juan, nooooo...., ooh..., no, no...!,

y a pesar de lo emocionada y "caliente"  que andaba, no lo dejé que me besara, sin embargo, seguimos bailando, raspando, fajando, hasta que, el Juan  me volvió a jalar hacia él y...  ¡ahora sí...!,  me dejé ir sobre  de él; comencé a besarlo con pasión y fruición, con lascivia, con mucha lujuria y deseo.

El deseo ferviente se apoderó de mi ser y..., me puse a besarlo desesperadamente, con ansia, con pasión, con lujuria. Bajé mi mano hasta la altura de su "verga" y comencé a frotársela "desesperadamente", sobre de su pantalón. ¡La tenía bien parada!.

Levanté mis ojos hacia ese muchacho: ¡era un poco más joven que yo!, moreno, delgado, con un bigotito muy tenue, muy sexy; era más alto que yo y..., mientras lo miraba, de manera fugaz, el chico se apoderó de mi cuello y comenzó a besarme en la boca.

Caliente, como ya estaba, le contesté a su besote y..., soltándome de mi cuello, se apoderó de mis nalgas, tomándolas con sus dos manos y..., comenzó a mover sus caderas, de manera muy rítmica, giratoria y ¡muy voluptuosa!, haciéndome que yo lo siguiera en sus movimientos, casi casi de coito.

¡Sentía su camote (pene) colocado por encima de mi rajadita!. ¡Casi casi me estaba cogiendo parada,  bailando!, hasta que se acabó aquella música!.

Nos quedamos parados en la pista, abrazados, besándonos.

Cuando terminamos el beso, levanté mi mirada y vi al otro hombre, a Mauro, el "maduro", a mi lado. También era delgado, moreno, espigado, más alto que yo, que se me acercaba sonriente, diciéndole al Juan:

= ¿me “engancho”...?.

Volteé a ver a Juan, sin entender qué pasaba ni qué habían querido decir y:

= ¿Quieres que te hagamos trenecito...?,

me preguntó, alegremente. No supe qué decir y..., ellos decidieron que sí. En cuanto la música continuó, el recién llegado se me pegó por detrás y comenzaron a hacerme "sándwich".

Las manos del Juan  se me hundían en mis nalgas y su verga se me colocaba por encima de mi panocha. Las manos de Mauro estaban directamente sobre mis senos y me besaba con ellos, con Juan y con Mauro, de manera alternada, girando mi cuello.

Bailamos tres piezas así; me hicieron tocarles sus "vergas", ¡enormes!, y me fajaron de manera salvaje. Me hicieron "venirme" parada y..., si no me hubieran estado deteniendo, me hubiera caído, desfallecida.

Les dije que nos sentáramos - pues me encontraba muy débil, de mis orgasmos – aunque eso ya no se los dije.

Roberto nos recibió de inmediato con un par de tragos para cada uno. Me acabé el primero, de golpe y me estaba saboreando el segundo cuando sentí que una mano se me insinuaba sobre de mi rodilla y subía muy rápidamente hasta llegar a mi chocho, y de inmediato pensé en lo lujurioso que sería  estar con aquellos tres hombres esa misma noche.

Roberto me leyó el pensamiento, y acercando su boca a mi oído, me preguntó, con mucha cachondearía:

= ¿Te gustaría coger con los tres...?,

mientras los otros dos me abrazaban y me tocaban las pompas y senos: ¡me tenían bien caliente!.

Nos fuimos al hotel, que se encontraba ahí mismo, en la parte superior. Alquilaron un cuarto y entramos los cuatro.

Me desvistieron en un instante. Juan  me había desabrochado la blusa, parado enfrente de mí; Roberto me había desabrochado el brasier, parado detrás de mí y Mauro me había retirado la mini.

Me sacaron los senos y se pusieron a mamármelos: uno Juan y otro Mauro. Tenía las areolas muy dilatadas y los pezones estaban erectos, congestionados de sangre, dándoles una coloración muy obscura, de calentura...

& mira como tiene sus chichis (senos), las tiene muy paraditas

= ¡tócaselas y verás que las tiene muy duras...

dijo el Roberto, marcando el ritmo, con su experiencia.

Mauro me agarró  mis chichitas con sus dos  manos  y  comenzó a pellizcar los pezones. Estaba sintiendo bonito y cerré los ojos, para dejarme llevar por ese placer, que fue interrumpido por Roberto, quien estirando su mano, me condujo hacia el centro del cuarto, mientras ellos se sentaban en la orilla de la cama: ¡estaba tan solo con pantaletas y zapatillas!.

