Quien tiene una amiga tiene un tesoro (y 04)
Las dos protagonistas de nuestro cuento pasan la noche atadas y amordazadas mientras esperan la ordalía del día siguiente: una de las dos probará el potro.
Capítulo Cuarto. Sabia decisión
Al oír el ruido las dos jóvenes miraron alarmadas hacia la puerta.
- Arriba esclava,- ordenó Esteban a Marta y ésta se puso en pie con las piernas separadas, las manos en la nuca y la mirada baja.
Juan y Esteban se acercaron entonces a ella para inspeccionar las marcas sobre su cuerpo.
- Veo que ha sido una sesión dura, -dijo Esteban,-pasando los dedos por las heridas del látigo, no has dejado nada para los demás, Javier.
Entretanto, Moisés se acercó a María y le fue desatando las manos con un cuchillo obligándola a ponerse de pie.
No me hagáis más daño, por favor, dijo ésta.
Las manos arriba, le ordenó Moisés con un gesto. María se comportó esta vez sumisamente y puso las manos encima de su cabeza. Moisés admiró su cuerpo torturado. Grandes partes de su torso estaban enrojecidas y adornadas por las marcas del látigo y las pinzas. La joven tenía aún la cara sucia de las lágrimas y temblaba de frío y miedo.
Mientras tanto Esteban arrastraba dos colchones sucios y medio rasgados, Moisés acarició el rostro de la joven dulcemente.
No te preocupes preciosa, ya es de noche y os vamos a dejar descansar hasta mañana, dijo señalando los colchones.
Sí, pero vais a dormir como dos cerdas atadas. Javier había cogido unas cuerdas, le pasó una larga soga a Juan y con la otra se dirigió hacia María.
Esta le miró otra vez con miedo al ver cómo Juan volvía a maniatar a Marta.
No me ates otra vez, por favor, seré buena, no intentaré escapar os lo prometo.
Cruza las manos a la espalda y cállate.
No, no quiero.
¿Prefieres pasar la noche subida en eso? -Javier le señaló un caballete con un listón de madera en forma de cuña.
No, no. María miró aterrorizada el instrumento.
Pues las manos a la espalda, ¡ahora!.
María bajó las manos resignada y las puso a la espalda. Javier cogió entonces la soga y le fue atando los codos entre sí con un nudo corredero, se lo apretó bien y después fue atando las muñecas, etc. Mientras le ataban, María veía a Marta que ya estaba tumbada en un colchón con los brazos atados a la espalda y éstos a su vez, fuertemente atados a los tobillos pues le habían obligado a torcer las rodillas. La larga soga también cruzaba entre los pechos de Marta y mantenía sus muñecas atadas a la cintura, asimismo, un tramo de soga le recorría la raja del culo y se le metía entre los labios vaginales. En definitiva, un aparatoso bondage que fue completado con una mordaza formada por la consabida bola de goma.
- No, no, por favor, musitaba María al ver la incómoda postura en la que le iban a maniatar, pero pronto no pudo decir nada, pues a ella también la amordazaron, mientras Javier cruzaba la soga por su cuerpo una y otra vez.
En pocos minutos las dos esclavas estaban tumbadas sobre sus colchones enmudecidas y maniatadas en postura de hogtied.
Javier les miraba satisfecho y les dijo.
Espero que estéis cómodas, así podréis descansar y recuperaros para lo de mañana.
Explícaselo, así tendrán dulces sueños, -dijo Juan riendo.
Tienes razón. Mirad, nosotros nos vamos ahora a jugar a las cartas y así decidiremos lo que vamos a hacer con vosotras mañana. Una de vosotras se librará de la tortura y nos limitaremos a hacer el amor con ella, sin embargo, la otra será colocada aquí arriba- Javier palmeó la tabla del potro de tortura- y sufrirá un doloroso suplicio con estos objetos que tenemos aquí. Quiero que penséis en ello, será cosa de suerte.
Los demás se rieron de las crueles palabras de Javier y se encaminaron hacia la puerta. Salieron por ella y la cerraron dando doble vuelta a la llave y dejando a las esclavas solas con sus pensamientos.
Las dos jóvenes apenas sí podían moverse excepto rotar sobre su cuerpo encima de los colchones. María miró angustiada a Marta.
