¿Quieres saber?

Nuestra relación empezó como las de antes. Ni webs de contactos, ni Facebook, ni nada de todo eso… Unos amigos comunes, algunas barbacoas, una invitación a salir… y, por mi parte, la certeza de que había encontrado a la mujer de mi vida.

Nuestra relación empezó como las de antes. Ni webs de contactos, ni Facebook, ni nada de todo eso… Unos amigos comunes, algunas barbacoas, una invitación a salir… y, por mi parte, la certeza de que había encontrado a la mujer de mi vida.

Y no es que no tuviese razones para dudar de mí mismo. A mis cuarenta y cinco años ya cargaba con dos matrimonios rotos, pero también con el feliz fruto de mi fantástica hija. Francamente, no tenía por qué pensar que la tercera sería la definitiva.

Pero es que Raquel y yo estábamos predestinados: de edades similares (tanto nosotros como nuestros hijos), separados ambos, el mismo círculo de amigos, profesiones cercanas…  Por lo demás, y al menos en mi caso, Raquel colmaba todas mis expectativas en cuanto a lo que significa una mujer guapa: rubia, muy bien proporcionada, sonrisa permanente… Un modelo de “saber estar” cuando tocaba, con un toque de “gamberra” si la ocasión lo pedía.

No parecía especialmente lanzada: esa primera cita tardó más de un año en llegar. Pero tampoco era muy mojigata ya que en nuestro primer encuentro recuperamos todo el tiempo perdido en una sesión de sexo intenso, pero con las lógicas torpezas de dos personas que todavía no se conocen.

Y así empezó todo. Aunque también depende de quién lo explique.

Nacho

Reconozco que al principio fui muy rápido. Pero es que siempre he sido así.

No me gustan las medias tintas, contemporizar, guardarte las espaldas... Antes de que nos demos cuenta nos habremos muerto, y todas las sensatas precauciones (el qué dirán, el trabajo seguro, el prestigio, el plan de pensiones,…) no serán más que una broma de mal gusto.

Y con Raquel no quería esperar. Tan convencido estaba de que era mi media naranja que la consideré mi pareja, en el amplio sentido de la palabra, desde el primer momento.

Pero una mujer así no viene sin una historia previa. Y ahí estaba Nacho.

Por un lado, es fácil describir a Nacho. Hay tantos como él que se podría etiquetar el estereotipo  y todo el mundo sabría a qué tipo de persona nos referimos: formalito en el vestir pero sin llegar a pijo, sonrisita falsa, nunca una palabra más alta que la otra, un buen trabajo como director comercial de una cadena hotelera, conseguido a base de no destacar ni hacer sombra al que realmente manda, simpáticos michelines disimulados en camisas holgadas… Pero también es difícil: ¿cómo diferenciar a alguien tan previsible como un viaje organizado a Turquía?

Por suerte para él, estaba en el lugar y en el momento adecuado. Después de su separación, Raquel no había conocido prácticamente más que a su ex-marido y se exponía casi por primera vez a la vida, volcada en salidas nocturnas con amigas mucho más experimentadas, intentando recuperar el tiempo perdido. Y Nacho, habituado a los plásticos ambientes de los locales de moda de Barcelona, supo ganarse un lugar en la atención de Raquel. La agasajó con obviedades susurradas al oído, apenas audibles con el barullo de la música; la invitó a románticas cenas en restaurantes con vistas, obtenidas a precio de descuento en razón de sus contactos; y la poseyó en una habitación libre de un hotel de la cadena en la que trabajaba.

Me gustaría pensar que no había color con lo que yo suponía para ella. Y en gran parte, así era   en todo… menos en el sexo.

Contra todo pronóstico, Nacho estaba dotado de una singular herramienta. Larga, o al menos más larga que la mía, y principalmente, gruesa. Porque en el eterno debate de si el tamaño importa,  la dimensión a tener en cuenta no parece ser el largo, sino el grueso. Y Nacho la tenía gruesa, de un grosor que a Raquel le parecía que la partía cada vez que la penetraba. Y resistente, persistente se podría decir, con la energía que da el saber que te ha tocado en suerte llevarte a la cama a una mujer a la que normalmente sólo verías pasar.

Yo no era consciente de nada de todo eso hasta que, pasados cuatro meses desde nuestra primera cita, y creyéndome el centro de los afectos de Raquel, un mensaje confidencial de un amigo me hizo descubrir que había alguien más.  Mi amigo, por pura casualidad, la había visto comer en un local apartado con este Don Juan de tres al cuarto, algo que a Raquel se le había olvidado comentarme.

Los que leéis estos relatos ya sabéis cuál es la sensación que te embarga en ese momento. La mayoría de los hombres siente una justa indignación al entender que su pareja está jugando a dos bandas. Pero en nosotros, esa primera sensación queda rápidamente desplazada por un morbo muy intenso al ver que nuestra pareja tiene un lado que desconocíamos.

Hoy en día, todo lo que somos y hacemos lo registra el móvil, los tiempos son así. Y después de trastear un rato con el terminal de Raquel (algo que por alguna extraña razón no me causó ningún remordimiento) obtuve una privilegiada atalaya desde la que observar el comportamiento de mi chica.