Se pusieron a detallarme y me pidieron que me diera de vueltas muy despacito, posando para ellos, y que poco a poco me fuera quitando mi pantaleta, para que a ellos "se les parara muy duro".

Al bajármela, en su última etapa, me volteé a darles la espalda, pero así les mostré mis nalgas y todo mi culo a su más degenerada observación.

En cuanto cayó mi pantaleta hasta el piso, sentí a las seis manos lanzarse sobre mi cuerpo y entrometerse por todos mis "orificios"; jugando con mis nalgas y con mis pelitos: ¡me hacían retorcerme como una lombriz!.

Me acordé de una película porno que había visto alguna vez: eran unos hombres que le daban "pira", a una mujer (la poseían entre todos):  me acordaba cómo le  habían metido sus manos, sus pitos (penes), ¡cómo se habían venido en aquella mujer....!, pero sobre todo, ¡cómo le había gustado todo eso a ella!, que ahora veía suceder en mi cuerpo:  ¡ver como esos obscenos, depravados y lascivos tipos me desnudaban!, haciéndome redescubrir nuevamente esa fase escondida de mi sensualidad.

¡Estaba más que venida!, estaba escurriendo por todas mis piernas y cualquiera hubiera podido decir que me había orinado, pero no, eran venidas, líquidos placenteros..., emisiones con las que recibía a esos dedos que me invadían.

Considerando que ya estaba más que aceitada y más caliente que una plancha, mis atacantes se dedicaron a desvestirse. ¡Disfruté de lo lindo el striptease que me regalaron!, pero lo que más me gustó fue cuando saltaron sus miembros ya erectos. Se los tomé a los dos – Juan y Mauro – con mis manos y comencé a masturbarlos.

Loco de excitación,  Mauro me llevó  hasta la cama,  en donde me sentó y luego me tiró boca arriba, con las piernas colgando en la orilla. No hice ningún intento por enderezarme; Juan, trepado sobre de mí, me inmovilizaba.

Roberto estaba de espectador y...,  mejor para mí, pues si se le ha ocurrido ser el primero en pasar, su "cosota" me hubiera lastimado mucho, pues aunque estaba suficientemente lubricada, no estaba yo muy "flojita" como para poder recibirlo, ¡hacía mucho tiempo que no me cogían!.

Juan, ya desnudo, se sentó sobre de mí, en mi pecho, y me colocó su pene entre mis senos, con los cuales comenzó a masturbarse por un rato, hasta que luego se adelantó un poco más y me colocó su pito entre los labios de mi boca, para que yo se lo mamara.

Me lo pasó de un lado a otro de mis labios, transversalmente, embarrándome algunas gotas de semen que ya se escapaban.  Luego se jaló el pellejito de su pene hacia abajo, dejando descubierta su cabeza, picuda y ya amoratada por la sangre, y comenzó a hundirla en mi boca hasta encontrarse con la humedad de mi lengua.

Le veía sus ojos con un fulgor de degenerado, vicioso; sus mejillas estaban muy coloradas y le escurrían unas gotas de sudor, que se mezclaban con las mías. Su mirada estaba fija en el entrar y salir de su pene, hasta que se desvió y se posó sobre de mis ojos, tomándome al mismo tiempo por las orejas y comenzó a hundirme su pene muy hasta el fondo:

= ¡ensalívalo bien...!,

fue lo único que alcanzó a decirme; luego de ello, procedió a retirarlo:

= ¡yo ya te lo metí en tu boca; ahora quiero que tú me lo mames...!

& ¡sí..., estamos impacientes de ver tu experiencia!,

dijo Roberto

= ¡Ándale, dame una buena mamada...!,

Añadió Juan, llevándose una sorpresa, ya que de repente me puse a vibrar por completo, pero era que Mauro se había “bajado” por "allá", entre mis piernas y estaba dedeando mi chocho (sexo) y lengüeteando mis labios vaginales y mi clítoris.

Comencé a retorcerme bajo las caricias experimentadas de Mauro, que me "mamaba" deliciosamente mi sexo y..., le cerré el candado de mis piernas sobre su cabeza, aprisionándolo de manera muy fuerte, como para pedirle que siguiera, que no parara, como para no dejarlo escapar.

Él igualmente, clavaba con fuerza su cabeza en mi sexo, frotando su frente contra mi pubis, hasta que me sacó un espasmo y entonces le aflojé mis piernas y él me las abrió por completo:

= ¡esta chica tiene unos labios muy rosaditos y además…, muy llenos de pelos...!.