- Mmmmh, mmmmh. La muchacha intentó decir algo inútilmente y acto seguido hizo fuerza para liberarse de sus ataduras. Todo fue inútil, la habían maniatado muy bien. Repentinamente volvió a dar la vuelta y ante ella apareció el potro de tortura. La pobre María sudaba por todos sus poros y respiraba agitadamente, pues encima del potro habían dispuesto una serie de objetos: tenazas, velas, consoladores, un generador con electrodos, látigos y varias cosas más. Esos sádicos habían sido enormemente crueles con ellas, una se libraría, pero la otra sería torturada al día siguiente con esos instrumentos odiosos.
Es cierto que el potro de tortura era una de las fantasías sadomaso de María, pero de esa manera no, era demasiado doloroso. Además, teniendo en cuenta lo que Javier había hecho con ellas lo del día siguiente no sería precisamente un simulacro.
Consiguientemente, María no pegó ojo en toda la noche, las horas, los minutos pasaban lentas y ella no podía quitarse de la cabeza ni por un momento el siniestro "juego" que habían dispuesto para ellas. En cierto modo se le había olvidado el hasta el escozor de los latigazos.
Marta, en cambio, no podía apartar la vista del trasero de su amiga. Estaba muy excitada por la situación y no tenía muy claro que le proporcionaría mayor placer, sufrir ella misma la tortura del potro o ver cómo lo hacían con su amiga. A pesar del dolor infligido, en conjunto a Marta le había gustado la "sesión" sado con Javier. Ahora quería seguir explorando los límites de su cuerpo y su aguante al dolor y la humillación. Se hubiera masturbado sin dudar si hubiera tenido las manos libres.
Tras varias horas de tormento sicológico, un delgado haz de luz penetró en la sala por un ventanuco del techo, era inminente que Javier y sus sádicos amigos fueran a buscarlas otra vez y ellas lo sabían, lógicamente, a ambas les empezó a latir el corazón muy aprisa. No obstante aún pasó media hora hasta que se oyeron ruidos en la puerta. Un escalofrío de terror recorrió el cuerpo de María quien miró alarmada hacia el lugar de donde venía el ruido. Tras abrirse la puerta apareció Juan que venía vestido con un mono de faena. Los demás no aparecieron y el hombre cerró la puerta tras de sí.
Hola princesas, ¿qué tal habéis dormido?. Juan traía consigo un cubo de plástico lleno de agua. Lógicamente fue Marta quien atrajo su atención y ella volvió su rostro hacia arriba ofreciendo sus pechos a él. Juan se arrodilló entonces y se puso a acariciarla.
Buenos días, preciosa, he debido soñar contigo porque he mojado la cama. Juan le dijo esto pellizcándole otra vez los pezones.
Mmmh. Marta se retorció sobre sí misma con los ojos cerrados y exhalando un gemido de placer que hizo que a Juan se le pudiera como una piedra.
Qué putilla más preciosa eres, rubita, se nota que te gusta esto. Juan cogió entonces una esponja del cubo y metiéndole un dedo entre la mordaza y los labios le dio de beber derramando algo de líquido sobre su cuerpo. Marta bebió de buena gana y después le tocó el turno a María.
Tras saciar su sed, Juan sacó una pastilla de jabón y la frotó bien sobre la esponja bajo la atenta mirada de las dos esclavas.
- Y ahora a lavaros, aquí huele a meados que echa para atrás. Efectivamente, las dos se habían orinado encima, así que Juan se puso a enjabonarles sin hacer caso de sus protestas. Juan se esmeró bien con ellas y les limpió a conciencia incluídas sus partes más íntimas. Finalmente y para quitar el jabón les echó encima todo el contenido del cubo dejándolas empapadas. Las dos muchachas gritaron por el impacto del agua fría, pero eso sólo fue el principio, Juan las hizo rotar fuera de los colchones, retiró éstos a una esquina y fue a buscar una manguera. El agua salió a presión e impactó contra el cuerpo de Marta que se puso a gritar como una loca, después le tocó a María. Juan reía divertido de la impotencia de ellas y tras quitarles toda la suciedad de encima apagó la manguera. Tras el desayuno y la "toilette", Juan salió de la cámara de tortura y volvió a cerrar la puerta.
Debió pasar un cuarto de hora o así. Las dos chicas estaban empapadas de agua y tiritaban de frío en el suelo de terrazo mientras el agua se deslizaba por un sumidero.
