¿Quién soy? (16)

Una mañana que estaba en la oficina...

Una mañana que estaba en la oficina apareció mi hermana para decirme que mi padre había empeorado bastante, estaban esperando que de un momento a otro nos dejara. Y así fue a los pocos días, el día del entierro ni mi hermana ni mi madre quisieron que fuera porque a él no le hubiera gustado que estuviera presente, como si a mí me hiciera mucha ilusión estar no te jodes, pero no dejaba de ser mi padre, estuvimos con Berta viendo el entierro en el cementerio desde lejos. Mi madre se fue a vivir con mi hermana vaciando la casa grande.

Hablando con Espe le pedí poder utilizar la casa, a ella no le gustaba mucho la idea porque sabía para que la quería, exacto, para montar unas fiestas de puta madre, la convencí con la tontería que sería mejor que estuviera abierta que siempre cerrada, el caso es que me dio las llaves, llevé a Berta a verla y explicarle la idea que tenía, hacer algunas fiestas los fines de semana. Íbamos cada tarde para ir preparando las cosas para que fuera cómoda, llamé a algunos amigos para que me ayudaran, eran cinco y quedamos en vernos una tarde en la casa, estábamos hablando de cómo conseguir las bebidas y como avisaríamos a la gente para el siguiente viernes por la noche cuando apareció Berta con Isa, cuando los chicos la vieron se les iban los ojos.

UNO: ¿Y esa chica Alex?

YO: Es mi secretaria, son muy amigas con Berta.

Se les escapaba la risa pensando que les estaba metiendo una bola, me saludaron las dos con un piquito en los labios, Berta saludó a mis amigos que ya los conocía de verlos en algunas salidas de fiesta.

OTRO: ¿Y a esta belleza no nos la vas a presentar Berta?

BERTA: ¿Qué pasa chicos, os gusta?

Isa se contoneaba haciéndose la interesante y los chicos la miraban con ganas de cepillársela.

BERTA: ¿Os la follaríais todos ahora mismo?

Yo abrí los ojos por la ocurrencia, Isa le dijo algo al oído a Berta y las dos esperaban la respuesta de los chicos, a ellos se les notaba un poco despistados por la pregunta, uno empezó desabrocharse el pantalón y desnudarse.

BERTA: Isa me ha dicho que el que esté en pelotas se la folla.

Se desnudaron los cinco en un momento, Isa se quitó la ropa y se estiró en la alfombra con las piernas abiertas mojándose el coño con saliva que se había escupido en la mano.

BERTA: Vamos hacer una fila, os la folláis de uno en uno.

Se colocaron en fila haciéndose una paja para ponerse la polla tiesa, el primero se estiró encima de ella metiéndole la polla empezando a bombearla, me senté en un sofá a mirar aquello que se había montado en un momento, Berta controlaba el tiempo y antes de ordenar el cambio de tío se la cogía y pajeaba un rato al que le tocaba, comprobando que la tenía dura, se apartaba uno y se la metía otro, Isa gritaba sin parar del ritmo que le daban los cinco tíos, Berta no les dejaba demasiado tiempo para que follaran a todo trapo y antes de que se corrieran los cambiaba, así tenía a Isa gritando y corriéndose, y a los tíos no los cansaba estando frescos cada vez que les tocaba, Berta les tenía la polla bien sobada, cuando ella dijo empezaron a correrse uno a uno dentro del coño de Isa, cuando acabó el último, la leche le salía del agujero del chumino a borbotones y estaba hecha polvo de tanto correrse.

Los chicos se fueron, Isa seguía estirada en la alfombra hecha polvo, Berta me bajó los pantalones sacándome la polla, estaba caliente a más no poder de tanto tocar pollas y no probarlas, se desnudó y se sentó encima de mí follándome a todo lo que le daban las caderas, corriéndose una primera vez pegando unos gritos tremendos, siguió moviéndose más lentamente consiguiendo correrse un par de veces más, para acabar pidiéndome que le llenara el coño de leche como lo tenía Isa.