Sentía que me abría con tanta fuerza y en una magnitud tal que mis muslos se presentaban adoloridos bajo el esfuerzo. Sentía mi sexo abierto a lo máximo, de manera indecente y..., de repente me soltó las piernas y me clavó de nuevo su nariz contra de mi monte de Venus, deslizando su lengua sobre de mi “espadita”, mi clítoris, en mi rajadita, caliente y muy húmeda

= ¡está completamente venida esta cabrona...!,

dijo Mauro, orgulloso de lo que había conseguido al estarme “mamando”.

Yo estaba suspirando por mi venida,  con la boca entreabierta, tratando de jalar aire, cuando Juan,  sin previo aviso,  me introdujo su pene hasta muy adentro de mi garganta.

Ahora tenía a Mauro entre mis piernas, “bajándome mamey”, "como lo dicta la ley", y la verga de Juan bombeando mi boca.

Las manos de Mauro me levantaron  mis caderas y me deslizó su lengua a lo largo de mi rajadita del culo; se instaló en la roseta de mi ano y comenzó a mamarlo con mucha delicia, haciéndome vibrar otra vez.

Juan, por su parte, se daba vuelo en mi boca, con un mete y saca continuo, hasta que:

= ¡ya le ensalivaron su culo, cámbiate para  acá...!; ¡dale un buena enculada; a ella le debe gustar...!,

dijo Roberto, “dirigiendo la orquesta”.

Con una sonrisa en los labios Juan se puso de rodillas entre mis piernas; me rodeó mis caderas con sus manos y me levantó de las nalgas. Me colocó su pene,  perfectamente ensalivado por mí, enmedio de mis dos nalgas y me lo empezó a empujar contra mi ano. Afortunadamente para mí, su pito era muy puntiagudo y delgado, aunque también era largo.

Una vez colocado en la posición, comenzó a empujarlo hacia adentro. Con la frente llena de sudor, empezó a juntar su energía y a empujarlo con fuerza

= ¡trata de abrir más el culo; haz como si estuvieras cagando...!.

Aprovechando mi colaboración y toda su fuerza, alcanzó a abrirme brutalmente mi esfínter anal,  por lo que me arrancó un grito fuerte,

  • ¡aaahhh...!,

que tuve que acallar clavando mis dientes dentro de la almohada.

El pito de Juan, sin embargo, ya estaba dentro de mí y comenzó a penetrarme hasta el fondo y a entrar y a salir a placer.

Roberto admiraba la escena; su enorme pitote se levantaba contra su cuerpo y parecía impaciente por unirse a la "fiesta".

Como preparación para ello, se acercó a un lado de la cama, muy cerca de mi cara y comenzó a apretarme las chichis, especialmente mis pezones. Este ha sido siempre mi lugar más erótico, y en un momento me encendí de manera terrible, por lo que, dócilmente, yo misma abrí mi boquita para que me la metiera.

Su pene deslizó gradualmente por  entre mis labios,  hasta que me llegó hasta la campanilla y ya no pudo hundirse  ni un centímetro más,  lo que pareció complacer de maravilla a Roberto, quien me lo dejó ahí por un buen momento y luego lo sacó para pedirme que se lo lengüeteara de arriba hasta abajo.

Juan, por su parte, continuaba en lo suyo; entraba y salía a su antojo dentro de mi ano, ahora más relajado, puesto que ya había aceptado su intromisión y además, me tenían muy caliente.

Pasando una mano sobre mi sexo, Mauro comenzó a jugar con toda mi vulva, apretándome el clítoris y luego descendiendo su dedo sobre mis labios vaginales, todos llenos de mis venidas.

Viendo todo esto, Roberto, sacando su pene de mi boca, le dijo algo a Juan, quien sin dudar un instante, me sacó su pito de mi ano y me lo enterró en mi vagina; ¡entraba y salía!, me golpeaba con fuerza y velocidad, para de repente, y sin ningún aviso, se zafó de ese agujero y se instaló de nuevo en mi culo, donde entró con un poco de esfuerzo; comenzó a bombearme por ahí por un rato y nuevamente se regresó a mi vagina.

Estuvo entrando y saliendo,  bombeando, en uno y otro de mis hoyitos, adelante y atrás, alternativamente, hasta que..., empecé a sentir cómo crecía en mí un orgasmo, y que, como bola de nieve cuesta abajo, crecía y crecía enormemente.

¡Nunca antes había sentido una sensación tan placentera...!, nunca me lo habían hecho de esta forma tan rica, alternando mis dos orificios al mismo tiempo; ¡era maravilloso!.

Ese pito que se me introducía,  unas veces por delante, otras por detrás,  me  despertaba  unas  sensaciones  incontrolables  y muy placenteras.  Mis piernas, muy abiertas y bien apoyadas sobre la cama, le ofrecían a Juan todo el campo abierto, para que se acomodara y penetrara a su mayor placer.