No debió ser fácil para ella. De los mensajes hurtados pude deducir que dudaba entre Nacho y yo. El punto a favor de Nacho estaba claro cuál era. Los mensajes con sus amigas describían con todo lujo de detalles el aguante, el ardor, hasta el grosor y la firmeza. Sus hazañas sexuales eran hasta tal punto tan extraordinarias que con el tiempo y después de saber cuán sensibles son las partes nobles de Raquel, he llegado a pensar que algo tenían de exageradas. Pero en cualquier caso, estaba claro que Raquel disfrutaba con semejante semental y que a pesar de su sentimiento de culpabilidad, le costaba renunciar a sus periódicas sesiones.

Y digo que no debió ser fácil, porque a pesar de todo, seguía conmigo. En algún mensaje a su más íntima amiga, Raquel dejaba entrever el conflicto de lealtades que sufría, pero en parte porque la parte sexual la tenía obnubilada y en parte porque su amiga era gata vieja en esto de los amores pasajeros, estos mensajes no dejaban de ser notas al margen de su particular libro erótico. Si yo no hubiera estado avisado, no podría haber sospechado nada de mi recatada novia, ésa que llegaba a escandalizarse si algún día le proponía alguna pequeña transgresión sexual.

Yo todo esto lo observaba con el secreto que me daba el acceso furtivo a su móvil, con una envenenada mezcla de sentimientos. Por un lado, yo no podía complacer a Raquel: mi libido siempre ha sido más retórica que gimnástica, mi apéndice apenas alcanza la media europea, y ambos factores me impedían colmar sus expectativas sexuales. A esto se sumaba la vergüenza de saber, cada vez que quedábamos con sus amigas, que la comparación era pública y notoria, aunque ellas se guardaban mucho de hacer ningún comentario.

Por otro lado me fascinaba poder conocer de esta manera la intimidad de mi novia. No era simple voyerismo, para eso habría tenido múltiples recursos a mi alcance. Era la oportunidad de conocer la respuesta a ciertas preguntas que en el caso de Raquel me moría por conocer: ¿Cuánta mentira había en sus verdades? ¿Cuánta verdad en su mentira? ¿Dónde estaba el límite de su lealtad? ¿Cuál sería su respuesta natural ante un conflicto?

Pero sería demasiado generoso conmigo mismo si no aceptara que frecuentemente el sentimiento que predominaba era el morbo. Me imaginaba a Raquel cabalgando a su amante, sudada, saboreando su miembro, entregada y exigente, desatada e irreverente como nunca lo había estado conmigo. Estas ensoñaciones, provocadas tras leer los mensajes por la noche solo en casa me provocaban automáticamente unas erecciones que a mí me parecían mayúsculas y que invariablemente acababan  en una discreta polución. Obviamente, esto también mejoró nuestra particular vida sexual ya que la imagen de su traición se adueñaba de mi mente durante todo el acto que, sin llegar al nivel que Raquel demandaba, mejoraba de largo respecto a los iniciales.

Así estuvimos durante unos cuatro meses, Raquel viviendo su pasión y yo observándola con más atención de lo que nunca llegara a sospechar hasta que, a mediados de julio, me decidí a actuar. Los mensajes entre Raquel y Nacho habían ido subiendo de tono. Nacho le pedía, más bien le exigía que el siguiente fin de semana fuera exclusivamente suya. Y Raquel le contestaba como sólo una hembra caliente contesta a su macho, totalmente entregada y probablemente consciente que ese fin de semana sería libre ya que yo lo tenía que pasar con mi hija en la casa de la playa de mis padres.

Pero no eran ésos mis planes en absoluto. La semana previa me aseguré de que Raquel y yo renováramos nuestros votos de amor con una comida romántica en mi casa seguida de una sesión de sexo en la que me esforcé al máximo. Mis manos llegaron donde mi pene no lo hacía, mi boca recorrió cada centímetro de su piel. Me olvidé de mí, obsesionado en que Raquel acudiera a la cita con su amante con el mínimo de justificaciones morales posible. Y dentro de mis escasas posibilidades lo conseguí, ya que aquel encuentro se saldó con dos orgasmos a favor de Raquel por uno mío.

La noche del sábado, después de acostar a mi hija, salí a cenar con una  vieja amiga del pueblo, más que nada por matar el tiempo. Tras la cena y una copa apresurada salí corriendo hacia Barcelona conduciendo de manera imprudente y recorriendo la distancia en poco más de una hora.

Una vez en la ciudad, llamé a Raquel simulando que me despedía para irme a dormir. Me contestó la llamada intentando hacerse oír por encima de la música e informándome que estaba en un local con sus amigas, pero que probablemente cambiaría a otro de ambiente latino.

Yo estaba seguro de que mentiría lo menos posible. Probablemente estaría con sus amigas, que conocían a Nacho; seguramente iría al mencionado local, y actuaría de manera bastante relajada porque me creía a más de cien kilómetros de ella.

Si llegados a este punto, amigos lectores, os sentís decepcionados... sólo puedo deciros que a mí me pasó lo mismo. Llegué al local con unos 15 minutos de antelación, me aposté estratégicamente en una zona oscura, desde la que pude observar como Raquel entraba... con sus amigas.

Incrédulo, permanecí por más de media hora escondido en el fondo del local espiando los movimientos de Raquel, esperando que Nacho entrara en escena en cualquier momento... pero nada. Raquel se limitó a bailar y a reír con sus amigas, a rechazar amablemente las múltiples invitaciones a bailar que recibió.... un comportamiento impecable que contradecía todo lo que había leído en aquellos mensajes subidos de tono que había leído.

Finalmente, me decidí a salir de mi escondrijo y me dirigí directamente hacia Raquel.