Finalmente se volvió a abrir la puerta y aparecieron los cuatro hombres completamente desnudos excepto por las capuchas negras y otros aditamentos de verdugos. Al verles, María negó llorando y pidiendo piedad. Nadie le hizo caso, Javier ni siquiera las miró, se sentó tras una mesa y dijo.
Desatad a las condenadas y que vengan aquí, vamos a dictar sentencia. Efectivamente les fueron cortando la soga con cuchillos de manera que Marta y María quedaron libres. Ya desatada, María se apresuró a quitarse la mordaza y a levantarse del suelo. Reunió todo su valor y se puso a gritar.
Sois una pandilla de hijos de puta, ¿cuánto tiempo nos vais a tener prisioneras?.
Javier sólo tuvo que hacer una indicación y Moisés le dio una bofetada a la chica.
- Si no te callas te volvemos a amordazar. María volvió a hacer caso y se tuvo que guardar sus palabras por lo que pudiera pasar.
Marta en cambio, ni siquiera se quitó la mordaza, sino que se puso delante de la mesa de Javier, abrió las piernas y puso las manos en la nuca.
- Vamos, tú también esclava, le dijo Moisés a María empujándola hacia la mesa. Esta se sometió por fin y se puso en la misma postura que Marta.
Javier se demoró un rato mirándolas, aún estaban empapadas y tiritando de frío o de miedo.
Bueno, supongo que estaréis impacientes por saber a cual de las dos le toca el potro. Ayer intentamos jugárnoslo a las cartas pero no terminamos la partida, luego lo votamos pero sólo hemos conseguido empatar. -Las dos jóvenes esperaban anhelantes la decisión. -Juan y yo preferimos torturar a Marta, pero Moisés y Esteban quieren que sea María, no nos ponemos de acuerdo, ¿qué os parece?. María miró con odio a Esteban y Moisés, la situación era odiosa y humillante.
¿Puedo hablar?, dijo de pronto Marta quitándose la mordaza.
Adelante esclava, habla.
Elígeme a mí, Javier.
¿Lo deseas?. Dijo él señalando el potro.
Sí.
A Juan se le puso la polla tiesa ante las palabras de Marta, le parecía alucinante que ella misma eligiera ser martirizada voluntariamente.
Desde que te vi la primera vez me dije a mí mismo que tienes vocación de sumisa cariño, otro día probarás el potro pero hoy quiero que sea ella. Javier dijo esto señalando a María con una mueca cruel.
¡No!, María gritó desesperada. Ella ha dicho que lo desea, ¿por qué yo?.
Vamos, acostadla en el potro, quiero empezar de una vez.
No, María se arrancó a correr hacia la puerta, pero los otros tres verdugos la atraparon. Mientras la arrastraban hacia el potro, María no dejaba de gritar ni patalear. Por supuesto, esto no les sirvió de nada, pues apenas tardaron un momento en atarla sólidamente a la tabla.
A pesar de que les costó bastante esfuerzo, a María la ataron concienzudamente con las piernas bien abiertas y los tobillos atrapados por un cepo de madera con los agujeros forrados de suave cuero. Las manos se las atraparon juntas por encima de la cabeza a una gruesa soga que a su vez se enrollaba en un cilindro y se podía tensar con una manivela.
Ya inmovilizada y tumbada sobre el potro, María siguió gritando, toda ella sudaba por la pelea y su pecho ascendía y descendía agitado de cansancio.
Los verdugos la circundaban sonriendo y admirando su cuerpo desnudo y estirado sobre el madero. Javier cogió entonces de la mano a Marta se la besó y se llegó con ella hasta el resto del grupo.
- Tú amiga esta muy nerviosa, no comprende que esto es para su placer, tranquilízala, vamos.
Marta miró a Javier y entendió al momento lo que le pedía, afirmó sumisamente con la cabeza y se inclinó sobre su amiga.
Moisés cogió la manivela y lentamente empezó a estirar el cuerpo de María. Las cuerdas se tensaron y crujieron con un sonido siniestro. Mientras tanto, Marta se acercó a María y se puso a acariciarle el pelo dulcemente.
Vamos, preciosa, no llores, no será tan terrible como crees. María miró a su amiga y al sentir la primera punzada de dolor en sus hombros, gritó. Moisés dejó de dar vueltas a la manivela.