De una manera indirecta, Mauro, que había tomado el lugar de Roberto en mi boca, estaba saliendo beneficiado, ya que  entre más me calentaba Juan, más ganas le echaba yo al asunto y lo estaba mamando de una  manera desinhibida totalmente; ¡hasta paladeaba lo que hacía!. Le tenía aprisionado su pene con una de mis manos y con la otra le estaba acariciando sus huevos y se lo tenía ya todo lleno de saliva, para mamárselo con mucha destreza y placer.

Inútil decir que Mauro estaba en el séptimo cielo, con la sensacional felación que le estaba suministrando; creo que sobrepasaba todo cuanto había probado con anterioridad y también todo cuanto él se había podido  nunca imaginar.

En muchas ocasiones se puso tieso y rígido cuando le paseaba mi lengua por sus testículos y por su perineo; no podía reprimir sus gemidos de placer y el comprimir fuertemente sus dientes y ojos.

Sin darnos cuenta, ni Mauro ni yo, él se comenzó a vaciar en mi boca, llenándome completamente mi cavidad bucal y hasta mi garganta.

¡Me encantó su venida!;  me tragué  con placer  toda su lechita y luego de ello se la estuve chupando para quitarle hasta el último “moquito” que le hubiera quedado pegado; se la dejé casi lustrosa.

Este tratamiento de limpieza tuvo como resultado el que se le volviera a parar.

Juan seguía dándome alternativamente por mi culo y mi chocho, llenándome por completo de lujuria y deseo, pero Roberto lo interrumpió en la faena y, volviendo a dirigir la orquesta, dijo:

= ¿qué les parece si le hacen un dúo a este muchacha...?; ¡cada quien agarra su hoyo!, ¿qué les parece...?.

& ¿hacerla sándwich, los dos al mismo tiempo?.

= ¡claro!, ¿no se les antoja?.

Juan se retiró de mi ano y me colocó de costado, empujándome su pito hasta adentro de mi vagina que, ya bastante lubricada, no le opuso ninguna resistencia. Ahí se quedó quieto, según las instrucciones de Roberto, para que Mauro se colocara a su antojo.

Le tocó ahora el turno a Mauro, quien me levantó una pierna muy por arriba de mi cuerpo, dejando de esta manera completamente abierto mi "culo", acercándole de inmediato su pene.

De un par de empujones me introdujo su pito hasta el fondo, terminando de abrir las paredes de mi orificio que, dada la diferencia de tamaño entre los miembros de Mauro y de Juan‚ éste último no me había abierto de manera suficiente.

De dos empujones Mauro obligó al esfínter de mi culito a dilatarse más y a aceptar la intromisión de su pene.

Comenzó a bombearme con fuerza, imitado, del otro lado, por Juan.

Hacía ya rato que mi cuerpo no le hacía caso alguno a mi cerebro; uno quería que siguieran, el otro que se detuvieran.

Atacada tanto por la  vanguardia,  como  por  la  retaguardia, no sabía a ciencia cierta cuál de los dos instrumentos me procuraba mayor placer. Mis gemidos placenteros y los pujidos de mis compañeros se entremezclaban  deliciosamente y aumentaban de volumen conforme el tiempo pasaba; ¡me estaba viniendo como una bestia!, sin ningún freno ni miramiento; las dos  vergas me pistoneaban como unas máquinas infernales, a toda velocidad, por delante y por detrás.

Los movimientos anárquicos de este hacinamiento humano hacían que el colchón y la cama rechinaran de manera muy sugestiva. Los dos hombres se aceleraban y se detenían, como tratando de prolongar, en lo que más se pudiera, la llegada de su venida pero, como si tuvieran un mismo reloj, los dos comenzaron a echarme sus chorros al mismo tiempo, inundándome por completo las entrañas, para luego quedarse como soldados o pegados  contra de mí,  hundidos ambos hasta sus huevos, dentro de mi cuerpo; sentía que los penes se acariciaban el uno al otro, a través de la suave membrana que separa a mis dos orificios.

Poco a poco la calma se apoderó de nosotros; ¡me desguancé por completo!. Ese esfuerzo físico al que me habían sometido, había sobrepasado mi resistencia.

Me quedé muy dormida hasta que..., entreabrí uno de mis ojos y alcancé a mirar que ya sólo estaban Roberto y Juan; Mauro se había retirado.

Roberto se acercó hasta la cama; yo estaba acostada de lado. Se me acercó y se sentó junto a mí; empujándome de un hombro, me hizo rodar boca arriba y luego comenzó a agarrarme las chichis:

= ¡La traías atrasada, chiquita...!. ¿Hacía mucho tiempo que no te cogían...?