Llegó aquel primer viernes y empezamos con la fiesta que se repitió el siguiente y después también en sábado, más tarde el jueves y yo cada día estaba más enganchado.

Al poco tiempo era una fiesta diaria, la gente se acostumbró a que la mansión estaba siempre abierta, se entraba y salía cuando a uno le daba la gana, apareció Greta de nuevo estando conmigo la mayoría de noches, Berta ya no venía siempre, muchas noches me pedía que me quedara con ella, pero yo no podía quedarme en casa sabiendo que en la mansión se estaba liando una fiesta de puta madre.

Iba degenerando y cuando me di cuenta ya no iba a trabajar, tomaba drogas con alcohol para colocarme y viagra para poder seguir follando destrozándome cada día más. Una de esas noches llegó Berta, me dio un beso que casi ni me acuerdo de lo mal que iba, empezó a escoger chicos subiéndoselos a una habitación, al rato pasé por allí y tenía una cola de tíos en pelotas esperando para follársela, ella estaba en el borde de la cama con las piernas abiertas, a su lado tenía un tío al que se la chupaba y en medio de las piernas a otro que se la follaba, cuando el tipo se corría se la follaba el que se la estaba chupando y entraba otro para metérsela en la boca, estaba sería y no parecía disfrutarlo, yo me fui a mí habitación con un par de chicas y Greta a las que se fueron sumando algunas más, recuerdo a no sé qué hora sería levantar la cabeza estirado en la cama rodeado de chicas, vi a Berta en la puerta mirándome seria, cuando llegué a casa supe que aquella sería la última vez que la viera en la isla, su ropa no estaba y sus maletas tampoco, se había ido y dejado una nota:

“Lo siento Mario, me equivoqué queriendo venir aquí, el Alex que he conocido no me gusta, si quieres estar conmigo me encontrarás en casa, yo no puedo seguir viviendo de esta manera”

Después, viéndolo desde la distancia creo que lo que intentó fue que yo me diera cuenta de lo que estaba haciendo, y si la quería saliera de allí para volver con ella a una vida “normal”, probablemente intentó darme celos follándose a todos aquellos tíos, el problema es que creo que lo hizo tarde, demasiado tarde, estaba enganchado a las drogas y al sexo, no veía nada más. Había vuelto Alex al cien por cien sin edad para aguantar aquel ritmo, del bueno de Mario no quedaba nada.

Unas semanas más tarde me pasaba el día en la mansión casi sin comer, solo a base de pastillas, pastillas para animarme, pastillas para follar, pastillas para dormir y todo acompañado de buena cantidad de alcohol, hasta que Greta asustada de ver cómo me estaba hundiendo en la mierda se lo dijo a mi hermana, Espe decidió presentarse un día echando a todo el mundo de la casa. Recuerdo ver su cara encima mirándome en una camilla en la que me estaban llevando, yo era incapaz de ponerme de pie y caminar.

Me ingresó lejos de allí en una clínica para rehabilitarme, cuando empecé a ser yo habían pasado meses, solo me visitaba mi hermana de vez en cuando, me dijo que cerró la casa y estaba en venta, que la mía me la mantenía limpia para cuando quisiera volver, yo me recuperaba pero muy lentamente, alguna vez pensé en llamar o enviarle un mensaje a Berta, no me atreví, estaba convencido que le había hecho mucho daño, que a una buena chica, cariñosa, atenta y enamorada de mí, la había metido en una espiral de vicio que no se merecía.

Tardé un par de años en salir de la clínica, y no porque lo necesitara, por qué me encontraba a gusto en ella, me convencí que estando allí no haría daño a nadie, yo seguía con mis mierdas en la cabeza, al final, los mismos médicos que debían de estar de mí hasta los cojones convencieron a mi hermana que lo mejor era que saliera de allí para volver a incorporarme a la vida real, y lo hice, pero no en mi casa, tenía el vicio demasiado cerca, lo hice lejos.