-Vamos, vamos, yo sé que en el fondo te gusta como a mí. Marta se puso a examinar el cuerpo de su amiga que seguía temblando y aguantando las lágrimas. Sus pechos parecían ahora más planos y pequeños y sus costillas se marcaban perfectamente bajo la piel. Marta recorrió las costillas una a una con sus uñas y después cerró los ojos y empezó a recorrerlas con su lengua. Al notar la lengua de su amiga, María se calmó un poco.
Marta marcó un lento camino de saliva sobre el torso de su amiga provocando que María se estremeciera de gusto, se acercó a los pechos y se puso a chuparle su pezón izquierdo que para ese momento estaba ya erizado
¿Qué?, ¿qué haces?
Vamos, cariño, éste es tu sueño, relájate y disfruta. María cerró los ojos e intentó hacer lo que le decía su amiga que no dejaba de succionarle y estimularle el pecho. De pronto, la mano izquierda de Marta le acarició el vientre, siguió por el pelo púbico de María y terminó en su entrepierna depilada. Marta acarició delicadamente los entresijos húmedos de María y ésta se estremeció de placer.
¿Lo ves?, susurró Marta al oído y entonces María torció la cabeza buscando sus labios. Las dos se besaron con pasión.
Los cuatro hombres estaban inmóviles sin poder apartar la vista de las dos chicas haciendo el amor, fue Marta quien les animó a dar el siguiente paso, terminó de besar a María y le acarició sonriendo.
- Ahora voy a hacer realidad tu sueño..y el mío.
Marta cogió entonces unas tenacillas que había sobre el potro y se las ofreció a Juan y Esteban. Estos comprendieron el mensaje sin palabras y mientras Marta se inclinaba sobre el sexo de María se pusieron a ambos lados del potro. Marta inició entonces un delicado cunnilingus ante el que María bramó de placer. Sin embargo eso no fue todo, y María abrió los ojos al notar las dos pinzas atenazando sus pezones. La joven puso los ojos en blanco y se empezó a correr.
Aaaah, María gritó de dolor y placer a medida que le retorcían los dos pezones a la vez.
Así, así, córrete mi vida, dijo Marta al sentir las convulsiones de la entrepierna de María.
Javier estaba encantado con la sesión, tenía la polla tiesa y sentía que se iba a correr sin que nadie hiciera nada. Marta era enormemente perversa y le estaba poniendo a mil. Por eso se fue hacia ella y le acarició la espalda y el trasero. Ella reaccionó al momento, levantó la cara e hizo ademán de limpiarse los labios con la mano, pero Javier le detuvo y la besó apasionadamente compartiendo con ella los jugos vaginales de María.
Ven preciosa, ven y hazme lo mismo que le has hecho a ella. Javier cogió a Marta de la mano y se la llevó a un aparte. Se sentó en un silla y ella le sonrió mirando su pene erecto. Marta se arrodilló y poniendo las manos a la espalda dijo.
Ya lo sé, sin manos.
Marta atrapó la polla de Javier con los labios y empezó a jugar con ella como ella sabía.
Entretanto Moisés había sustituído a Marta y siguió lamiéndole el sexo a María mientras los otros dos no dejaban de atormentarla con diferentes artilugios, así cuando se cansaron de las tenacillas recorrieron todo el cuerpo de la joven esclava con unas rueditas dentadas. Minutos después , Moisés dejó lo del cunnilingus, encendió una vela y se puso a echarle gotas de cera caliente entre las piernas, los labios externos del coño y el pubis.
María gritaba ahora y se agitaba inútilmente mientras esos tres no dejaban de torturarla ni por un momento.
Amordazadla con la polla, ordenó Javier, que no grite tanto. Juan sonrió y le colocó el pene cerca de la boca a María. Estaba dispuesto a obligarla pero no hizo falta, pues María levantó la cabeza y se puso a lamerle la polla voluntariamente.
Mírala, ya ha aprendido, le dijo Javier a Marta. Ésta levantó la cara y miró sonriendo a su amiga. A estas alturas, se puede decir que María había sido entrenada como esclava ya, pues había aprendido a soportar el dolor y aceptar todo lo que le pidieran sus amos sin oponerse.
María permaneció en el potro aún media hora más, los verdugos la penetraron unas cuantas veces más corriéndose una y otra vez sobre su cara sus pechos y su vientre. Con esto alternaron todo tipo de tormentos, estiraron el potro un poco más y le dieron unos cuantos latigazos entre las piernas con un pequeño látigo de colas, nuevamente le echaron cera y volvieron a utilizar las tenazas caprichosa y aleatoriamente sobre su cuerpo.