  • Poco más de tres meses, Roberto..., ¡me acabo de divorciar...!.

= ¡Eres un volcán en la cama...!.

  • ¿Quién te enseñó a coger de esta forma..., tu ex...?.

= Sí..., él y otros..., desde niña..., siempre fui muy caliente...

De inmediato que me tocó los pezones, estos se me pusieron erectos. Luego de un rato, me abrió de piernas, a lo más que me las pudo separar: ¡me tenía toda despaturrada!, contemplándome a su total antojo, mi chochito multicogido, multivenido, lleno de esperma por todos lados, desde mis pelos y clítoris hasta los labios y el ano, y entonces me preguntó:

= ¿aún no se te pasa la calentura...?.

Con un poco de vergüenza, moví la cabeza en señal de negativa, entrecerrando mis ojos, al momento de hacerlo y entonces Roberto, volteando hacia Juan, lo hizo que se colocara de rodillas entre mis piernas, y así como estaba, me la metió sin ningún esfuerzo en mi chochito, ya de antemano muy dilatado.

Teniéndome ya el pito adentro, Juan se inclinó sobre de mi cuerpo y comenzó a mamarme mis chichis, que es lo que siempre me ha encendido. Me  mordisqueaba mis pezones y me apretaba con fuerza su cabeza contra mis senos.

Poco a poco sentí renacer desde el fondo de mi misma un nuevo deseo de placer; comencé a lanzar mis caderas hacia el lugar de donde venía el "atacante", cerrando además mis piernas alrededor de la cintura del hombre que me la estaba metiendo. ¡Tenía unos grandes deseos de sentir ese pito venirse también en mi panochita, y en cuanto sentí el primer chorrazo salir, comencé a gritar, agradecida.

  • ¡Juanito, qué rico..., Juanito, Juanito, Juanitooooooooooo!.

Juan se quedó estático luego de que se vino, pero yo, caliente como aún estaba, me seguía moviendo y no lo dejaba escaparse del candado que le formaba con mis piernas en su cintura, por lo que Roberto, que nos estaba mirando, lo tocó por la espalda diciendo:

= ¡quítate, que me toca...!.

Juan se movió y en su lugar se subió Roberto, que de un empujón brutal me introdujo hasta la garganta su pito descomunal.

A cada empujón de ese  pene contra de mi vagina, me arrancaba un suspiro y un grito,

  • ¡aaaggghhh…, aaahhh, aaaggghhh…, aaahhh…!,

pero también me llenaba por completo de aquel placer tan lascivo, bestial, copulativo...

¡No  pude retenerme!;  en cuanto sentí  mi venida me aferré a su espalda con mucha fuerza y lo abracé, lo abracé, lo abracé y lo mordí, y le encajé las uñas. ¡Lo sentí verdaderamente descomunal!.

  • ¡Dámelos papi, dámelos todos, papiiitooo...!.

La venida de Roberto fue para mí muy gratificante; la sentí calmar al fin mi pasión; sentí cómo me inundaba toda mi vagina y el resto que me escurría hasta por la raya del culo.

Cuando me la sacó, todavía alcancé yo a sentir cómo el último de sus chorritos me caía entre mis pelos. Sentí también como si con tantos  mocos que me estaban echando, me hubieran inflado el estómago y luego, muy a lo lejos, me pareció escuchar que alguien cerraba la puerta.

+++

Eran ya casi las 9 de la mañana cuando alcancé‚ a abrir los ojos; me quedé mirando hacia el techo y luego, comencé‚ a girar la cabeza. Mi cuerpo estaba demasiado sensible; sentía las puntas de mis senos y mi sexo, tremendamente perceptivos. Estaba desnuda, y tan solo el contacto con las sabanas, me hacía estremecerme de la emoción.

Como pude alcancé‚ a sentarme en la orilla de la cama, y al observar hacia abajo de mi cuerpo, me descubrí todos mis pelos púbicos llenos de esperma reseco.

Como pude me dirigí hasta el baño; le abrí a la regadera y, mientras esperaba que saliera el agua caliente, me fui a observarme al espejo: ¡creo que nunca me había visto una cara como la que tenía!, con unas ojeras enormes que mostraban mi "felicidad".

El agua caliente me devolvió poco a poco las fuerzas, haciendo también que relajara mi cuerpo y limpiara mis "rinconcitos", resintiendo otra vez el placer.