Estaba borracho, muy borracho, me levanté del taburete poniéndome de pie, sujetándome a la barra de aquel bar al que iba cada día a emborracharme como un idiota, caminé sujetándome para no caerme hasta el cuarto de baño mirándome al espejo, lo que vi era la misma imagen del principio de la historia, un tío descuidado, con barba de meses, pero mejor vestido y con dinero para pagarse copas una detrás de otra, salí sujetándome a las paredes y el camarero que me conocía de cada día me pidió un taxi para que me llevara a casa, al llegar me metí en el baño a mear y vomité manchándome todo, me quité la ropa y me tiré en la cama durmiendo hasta el día siguiente.

Cada día tenía la misma rutina, excepto los miércoles que hacía dos cosas antes de ir por la noche a emborracharme, una era ir al psiquiatra a primera hora de la tarde, que no me servía de una mierda porque llevaba años explicándole lo mismo, pero así mi hermana me dejaba en paz, y lo segundo era saliendo de allí ir con el coche a dejarlo en un descampado y atravesar un bosquecillo andando, desde la distancia sentado detrás de unos matorrales y unos árboles observaba a una pareja con un niño muy pequeño, jugaba con un hombre en el parque donde corríamos con Berta, iban cada miércoles a la misma hora, era Berta con un hombre que debía ser su pareja y el niño posiblemente de los dos por la manera de tratarlo, el niño tenía su bonita cara.

Lloraba en silencio mirándolos, a veces Berta se sentaba en un banco quedándose seria pensando, me gustaba creer que se estaba acordando de mí y se me rompía el corazón, me esperaba hasta que se iban y los seguía con la vista mirando como se perdían por el camino de salida del parque, me levantaba del suelo emocionalmente destrozado y volvía al coche.

Hasta aquí lo que dejó escrito Mario, o Alex, no lo sé. Cuando Ana, su mujer, le dijo que Mario le gustaba para cambiarlo por Alex, le cambió algo más que el nombre, cambió al hombre vicioso, irresponsable y caprichoso por una persona enamorada, cariñosa y atenta con su familia. Por ella fue capaz de cambiar, ella lo guiaba, ella era la luz de su nueva vida, cuando más tarde nacieron sus hijos él tenía muy claro lo que iba a ser del resto de su vida, la pasaría acompañado de aquellas personas maravillosas que eran su familia. Alex quedó para siempre enterrado por una vida feliz junto a los suyos. O eso pensó él.

Aquella tarde del miércoles Mario pensó en hacer una tercera cosa, el dolor ya era demasiado grande, fue hasta la casa donde había vivido con su mujer y sus hijos, condujo el mismo camino que hicieron ellos, hasta la curva del barranco, dejó las ruedas justo en el borde del precipicio, puso el punto muerto frenando el coche, pensó que ese debía ser su sitio desde hacía muchos años, el puto destino se equivocó dejando que su familia se fuera sola aquella tarde cuando él debía haber estado con ellos, en aquel momento lo podía remediar.

Sonó el móvil, lo sacó del bolsillo, era Espe, pensó que había perdido más tiempo del que pensaba, los mails de despedida que había programado para que salieran a una hora concreta ya les debían de haber llegado a Espe y a Roberto, a este último le pedía que se despidiera de María y la cuidara. Ya tenía su testamento arreglado dejándole todo lo que tenía a Berta, María y Carmen, las personas que se habían portado bien con él y les guardaba mucho cariño.

Miró la pantalla del móvil con el nombre de su hermana, le cayeron unas lágrimas mientras lo tiraba por la ventanilla del coche.

Puso primera, cerró los ojos, levantó el pie del freno, pisó el acelerador a fondo y soltó el embrague.

FIN