Entretanto, Javier disfrutaba del espectáculo cómodamente sentado. Marta seguía lentamente con la felación alargándola todo lo posible, sin embargo, no pudo alargarla más cuando a María le colocaron las pinzas de electrodo en un pecho y en el clítoris y accionaron el generador. María tensionó su cuerpo y gritó mientras se corría y un chorro incontrolado de orina salía entre sus piernas. Entonces Javier separó la cara de Marta y se masturbó un poco mientras ella abría la boca para recibir su semen. Javier se corrió entre estremecimientos de placer y los chorros de esperma se dispararon sobre la cara y dentro de la boca de la esclava.
Cuando terminó de eyacular, Marta tragó el esperma y se limpió la cara de semen lamiéndose después las manos. Por último se volvió a meter la polla de Javier y le limpió hasta los últimos restos de la corrida.
La orgía terminó así, por fin desataron a María y Javier la cogió en brazos pues estaba completamente desfallecida, salió con ella de la cámara de tortura, la llevó a su habitación y allí le limpió el cuerpo con una esponja. Después le secó y la metió en su cama. Semincosciente y muy cansada, María se dejó hacer y por fin se quedó profundamente dormida entre las suaves sábanas recién lavadas.
María durmió hasta la mañana siguiente y cuando se despertó vio que le habían dejado un pantalón vaquero y una sudadera en una silla encima de la cama. Junto a las ropas había una nota de Javier. "El juego ya ha acabado, eres libre de marcharte cuando quieras", decía la nota.
Mientras se aseaba y vestía, María pensaba en las cosas alucinantes que le habían pasado. Había tenido mucho miedo pues al principio no tenía claro si les habían secuestrado unos sicópatas o qué. Ahora le dolía todo el cuerpo y lo tenía marcado de arriba abajo, pero en el fondo no se arrepentía. De hecho se sorprendió a sí misma al darse cuenta de que le gustaría repetir otro día aunque con ciertos límites.
Ya vestida, María bajó al piso de abajo y allí se encontró a Javier desayunando y leyendo el periódico tranquilamente.
Hola, dijo sin tenerlas todas consigo.
Hola María, Javier se levantó y le dio un beso en la mejilla, ¿has descansado?, desayuna conmigo.
María se sentó y se sirvió un poco de café. - Gracias por las ropas, dijo señalándose la sudadera.
- Son para ti, te las compré ayer.
Los dos se quedaron en silencio y María se puso a desayunar, de vez en cuando hacía un gesto de desagrado al notar el efecto de las heridas. Javier se levantó entonces y volvió al de un rato con un tubo en la mano, se puso detrás de ella y le levantó la sudadera. La espalda de María tenía unas cuantas marcas enrojecidas y él se puso a extenderle la pomada en las heridas.
- No te preocupes, ponte esta pomada y las heridas del látigo desaparecerán en una semana.
María cogió también un poco de pomada y se la puso en la parte de delante.
¿Te ha gustado?. La pregunta sorprendió a María y ésta dudó en contestar.
Sí bueno, todo no, pero .
¿Volverás otro día?
Esta vez María tardó más en contestar y lo hizo sin palabras, bajando los ojos y diciendo que sí con la cabeza.
Javier sonrió complacido.
Tras esto siguieron desayunando sin decirse nada, ella le miraba furtivamente e incluso le llegó a sonreir, ahora entendía un poco mejor a Marta.
- Por cierto, ¿y Marta?, ¿Dónde está Marta?, ¿se ha marchado?.
Javier negó con la cabeza.
Me ha preguntado a ver si podía quedarse conmigo todas las vacaciones Javier echó un trago de café para darle un poco de intriga y le he dicho que sí.
¿Ah sí?, esto sorprendió a María. ¿Y dónde está ahora?
Javier señaló con el dedo hacia el suelo.-Abajo
¿Abajo?, ¿quieres decir ?
Sí, donde tú ya sabes, estas vacaciones ésa será su habitación. Javier sacó unas llaves del bolsillo. -Verte a verla si quieres.
María cogió las llaves y se levantó de la mesa anonadada. Mientras caminaba hacia el sótano pensaba en su amiga.