Mientras me caía el agua sobre mi cuerpo, repasaba uno a uno los sucesos de la noche anterior, sobretodo de aquellos que me habían sido los más placenteros. Sin habérmelo verdaderamente propuesto,  había vivido  unos instantes que nunca me hubiera imaginado siquiera. ¡Había sido de verdad una noche inolvidable!, ¡verdaderamente una locura!.

Luego de que terminé de bañarme y me estaba secando, un agradable olor a café me llegó hasta mis fosas nasales.

Me puse una toalla alrededor de mi cuerpo y me puse otra secándome mi cabello y salí a asomarme hacia el cuarto:

= ¡Hola chiquita…!. ¿Ya despertaste?. ¿Ya te bañaste?. ¿Está todo bien…?. ¡Seguro que tienes hambre!.

Ya nos trajeron el desayuno,

dijo ese hombre, Roberto, el hombre mayor, con el que había estado la noche anterior.

Me hizo acercarme a una mesita del cuarto, en donde ya esperaba un muy buen desayuno.

Desayunamos casi sin decir ni media palabra, pero terminando de desayunar, Roberto se sonrió muy contento y comenzó a acariciarme mis  senos y luego mi  sexo,  mi rajadita, mientras continuaba su interrogatorio inconcluso, de la noche anterior:

= Finalmente ¿quedaste colmada?. ¿Ya se te pasaron las calenturas?

Le dije que no y ¡él se sintió  poderoso!.

Magnánimamente sus  labios  besaron  mi  boca,  semi-abierta:

= ¡Me gusta mucho que seas tan caliente…!. ¡Vamos a hacer el amor nuevamente, chiquita!,

y  luego de  decir  lo  anterior,  comenzó  a  besarme  con mucha lujuria, acariciando mis senos desnudos y recorriéndome mi vagina y mi vulva,  batidas ya de mis nuevas venidas.

Roberto me dominaba sexualmente,  me excitaba de tal manera que yo misma le pedí que me diera su "verga", y eso fue lo que hizo.

Me  llevó hasta la cama y me colocó de  "orillita"  y  comenzó a penetrarme con mucho cuidado,  como tanteando el terreno, para de repente embestirme muy fuertemente,  sacándome un gemido de gozo:

  • ¡aaaggghhh…, paaapacitooo…!.

Respondí  activamente a  la  cópula,  moviendo  mi  traserito con muchas  ganas;  gritaba,  sollozaba,  imploraba, pedía y Roberto intensificó   su   movimiento,   bombeándome   fuertemente  hasta arrancarme de gritos:

  • ¡Papito..., qué rico, papito, qué rico...!.

Roberto sonreía satisfecho,  viendo  la  buena  labor  que había realizado  conmigo;  me  tenía entre  sus  manos,  cautiva  de la pasión,  unida a su "verga" de manera tal que..., el único camino que  me  quedaba era irme  aficionando más y  más  a  ese sensual tratamiento,   a  sus  cogidas,  al  deseo  carnal.  Gemía  y  me contorsionaba  con  la  nueva  sucesión  de  orgasmos  que estaba sintiendo:

  • ¡Papito..., qué rico, papito, qué rico...!. ¡Ya no puedo más papi, ya vente!, ¡termina!, ¡ya vente papitooo...!,

pero  Roberto  me  siguió  bombeando  hasta  sacarme  dos nuevos orgasmos y observarme agonizante de puro placer.

Luego del último  "acto", nos quedamos de nuevo dormidos un rato y cuando nos despertamos, entre besos y caricias volvimos a platicar de mi vida sexual:

¿Cuántos años tenías cuando fue tu primera vez…?,

me preguntaba, sin dejar de tocarme mi cuerpo, desnudo:

  • ¡tenía yo apenas 13 años…!, estaba en la secundaria…

= ¿fue con algún compañero de escuela…?

  • No…, fue con un tío, él fue el primero que estuvo conmigo…

= ¿Y tu gusto por el sexo anal…?

  • Eso ya fue después…, a mi ex esposo le encanta que le den por el culo…, por eso fue mi divorcio…

= ¿Te gustaría que te lo metieran de nuevo…?

  • ¡Sí…, sigo bastante caliente…!.

= ¡Qué bueno…!. Mira, en este hotel tengo un amigo bastante dotado…, y…, pues tu sabes…, yo ya estoy grande pa’ ti…, por eso le pedí que viniera y…,

¡verás que te va a dar un gusto muy grande…!.

Y sin decir nada más, soltó un grito

  • ¡Marcelooo…!,

y se apareció un hombre muy grande, como de 1.90 m de estatura, como de unos 30 años de edad, fornido, quien tenía puesto solamente unos boxers blancos, que dejaban ver una prominencia muy grande en el frente.

Este hombre se fue acercando hasta la cama, en donde estábamos acostados y

= ¡ve con él!,

me dijo Roberto, empujándome de la espalda, pero yo me detuve, pues no me gustaba su cara, se veía demasiado “dura”, y sentí algo de reticencia.

El hombre se detuvo frente a la cama y yo, sin salir de mi asombro, me levanté de la cama, empujada por Roberto. ¡Me sentia chiquita a su lado!. ¡Me lleva 30 cm de estatura!.

En un instante me sentí abrazada y de inmediato besada por ese desconocido que, repito, no me gustaba, pero que, ¡era algo salvaje que me empujaba hacia él!. ¡Me apretaba contra de él!, y él me acariciaba todo el cuerpo de manera vulgar y descarada, acariciando mis senos y mi rajadita mojada de mis secreciones y llena de la lechita que Roberto me acababa de depositar. Sus labios se restregaban contra de mi boca y su lengua me llenaba de saliva el cuello, orejas y nuca.

Prosiguió a dedearme tanto mi culo como mi sexo. Me metió varios dedos y los meneaba

= en este hueles a puta..., en este hueles a caca,

me dijo paseándome sus dedos sobre mi nariz y luego introduciéndoselos en su boca.

Luego, y de manera abrupta, me lanzó sobre de la cama, se sacó su verga parada y me la metió de golpe hasta el fondo. Me comenzó a empujar y yo a menearme todita. Me agarraba las chiches (senos); me las sacó del brasier y me las apretaba y aplastaba de manera grotesca. Yo estaba excitadísima. Me levantaba con cada uno de sus empujones, fuertes y rápidos y se vino en unos pocos instantes, de manera abundante, tanto que creí que se estaba orinando.

Después de esto, se hincó entre mis piernas y comenzó a mamarme mi sexo, todo batido. Sentí algo de repulsión pues estaban sus mocos, los de Roberto y todas mis venidas, pero cuando luego de mamarme retiró su boca y me plantó un beso en la mía, sentí enloquecer de calentura. Me separó las piernas y me la volvió a meter. ¡Entraba y salía con fuerza y con furia!; nuestros pubis chocaban entre sí; yo gemía como loca y él no dejaba de decirme:

= puta, puta, puta...

Me vine como tres veces seguidas, y luego de eso él me hizo girarme, poniéndome boca abajo;  él se puso en cuclillas, me levantó  las piernas y las abrió a la altura de su cintura, me colocó su verga y comenzó a metérmela.

Me la metía hasta adentro, me lastimaba, sentía que me desgarraba, empujaba y empujaba. Mi cara estaba aplastada contra la almohada. El no cesaba de decirme

= puta, puta, puta...

¡No me gustaba que me dijera eso pero, deseaba que me siguiera cogiendo!.

Se volvió a venir e hizo que me viniera. Sus chorros eran abundantes y muy ardientes. Parecía que no terminaría nunca de venirse.

Cuando al fin terminó, pasó un largo rato para que se le bajara y aún más largo rato para que se  saliera de mi cajita  de música". Una vez que se  zafó, se recostó en la cama, boca-arriba, a mi lado. Me jaló hacia él y me besó apasionadamente

= ¡estás bien sabrosa...!, y además eres súper caliente..., te mueves muy rico..., se me hace que a ti no te cogen seguido..., ¿tienes marido?.

No contesté, ni tuve tiempo para hacerlo; con su mano tomándome del cuello, me empujó para abajo,  dirigiendo mi cabeza hacia su pene. ¡Era impresionante ese trozo de carne, aún en reposo!. Una verga larga, gruesa y cabezona, muy morena y con cabeza morada.

= ¡chúpamela!.

Me acerqué a ella, la tomé con la mano; no me cabía!, y eso que estaba toda flácida!. Estaba llena de mocos y de venidas; estaba resbalosa, untosa.

Empecé a jugarla con una mano y luego con las dos, hasta que sentí que me empujaba la cabeza y entonces, procedí a mamársela. Su cabezota era enorme y me costó trabajo introducirla en mi boca.

En cuanto comencé a pasarle mi lengua, el instrumento tomó vida nuevamente, y comenzó a palpitar y a aumentar de tamaño y de volumen. ¡Era impresionante!.

Me aloqué y comencé a bombearla y a recorrerla desde la punta hasta la  base, tardándome en sus testículos obscuros, peludos, enormes. La rajadita del pene parecía un ojo que me miraba. Yo le introducía la lengua.  El hombre me empujó a bombearlo y luego me jaló  de las caderas  para acomodarme sobre su cuerpo, pasándole una pierna de cada lado de su tórax y dejándole mi sexo en su boca, para que me lo chupara completamente. Lo recorrió deliciosa e infinitamente con su lengua, la cual se pasó hasta la raya de mi culo, el cual también me lo mamó y me lo llenó de saliva.