De modo que quiere quedarse con él, quiere convertirse en su esclava y que la tenga prisionera en su mazmorra dos semanas enteras, qué tía, es insaciable.- Esto le hizo ponerse muy caliente, bajó las escaleras con cuidado y a tientas buscó la cerradura. Abrió la puerta y se encontró la habitación a oscuras. Mientras palpaba la pared en busca del interruptor María oyó los tenues gemidos de una mujer y un tic tac metálico y muy molesto.
Es Marta, pensó muy excitada, -está aquí dentro. Por fin encontró el interruptor e impaciente encendió la luz. Al ver lo que tenía delante un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Cerró la puerta tras de sí, corrió el pasador y después se acercó a Marta. Esta se encontraba en el centro de la sala totalmente desnuda y subida a horcajadas a un caballete de madera con las piernas estiradas, los pies de puntillas y las muñecas atadas detrás de la nuca.
Marta estaba amordazada con un ballgag y Javier le había dejado algo para entretenerse mientras él desayunaba y leía el periódico: dos electrodos en los pezones conectados a un ingenioso dispositivo. María examinó el ingenio que consistía en un reloj-despertador de los antiguos que estaba conectado a uno de los cables de electrodo. La aguja grande del reloj terminaba en una laminilla de metal. Al moverse, ésta terminaría haciendo contacto con cuatro tornillos clavados a las 12, 3, 6 y 9 de modo que Marta recibiría una descarga eléctrica cada cuarto de hora.
Qué cerdo, comentó María, un día tendría que probar a ponerse esto en los cojones. María dijo esto dándose cuenta de que ya sólo faltaba un minuto para que Marta recibiera la descarga eléctrica en sus tetas.
¿Te quito los electrodos?, preguntó María.
Mmmmmh, Marta negó con la cabeza.
Entonces María vio algo en lo que no se había fijado, Marta estaba empalada en un consolador erecto sobre el caballete e intentaba mantenerse erguida para que su entrepierna no chocara con la cuña. Era un suplicio perverso y cruel, pero Marta lo aceptaba voluntariamente.
- Sarna con gusto no pica, pensó María mientras se abría los botones del pantalón muy excitada. Hecho esto se mojó los dedos y se puso a masturbarse en espera de la descarga eléctrica. Asimismo se metió mano por dentro de la sudadera para acariciarse los pechos. Mientras se masturbaba, María no dejaba de mirar a su amiga. Ahora Marta parecía más delgada y atractiva así estirada y en tensión. El inexorable tic tac seguía y María continuaba masturbándose más fuerte anticipando el deseado momento. Cada vez más cachonda, María se quitó la sudadera quedándose con el torso desnudo y se bajó los pantalones hasta las rodillas para acariciarse más a gusto. Así se cogió un pecho y se puso a lamérselo a sí misma.
-Ya llega, ya llega, pensó mirando el reloj de reojo. Efectivamente, la manecilla larga llegó a las doce y de pronto Marta empezó a gritar y a agitarse sobre sí misma. La joven cerró los ojos temblando y con un gesto crispado empezó a lanzar alaridos de rabia y dolor. La cosa no duró mucho pero sí lo suficiente para que Marta se hiciera daño en la entrepierna.
Completamente alucinada y muy cachonda, María terminó de quitarse los pantalones maquinalmente y se quedó en pelotas, entonces se acercó a su amiga y se puso a besarla y lamerle el costado.
- Pobrecita, ¡cómo sufres!, porque sufres, ¿verdad?. Marta le contestó que sí con lágrimas en los ojos. Después de un rato de acariciarl, María le dio un beso y un sádico pellizco en su culo que le hizo dar un brinco, y se alejó de ella buscando algo entre las paredes de la sala.
Marta la miraba sin saber muy bien qué estaba buscando y la sangre se le heló en las venas al ver cómo su amiga cogía un capuchón de verdugo y se lo ponía en la cabeza, después María cogió uno de esos correajes y se lo puso encima con toda tranquilidad anudándose las hebillas una tras otra sin dejar de mirar a su amiga, por fin cogió un látigo de colas y se dirigió hacia Marta.
Mientras lo hacía, María se dio cuenta de una lucecita roja que había una esquina del techo medio en penumbra. Se fijó un poco mejor y descubrió que era una cámara de vídeo.
- Será cabrón, comentó para sí. Se puso un dedo en los labios y lanzó un beso hacia la cámara, entonces se dio la vuelta y acercándose hacia Marta, chasqueó el látigo contra el suelo mientras decidía que ella también se quedaría allí todas las vacaciones.