Luego me empezó a meter un dedo en la vagina, luego dos y luego..., creo que me metió toda su mano. ¡Me dolía, pero me encantaba ese tratamiento!.

Su verga estaba enorme,  muy erecta y yo la tenía aprisionada con mis dos manos y la mamaba incansablemente.

De repente sentí sus manos separándome mis nalgas, y luego, un dedo lleno de saliva que se empezaba a introducir en mi culo, dilatándolo lentamente, dándole masaje a mi roseta, al esfínter. ¡Era deliciosa la sensación!.

Poco a poco mi esfínter cedió  y se abrió suavemente al  paso del dedo,  el cual entró  hasta la empuñadura y volvió a salir para regresar con otro dedo y querer entrar los dos al mismo tiempo.

Entraron y permanecieron en mí un rato, dilatándome mi esfínter. Luego salieron y entraron tres juntos. La dilatancia de mi ano me producía sensaciones muy placenteras, que me hicieron alcanzar un orgasmo múltiple, que hizo sonreír a ese hombre:

= ¡ya te veniste de nueva cuenta...!, ¡te está gustando!, ¿verdad putona...?.

Dijo esto empujándome hacia un lado de  él,  en la cama. Luego me abrió las piernas, las levantó hacia el techo, y comenzó a metérmela muy adentro, muy profundo, muy fuerte. ¡Me vine en otro nuevo orgasmo múltiple y le bañé todo su sexo con mi venida!.

En ese momento se zafó de mi vagina y así, en  la misma posición en que me encontraba, procedió a metérmela por el culo. Me lo dilató nuevamente y cuando por fin logró meter la cabeza, ¡sentí una sensación deliciosa!.

Se estuvo estático un momento y luego procedió su viaje hasta estamparme sus pelos contra mis nalgas. ¡Hacía ligeros movimientos de cadera que estimulaban  mi esfínter!, y éste, al abrirse y cerrarse  presionaba a su verga hasta que, sin aguantar esa presión tan ajustada, lo hice venirse dentro de mis intestinos.

Me caí agotada, al lado del hombre.  Me desperté yo primero, pero ese hombre no estaba, el que estaba era Roberto. Lo vi, le sonreí y me preguntó:

= ¿Te gustó...?.

Le sonreí, sin contestar; me levanté y me dirigí al baño, a lavarme. Roberto me alcanzó y se metió a la regadera conmigo; me enjabonó, me pegó su cuerpo al mío, colocando su pene sobre mis asentaderas. Con sus manos me enjabonaba los senos y el sexo.

Cuando el jabón se cayó,  me enjuagó, mientras su pene buscaba un huequito por donde colarse.

Me flexionó contra el escusado y me la metió por detrás, en mi pucha. ¡Me llegaba hasta adentro! y me hacía gritar del placer, pero, para aumentar las sensaciones, comenzó a apretarme salvajemente las chiches y a retorcerme los pezones. ¡Me dolían enormidades!, pero me tenía muy caliente y de ello estaba yo desando más. El me leyó el pensamiento, y  en la forma que me tenía, comenzó a darme de nalgadas con su mano mojada. Yo gritaba de dolor y de placer. Lo recibía todo sin moverme de mi sitio. ¡No me gustaba!, pero me tenía hipnotizada con todo cuanto me hacía.

Se me hincó por detrás, y colocando su boca en mis nalgas, adoloridas y enrojecidas por las nalgadas; me las  comenzó a morder. Yo me venía y me venía, alcanzando una serie de orgasmos en repetición.

Me separó las nalgas brutalmente e  introdujo su cara en  mi ano, mordiéndome todo el esfínter y la raya de enmedio. ¡Era misteriosa esa sensación!; ¡entre más me dolía, más me excitaba!.

Sentía que un orgasmo muy grande se gestaba dentro de mí y cuando estaba a punto de alcanzarlo, él se retiró de mi culo, comenzando a morderme mi sexo, los labios y la vulva, mis pelos.

En una de esas mordidas eróticas,  no pude contenerme y me vacié en su cara. ¡Era tan grande mi placer que mi venida parecían orines y duró por varios minutos!.

Cuando logré recuperarme vi que él también se había venido sobre el azulejo.

Nos apresuramos a arreglarnos pues yo tenía cita con mi madre a las 2 y ya eran las 13:10.

Al irme a vestir,  él me detuvo la pantaleta y se la guardó en la bolsa diciéndome:

= ¡esto se me queda de recuerdo...!.